Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español
─ Versión en inglés
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Introducción
Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/
Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en esa página).
Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados los audios. Y, como en otros audios, hice un comentario al final de este, tras la lectura del texto. En el comentario vemos algunas ideas importantes y a veces aclaramos algunas cosas.
Reuniré todos los textos de este segundo libro de la trilogía de R. J. Lees (La vida elísea) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl, google, wordreference…) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.
Notas al capítulo
─ Ver el audio correspondiente.
─ Este capítulo es otro de los muy ilustrativos sobre la vida de Aphraar en los primeros pasos de su desarrollo en el mundo espiritual. Aphraar asiste esta vez al despertar de Dandy ─a su despertar del «sueño de la muerte»─.
Versión en español
Capítulo 17
El hilo del aleluya
Por el ambiente en que me muevo, soy tan consciente del valor del carácter construido sobre una información exacta, que un fuerte deseo me impulsa a detenerme en cada detalle de mi narración, no sea que pase por alto alguna aparente trivialidad de la que más tarde se descubra que pende un poderoso asunto. Pero mi dificultad radica en el hecho cierto de que cada punto que me veo obligado a mencionar es un centro de irradiación para posibilidades casi infinitas. La vida germinal en un solo grano de trigo es inestimable. La vida no conoce la diferenciación entre mayor y menor; estas distinciones sólo se aplican a sus poderes de selección y asimilación que controlan el crecimiento y la producción. Un grano obtiene el sustento del que se alimenta y prospera de una fuente, otro de otra; y donde todos tienen que ser igualmente provistos, el deber exige que todos sean considerados.
Esta es la verdad terriblemente asombrosa que nunca podemos perder de vista. Esto es lo que me hace reiterar con tanta frecuencia que con nosotros no hay nada pequeño ni grande, o quizás debería decir más bien que todo es grande y nada pequeño. Cada sugerencia que utilizo está cargada de un significado inestimable, porque hablo de la verdad, y con gusto me detendría a abrir cada semilla que esparzo y mostrar el valor potencial de su contenido. Pero mi deber es sembrar y dejar el crecimiento al futuro y a Dios. Aun así, desearía poder sembrar mis pensamientos con una pluma de fuego vivo, para que ardan y se entierren profundamente en la vida de todos aquellos a quienes hablo.
En las condiciones más favorables, la ley del crecimiento es un proceso fatigosamente lento, y cuando miramos hacia atrás para comprobar honestamente cuánto hemos logrado ya en nuestro peregrinaje hacia Dios, tememos especular sobre cuánto tiempo nos llevará alcanzar la perfección. Los poderes de Dios descansan en la naturaleza de Dios, pero encontramos poco de ellos en nosotros mismos en la actualidad. Es la continua recurrencia de este hecho cuando miro hacia atrás desde mi posición ventajosa lo que me haría detenerme, pero el deber me llama hacia adelante, y debo obedecer.
Como ilustración de que es simplemente el entorno y no el alma lo que cambia en el proceso de la desencarnación, puedo presentar aquí muy útilmente el despertar de nuestro pequeño Dandy. Es un caso de características peculiarmente marcadas, que exhibe bien muchos de los puntos definidos de interés con respecto a los cuales la Tierra duda un tanto ansiosamente. Era también la primera ocasión en que yo había observado el proceso desde ambos lados, y por lo tanto estaba especialmente deseoso de saber cuánto era recordado y cuánto olvidado, antes de que el pequeño llegara al punto en que todo se volviera perfectamente claro para su memoria.
Vaone me notificó el inminente acontecimiento, y cuando llegué encontré a Eilele (la poetisa, a quien ya hemos conocido), que estaba presente junto a Jack, como la amiga más cercana para ofrecerle las primeras felicitaciones.
Dandy seguía durmiendo plácidamente, pero ¡qué cambio tan asombroso se había producido en su apariencia desde la última vez que lo vimos! El aspecto obtuso [laggard] y demacrado había desaparecido, y en su lugar vimos el rostro redondeado y sano de un muchacho bien desarrollado. Había la sospecha de una sonrisa jugueteando alrededor de su boca, y una especie de temblor nervioso como si su precocidad naturalmente vivaz estuviera impaciente por ejercitarse en un entorno nuevo y más favorable. En los días pasados, el humor preternatural [extraordinario, sobrenatural] del muchacho había sido concedido misericordiosamente como compensación a las penurias y el sufrimiento, y mientras dormía ya parecía comprender o anticipar que estaba a punto de despertarse y descubrir que la sombra había desaparecido, dejando ver una luz solar de un resplandor más brillante que el que había conocido antes.
Miré del durmiente a Jack, que estaba impaciente por que su amigo abriera los ojos y supiera que su único gran deseo se había cumplido. En Jack vi los primeros frutos de la devota formación de Eilele. Su carácter, todavía móvil, había cedido espléndidamente para ser moldeado por la mente de ella ─esa mente semejante a la de Cristo─, y el muchacho representaba en todos los sentidos la posible transformación que el Paraíso puede efectuar mediante su sistema de cultura adaptativa. Era sólo un tosco bloque de individualidad lo que Arvez llevó a su casa cuando la conocí, pero Eilele había trabajado en él con habilidad y genio, hasta que ya se podía discernir bastante bien el contorno de la forma del ángel. ¡Ah, este estudio divino de la escultura del alma es ciertamente un glorioso trabajo!
De Jack mis ojos se desviaron hacia su instructora, cuyo rostro brillaba con el suave fulgor de una de sus contemplaciones lejanas, pero al momento ella levantó la cabeza, y nuestros ojos se encontraron.
«¿No es hermoso -preguntó-, contemplar el despliegue de tales tesoros en el jardín del Señor?».
«Desearía que fuera posible comprender toda la belleza claramente -respondí-; Tal como están las cosas, perdemos mucho porque podemos apreciar muy poco».
«He renunciado a la idea de poder comprenderlo todo. Mi copa rebosó; y trato de estar satisfecha si puedo añadir, a la dulzura de las satisfacciones de mi vida, alguna idea nueva, aunque sea tenue, de la música que aporta cada nueva experiencia».
«¿Puedes estar satisfecha?», pregunté.
«¡No, no! Creo que la mía debe ser un alma muy inquieta, atrevida y aspirante -luego, con uno de sus meditativos gestos de reverencia, añadió-: Y, sin embargo, no es eso tanto como el gran amor de Dios, que me acerca cada vez más a Él a un ritmo que se niega a permitir que mi alma, que se expande lentamente, siga el ritmo de sus maravillosos desarrollos. Oh, Aphraar, ¿quién es capaz de comprender esta vida indescifrable en la que tú y yo apenas nos estamos desenvolviendo?».
«Ojalá me concedieras la oportunidad de hablarte de estas cosas -me aventuré a preguntar, animado por su indagación-; en tu vida terrena fuiste muy activa en la causa del Maestro, mientras que yo apenas le dedicaba algún pensamiento desinteresado. Ahora veo mi error, y cuando tengo hambre de saber tanto de Él, no conozco a nadie, salvo tal vez a Myhanene, que pueda ayudarme como tú podrías hacerlo».
«Ven a casa conmigo, cuando nuestro amiguito despierte -respondió ella-, y nos ayudaremos mutuamente a comprender más del amor del Padre de lo que sabemos actualmente».
«Sí, iré con mucho gusto, y así satisfaré otro de mis deseos largamente aplazados».
«¿Es realmente así? -y una suave sonrisa indeterminada iluminó su rostro mientras hablaba-; Los placeres de Su servicio son más que dulzura pasajera, especialmente cuando el ministerio es tan personalmente remunerador».
«Entonces, cierto es que Shakespeare habló por inspiración cuando dijo que la Misericordia
«es doblemente bendita;
Bendice al que da y al que recibe»».
«Tiene que ser así con todos los dones de Dios -respondió ella-, exhalan
una bendición en cada alma receptiva por la que pasan».
Mientras hablaba, Mynanene llegó con un grupo de ayudantes para dar la bienvenida al muchacho después de las penurias que había soportado tan paciente y desinteresadamente. Ya no era ese benigno joven gobernante vestido con la túnica neutra que llevaba la última vez que lo vi, sino que llevaba el resplandeciente atuendo con el que vino a besar a aquellos durmientes en la Coral Magnética para devolverlos a la vida. De nuevo tenía que desempeñar el mismo oficio, y con una bienvenida más que regia despertó a un alma cuyo cuerpo la Tierra ya se había llevado a toda prisa, sin que nadie se diera cuenta y sin duelo, a la tumba de un indigente.
«Lleváoslo de aquí, a coste público,
enterradlo, diseccionadlo o haced lo que queráis;
nadie lo conoce, nadie le echará de menos;
sin hogar y sin amigos, lleváoslo.
Detrás del velo de la muerte, ocultos por las sombras,
los ángeles esperaban en regiones de luz,
esperando ansiosamente para darle los ‘buenos días’,
a aquel que pasó desde la Tierra sin un ‘buenas noches’».
Tal era en realidad la diferencia de condiciones del muchacho: entre la ignorancia y el conocimiento, la humanidad y la divinidad. Los valores, a simple vista, no siempre son impecablemente exactos. Dígale a un entendido el nombre y el tema de la obra de un viejo maestro y estimará con justicia su valor real en cientos o miles, pero el ignorante rústico se apartará con desdén del sucio lienzo por el que no daría ni cinco chelines.
Lo mismo ocurre con la mercancía de las almas; el muy colorido San Dives [hecho «santo», aquel rico de la parábola de Lázaro y el rico] se cuelga a la vista, con la luz más favorable, incluso en una exposición en una iglesia, mientras que Lázaro se deja al cuidado de los perros. ¡Pobre Dives! ¡Feliz Lázaro! ¡Eclesiásticos equivocados! ¡Ignorante humanidad!
Qué absoluta necesidad existe de que se establezca un tribunal de justicia donde reine la rectitud.
Myhanene tomó a Jack de la mano y lo condujo hacia el lado del diván hacia el que estaba vuelto el rostro del durmiente; luego, inclinándose, besó suavemente los labios, que ya se movían como impacientes por expresar la sorpresa del muchacho.
El cuerpo se estiró en toda su longitud, la cabeza se giró a medias, un leve «Oh, Dios» escapó de los labios, luego los ojos se abrieron y el muchacho, desconcertado, se sentó de un salto.
«¿Dónde estoy? ¡Hola, Jack! ¿Vaya? ¿Dónde me he metido?».
«Ahora estás en casa», dijo Myhanene.
«Sí, Dandy, ahora estás muerto, y has venido a estar donde yo estoy», gritó el encantado Jack.
«¿Muerto, Jack? ¡Venga ya! Parezco un muerto, ¿verdad? -en su asombro sus ojos recorrieron el lugar y la compañía que le rodeaba; entonces preguntó-: ¿Qué habéis estado haciéndole al hospital [‘orspickle [ref.]] ?».
«¿No te acuerdas de mí?», preguntó Myhanene.
El muchacho le miró dubitativo durante un instante.
«Sí. ¿No eras tú el médico?».
«No. Piénsalo otra vez».
«¡Oh, sí! Ahora me acuerdo. Dijiste que no me dejarías, ¿verdad?».
«Sí. Luego te dormiste y te traje aquí».
«¿Este es otro hospital entonces?».
«Sí, este es uno de los hospitales de Dios, donde todo el mundo se pone bien».
«Ya estás mejor, Dandy, ¿verdad?», preguntó su amiguito.
«Sí, estoy mejor. Pero Jack, ¿estoy muerto, di claramente?».
«¿Por qué, no te sientes muerto?».
«No, estoy mejor. Me dormí mejor, supongo; y no quería».
«Bueno, tú sí sabes que estoy muerto, ¿no?».
«Sí, tú estás bien muerto, pero, y qué pasa conmigo; yo, yo no lo estoy».
«¿Entonces cómo puedes verme? ¿Crees que estás dormido?».
«No, no estoy dormido -y miró desconcertado a su alrededor como buscando alguna explicación-, pues alguien me ha despertado -luego se volvió hacia Myhanene-; Dime, tú sabes. Dime qué pasa».
«Sí, te lo contaré todo. ¿Recuerdas el hospital?».
«¡Sí, y yo estaba tan mal!».
«¿Recuerdas que me preguntaste si yo era el ángel que iba a matarte?».
«Creo que sí, pero estaba muy mal, ya sabes».
«¿Te acuerdas de Bully Peg?».
«Sí. ¿Consiguió mi dinero?».
Esto le permitió tocar el primer punto de recuerdo, y una parte de su memoria se aclaró, de modo que sin que Myhanene le recordara más continuó:
«Oh, ahora lo sé todo. El doctor le dio la moneda, ¿verdad? Y luego me dijo que tenía que volver, que no me haría daño; pero la señorita dijo que me durmiera, ¿verdad?».
«Sí».
«Bueno, entonces, ¿dónde estoy ahora? ¿Tengo que volver otra vez?».
«No, todo ha terminado».
«Pero aún no estoy muerto».
«¿No lo estás? La enfermera y los médicos dicen que sí».
«Pero no lo estoy, ¿verdad?».
«Por supuesto que lo estás, Dandy; toda la muerte es para ti», dijo Jack.
«¿Lo estoy realmente?», apeló dubitativo a Myhanene.
«Sí, creo que puedes creer en la palabra de tu amiguito. Tú ya sabes todo lo que vas a saber de la muerte para siempre».
«Pero yo no sé nada de eso. No me dolió nada».
«Te dije que no lo haría».
«¿Y puedo levantarme?».
«Sí, queremos que te vayas a casa ahora. Jack te acompañará por un tiempo».
«Y cuando vayas a la Escuela, me llevarás contigo, ¿verdad, Jack?».
«Sí, te llevaré a donde pueda».
«Y debemos ver a Bully Peg, porque quiero saber cómo le va».
Es difícil decir cuánto tiempo le habría llevado la enumeración de sus primeros deseos, pero Jack le dijo que lo arreglarían todo enseguida; entonces, Myhanene condujo al pequeño a la terraza, donde una hueste de nuevos amigos le dio una bienvenida que me temo él se perdió, en el deleite de las mil bellezas que lo rodeaban. Esto se notó especialmente cuando Myhanene, habiendo terminado su papel en los procedimientos, se marchó, acompañado por sus compañeros de su hogar más elevado. Su curso por el aire dejó a Dandy absolutamente mudo de asombro, y nos miraba a todos nosotros uno a uno, como pidiendo alguna explicación del extraño fenómeno.
Sería interesante, si el espacio y la necesidad lo permitieran, seguir el curso de estos dos muchachos por un tiempo, y rastrear el ministerio del que había mejorado tan maravillosamente bajo la instrucción de Eilele, en su esfuerzo por iluminar a su recién llegado amigo con respecto a las características iniciales de esta nueva y sorprendente existencia. Jack ya sabía lo suficiente como para serle de utilidad desde el principio, y Dandy aceptaría sus seguridades con una fe mucho más incuestionable que las de un extraño, mientras que la información impartida siempre estaría al alcance de otros cercanos para corregirla o explicarla si fuera necesario. Así vemos cómo la ley del Cielo condesciende a aceptar incluso el servicio más débil como competente para tomar parte en la obra de la salvación de un alma. Por el momento, el pequeño iniciado tendría que ser conducido suavemente hacia adelante hasta que su mente desconcertada fuera capaz de tocar el punto final del recuerdo, y pudiera conectar inteligentemente el presente con los recuerdos claramente evocados del pasado ─a los que ya me he referido en mi propia experiencia─. Jack era bastante competente para hacer esto mejor incluso que un maestro mayor, y a ello se debe haberle elegido para el trabajo, que debemos contentarnos con imaginar más que con seguir en detalle.
Al registrar este incidente he mantenido mi atención fija en las tres figuras centrales, simplemente porque todo el interés para mí estaba confinado a ese pequeño grupo, y los accesorios circundantes no existían conscientemente en ese momento. La presencia de Myhanene era oficial, y su deber era despertar y dar la bienvenida al pequeño peregrino a la nueva esfera de existencia. Cumplido esto, regresó, y Eilele asumió de inmediato el control en razón de su condición más avanzada.
Los ojos del muchacho seguían clavados en la compañía ascendente que acababa de dejarnos, cuando ella se arrodilló a su lado y apoyó suavemente su cabeza junto a la de él.
«¡Vaya! -preguntó él, sin atreverse apenas a volver los ojos un instante para no perder la visión-, ¿son realmente ángeles?».
«Sí, Dios los envió para darte la bienvenida a casa».
«Bueno, ¿dónde están sus alas, entonces?».
«No tienen ninguna».
«Entonces no son ángeles de verdad».
«Sí, son verdaderos ángeles de Dios».
«Entonces deberían tener alas. Nunca había visto un ángel sin alas».
«Tú sólo has visto antes dibujos de ángeles; y en los dibujos les dan alas para que podamos distinguirlos de los hombres».
«Por eso no los conocía. Pero no creo que ahora sean verdaderos ángeles».
«¿Por qué no?».
«Porque no me cantaron la bienvenida como cantábamos en la misión [edificio religioso]».
«Pero te besaron y te dieron la bienvenida».
«No es eso. Yo quería que…
«se pusieran en pie, al hilo del aleluya,
y me cantaran la bienvenida»; [ref.]
» me gusta más cantar que los besos».
Dandy había hecho suya una idea ortodoxa del Cielo, y a menos que el programa se cumpliera estrictamente según los planes preconcebidos, dudaba un tanto de su autenticidad. Era la ignorancia y la suspicacia de un muchacho iletrado, pero desde la época de su llegada he presenciado la entrada de decenas de adultos instruidos que han planteado la misma objeción ignorante, e incluso han insistido en que no se les recibía adecuadamente.
Tales almas, sin embargo, eran en su mayoría de aquellos que llegaban con las manos vacías, los cansados de entre los campos de la cosecha, que buscaban descanso y lo encontraron.
Versión en inglés
CHAPTER XVII
THE HALLELUJAH STRAND
From the surroundings in which I move I am so conscious of the value of character built upon accurate information that a strong desire prompts me to linger over every detail of my narrative, lest I miss some apparent triviality upon which a mighty issue should afterwards be found to hang. But my difficulty lies in the certain fact that upon every point I am constrained to mention almost infinite possibilities are centred. The germ life in a single grain of wheat is inestimable. Life knows no such differentiation as greater and lesser, these distinctions apply only to its powers of selection and assimilation controlling growth and production. One grain draws the sustenance upon which it feeds and thrives from one source, another from another; and where all have to be equally provided for duty demands that all shall be considered.
This is the terribly startling truth we can never lose sight of. It is this that makes me so frequently reiterate that with us there is nothing small or great, or perhaps I should rather say everything is great and nothing small. Every suggestion I use is weighted with inestimable significance, because I speak of truth, and would gladly tarry to open every seed I scatter and show the potential value of its contents. But my duty is to sow and leave the increase to the future and to God. Still I wish I could sow my thoughts with a pen of living fire, that they might burn and bury themselves deep in the lives of all to whom I speak.
Under the most favourable conditions the law of growth is a wearily slow process, and when we look back to ascertain honestly how much we have already accomplished of our pilgrimage towards God we tremble to speculate as to how long it will take us to reach perfection. The powers of God repose in the nature of God, but we find little of them in ourselves at present. It is the continual recurrence of this fact as I look back from my higher vantage ground that would make me pause, but duty calls me forward, and I must needs obey.
As an illustration that it is simply an environment and not the soul that is changed in the process of discarnation, I may very usefully here introduce the awakening of our little ‘Dandy.’ It is a case of peculiarly marked characteristics, well exhibiting many of the definite points of interest respecting which earth is somewhat anxiously doubtful. It was also the first occasion upon which I had watched the process from both sides, and I was therefore specially desirous to trace how much was remembered and how much forgotten before the little fellow touched the point of recollection where all would become perfectly clear to his memory.
Vaone notified me of the impending event, and when I arrived I found Eilele (the poetess, whose acquaintance we have already made), who was present with Jack, as the nearest friend to offer the first congratulations.
Dandy was still sleeping peacefully, but what an astonishing change had taken place in his appearance since we last saw him! The pinched and haggard look had passed away, and in its place we saw the rounded healthy face of a well-developed lad. There was the suspicion of a smile playing around his mouth, and a kind of nervous tremor as if his naturally vivacious precocity was impatient to exercise itself in new and more favourable surroundings. In the days of the past the preternatural humour of the lad had been mercifully granted as an offset to hardship and suffering, and in his sleep he already seemed to understand or anticipate that he was about to wake and find the shadow had passed away, leaving the sunshine with a brighter sparkle than he had known before.
I looked from the sleeper to Jack, who was actively impatient for his friend to open his eyes and learn that his one great wish had been actually granted. In Jack I saw the first-fruits of Eilele’s devoted training. His still mobile character had yielded splendidly to the moulding of her Christ-like mind, and the lad in every way represented the possible transformation Paradise can effect by its system of adaptive culture. It was only a crude block of individuality Arvez carried to her home when I first met her, but Eilele had worked upon it with skill and genius until the outline of the angel form could already be fairly well discerned. Ah! this divine study of soul sculpture is glorious work indeed!
From Jack my eyes wandered to his instructress, whose face shone with the soft glow of one of her far-away contemplations, but at the moment she raised her head, and our eyes met.
“Is it not beautiful,” she inquired, “to watch the unfolding of such treasures in the garden of the Lord?”
“I wish it were possible clearly to understand the whole of the beauty,” I replied. “As it is we lose so much because we can appreciate so little.”
“I have given up the idea of ever being able to understand the all. My cup runneth over; and I try to be satisfied if I can add to the sweetness of my life’s contents some new, if only faint, idea of the music contributed by each new experience.”
“Can you be satisfied?” I asked.
“No, no! I think mine must be a very restless, daring, aspiring soul.” Then, with one of her meditative outstretches of reverence, she added: “And yet it is not that so much as God’s great love, drawing me ever nearer to Him at a rate that refuses to allow my slowly expanding soul to keep pace with His wonderful developments. Oh, Aphraar, who is able to understand this incomprehensible life into which you and I are but just unfolding?”
“I wish you would grant me an opportunity of speaking to you on these things,” I ventured to ask, encouraged by her inquiry.
“In your earth-life you were so active in the cause of the Master, whereas I scarcely gave a disinterested thought to Him. I see my error now, and when I hunger to know so much of Him, I know of no one, save perhaps Myhanene, who could help me as you might do.”
“Come home with me, when our little friend awakes,” she answered, “and we will help each other to understand more of the Father’s love than we know at present.”
“Yes, I will gladly come, and thus gratify another of my long deferred desires.”
“Is that really so?” and a softly indeterminate smile lighted her face as she spoke. “The pleasures of His service are more than passing sweet, especially where the ministry is so personally remunerative.”
“Then Shakespeare spoke by inspiration when he said that Mercy
“ ‘is twice blest;
It blesses him that gives and him that takes.’ “
“It must needs be so with all the gifts of God,” she replied; “they exhale
a blessing on every receptive soul they pass.”
As she spoke Mynanene with a company of attendants arrived to give the lad a welcome from the hardships he had so patiently and unselfishly borne. No longer was the benign young ruler dressed in the neutral robe he wore when last I saw him, but in the resplendent raiment with which he came to kiss those sleepers in the Magnetic Chorale back to life. He had again the self-same office to perform, and with more than a royal welcome awakened a soul whose body earth had already hurried unnoticed and unwept into a pauper’s grave.
“Carry him hence, at the public cost,
Bury, dissect him, or do as you may;
Nobody knows him, no one will miss him,
Homeless and friendless, take him away.
Back of the death-veil, hidden by shadows
Angels were waiting in regions of light,
Anxiously waiting to bid him ‘good-morning’
Who passed from the earth without a ‘good night’.”
Such was actually the difference in the conditions of the lad – between ignorance and knowledge, humanity and divinity. Values at sight are not always faultlessly accurate. Tell a connoisseur the name and subject of an old master and he will fairly estimate its real value in hundreds or thousands, but the ignorant boor win turn disdainfully from the dirty canvas for which he would not give five shillings.
Just so in the merchandise of souls; the highly-coloured St. Dives is hung on the line, in most favourable light, even in a church exhibition, while Lazarus is left to the care of the dogs. Poor Dives! Happy Lazarus! Mistaken ecclesiastics! Ignorant humanity!
What an absolute necessity exists that a court of justice should be established where righteousness reigns.
Myhanene took Jack by the hand and led him to that side of the couch towards which the face of the sleeper was turned, then bending over he gently kissed the lips that had been already twitching as if impatient to give utterance to the lad’s surprise.
The body stretched to its full length, the head half-turned, a faint “Oh dear” escaped the lips, then the eyes opened, and the bewildered lad jumped into a sitting posture.
“Wheer am I? ‘Ello, Jack! Why! Wheer ‘as I got to?”
“You are at home now,” said Myhanene.
“Yes, Dandy, you are dead now, and have come to be where I am,” cried the delighted Jack.
“Dead, Jack? Get out! I look like a dead un, don’t I?” In his astonishment his eyes roamed round the place and the company surrounding him; then he asked: “Ere, what are they bin doin’ to the ‘orspickle?”
“Don’t you remember me?” asked Myhanene.
The lad looked at him doubtfully for an instant.
“Yes. Worn’t you the doctor?”
“No. Think again.”
“Oh, yis! I remember now. Yer said yer wouldn’t leave me; didn’t yer?”
“Yes. Then you went to sleep, and I brought you here.”
“Is this another ‘orspickle then?”
“Yes, this is one of God’s hospitals, where everyone gets well.”
“You are better now, Dandy, ain’t you?” asked his little friend.
“Yes, I’m better. But Jack, am I dead, straight?”
“Why, don’t you feel dead?”
“No, I’m better. Slep’ mysel’ better, I s’pose; an’ I didn’t want ter.”
“Well, you know I am dead, don’t you?”
“Yes, you’re dead enough, but what about me – I ain’t.”
“Then how can you see me? Do you think you are asleep?”
“No, I ain’t asleep” – and he looked bewilderedly around as if searching for some explanation “becos somebody wakened me.” Then he turned appealingly to Myhanene. “Say; you know. Tell me what’s the matter?”
“Yes, I will tell you all about it. You remember the hospital?”
“Yis, an’ I was so bad!”
“Do you remember asking me if I was the angel who was going to kill you?”
“I think I does, but I was so bad, yer knows.”
“You remember Bully Peg?”
“Yis. Did ‘e get my money?”
This enabled him to touch the first point of recollection, and a portion of his memory became clear, so that without Myhanene reminding him of more he went on:
“Oh, I know all about it now. ‘E ‘ad a tanner from the doctor, didn’t ‘e? An’ then yer said I’d got ter go back, an’ it wouldn’t ‘urt me; but miss said I was to go to sleep, didn’t she?”
“Yes.”
“Well, then, wheer am I now? ‘Ave I got to go back agen?”
“No, it is all over now.”
“But I ain’t dead yet.”
“Are you not? Why the nurse and doctors say you are.”
“But I ain’t, am I?”
“Of course you are, Dandy; all the dead there is for you,” said Jack.
“Am I tho’?” he doubtfully appealed to Myhanene.
“Yes, I think you may take your little friend’s word for it. You know all of death you ever will know.”
“But I doan know anythin’ about it. It didn’t ‘urt a bit.”
“I told you it would not.”
“An’ can I get up?”
“Yes, we want you to go home now. Jack is going with you for a little while.”
“An’ when you go to th’ College, yer’ll take me wi’ yer, won’t yer, Jack?”
“Yes, I will take you everywhere I can.”
“An’ we must see Bully Peg, becos I want ter know ‘ow ‘e’s goin, on.”
How long the enumeration of his first desires would have taken it is difficult to say, but Jack told him they would arrange everything presently; then, Myhanene led the little fellow on to the terrace, where a host of new friends gave him a welcome that I am afraid was mostly lost upon him in the delight of the thousand beauties that surrounded him. Especially was this noticeable when Myhanene, having finished his part in the proceedings, took his departure, accompanied by his companions from his higher home. Their course through the air rendered Dandy absolutely speechless with astonishment, and he looked from one to the other of us as if begging for some explanation of the uncanny phenomenon.
It would be interesting, did space and necessity permit, to follow the course of these two boys for a while, and trace the ministry of the one who had so wonderfully improved under the instruction of Eilele, in his effort to enlighten his newly-arrived friend in regard to the initial features of this new and surprising existence. Jack already knew enough to be of valuable service at the outset, and Dandy would accept his assurances with far more unquestioning faith than those of a stranger, while the information imparted would always be within the knowledge of others near at hand to correct or explain if necessary. Thus we see how the law of Heaven condescends to accept even the most feeble service as competent to take part in the work of a soul’s salvation. For the present the little initiate would have to be led gently forward until his bewildered mind was able to touch the final point of recollection and he could intelligently connect the present with the clearly recalled memories of the past, which I have already referred to in my own experience. Jack was quite competent to do this even better than an older teacher, and therefore his choice for the work, which we must content ourselves to imagine rather than follow in detail.
In recording this incident I have kept my attention fixed on the three central figures, simply because all the interest for myself was confined to that little group, and the surrounding accessories were not consciously in existence for the time. Myhanene’s presence was official, and his duty to wake and welcome the little pilgrim to the new sphere of existence. This accomplished, he returned, and Eilele at once assumed control by reason of her more advanced condition.
The lad’s eyes were still riveted on the ascending company who had just left us, when she knelt beside him and gently laid her head beside his.
“I say!” he asked, scarcely daring to turn his eyes for an instant lest he should lose the vision; “is they really hangels?”
“Yes, God sent them to bid you welcome home.”
“Well, wheer’s their wings, then?”
“They have none.”
“Then they ain’t real hangels.”
“Yes, they are God’s real angels.”
“Then they ought to ha’ wings. I never seed a hangel wi’out ‘em before.”
“You have only seen pictures of angels before; and in pictures they give them wings so that we might know them from men.”
“That’s why I didn’t know ‘em. But I don’t think they’re reg’lar real hangels now.”
“Why not?”
“Becos they didn’t sing a welcome ‘ome to me as we allus sung about at th’ mission.”
“But they kissed you and bade you welcome.”
“That ain’t it. I wanted ‘em to —
“ ‘stand at th’ ‘allelujah in the Strand
an’ sing me a welcome ‘ome.’
I likes singin’ better’n kissin’.”
Dandy had seized on an orthodox idea of Heaven for himself, and unless the programme was strictly carried out according to preconceived plans he was somewhat dubious about its genuineness. It was the ignorance and suspicion of an unlettered lad, but since his time I have watched the arrival of scores of educated adults, who have raised the same ignorant objection and even insisted that they were not suitably received.
Such souls, however, were mostly of those who arrived empty-handed, the weary ones from the harvest fields were seeking rest and found it.