Una introducción a «la verdad divina»

[Versión 1.01. 29 junio 2023]

Hola, aquí Iván. Estamos a 29 de junio del 2023, y valga este escrito a modo de introducción a muchas cosas que hemos visto durante este tiempo, y que quizá puede servir para algunas personas «religiosas», ahora que lo pienso ─aunque también aludo a lo más básico de lo que llaman «filosofía»─.

Me salió como comentario, es decir, me surgió al ver un poco un vídeo de youtube, donde alguien hacía una pregunta, y quise responder. Pero al final tiendo un poco a contar «todas» las verdades básicas que vamos comprobando ─por lo aclarador que fue esto para mí y para más personas─.

Como comentario es muy largo; es decir, no sé cómo lo colocaré en respuesta a ese otro comentario. Era un vídeo de una charla dada en el 2019 por Carmen Herrando, que se puede encontrar en youtube y trata sobre Simone Weil (habla sobre «el legado místico»).

Este sería el «comentario», aunque ya muy re-elaborado:

Hay gente que quiso ayudar a los desfavorecidos empezando en el ámbito digamos político-material, pero terminó dándose cuenta de la importancia de lo que a veces llamamos «espiritualidad»; o sea, las cosas del alma; incluso la importancia del controvertido tema de Dios; o de la relevancia del amor en general… de nuestros problemas con los deseos ─que son vitales─ y la patente necesidad de «purificarlos», etc.

Podríamos decir que Simone Weil es un caso paradigmático, al estar además tan bien «documentado».

Entre otras cosas, a bote pronto, diríamos que lo que ella quería en la vida es sobre todo ayudar de verdad a los «desfavorecidos» ─de verdad─. (Eso se ve claramente en lo que escribió, en lo que dice.)

Pero ¿cómo hacer tal ayuda, y que sea algo efectivo? Esto no es  «inmediato».

Y que no sea algo inmediato lo podemos comprobar cualquiera que miremos un poco lo que realmente sucede con los partidos políticos, sindicatos, etc.

De hecho, yo todo esto lo empiezo a entender ahora… o bien, más rimbombante y vulgarmente expresado: Es ahora que empiezo a «entenderlo todo», tras 49 años ─que ya me ha costado (!)─. 🙂

Empecemos por el principio… o por un principio a todas luces relevante, y ya que hemos tratado de esto un poco en algunos otros audios y textos por aquí:

Lo que llaman «tradición occidental» casi empieza con Sócrates, digamos.

Y la actitud socrática es «primero el cuidado del alma».

¿Alma?

Es decir, primero el cuidado o la observación de lo que nos anima, de la vida, en ese sentido (deseos, emociones, intenciones, motivaciones…).

Entonces, aceptemos que eso importa, y que es «primero» ─que es primero el «cuidado de sí mismo», en ese sentido─.

Y esto en realidad se entiende muy bien, pues alguien que se siente infeliz haciendo lo que sea, por muy bueno que sea eso que hace, es decir, por muy bien que «esté» lo que hace («idealmente»), si la persona es en el fondo infeliz, estará de algún modo emitiendo eso (como alma), o lo estará emitiendo sobre todo, o también...

Emite, emitimos, más bien eso, por lo que parece… lo emitimos al entorno… si hacemos algo no del todo convencidos, y si por tanto no terminamos de sentir y desafiar todos los miedos que nos vayan surgiendo al paso ─si lo hacemos «por el qué dirán», para «aparentar», o en la mera inercia y zozobra de estar huyendo de nuestros verdaderos deseos, en vez de afrontarlos y sentirlos de verdad, etc.─.

Esa sería una infelicidad que, por cierto, sería en general algún miedo disfrazado; o, mejor dicho, sería un «vivir en el miedo» más o menos disfrazado de bondad; sería un uso de los demás para no tener que atravesar y superar realmente el estado de mi alma ─para no crecer─.

Es una infelicidad en la que todos estaríamos, en alguna medida, por lo que voy comprobando ─aunque estemos ahí más o menos de tapadillo, eso sí─.

Y ya sabréis algo que creo que dijo aquel, en varias «parábolas»; es algo que se conoce desde hace mucho, en muchas religiones ─y en el mundo espiritual y en el físico─:

Lo que se siembra, se cosecha (ley de compensación*).

Pide y se te dará.

Y si estamos «siendo infelices» y no anhelamos de corazón otra cosa (con o sin Dios en ese anhelo, por cierto); es decir, si no tenemos ese anhelo de otra cosa pero para nosotros como amor por nosotros mismos (y que por tanto es algo a nivel del alma o «corazón»)… entonces la estamos liando, pues en el fondo estamos «pidiendo infelicidad».

Es decir, nosotros como alma estaríamos haciendo en realidad eso, aunque los demás eventualmente se alegren mucho ─por ejemplo─ por lo que hacemos o dejamos de hacer.

Y, por cierto, de ahí provendría toda nuestra glorificación del sacrificio, etc. Cosa esta, rasgo este, de muchas religiones, que seguramente era lo que no incitaba a Simone a terminar de sumarse a «la religión» completamente ─a la religión que fuera─, y ello por mucho que ella también viviera todavía bastante en el sacrificio y en la culpa como cosas «no depuradas» (aunque no habría ni sacrificio ni culpa «puros», pues son básicamente autoengaño: Dios no tiene que sacrificar nada para «hacer el bien», y la culpa es muchas veces una excusa más para no sentir y traspasar nuestros errores emocionales más profundos ─por ejemplo, la vergüenza sexual transmitida incluso desde que estamos en el útero por nuestras madres, padres, abuelos, etc.─).

El alma, lo que anima, lo que mueve, es en cierto sentido de grado «superior» a lo animado (sin por eso justificar ninguna «superioridad» personal, aclaremos ya).

El alma habría sido creada por Dios «directamente» ─por así decirlo: «directamente»─.

Y el alma es la sede de nuestra «consciencia de sí mismo», del libre albedrío, etc.

El alma gobierna, en cierto sentido, todo aquello que está bajo su «dominio» (y, por cierto, ese sería el sentido de aquello de ─parafraseando─…: «heredar y ‘dominar’ la Tierra y sus criaturas»).

Físicamente esto parece evidente: Uno elige cuándo mover el brazo de «su» cuerpo, pero lo elegiría de otra manera a como se da la elección que parecen hacer los animales, que sería una elección sólo aparentemente voluntaria.

Es decir, si estamos bien**, el brazo no se mueve por sí solo, como es lógico.

Y luego, el problema viene de nuestras adicciones emocionales y físicas, claro está (o «tentaciones», como también las llamamos), cosa que, por supuesto, lo enturbia todo, y por ello a menudo nos parece que no tenemos libre albedrío a nivel de las emociones, deseos, etc.

Entonces, esa «actitud socrática» habría sido en gran medida traicionada***:

Por un lado, traicionada por la intelectualización directa, que, por supuesto, nos hace poner el ánimo, el alma, en último lugar ─casi siempre─.

Pero por encima del alma no ponemos solamente una banal intelectualización de todo… sino algo más amplio que esa mera intelectualidad (y por eso este gesto de poner abajo el alma es algo que impera también en las religiones, o en las espiritualidades «nueva era», etc., aunque no lo parezca ─por cierto─).

Por encima del alma ponemos algo a lo que no le toca estar ahí, por diseño: lo que podemos llamar mente material, y que en realidad es a su modo «espiritual», pues nuestro cuerpo-espíritu es más ágil «mentalmente».

¿Por qué decimos esto así? Porque la «mente material» también incluye cosas como las emociones de autoengaño: el mero lamento, por ejemplo; o una «mera esperanza», en el sentido «malo» de ese concepto de «esperanza» ─que a veces lo tiene─, etc. ****

(Por cierto, el gesto de esta intelectualización concreta de la que hablamos creo que básicamente es de raíz aristotélica, en esta tradición. *****)

Y ese enfoque de Sócrates es traicionado cuando se rechaza que lo ético-moral también entra en el ámbito de lo sujeto a leyes, a leyes muy precisas, es decir, perfectas.

Es decir, nuestro supuesto sería que se puede construir un discurso y un diálogo plenamente racional sobre el tema, y además radicándolo en el alma y con toda lógica y «precisión coherente que se amplifica» (y por cierto, supongo que será por eso que Simone Weil tuvo la intuición aquella sobre el «desastre» que fue que en esta «tradición occidental» se separaran el estoicismo y el cristianismo).

Entonces, y aunque haya que ver bien cómo es eso de que ese ámbito esté sujeto a leyes… lo estaría, plenamente ─tal como todo lo estaría─.

Pero ahora… además ─y esto es muy importante─…:

Está sujeto a leyes naturales, sí (el alma). Pero cuando hablamos de alma, hoy en día, también hablamos de un fenómeno que por ejemplo en el cristianismo llaman «la gracia».

Ese fenómeno, en realidad ─si realmente es el relativo a Dios─ sería relativamente nuevo para el planeta.

Es decir, la «gracia» se habría dado como fenómeno solamente a partir de que Dios lo inició en Jesús, en esa alma.

Pero cuidado: somos iguales en potencia a Jesús, pues todos somos «hermanos»; y sólo sucede que unas personas pidieron personalmente amor a Dios, y tuvieron éxito en ello; y otras no tuvieron ese deseo, o bien no pudieron satisfacerlo debido a que tenemos muchos bloqueos y creencias falsas sobre Dios, etc. (pese a que nos digamos que lo deseamos un poco, o mucho, o lo que sea).

(Y por cierto, en principio esa sería la única diferencia real entre las personas ─como almas─; pero, insistamos: el potencial es el mismo para todos ─al menos por ahora─.)

Lo que Dios inició (gracias también, por supuesto, a la voluntad persistente de Jesús ─la de aceptar el regalo, etc.─), lo que inició Dios… sería la posibilidad de dar personalmente amor a un alma humana, y así, de poder dárselo después a todas las almas que lo deseen puramente en algún momento (sea como sea su condición, más o menos «oscura»), mientras siga abierta la posibilidad de recibir tal regalo.

Así pues, el alma humana puede ─por ahora─ recibir amor de Dios.

El amor de Dios no es el amor natural, y no todos lo habíamos recibido cuando hablábamos o tratábamos ─mucho o poco─ de las «cosas de Dios», o de «cosas espirituales», por ejemplo (y daba igual la cantidad de tiempo que nos pasáramos en esos temas, ya sea en el marco de las religiones o las espiritualidades varias).

Por mucho que invirtamos «en lo de Dios», lo que al final importa es el ánimo que realmente cultivamos haciéndolo (y haciendo lo que sea en general, pues el alma «es lo primero», pues es lo que creó Dios «directamente», digamos, y las leyes que la gobiernan tienen precedencia sobre el resto: compensación, etc.; todo estaría para servir a la liberación del alma humana, pero como alma ─su redención, se llama, propiamente hablando─).

Entonces, el fenómeno de la gracia también está sujeto a leyes.

Esas leyes serían de rango superior. Las podemos llamar «leyes del amor divino», pero son eso, son igualmente leyes (como estamos viendo en estas enseñanzas de «la verdad divina» ─ver nota al final del apartado de notas─).

Es decir, por ejemplo los supuestos «milagros» serían pues simplemente el resultado de la «acción» de leyes de nivel superior.

Esas leyes superiores abarcan, «superan», a las leyes naturales donde no está Dios personalmente, es decir, con amor directo personal, digamos (esas leyes de lo literalmente «sin Dios»: de compensación, etc.).

Por cierto, muchos «milagros» al parecer no ocurrieron realmente, o bien, no son lo que les parecía a quienes los vivían; no son lo que pensaban que eran (pero de todos modos seguiría siendo cierto que «con Dios todo es posible», en cierto sentido).

Este tema de «superar» ─de «leyes que superan»─ es el mismo fenómeno que el que se da en el ámbito físico (de nuevo tenemos la simple belleza de la simplicidad de la creación):

Hay leyes físicas de nivel más «especializado», o «complejo» (aerodinámica) que nos permiten «superar» la ley de la gravedad (y volamos cuando queremos, y ─cada vez más─ «como queremos»).

El alma está sujeta, pues, a leyes muy precisas; son por un lado las naturales de su ámbito, y por otro lado son las del amor de Dios, si es que entra Dios personalmente en juego en las vidas humanas.

Y recordemos: Dios no puede imponerse, pues el amor no tiene absolutamente nada que ver con la obligación, el sacrificio, la «obediencia» tal como se suele entender ésta, etc.

Esas leyes posibilitan entre otras cosas el libre albedrío de todos:

– de todos al máximo;
– de todos a la vez
─y «todos» aquí significa todos en el mundo espiritual y en este mundo físico─.

(Por cierto, este gesto de «semi-traición a Sócrates», o sea, la traición de la «sobre-intelectualización», parece que lo representa típicamente Aristóteles.)

El mero principio de la navaja de Ockham (ese principio que tanto gusta a veces a supuestos escépticos «científicos», o pro-científicos ─seudo-escépticos en realidad)… ese mismo principio de «simplicidad»… si lo pudiéramos llamar así… ya indicaría que vamos por el buen camino con lo que estamos viendo aquí, pues lo más simple sería que lo que sucede físicamente con las leyes se extendiera a todos los ámbitos; que se extendiera el hecho que constatamos con claridad en lo físico: hay leyes naturales permanente y maravillosamente precisas para lo físico.

Y, entonces, es lógico ─es simple, es bello, es bueno, etc.─ que también haya leyes para todos los ámbitos ─incluyendo el del alma; es decir, el de lo emocional─, por simple «continuidad».

¿Leyes para eso?

Sí; leyes para la relación entre:

– por un lado nuestros estados de ánimo (y por tanto lo que pasa en el nivel del ánimo o alma),

– y lo que vivimos, lo que experimentamos; y cómo lo vivimos, lo interpretamos; cosa que hacemos, por cierto, en gran medida mediante nuestra «memoria» que en el uso en el nivel corporal físico es algo que ya está digamos que bastante «viciado»; es decir, que ya está bastante distorsionado ─digamos─ por el hecho de tener que vivir mucho tiempo en el miedo (el miedo «absorbido» en el alma, es decir, bloqueado en el alma ─y desde muy pronto en la vida).

Y es lógico que podamos comprender, asimilar esas leyes, si el alma es racional en su misma esencia, pero «racional» en un sentido muy fuerte, muy profundo, pues la comprensión radicaría siempre, en realidad, en esa realidad sustancial del alma, que está en muchos sentidos «más allá de las palabras»******.

Eso nos pasa al no saber cómo «volver a ser como niños» (eso tan célebre, que dijo aquel).

Y lo que sucede es que el miedo es absorbido, decíamos… pero también son bloqueados ahí ciertos tipos de «vergüenzas», ciertos tipos de «penas/duelos que quedarían por hacer», etc…. (con el miedo a sentir muchas de esas cosas, etc.).

Todo eso se queda bloqueado «dentro de nosotros». Así se va endureciendo el «corazón», o sea, el alma, por mucha fachada espiritual ─o fachada en general─ que a menudo llevamos puesta.

Y el alma es la fuente de nuestra experiencia, pues gobierna las cosas, aunque no lo parezca.

Así, entonces, todo eso queda absorbido y acumulado ahí; se queda «por llorar», y necesitamos hacer el duelo por lo que nos vimos obligados a sentir (y sobre ello, por cierto, luego nos vimos así como muy obligados a creer… o nos terminamos sintiendo así como muy obligados a creer… en muchas cosas que son en realidad falsas ─por encima de esa absorción o bloqueo de intensas emociones, ponemos muchas y muy variadas creencias, apegos («mi» hijo/a), etc.─).

Y todo eso lo empezamos a absorber desde que estamos en el útero; aunque también lo hacemos con ─absorbemos─ algunas cosas positivas, claro está (lo cual sería una verdadera absorción, pues al bloqueo de cosas que no son armónicas con el amor parece que no lo podríamos llamar realmente «absorción», ya que esas cosas ─miedos, etc.─ tienen «fecha de caducidad» en el alma, para el alma de cada cual, personalmente).

He ahí la razón de que el tema del «pecado original» sea en realidad algo muy concreto: Es algo muy concretamente transmitido de generación a generación, y principalmente se transmite a través de la primer alma o ánimo en el que habitamos todos cuando somos niños ─unos niños que son auténticas «esponjas» emocionales─: la madre biológica (como alma).

Ese «pecado original» es pues técnicamente tratable, «objetivable».

Pero ¿qué sucede? Con nuestros modos de criar, de «educar», etc., no permitimos su tratamiento, o lo obstaculizamos (no lo permitimos del todo, nunca).

No permitimos que los niños liberen mejor su alma, liberen mejor ese nivel del ánimo; es decir, que suelten todo ese literal horror que todos nos vemos obligados a absorber, y «sin poder hacer otra cosa», pues… ¡hemos de empezar con algo!, ¡y hemos de seguir viviendo!

O sea, para siquiera empezar a vivir, ya tenemos eso. Es decir, lo tenemos como bagaje ya sólo para poder empezar a aprender sobre el amor; ya tenemos esa carga, y que no ha sido algo inventado o creado por Dios.

Por cierto, eso sería vivir: «Aprender» (a nivel de la asimilación del alma) sobre el «cuidado» (el amor) de uno mismo, de los demás y del entorno; y ello, claro está, mediante una «absorción» más o menos real; es decir, gracias a una comprensión efectiva de ello (es decir, con una comprensión en el alma: de corazón ─y no «de fachada»─).

Para hacer eso, todos partimos, pues, de una base ya «viciada».

Y eso, ese error, lo cometemos así con los niños porque nos gustan… ¿qué tipo de cosas?

Nos gusta que «los hijos» (o los prosélitos, o súbditos, o lo que sea… pues sería el mismo fenómeno ─en su base, en su base «herida»─)… nos gusta que los niños y «súbditos» sean a nuestra imagen y semejanza ─ya sea que esto lo admitamos más o menos; y ya sea que esto lo admitamos con más o menos vergüenza, etc.─.

(Esto es una gran adicción emocional, este «deseo».)

Y por cierto, a los que la tradición llama «Adán y Eva», eso mismo sería a ellos lo que «les gustaría» para «sus» hijos: Que «sus» hijos fueran básicamente «suyos» ─y con muchísimo orgullo─. Es decir, que «sus» hijos se sometieran a unas creencias ya no tan armónicas con el diseño de Dios.

Y es que esa «primer alma completa» encarnada, la que habría sido la primera en encarnar en este planeta, al parecer quiso «quedarse con la creación» (la Tierra), sí, pero básicamente ya de modo «torcido», es decir, en gran medida para alimentar cierto orgullo, etc.

Y esa creación ─oh, casualidad 🙂 ─… incluía a «sus» hijos.

En general parece que ellos dos quisieron «dominar», pero dominar no ya en un sentido digamos que armónico con el amor y la verdad de Dios; es decir, en un sentido que está en disonancia con el diseño del alma.

Una vez que rechazaron el amor de Dios, ya no querían hacer todas las cosas armónicamente con el diseño de Dios, o sea, con la verdad, con los principios que animan las leyes naturales «hechas» por Dios.

Y lo que ellos querrían… lo querrían «muy lógicamente», pues en aquel momento el estado terrestre era al parecer «paradisíaco».

Y por cierto, es lógico que fuera paradisíaco, pues Dios, si Dios realmente es amor ─cosa comprobada por muchos─, no tendría la mala leche de plantar a seres como nosotros ─a seres tan conscientes de sí mismos, tan capaces de tantas cosas, etc.─… no tendría la mala uva de ponernos en ámbitos ya degradados, es decir, allá donde ya viéramos «reflejado» en ese entorno un miedo que en realidad no tendríamos las almas humanas todavía (de hecho, sería imposible, esa idea, en este esquema; la idea misma es un imposible, por cierto ─y gracias por ello a Dios 🙂 , gracias… por cierto─).

Así pues, hay leyes en ese delicado ámbito… Pero… PERO… PERO… redobles de tambor…:

Tenemos la excusa (y la realidad) del libre albedrío (esa cualidad que estaría situada a nivel del alma).

Es una excusa, decíamos, pues claro está que no hay leyes que valgan para restringir del todo el libre albedrío de la gente.

Y este es, por supuesto, «el problema de siempre»: la necedad.

La necedad es nuestro deseo de querer hacer algo que duele (que duele en el alma, y que a la larga será degradante y creará muchas consecuencias, pero no sólo a nivel individual, sino también colectivo, si mucha gente degrada su alma, pues las leyes naturales han de mostrar la condición degradada del alma a los humanos, para que puedan sanarse, al menos mientras no se «sometan» a las leyes superiores, las del amor divino, donde de algún modo puede superarse la ley de compensación, etc.).

Han tenido que pasar en mi caso muchos años para entender esta simple palabra: necedad. Dolor ha costado, y no era necesario. Pero eso hacemos: debido a nuestras heridas emocionales vamos en la zozobra vital y a veces muy «vitalista» (ingenua) de querer experimentar por cuenta propia todo lo que podamos… para experimentarlo «por nosotros mismos», etc. Vivimos en esa herida de cierto orgullo, y cosecharemos lo que sembremos.

Por eso en el fondo la filosofía es inseparable y siempre será inseparable de, por un lado, la política, y de, por otro lado, la «espiritualidad» en general.

Entonces, sí… también hay leyes «para las cosas emocionales»; es decir, para esa relación de la que hablamos arriba. Y doy fe de ello, mismamente porque instigué un aborto y conozco las consecuencias, etc.

feliz navidazz
Iván


* Una ley de compensación que en parte disfrazamos con lo del karma, y diversos «exotismos» digamos que a modo de sucedáneos (como el «exotismo» algo orientalista que debió de seducir a Platón en sus viajes a Sicilia, por lo que vi ─quizá fue algo así─, ya que ahí se dice que habría tenido algún contacto quizá muy intenso con grupos de personas que se autodenominarían «pitagóricos» y/o «órficos», etc.).

** Dije: «si estamos bien»: es decir, si no estamos tan heridos como para que tengamos mucha influencia de espíritus (que insistamos: son simples desencarnados, como todos seremos). Esa influencia se da a través de nuestras heridas emocionales (o «agujeros» o debilidades del alma), y puede hacer muchas cosas:

– cosas extremas como por ejemplo «inspirar» a cometer asesinatos o suicidios (por eso sería que algunos asesinos oyen voces con el mandato de matar a tal persona, etc.);

– o puede anestesiarnos un poco, o mucho…, esa influencia, e incluso puede dar «recompensas» de «buenas energías», etc., cuando «somos buenitos» (buenitos para los objetivos de x espíritus o grupos de espíritus), etc.

Esos «agujeros», por cierto, son mostrados en nuestro cuerpo-espíritu (el que a veces llaman «energético», también), y reflejan la condición real del alma ─la reflejarían digamos que sin tanta «cosmética»─.

Y los espíritus ven esos agujeros al parecer muy bien, y los pueden usar, o tratar de ciertas maneras para intentar influir sobre el nivel físico y satisfacer adicciones diversas, con más o menos buenas intenciones ─que sería lo mismo que lo que sucede en la Tierra, por cierto, en lo físico; o sea, entre nosotros los encarnados, con nuestras co-dependencias emocionales, etc.─.

*** Y, por cierto, claro está, Sócrates no sería el único «sabio» griego, o de otras civilizaciones, que habría intentado esa «verdadera semilla de sanación», «a la manera del alma» y de su libre albedrío.

**** Este autoengaño es también asistido por espíritus, que, insistamos, son meramente desencarnados. Todo el mundo seremos un desencarnado, pues nadie muere; nadie muere, pero otro asunto sería la eternidad «de verdad», ya que para tener una vida eterna real habría que recibir y pedir amor a nuestro Papi o Mami, el real, Dios.

Eso no es lo mismo que recibir cuidados o amor por parte de unos desencarnados que a veces nos pueden parecer «muy divinos», pues de hecho «brillan» mucho si están en dimensiones algo superiores.

En la Tierra, básicamente con una presencia como espíritus, siempre habría habido desencarnados muy brillantes, pues tienen mucha movilidad. Algunos tienen incluso un estado «adánico», es decir, un estado de perfección en amor natural, y, por tanto, tienen muchos «poderes», son muy amorosos, etc. Aun así, todos ellos están en algún tipo de engaño, y a los más elevados sólo les queda este error: puede ser que crean en la creencia falsa de que no necesitan a Dios para seguir progresando (progresando de verdad, y hacerse eternos de verdad, etc.).

***** Aristóteles… para unas cosas será genial… para otras no lo sería tanto.

****** La realidad del alma estaría en muchos sentidos «más allá de las palabras», porque por ejemplo el concepto de «palabra» también incluye el sentido de «promesa»; pero el alma no sería ninguna «promesa», sino nuestra realidad verdadera como seres creados por Dios. (Otra cosa sería su eternidad, como vimos arriba.)

Nota general:
En este texto estoy usando muchas de las cosas vistas en las enseñanzas de lo que podemos llamar «la verdad divina» (divinetruth.com), que están dadas por el alma completa de Jesús y María Magdalena, que viven ahora en la Tierra, aunque no exista la reencarnación al uso. Aunque no existe la reencarnación tal como se piensa, ellos y otros pocos han querido y han podido volver a cuerpos físicos, como personas más o menos normales. Es decir, en el 1962 se abrió esta nueva especie de posibilidad para el planeta, para todas las almas del mundo físico y espiritual, aunque como nos cuentan ellos mismos, parece que volver así al planeta, tal como está ahora, es muy desagradable en general para un alma que no sólo ya estuvo en unidad con Dios, sino habiendo progresado hasta la «fusión» con su alma gemela.