A través de las nieblas | Capítulo 7: La puerta de la esperanza entreabierta

Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo:

* ¿Deseo puro?
* ¿»Lo bueno» procede de Dios?
* ¿Con los regalos o dones o talentos «viene la responsabilidad»?

─ Versión en español
─ Versión en inglés

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Introducción

Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/

Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en la página).

Para los audios:

En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo ya está allí enlazado. Como en otros, hago un largo comentario al final del audio, tras la lectura del texto, para ver algunas ideas importantes, y a veces para aclararnos con algunas cosas. También comento las notas al capítulo (ver abajo), cuando las hay.

Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepL, google, etc.) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.

Notas al capítulo

(Aquí sacaremos algunas cosas del material de Divine Truth donde se habla sobre este capítulo en grupo:
20120620 Through the Mists – With Mary – Chapter 7
https://www.youtube.com/watch?v=RX9oJZMQVxQ )

¿Deseo puro?

Evidentemente, entre otra cosas, el capítulo gira en torno al deseo. Puede que entonces nos detone algunas cosas sobre eso en nuestra vida.

Normalmente no nos quedamos en el deseo puro, no permitimos humildemente que alcance su plenitud, si es que llegamos a sentirlo. Y con eso, por ejemplo lo convertimos en seguida en algo a lo que nos aferramos, y por tanto se convierte en adicción o expresa adicciones emocionales.

Así, al no permitirnos la plenitud del deseo, también impedimos que Dios nos enseñe que en realidad a menudo no se trataba de un deseo puro (y nos lo enseña via Sus Leyes, via Sus Sentimientos, via los guías, etc.).

Nos impedimos aprender entonces sobre nuestra alma (nuestra personalidad única es la fuente de los deseos puros). Nos impedimos crecer, desarrollarnos.

O bien, si era puro, si no sentimos y expresamos, nos impedimos obtener realmente el resultado, el que intrínsecamente conlleva, ya que un deseo puro, plenamente sentido y «actuado», conduce a la obtención de lo sea que deseemos.

Fijémonos, un deseo, si es puro, no puede ser malo si el objetivo previsto es realmente amoroso (cosa que puede que no sepamos del todo), ya que, si el deseo es puro, en el deseo por ejemplo no está escondido subrepticiamente ningún otro fin, como pueda ser el objetivo de «evitar mi miedo», «evitar confrontar mi vergüenza», etc.

El deseo puro no quiere conseguir otras cosas además de lo que desea; por ejemplo, no quiere conseguir seguir alimentando una adicción emocional.

Por ejemplo, los deseos (impuros) de tener sexo: Normalmente estos deseos esconden objetivos subrepticios:
─ «sentirme valorado»,
─ «sentir que alguien me quiere»,
─ «sentirme con poder»,
─ «sentirme poderoso y controlador de otra persona, o controlando una situación»,
─ «evitar sentir mi vergüenza sexual»,
─ «seguir en rebelión por lo que me pasó en la infancia (abusos, etc.) y que no quiero sentir», etc.

(Recordemos que esto no es una condena del sexo, ya que todos tenemos un alma gemela, solo una, que es nuestro mismo ser, nuestra «otra mitad», y de forma natural es con ella con quien deseamos puramente tener intimidad, en la tierra y en el mundo espiritual.)

¿»Lo bueno» procede de Dios?

Por otra parte, ¿en qué sentido todas las cosas buenas proceden de Dios?

Dios habría creado nuestra alma, con sus potenciales, y por tanto todo lo que potencialmente podríamos experimentar y que esté en armonía con Dios (con el amor y la verdad), procede de Dios.

Es decir, el «regalo» inesperado que recibe la persona que aparece como ejemplo en el capítulo ─que recibe 10.000 libras inesperadas─, eso, el regalo, es disfrutable sólo porque Dios nos creó como almas que pueden disfrutar de un universo gratuito (!), y experimentar cosas como la «abundancia», etc.

¿Con los regalos, dones o talentos «viene la responsabilidad»?

Por otra parte, ¿en qué sentido «con los regalos o dones viene la responsabilidad»?

La responsabilidad de ser humilde y sentir: sentir los regalos hasta el final, plenamente, como regalos, dones, talentos. En sociedad, donde a menudo somos quejicas, exigentes, con expectativas, etc., estamos más ocupados a menudo en exigir todavía más y más regalos, antes que en reconocer, sentir, agradecer de manera responsable y alegre lo que recibimos y que a menudo damos por hecho ─como un dato, lo damos por descontado─.

Versión en español
CAPÍTULO VII
LA PUERTA DE LA ESPERANZA ENTREABIERTA

La multitud se había marchado, la sala estaba casi vacía, los todavía desconcertados iniciados habían recibido las felicitaciones de sus amigos personales y se habían retirado al hogar del que habían sido tan recientemente sacados, quedando los tres jefes como los únicos ocupantes de la arena; pero yo permanecía en mi asiento, abrigando una esperanza que no expresaría a mi compañero a causa de su audacia, pero pensando desenfrenadamente que podría ser gratificada por alguna circunstancia fortuita o coincidencia inimaginable. No podía considerarme responsable de su presencia, ya que vino a mí sin haber sido solicitada, inesperada y sin estar preparada, una de esas súbitas incursiones del deseo que, llegando como una inundación, se lleva el corazón en su torrente antes de que la resistencia sea posible, incluso si fuera aconsejable; pero cuando llegó, y me di cuenta del placer de su anticipación, no tenía ningún deseo de pensar en oponerme, sino más bien de aferrarme tenazmente a la idea, como si fuera el secreto y la llave de la vida. También se parecía a una inundación de una manera secundaria: su fuerza se gastó en su primer torrente salvaje; pero a medida que pasaban los momentos su corriente disminuía, bajaba, bajaba y bajaba, hasta que la pequeña corriente tembló a punto de estancarse, y el remolino de la reacción susurró que todo había terminado. Me levanté para marcharme a regañadientes, cuando una lengua de luz se dirigió hacia nosotros desde el pequeño grupo, y mi compañero dijo:

«Myhanene estará encantado de hablar contigo».

Mi esperanza que expiraba, mi desenfrenado deseo, fue concedido.

Me alegré de haberme levantado cuando llegó el mensaje: disminuyó la demora con que respondí. Vino a mi encuentro al instante, y uno al lado del otro, rodeándome con su brazo y apoyando afectuosamente su mano en mi hombro, nos acercamos a Cushna y al asirio. Cuando nos encontramos y me rodeó con sus brazos, sólo pronunció dos palabras: «¡Hermano mío! «¡Hermano mío!», pero cuando hubo terminado no había nada más que decir: el lenguaje se había agotado y la comprensión era incapaz de abarcar una extensión mayor.

¿Había habido una discordia en mi experiencia pasada? Si así fue, la música de su voz la borró de mi memoria; si había sufrido una pena, fue erradicada, y la herida cicatrizó bajo la influencia de aquel bálsamo de saludo; si mis esperanzas habían sufrido una helada desilusión, una rica cosecha de frutos brotó bajo el calor de aquel abrazo. Las palabras no son nuevas para la Tierra, pero los hombres las pronuncian con un agudo sonido metálico. La resonante plenitud sólo puede estimarse cuando se oye en conjunción con la perfecta interpretación de la música que yo escuchaba. Era un acorde que, una vez tocado, nunca puede extinguirse. Cayó en mi alma como una plomada en el océano, despertando en su primera zambullida un único tono profundo y persistente, pero a medida que se hundía surgío un tañido de melodía cuya canción virgen debe resonar y repetirse hasta que cada braza [till every fathom] en ese mar sin orillas de la vida se llene de la armonía que ha nacido de la simpatía. Myhanene guardó silencio, como si estuviera escuchando las reverberaciones que rodaban a nuestro alrededor. Yo estaba abrumado por las estupendas vistas de la posibilidad de sentir, cuyas compuertas él abrió de par en par al pronunciar aquellas dos palabras.

Si hubiera tenido el poder, no me hubiera atrevido a hablar, matando así una melodía como la que producía su voz. Tan breve en su exposición, fue sin embargo el discurso más largo y elocuente que jamás había escuchado. Incluso ahora soy apenas capaz de comprender sus líneas generales; asimilarlo por completo será el estudio de la eternidad. Sus ecos resuenan aún en los corredores de mi ser, haciendo resonar la nota clave de cada una de mis alegrías, y así continuarán hasta que escuche la música aún más dulce de la voz de Aquel en cuya expresión se encuentra el coro completo del salmo eterno, cuyo murmullo [lip] en la Tierra dio forma a tales sonidos que ningún otro ha tenido el poder de imitar, y que en el cielo tiene la habilidad de despertar los acordes divinos.

El asirio puso fin a mi contemplación preguntándome si había disfrutado de la coral.

«Apenas estoy en condiciones de expresar una opinión inteligente sobre nada ─respondí─. Estoy sumido en un laberinto de desconcierto, al que contribuyen todos los rasgos y el desarrollo de esta vida, haciéndome incapaz de encontrar palabras, pensamientos o emociones capaces de expresar adecuadamente mis sentimientos.»

«Comprendo perfectamente tu posición», respondió. «Afortunadamente, por el momento no se espera que captes sistemáticamente todo lo que ves, pero adquirirás la capacidad de hacerlo a medida que avances. Esta ceremonia ofrece una ilustración en cuanto a los métodos que empleamos para corregir una de las injusticias de la Tierra, así como la compensación que resulta para aquellos que han intentado noblemente cumplir con su deber, incluso cuando sus efectos se han visto frustrados.»

«El deber sería una tarea fácil», dije, »si una breve visión de tal consumación pudiera ser concedida en una pausa de la batalla o durante el tiempo del llanto del guerrero decepcionado. Pero quisiera preguntarte si en esta vida recibes generalmente respuestas tan visibles a tus plegarias como esa nube que cayó sobre ti después de la invocación.»

«¡Hermano mío!» ─fue Myhanene quien contestó─ «Ninguna oración ferviente debería ser posible ni aquí ni en la Tierra sin su respuesta definida y visible. Cuando en la otra vida proferías una petición a tu padre o a un amigo, ¿no esperabas tal respuesta?».

«Sin duda, de nuestros semejantes; pero entonces cada uno de nosotros ocupaba una condición semejante; siendo Dios un espíritu, hemos buscado su respuesta en un sentido espiritual.»

«Olvidas que vuestra petición fue ofrecida en vuestro beneficio, y que vuestro ser material necesitaba una respuesta material. Por ejemplo, cuando rogaste por alimentos para aliviar un distrito asolado por el hambre, requerías de pan de trigo para el sustento del cuerpo, no de alimento espiritual para fortalecer el alma.»

«¡Ciertamente! y Dios respondería a esa oración poniendo en el corazón de su pueblo el contribuir a la compra de tales alimentos».

«¿Crees que honras a Dios considerando como su pueblo a quienes se abstienen de hacer un simple acto de humanidad hasta que Él les presiona? ¿No debería haberlo impulsado un sentimiento de compañerismo sin apelar a Dios para ayudar en el asunto?

«Estoy de acuerdo contigo en eso, pero como todo don bueno procede de Él, tal resultado se consideraría una respuesta a nuestra petición».

«Pero no tienes pruebas directas de que tu oración se elevara más alto que el techo de la habitación en la que fue exhalada. Lo que consideras una respuesta de Dios no fue más que un acto de humanidad por parte de vuestros semejantes. Los judíos no habrían quedado satisfechos sin una respuesta oral autorizada e inequívoca.»

«Eso era en los días del oráculo, pero debes ser consciente del hecho de que hace mucho tiempo que han cesado, y su resurgimiento sería considerado como antinatural y contrario al actual método divino de procedimiento.»

«¡No es así! Di más bien que ha cesado debido a las enseñanzas antinaturales y erróneas que han ganado influencia. Dios es ‘el mismo ayer, hoy y siempre’, y mientras Él sea Dios, ‘lo que ha sido, es lo que será’. La posición que debe ocupar la Iglesia en cada época es la de demostrar esta verdad, mostrando que los hechos registrados del pasado son presuntamente verdaderos por la evidencia de los poderes correspondientes manifestados hoy; y esto porque Dios vive y es inmutable, cuyas obras no son para un pueblo, tiempo y lugar especiales, sino que, como Él mismo, son para todos y para siempre. Una posición contraria es falsa e ilógica, y expone al hombre que la sostiene, mientras defiende a un Dios inmutable, al ridículo y al desprecio de su adversario.»

«Pero, ¿dónde está la necesidad de tales signos visibles desde que la revelación completa fue hecha por Jesús? No lo pregunto por controversia, sino con el deseo de conocer la verdad tal como la veis desde vuestra condición superior y larga experiencia.»

«No temas por insistir en tus preguntas, hermano mío; siempre es un placer disipar una duda o exponer un error. En cuanto a la necesidad de signos visibles en la Tierra, no estamos llamados a decidir; nos basta con que fueron ordenados en el principio y nunca han sido abrogados. En la revelación hecha por Jesús ─por el momento debemos contentarnos con renunciar a tratar la cuestión de su integridad─, los signos visibles constituyeron una característica prominente a la que apeló para confirmar su misión. Prometió también que seguirían [los signos] a los que creyeran, para una atestación similar. Su promesa fue cumplida en la historia de la Iglesia primitiva; tales signos visibles estaban previstos, y deberían ser el testimonio de lo mismo hoy en día.»

«¿Dónde está la raíz de estas ideas erróneas y conceptos equivocados hasta donde tú lo entiendes?»

«Tienen varios orígenes, el primero de los cuales se debe a la falsa posición que se ha forzado que la Biblia asuma, al pretender que es la Palabra de Dios, una revelación acabada y perfecta, en lugar de tomarla en su propio valor: como conteniendo la Palabra de Dios para un pueblo específico, diseñada para guiar bajo ciertas condiciones, y sólo un fragmento de esa revelación que comenzó en el principio de la existencia del hombre, y que se llevará a cabo hasta su final. Jesús no escribió ninguna ley que fuera entregada a sus discípulos con la orden de cumplirla, ni encargó a nadie que lo hiciera después de su partida. Su mandato fue predicar, y eso sólo cuando el Espíritu les diera la palabra, siendo esa voz del Espíritu la continuación de la revelación hasta que el tiempo cesara, guiando a Sus seguidores a todos los misterios.

«Otra fuente de error surge de la interpretación y reinterpretación de esta autoridad tan insatisfactoria, que puede hacerse para satisfacer las dificultades a menudo recurrentes debidas al avance científico e intelectual. La verdad, tal como fue percibida en un siglo, ha sido naturalmente superada, y se ha convertido en un error en el siguiente, mientras que la lucha por mantener la autoridad del libro y adaptar sus interpretaciones a las nuevas condiciones, causó innumerables divisiones y disensiones, cada una de las cuales ha expulsado el error y ha injertado su propia idea de la verdad, propagada a partir de un énfasis indebido en algún pasaje en el que se basa, sin referencia a los muchos que otros interpretan como una afirmación totalmente opuesta. Gradualmente estos innumerables dogmas han recibido una sanción más amplia ─al mismo tiempo que la idea de que los signos y las profecías han cesado ha sido enseñada como una necesidad─ hasta que finalmente la tradición y la autoridad de la Iglesia han usurpado la palabra viva y los oráculos vivientes de Dios, con el inevitable resultado de error y confusión.

«Admitiendo vuestra posición en aras del argumento, y permitiendo la probabilidad de que maestros interesados promulguen el error, ocultando ciertos aspectos de la verdad por motivos bajos e indignos, ¿podéis dudar de que hay muchos fieles en el pueblo ─corazones fervientes que buscan y esperan el consuelo del Señor─, o explicar por qué se les ocultan señales visibles de una presencia Divina?

«Dios nunca se ha quedado sin testigos; fieles vigilantes en el templo siempre han mantenido encendida la lámpara de la revelación y vivo el oráculo. La historia y la biografía están bien ilustradas por tales ejemplos ─la sal de la tierra que mantiene el estándar y muestra las posibilidades desde las cuales la Iglesia muestra degeneración [en contraste]─, éstos no hacen otra cosa que resaltar la verdad que os estoy declarando, ya que sus experiencias son capaces de extensión universal.

«Pero, ¿dónde se encuentran esas excepciones a la regla general? Son hombres y mujeres que piensan por sí mismos, que, al vislumbrar visiones celestiales, no se apartan para consultar la opinión de ningún maestro sobre la legitimidad o no de escuchar la voz que les llama desde la nube de gloria, sino que, siguiendo los dictados de sus propias almas, responden: ‘Habla, Señor, que tu siervo escucha’, y así son atraídos a esa comunión de los santos que no necesita mediador, no busca la ayuda de ningún sacerdote, y es recompensada por una visión de la verdadera shejiná [presencia] de la que se rasga el roído velo de la duda, llevándolos a la sagrada presencia del Señor.

«Entre la gran masa de religiosos, tales santos son considerados imaginativos, supersticiosos, víctimas de delirios satánicos, o ligeramente deficientes en responsabilidad mental. Algunos de los más caritativos de la Iglesia se compadecen bondadosamente de su credulidad y tratan amablemente de persuadirlos de que abandonen su locura, pero la mayoría de la gente, y los maestros, se mantienen al margen de la blasfemia que pronuncian, y hacen tronar las armas de advertencia desde las fortalezas de la tradición contra todos los que prestan oídos al evangelio que tales oráculos proclaman. La fe de la Iglesia está en estas tradiciones de los hombres, no en el Dios vivo y siempre parlante, por lo que no es de extrañar que los días de los milagros hayan pasado, y los hombres se rían de la idea de remover montículos, y mucho menos montañas.»

«¿Seguro que no crees en el cumplimiento literal de esa promesa?».

«Hay montañas físicas, mentales y espirituales», respondió, »y estas últimas son tan difíciles de remover como las primeras, tal vez incluso más, y requieren igualmente el poder de Dios, pero puede hacerse. ¿No acabas de ser testigo de la eliminación de montañas de deformidad?».

«Así es».

«¿Cómo se logró?», preguntó. «No reuniendo a la gran congregación y cantando: ‘¡no podemos hacer nada, nada!’, como se enseña a hacer a nuestros hermanos en la Tierra. Vinieron a trabajar, y el resultado atestiguó que cada alma hizo todo lo que pudo. Antes de que Siamedes ofreciera la invocación, que aseguró esa respuesta visible, se había asegurado de que sus fuerzas y las de ellos sin ayuda se habían desplegado y agotado; y estando seguro de que por sí mismo no podía hacer más, invocó la fuerza que estaba más allá y por encima; y Dios habría roto la tropa si no hubiera honrado tal fe. No tuvo que detallar sus deseos, ni elaborar su voluntad, ni hablar de los beneficios y la gloria que obtendría; su clamor fue una profética acción de gracias por la fuerza que él y todas las almas sabían que les sería dada; era consciente del hecho de que sus necesidades ya eran conocidas. Todo lo que se podía hacer en esta sala se había completado, y hubo una pausa en el servicio ─un intervalo para ser únicamente completado por la acción Divina─, y la fe expectante de la multitud atrapó esa acción por asalto. Dios no tenía poder para demorarse cuando era asaltado por semejante fuerza, por lo que descendió aquella señal y con ella la energía necesaria para continuar la obra que tan confiadamente habían emprendido. Así podría y debería ser en la Tierra, pero en lugar de curar, infligen las heridas más graves y luego envían a los que las sufren aquí para que las remedien.»

«No tienen la oportunidad, aunque tuvieran el poder, de hacer lo que he presenciado aquí», me aventuré a comentar.

«Dios es demasiado sabio y justo», respondió, »para exigir o esperar que un hombre realice algo imposible. Pero en aquellas cosas que están dentro de su capacidad, ¿obran los hombres de acuerdo con esa regla de fe que has visto ejemplificada? No, ciertamente. Más bien, olvidando que han sido llamados al alto privilegio de ser obreros junto a Dios, como has visto ilustrado, han sido educados en la práctica de no hacer nada sino pedirle a Dios que lo haga todo. Cuando Dios trabaja para el hombre es siempre en conjunción con el hombre; no es un canon de la ley divina que el amo haga todo el trabajo mientras el siervo da las órdenes. Cuando le pides a Dios que ponga la piedra angular, puedes estar seguro de que Él esperará a que tengas listos los cimientos. Pero la idea terrenal del asunto es que un hombre no tiene nada que hacer sino decirle a Dios lo que quiere y luego esperar a que se haga, y la referencia que ya he hecho a la oración por alimentos en caso de hambruna, me permitirá mostrarte cuántas dificultades ponen en el camino, aun cuando Dios se determinara hacerlo todo.

»Supongamos que se solicitan 10.000 libras esterlinas para aliviar una emergencia local. No tenemos oro aquí. Es evidente, por lo tanto, que debe ser adquirido por una providencia imperiosa en relación con la vida comercial de uno de los peticionarios. Pues bien, la interposición [intervención, mediación] divina tiene lugar: un plan abandonado o una transacción fracasada se reanuda con mejores perspectivas, y se obtienen 10.000 libras más de lo previsto originalmente. ¿Cuál es el resultado? En su círculo comercial, el agente elegido es felicitado como un «suertudo», un «tipo notablemente astuto», o algo por el estilo; el dinero es depositado en el banco, el beneficiario se da palmaditas en el hombro, y cuando se le ocurre pensar en el fondo para el hambre, consulta consigo mismo, y finalmente decide contribuir con 20 libras esterlinas. Es muy evidente que tanto Dios como los pobres serán robados por cualquier sistema de respuesta en esa dirección.

»Ahora permíteme sugerir otro. Supongamos que nuestro Padre determina que el dinero llegue directamente a los pobres, y para ello encarga a algún mensajero de esta vida que lleve el oro al tesorero in propria persona; si, al preguntarle por el nombre del donante, dijera la verdad, no tardarían en estar dispuestos a repetir la tragedia del Calvario por su blasfemia. Así, ves que Dios es impotente para intervenir y revelarse a las multitudes, debido a las ideas erróneas que han sido fomentadas y promulgadas por maestros cuya autoridad depende de la interrupción de los signos visibles.»

«Siento decir que tu argumento es demasiado cierto; pero viendo que este error es la acumulación gradual de edades, ¿hasta qué punto se hace responsables a los individuos?».

«Toda circunstancia que influye en un individuo, ya sea en un sentido o en otro, es justamente tomada en consideración en el juicio de las nieblas; pero cada hombre es considerado responsable del uso pleno y correcto de la inteligencia de que está dotado. Cuando uno declara su creencia en un Dios inmutable que recompensará a cada hombre según las obras hechas en el cuerpo, se espera que ordene su conducta de acuerdo con esa regla, no que diga que la fe o la creencia lo es todo y que las obras no tienen influencia en la salvación; o, de nuevo, que afirme que Dios se comunicó en un tiempo con los hombres por signos visibles y orales, pero que ahora ha dejado de hacerlo porque ha completado Sus revelaciones… tales contradicciones en la palabra y en la práctica no son halagadoras para la inteligencia, y de ninguna manera útiles en el tiempo del juicio. La madurez espiritual sólo puede alcanzarse mediante un trabajo que honre a Dios y beneficie al prójimo, y sólo esa religión es la que se reconoce como merecedora del elogio: «Hizo lo que pudo».

«Todas las creencias y formas de credo han sido dejadas atrás antes de que llegues al juicio, y a ningún hombre se le hará jamás una pregunta respecto a ellas, pero el registro de tu vida debe mostrar que tu amor a Dios ha sido manifestado por tu amor y devoción al hombre antes de que tengas el derecho o el poder de entrar en el descanso que permanece. Siamedes y Cushna te mostrarán algunos ejemplos de cosechas que deben ser recogidas aquí. Y después me complacerá acompañaros a algunos de los hogares de paz. Que las ricas bendiciones de nuestro Padre descansen sobre ti en tus esfuerzos por adquirir la verdad. Hasta que nos encontremos de nuevo, Paz».

Habíamos llegado ya al exterior de la sala, donde este noble mensajero impartió su bendición a cada uno de nosotros y luego partió para continuar su misión en otros escenarios. El asirio también se despidió al mismo tiempo, invitándonos primero a visitar su casa cuando Cushna encontrara una oportunidad conveniente.

Myhanene había contribuido considerablemente a mi acervo de información; su acusación era pesada ─pero cierta─ en lo que se refería a la tierra, mientras que el énfasis que le daba me entristecía salvo por un hecho: la posición asumida en su argumento abría ante mí una puerta de esperanza, y ahora que se había ido podía ver que la puerta seguía entreabierta.

Versión en inglés
CHAPTER VII
THE DOOR OF HOPE AJAR

The multitude had departed, the hall was nearly empty, the still bewildered initiates had received the congratulations of personal friends and retired to the home from which they had been so recently carried, the three chiefs remaining the sole occupants of the arena; but I lingered in my seat, cherishing a hope I would not breathe to my companion on account of its audacity, yet wildly thinking that it might be gratified by some fortuitous circumstance or unimaginable coincidence. I could not hold myself responsible for its presence, since it came upon me unsolicited, unexpected and unprepared – one of those sudden incursions of desire, which, coming on with a flood, carries the heart away upon its torrent before resistance is possible, even were such advisable; but when it came, and I realised the pleasure of its anticipation, I had no wish to think of opposition, but rather
clung tenaciously to the idea as if it were the secret and the key of life. It also resembled a flood in a secondary manner – its force was spent in its first wild rush; but as the moments flew by its current subsided, down, down, and down, until the tiny stream trembled upon the point of stagnation, and the eddy of reaction whispered all was over. I rose to take my reluctant departure, when a tongue of light darted towards us from the little group, and my companion said:

“Myhanene would be pleased to speak with you.”

My expiring hope – my wild desire was granted.

I was glad that I had risen when the message came: it lessened the delay with which I answered it. He came to meet me at the instant, and side by side, his arm around me, and his hand affectionately laid upon my shoulder, we approached Cushna and the Assyrian. As we met, and his arms encircled me, he spoke but two words: “My brother!” but when he had finished there was nothing more to say – language had been exhausted, and comprehension was incapable of grasping a wider expanse.

Had there been a discord in my past experience? If so, it was obliterated from my memory by the music of his voice; if I had suffered heartache, it was eradicated, and the wound healed under the influence of that balm of greeting; if my hopes had felt a blighting frost of disappointment, a rich harvest of fruition sprang into existence under the warmth of that embrace. The words are not new to earth, but men pronounce them with a sharp metallic sound; the resonant fullness can only be estimated when heard in conjunction with the perfect rendering of the music to which I listened. It was a chord that, once struck, can never die away. It fell into my soul like a plummet into the ocean, waking in its first plunge a deep and, lingering monotone, but as it sank a chime of melody arose whose virgin song must echo and re-echo till every fathom in that shoreless of sea of life is filled with the harmony which has been born of sympathy. Myhanene was silent, as if listening to the reverberations rolling around us; I was overwhelmed with the stupendous vistas of the possibility of feeling, the flood-gates of which he threw wide open by the utterance of those two words.

Had I the power, I would not have dared to speak, and thus assassinate such melody as his voice produced. So brief in its delivery, it was yet the longest and most eloquent discourse to which I had ever listened. Even now I am but just able to comprehend its outline; to fully assimilate it will be the study of eternity. Its echoes are still ringing through the corridors of my being, sounding the keynote of my every joy, and will so continue until I bear the still sweeter music of the voice of Him in whose utterance lies the full chorus of the eternal psalm whose lip on earth gave form such sounds no other has had the power to imitate, and who in heaven has skill to wake the strains divine.

The Assyrian put an end to my contemplation by asking me if I had enjoyed the Chorale.

“I am scarcely a condition to express an intelligent opinion on anything,” I replied. I am in a maze of bewilderment, to which every feature and development of this life contributes, rendering me unable to find words, thoughts, or emotions capable of adequately expressing my feelings.”

“I quite understand your position,” he responded. “Fortunately, you are not expected at present to systematically appropriate all you see; but you will acquire the ability to do so as you proceed. This ceremony affords an illustration as to the methods we employ for correcting one of the injustices of earth, as well as the compensation which results to those who have nobly tried to do their duty even when their effects have been frustrated.”

“Duty would be an easy task,” I said, “if a brief vision of such a consummation could be granted in a lull of the battle or during the time of the disappointed warrior’s weeping. But I would like to ask if you generally receive such visible responses to your prayers in this life as that cloud which fell upon you after the invocation?”

“My brother!” – it was Myhanene who replied – “No fervent prayer should be possible either here or on the earth without its definite and visible reply. When, in the other life you preferred a request to your father or a friend, did you not expect such an answer?”

“Undoubtedly, from our fellow-man; but then we each occupied a similar condition; God being a spirit, we have looked for His reply in a spiritual sense.”

“You forget that your petition was offered for your benefit, and that your being material necessitated a material reply. For instance, when you prayed for food to relieve a famine-stricken district, you would require wheaten bread for the sustenance of the body, not spiritual food to strengthen the soul.”

“Certainly! and God would answer that prayer by putting it into the hearts of His people to contribute towards the purchase of such food.”

“Do you think you honour God by calling those His people who refrain from doing a simple act of humanity until He puts pressure upon them; should not a fellow-feeling have prompted it without appealing to God for assistance in the matter ?

“I agree with you in that, but as every good gift proceeds from Him, such a result would be considered an answer to our request.”

“But you have no direct evidence that your prayer rose higher than the roof of the room in which it was breathed. What you consider an answer from God was nothing more than an act of humanity on the part of your fellow-creatures. The Jews would not have been satisfied without an oral authoritative and unequivocal reply.”

“That was in the days of the oracle, but you must be cognizant of the fact that such has long since ceased, and its revival would be regarded as unnatural and contrary to the present Divine method of procedure.”

“Not so! Say rather that it has ceased because of the unnatural and erroneous teachings which have gained the ascendancy. God is ‘the same yesterday, to-day, and forever,’ and so long as He is God, the thing which hath been, is that which shall be.’ The position which the Church in every age should occupy is, to demonstrate this truth, showing that the recorded facts of the past are presumptively true by the evidence of the corresponding powers manifested to-day; and this because God lives and is unchangeable, whose works are not for a special people, time, and place, but like Himself are for all and for ever. A contrary position is false and illogical, and exposes the man who holds it, while contending for an unchangeable God, to the ridicule and contempt of his adversary.”

“But where is the necessity for such visible signs since the complete revelation was made by Jesus? I am asking not for controversy but with a desire to know the truth as you see it from your higher condition and long experience.”

“Fear not to push your enquiries, my brother; it is always a pleasure to remove a doubt, or expose an error. As to the necessity of visible signs on the earth, we are not called upon to decide; it is sufficient for us that they were ordained in the beginning and have never yet been abrogated. In the revelation made by Jesus – the question of its completeness we must be content to waive for the present – visible signs formed a prominent feature to which He appealed for confirmation of His mission. He promised also they should follow those who believed, for a similar attestation; His promise was redeemed in the history of the early Church; such visible signs were intended, and ought to be the witness of the same to-day.”

“Wherein lies the root of these erroneous ideas and misconceptions so far as you understand them?”

“They have various origins, the first of which is due to the false position into which the Bible has been forced by claiming it to be the Word of God, a finished and perfect revelation, instead of taking it at its own value: as containing the Word of God to a specific people, designed for guidance under certain conditions, and but a fragment of that revelation which began in the beginning of man’s existence, and will be carried on to its close. Jesus wrote no law which was handed to His disciples with a command to keep, neither did He commission anyone else to do so after His departure. His injunction was to preach, and that only as the Spirit should give them utterance – that voice of the Spirit being the continuance of revelation until time should cease, leading His followers into all mysteries.

“Another source of error arises from the interpretation and re-interpretation of this most unsatisfactory authority, that it may be made to meet the oft-recurring difficuities due to scientific and intellectual advancement. Truth, as perceived in one century, has naturally been outgrown, and become an error in the next, while the struggle to maintain the authority of the book and adapt its interpretations to the new conditions, caused divisions and dissensions without number, each of which has expelled the error and engrafted its own idea of truth, propagated from an undue emphasis of some passage upon which it is founded, without reference to the many, which others construe into an entirely opposite claim. Gradually these innumerable dogmas have received a wider sanction – at the same time the idea that signs and prophecy have ceased has been taught a necessity – until at length the tradition and authority of the Church has usurped the living word and lively oracles of God, with the unavoidable result of error and confusion.

“Admitting your position for the sake of the argument, and allowing the probability of self-interested teachers promulgating error, by concealing certain aspects of truth for base and unworthy motives, can you doubt that there are many faithful among the people – earnest hearts who are seeking and waiting for the consolation of the Lord – or explain why visible tokens of a Divine presence are withheld from such?

“God has never been left without a witness; faithful watchers in the temple have always kept the lamp of revelation burning, and the oracle alive. History and biography are well illustrated by such examples – the salt of the earth who maintain the standard and show the possibilities from which the Church has degenerated – these only emphasise the truth I am declaring to you, since their experiences are capable of universal extension.

“But where do you find such exceptions to the general rule? They are men and women who think for themselves – who, catching a glimpse of celestial visions, do not turn away and consult the opinion of any teacher as to the legitimacy or otherwise of listening to the voice which calls to them from the cloud of glory, but following the dictates of their own souls they answer ‘Speak, Lord, for thy servant heareth,’ and thus are drawn into that communion of saints which needs no mediator, seeks the aid of no priest, and is rewarded by a vision of the true shekinah from which the rended veil of doubt is torn away, bringing them into the hallowed presence of the Lord.

“With the great mass of religionists, such saints are accounted imaginative, superstitious, the victims of Satanic delusions, or slightly deficient in mental responsibility. Some few of the more charitable minded in the Church good-naturedly pity their credulity, and kindly endeavour to persuade them to relinquish their folly, but the majority of people, and the teachers, hold themselves aloof from the blasphemy they speak, and thunder the guns of warning from the fortresses of tradition against all who lend an ear to the gospel such oracles proclaim. The faith of the Church is in these traditions of men, not in the living, ever-speaking God, hence it is no wonder that the days of miracles are past, and men laugh at the idea of removing hillocks, much less mountains.”

“Surely you do not believe in the literal fulfilment of that promise?”

“There are mountains physical, mental and spiritual,” he replied, “and the latter are quite as difficult to remove as the former, perhaps even more so – and require equally the power of God, but it can be done. Have you not just witnessed the removal of mountains of deformity?”

“I have indeed.”

“How was it accomplished?” he asked. “Not by the assembling together of the great congregation and singing ‘We can do nothing, nothing!’ as our brethren on earth are taught to do; they came to work, and that every soul did its utmost was attested by the result. Before Siamedes offered the invocation, which secured that visible response, he had assured himself that his and their unaided powers were put forth and exhausted; and being confident that of himself he could do no more, he invoked the strength which was beyond and above; and God would have broken troth if He had not honoured such faith. He had not to detail his desires, elaborate his wish, or discourse on the benefits and glory to accrue; his cry was a prophetic thanksgiving for the strength he and every soul knew would be given to them – he was conscious of the fact that his requirements were already known. Everything which could be done in this hall was completed. and there was a pause in the service – an interval only to be terminated by Divine action; and the waiting faith of the multitude captured that action by storm. God had not power to tarry when assailed by such a force, therefore that sign descended and with it the necessary energy to continue the work they had so confidently undertaken. It might and should be so on earth, but instead of healing they inflict most grievous wounds and then send the sufferers here for remedy.”

“They have not the opportunity even if they had the power to do what I have witnessed here,” I ventured to remark.

“God is too wise and just,” he answered, “to require or expect any man to perform an impossibility. But in those things which are well within their capacity do men work according to that rule of faith which you have seem exemplified? Nay verily! Rather, forgetting that they are called to the high privilege of being workers together with God, as you have seen illustrated, they have been educated into the practice of doing nothing but asking God to do it all. When God works for man it is always in conjunction with man; it is no canon of Divine law that the master shall do all the labour while the servant gives the orders. When you ask God to lay the corner-stone, you may rest assured that He will wait for you to get the foundations ready. But the earth idea of the matter is that a man has nothing to do but to tell God what he wants and then wait for it to be done, and the reference I have already made to prayer for food in case of famine, will enable me to show you how many difficulties they place in the way, even if God did determine to do it all.

Suppose that £10,000 is prayed for to relieve a local distress how is the money to be provided? We have no gold here; it is evident therefore that it must be acquired by an overruling providence in connection with the commercial life of one of the petitioners. Well, the Divine interposition takes place, an abandoned scheme or an unsuccessful transaction is revived upon improved prospects, and £10,000 more than was originally anticipated is gained. What is the result? In his commercial circle the chosen agent is congratulated as a ‘lucky dog,’ a ‘remarkably shrewd fellow,’ or something of the kind; the money is banked, the recipient pats himself upon the shoulder, and when he happens to think about the famine fund, consults with himself, and finally decides to contribute £20. It is very evident that both God and the poverty-stricken will be robbed by any system of answer in that direction.

“Now let me suggest another. Suppose our Father determines the money shall reach the poor direct, and for that purpose commissions some messenger from this life to bear the gold to the treasurer in propria persona; if, when asked for the name of the donor, he was to speak the truth, it would not be long before they would be ready to repeat the tragedy of Calvary for his blasphemy. So you see that God is powerless to intervene, and reveal Himself to the multitudes, owing to the erroneous ideas which have been fostered and promulgated by teachers whose authority depends upon the discontinuance of visible signs.”

“I am sorry to say your argument is only too true; but seeing that this error is the gradual accumulation of ages, how far are individuals held responsible?”

“Every circumstance influencing an individual, either one, way or the other, is righteously taken into consideration in the judgment of the mists; but every man is held responsible for the full and right use of the intelligence with which he is endowed. When one declares his belief in an unchangeable God who will reward every man according to the deeds done in the body, he is expected to order his conduct according to that rule, not to say that faith or belief is everything and works have no influence in salvation; or, again, to affirm that did God at one time communicate with men by visible and oral signs, but now has ceased to do so because He has completed His revelations. Such contradictions in word and practice are not flattering to intelligence, and by no means serviceable in the time of judgment. Spiritual manhood can only be attained by work which is alike honouring to God and
beneficial to your fellow-man, and that religion alone is recognised that gains the commendation – ‘He hath done what he could.’

“All beliefs and forms of creed have been left behind before you reach the judgment, and no man will ever be asked a question respecting them, but the record of your life must show that your love to God has been manifested by your love and devotion to man before you will have the right or power to enter into the rest which remains. Siamedes and Cushna will show you some instances of harvests which have to be gathered here. And afterwards I shall be pleased to accompany you to some of the homes of peace. May the rich blessings of our Father rest upon you in your endeavours to acquire the truth. Till we meet again – Peace.”

We had reached the outside of the hall by this time, where this noble messenger imparted his blessing to each of us and then departed to continue his mission in other scenes. The Assyrian also took his leave at the same time, first inviting us to visit his home when Cushna found a convenient opportunity.

Myhanene had contributed considerably to my store of information; his indictment was heavy – but true – as regards the earth, while the emphasis he gave to it made me sad but for one fact – the position assumed in his argument opened a door of hope before me, and now he was gone I could see the door was still ajar.

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