Dios de hecho no habla, por eso muchas de las supuestas canalizaciones de Jesús podrían ser en gran parte una impostura, un engaño.
Nunca hemos escapado de Dios.
Dios siempre se está comunicando mediante sus LEYES, todas ellas amorosas.
Tenemos que tener cuidado de no entregar nuestro libre albedrío a nada.
«Dios quiere» un pleno, alegre, útil uso de nuestra voluntad… porque Él-Ella es eso… plena dicha.
Y al comunicarnos con Dios, la nuestra será cada vez más una voluntad armonizada con su amor… para poder ser precisamente más plenamente dichosa.
Y ello es así si afrontamos por ejemplo los miedos… sintiéndolos, y a veces teniendo que actuar para siquiera sentirlos.
Esa voluntad cada vez se sentirá más libre y poderosa, con certeza… certeza tras ejercer la «fe práctica» en cada vez más ámbitos de nuestra responsabilidad.
Una voluntad cada vez más llena de su amor, al haber nosotros aceptado «su mirada», es decir
la verdad sobre los hechos tal cual, y sobre lo que verdaderamente sentimos…,
su «mirada» en ese sentido
(quizá a través también de la «mirada» de nuestros verdaderos guías, pues tenemos realmente guías (y guardianes), aparte de las otras influencias espirituales -no tan cuidadosas- de las que ya hemos hablado un poco).
Su «mirada» saca a relucir nuestra deshonestidad con nosotros mismos y con nuestros deseos y pasiones verdaderos, etc. Es su mirada sobre todas las cosas… todo nuestro ser.
Nuestra voluntad estará cada vez más llena de todo lo que es Dios, al nosotros aceptar dinámicamente lo que Dios ve sobre nosotros (la verdad), y no nuestras imaginaciones sobre lo que somos.
Él, Ella, ve todo tal como es… y nosotros, al recibir imágenes en nuestra mente por ejemplo de lo que no queremos sentir… o de lo que no queremos ver…
al recibir eso (como ya sabéis),
pensamos que nos juzgan y cosas similares (proyectamos contra la vida, contra Dios, etc.).
Y eso es básicamente porque tenemos miedo a sentir, y simplemente sentir (no somos humildes, en ese sentido de humildad que vemos en el punto A.2).
Hemos de sentir esos miedos sin más.
Evitamos precisamente lo que se nos da en la relación con Dios… lo evitamos (evitamos lo evidente) a menudo para no sentir lo que hay debajo… con inocencia.
Dios solo «quiere» nuestra libertad, y la relación con Dios hará que seamos más íntegros.
Los obstáculos que ponemos a poder recibir más Dios se nos van a mostrar en la oración, y en la vida (ver sobre ello el tema de la ley de la atracción, punto A.5), aparte de los que se muestran en nuestro comportamiento, en cómo evitamos lo que evitamos, etc…. Son esos obstáculos frente al acceso del amor divino que siempre está queriendo dar.
Es decir, en caso de que Dios dijera algo… sería algo así:
«no tienes motivos para no «ejercer» todo tu deseo apasionado para contactar conmigo».
Y diría:
«esta relación te merece la pena, pues soy el creador de todo el mecanismo, de todas las leyes, etc., que te permiten gozar del reconocimiento de tu alma en mil planos diferentes…
Y, por lo tanto, desde mi canal te va a llegar obviamente todo lo necesario para que seas como yo soy, pasito a paso, al ritmo que verdaderamente es y quiere tu alma».
Esto es la oración, tal como empezamos a ver, a abrirnos en este camino:
Es anhelar cada vez más sinceramente la relación con Dios…
y para eso hay que desear fervientemente sentirlo todo con humildad,
y hay que desear fervientemente la verdad.
Pues lo que tenemos en el alma son todo eso que empezamos a ver:
sentimientos, deseos, creencias… que no queremos procesar… que subyacen a actos propios y ajenos… y que subyacen a las impresiones emocionales, a las grabaciones emocionales (desde que nos concibieron)… y que están en desarmonía con el amor,
Todos realizamos actos y guardamos emociones, continuamente, que no honran nuestra esencia… nuestras pasiones y deseos más alineados, etc. Eso es el «pecado» por antonomasia, es decir, la desarmonía con respecto al amor: es esa actitud continua de no honrar nuestra voluntad, de no ser responsables, y responsables cada vez en un sentido, digamos, más divino.
La oración, o si se quiere decir así: el «trabajo espiritual», es pues fácil de describir.
Otra cosa es que realmente lo hagamos más, pues para empezar en realidad ni siquiera se suele querer creer (emocionalmente, sentidamente):
– que Dios existe,
– que Dios -nada más y nada menos que el mismo Dios-, puede y quiere tener directamente una relación con nosotros,
– que ese Dios sea solamente amoroso,
– que la relación con Dios vaya a servirnos personalmente para algo,
Así es que… con toda esa «carga»… imaginemos 🙂 .
Entonces, como sabemos, es irse abriendo a pedir lo que subyace también a cada rasgo de nuestra máscara, cuando lo detectemos.
Es preguntar con actitud inocente, con humildad para sentir… (pues eso es, evidentemente, una relación… bien sea a la vez con los guías de verdad, y con Dios que en realidad no habla).
Humildad para poner los ojos en nuestros rasgos, los eventos de la vida, las creencias… y sobre todo en las emociones que subyacen a todo ello, preguntándose siempre por ellas…, y cada vez más «con Dios».
Y ser honestos con los sentimientos que hay ahí, tras los errores en los conceptos, en la máscara… para poder visitar realmente el yo herido… ese yo que atesoramos…, y ese que no se nos puede «robar», pues somos libres.
Es abrir poco a poco espacio para que lo pueda llenar el amor divino. Pero, ante todo, aceptar la máscara… aceptar que no queremos tocar el yo herido…, etc. (Ver el punto A.3 en la página principal.)
A veces hay que aceptar rasgos de la máscara, como por ejemplo el de que realmente queremos estar mal.
Nos engañamos mucho con respecto a la máscara… montamos más lío no aceptándola.
Aceptar todo eso sin miedo, inocentemente, para poder empezar a sentir lo que hay debajo,
Y que se vayan tapando los agujeros emocionales a los que somos adictos con cierto gusto, todos, de alguna manera.
Todos estamos a cada rato tapando emociones, creencias deseos, etc., que están en desarmonía igualmente… todos somos deshonestos, es el estado por defecto en este planeta donde el maltrato y el miedo se contemplaban como lo normal e incluso lo «adorable».