A través de las nieblas | Capítulo 9: La cosecha de los celos

Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español

─ Versión en inglés

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Introducción

Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/

Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en la página).

Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo ya está allí enlazado (esta vez no hago comentario tras la lectura del texto; lo veremos en otro audio).

Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl y google) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.

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Notas al capítulo

(Notas sobre lo que ha surgido en la lectura para hacer el audio, y sobre lo que resaltan en estos enlaces…:
20120829 Through The Mists – With Mary – Chapter 9 S1
https://www.youtube.com/watch?v=I_TbJCbaMQU
20120905 Through The Mists – With Mary – Chapter 9 S2
https://www.youtube.com/watch?v=zOuvTKNIw-o )

─ La referencia de «hasta que Él los encuentre» referiría a la parábola de la oveja perdida (Lucas 15).

─ Vemos a Fred emprender unas primeras labores de ayudar a Cushna en su tarea, y de ayudar de cierto modo a Marie, al interesarse por ella.

─ El texto nos habla de Marie como estando en alguna localización en el mundo espiritual, digamos indefinida, ya que no nos dice qué piensa sobre cómo llegó allí. Ella está así como «sin terminar su transición», pues por lo que leeremos, está «inconscientemente» ligada a la Tierra.
─ Podríamos decir que a Marie, y en general a cualquiera de nosotros, nos puede pasar que, o bien no hemos traspasado las nieblas (estamos así como «totalmente pegados a la Tierra» cuando «morimos»), o bien no somos conscientes de haberlas atravesado.
─ Marie fue una persona fría en su vida, y al final vemos que, sin darse cuenta de su «muerte», se va a pasar mucho tiempo en ese estado, como estando «congelada».
─ Marie misma llama, a esa transformación en alguien «congelado», como algo «infernal».
─ Ella «muere» tras haber enfermado de repente, así como colapsada por y en sus adicciones, en una crisis.
─ Hay eventos que a veces detonan algo muy grande del pasado, que nos hemos saltado, evitado. Y se pueden detonar crisis, etc.
─ Ella forcejeó en su vida contra la ley de compensación, y lógicamente también tras la muerte, pues la muerte no cambia automáticamente nuestras actitudes.
─ Vemos cómo la emoción domina completamente su vida tras morir; ella no se detiene a pensar «dónde estoy», etc. Las condiciones de su propio «infierno» son creadas por su propia alma.
─ Pero al principio no es todavía el «pleno infierno» de lo que ella tiene dentro en el alma, no todavía.
─ Ella no quiere sentir la emoción de miedo, y esa falta de humidad se traduce en furia. Luego pasa a experimentar la ley de compensación más tiempo y así como más directamente, digamos, y tras ello algo termina «mejorando».
─ Cuando se agota, y habla de ese literal «olvido» de su existencia, vemos que eso formaría parte de la expiación en su ley de compensación, ya que había entrado en un proceso de «pagar», de recibir su compensación, aunque, como veremos, algunos eventos le van a detonar más cosas para que sienta sus errores y heridas.
─ En un momento dado, se da el que parece ser el evento principal detonante de esta siguiente fase: Charlie pensó en ella (él todavía estaba vivo físicamente), y ella, ya «muerta», se vio atraída hacia él, debido a que ella no ha tratado con la emoción causal de ese «duelo por Charlie», o de «las cosas con Charlie».
─ Ella entonces apenas había tocado sus miedos, y en seguida le llegan más arrebatos de ira.
─ ¿Por qué ella, como espíritu, no puede ver a la nueva mujer e hijo/a de Charlie?
─ Parece, según María Magdalena, que es en este punto de la visita a Charlie donde comienza la interacción (al menos la más fuerte interacción) con otros espíritus (la influencia de ellos en Marie se daría más en ese punto).
─ ¿Por qué es interesante esa relación entre Marie y Charlie (interesante para otros espíritus, pegados a la Tierra, que se acercan a aprovecharse)? Porque esos espíritus pueden usar a Marie para por ejemplo proyectar emociones hacia Charlie, ya que él está abierto hacia ella.
─ Los espíritus pueden entonces querer mantener a Marie en ese estado (ella proyecta rabia asesina en ese ambiente, hacia él, la mujer y el niño/a).
─ La relación de Marie con Charlie es de ataque/apego, más que de cubrimiento («overcloaking»).
─ Vemos cómo los deseos asesinos renovados en Marie la llevan en seguida  otra vez hacia ese tipo de sitio más oscuro, tras ese reencuentro inesperado con Charlie.
─ Las emociones que ella niega es lo que le hace ir zumbando de un sitio a otro, lo cual le resulta muy confuso.
─ Luego implora por sentir, llamando incluso al «infierno», mostrando que se rinde a su sufrimiento, que está más dispuesta a sentir su dolor. Acepta la ley de compensación. Así, acepta la plena extensión de su condición real.
─ Y si no hubiera hecho eso ningún espíritu puede ir a ayudarla ─sin esa «chispa» de deseo─.

─ Nota sobre la misericordia:
1:28:54 de S2, María Magdalena:  «La misericordia se ve en el hecho de que, cuando en la Tierra evitamos aprender, no nos vemos confrontados de inmediato con las consecuencias de eso, de modo que tengamos la posibilidad de tomar una decisión diferente de nuevo, en base a nuestra propia voluntad«.

Captura de la sesión sobre el libro (parte 2), donde hay una lista posible de los errores emocionales de Marie, con los que pasó al otro lado (en negación miedosa de ellos): arrogancia, posesividad, socarronería, superioridad, sentir que se merece todo (expectativas), sentir que tiene la razón sobre lo correcto, celos, condescendente, obsesiva, manipuladora, fraudulenta, fría, en la fachada, inmisericorde, vengativa, controladora, exigente, que trama, egocéntrica-narcisista, autoritaria, desconsiderada.

Un tema principal en el texto es el del servicio.

«Servicio» como un estar «preparados para hacer a los demás lo que hacemos por nosotros mismos» ─así lo dice literalmente Jesús en estos encuentros─.

Entonces, no es tanto lo de «quererse uno mismo primero para poder querer a los demás», sino «ser uno mismo» en amor y verdad, y eso nos da cierto «sentimiento real de la igualdad«, para así poder realizar esa «preparación» a la hora de «hacer cada vez más espontáneamente por los demás aquellas cosas que nosotros estamos preparados y dispuestos a hacer por nosotros».

Necesitar ser perfectos antes de ayudar es arrogante. No queremos estar dispuestos a ser humildes con nuestras «imperfecciones» y queremos poner una fachada de perfectos, etc. Pero el deseo en armonía con Dios es muy poderoso en todas partes.

Hemos de distinguir entre compasión y conmiseración: La experiencia de Marie en el mundo espiritual no es «injusta» ─podríamos conmiserarnos con ella al leer su historia─.

Por ejemplo, es muy fácil conmiserarse con nuestra familia, padres, madres…: «hicieron lo que pudieron», etc. Pero cuando nos sentimos así, estamos poniéndonos de acuerdo con el error, o estamos de acuerdo en tener ese error: «está bien tener ese error», diríamos. De ese modo justificamos el error que existe dentro de nuestro padre, madre, etc… y justificamos el error que existe en nosotros. Y en ese momento les estamos ayudando a evitar error, a otros (a los padres, etc.), y estamos siendo desamorosos.

La compasión es firme con la verdad, y amorosa a la vez con la persona ─firme en cuanto a reconocer la verdad de la falta de amor que está presente─.

También hemos de tener cuidado con el sentimiento de que la infancia de Marie «creó su vida». Evitar las emociones es lo que «crea nuestra vida». ¿Qué podía haber sido diferente ─podemos preguntarnos─?

Si nos conmiseramos con Marie, quizá es que hemos sentido que lo que le pasa es «injusto». Así, puede que estemos conectando con nuestros «sentimientos no resueltos de injusticia», es decir, el duelo acerca de ello, pues realmente sí existieron cosas injustas en nuestra infancia, pero sólo las traspasamos si las sentimos, si somos humildes, y no las traspasamos si nos quedamos diciendo y sintiendo que «es injusto».

Por otra parte, la justicia de la ley de compensación es amorosa ─es «justa», es «buena»─, pues en la vida somos nosotros quienes tomamos las decisiones, y si éstas hieren realmente a los demás y a nosotros mismos, entonces sembramos cosas en nuestra alma, cosas que recogerán una compensación negativa para nosotros y el potencial de eso mismo para los demás ─o el daño directo a los demás, un daño directo muy claro en los niños, pues ellos apenas se pueden defender emocionalmente de nada─.

Versión en español
CAPÍTULO IX
LA COSECHA DE LOS CELOS

No tengo ni la más remota idea de la distancia que recorrimos durante nuestra conversación, pero si el cambio de aspecto del país constituyó algún criterio de la distancia, no fue en absoluto desdeñable. Cuando tuve la libertad de fijarme en lo que nos rodeaba, descubrí que atravesábamos una comarca que tenía como característica principal una multitud de parajes solitarios y retiros tranquilos, pero sin ninguna indicación de camino que guiara a un forastero, y por lo tanto un laberinto interminable para cualquiera que no conociera perfectamente sus claves; pero al mismo tiempo un asilo seguro para el cansado y el cazador que se hallara necesitado de tal refugio. La atmósfera era pesada comparada con la que yo había estado acostumbrado recientemente; el viento, aunque no frío, tenía una frialdad que no había experimentado antes; los árboles tenían un aspecto más sombrío, con sombras oscuras que persistían bajo ellos; las flores habían perdido el brillo y la fragancia que tanto me habían impresionado en el Hogar del Descanso, mientras que la influencia del lugar parecía susurrar que la severidad de la tristeza se estaba marchando, aunque todavía era una cuestión de duda si la paz podría ser inducida a aceptar la vacante así creada.

Captura de foto de: «Mañana de neblina en Swifts Creek, Victoria, Australia». (Imagen wikipedia, de: Fir0002/Flagstaffotos es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Misty_morning02.jpg )

De pronto, mi compañero se apartó y me ordenó que le siguiera, abriéndose paso mientras hablaba, a través de las ramas bajas de los árboles, que amenazaban con ocultarle por completo de mi vista, a menos que yo acelerara el paso y observara diligentemente la dirección que tomaba. Una docena de pasos más atrás, nuestro rastro quedaba borrado, y no dejaba de preguntarme por qué señal o poder Cushna avanzaba con tanta confianza.
Mi atención también fue atraída por una cierta humedad que aparentemente exhalaban las hojas y que estaba convencido de que nos saturaría rápidamente si tuviéramos que viajar lejos en tales condiciones; además, fui consciente de algo más que curiosidad ─casi alarma─ al ver que el color se desvanecía gradualmente, primero de las ropas de mi conductor, y luego de las mías, a medida que avanzábamos. Pero como me ocupaba de despejar el camino, me vi obligado a abstenerme de hacer preguntas por el momento. Cuando salimos de entre los árboles, nuestras ropas ya no tenían sus delicadas tonalidades azules y rosadas, sino que habían cambiado a gris oscuro; y lo que me sorprendió igualmente fue el hecho de que estuvieran perfectamente secas a pesar de las lluvias de rocío que tan copiosamente habían caído sobre nosotros. Cuando Cushna se detuvo para que le alcanzara, sonrió ante mi perplejidad y, sin esperar a que le preguntara, procedió a dar la explicación de tan asombroso fenómeno:

«Esta», dijo, »es quizá una de las disposiciones más tiernas y benéficas de nuestro Padre. Quienquiera que venga a visitar o ministrar a uno de los amigos que se encuentran aquí, experimenta esta transformación al acercarse al final de su viaje. El objeto es permitirnos encontrarnos en términos aparentemente iguales, impidiéndoles conocer la diferencia de nuestra condición, y así permitirnos darles la mayor asistencia. Como pronto descubrirás en el caso de Marie, el estado de todos, en este punto del desarrollo, es tal que requiere del tratamiento más cuidadoso y comprensivo, y los amigos empleados en la misión son especialmente designados por Myhanene de entre los más estrechamente asociados con él.

«El estado de todos los que encontraréis aquí es de reposo, que sucede a un período de agonía indescriptible ─el silencio de la incertidumbre, que sigue a la tormenta del infierno─, y el alma está indispuesta a despertarse del adormecimiento soñador en el que encuentra su alivio actual, su alivio de ese sufrimiento que, apenas terminado, está tan vívidamente impreso en su memoria. La esperanza no es todavía bastante fuerte como para contrarrestar el miedo de que cualquier esfuerzo pueda resultar en un retorno del pasado temido; la confianza no es capaz de suplantar la desconfianza, y el único medio por el cual pueden ser despertados de este estado de letargo es por asociación con los mensajeros de las Colinas de la Sabiduría, que inspiran la débil confianza de estos necesitados por la seguridad de la realización de esa esperanza que han ganado.»

«¿Este cambio en nuestra apariencia, entonces, no es sino otra variación de la gran ley del amor?», le pregunté.

«Precisamente así -respondió-, nada más que amor».

«Orographic fog (Aetolia-Acarnania, Greece)». Foto de Ilias81, en wikipedia (es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Fog.jpg )

Nuestro camino descendía ahora por un suave declive entre las colinas, pero antes de llegar al nivel del valle, nos desviamos, como si quisiéramos rodear un grupo de árboles con una notable riqueza de follaje y ramas que barrían el suelo; al llegar al otro lado, sin embargo, descubrí que servían para ocultar la entrada a una agradable hondonada en la que estaba situada una casa solitaria, la primera que había visto en toda la comarca. El pequeño dominio era un bienvenido refugio para quien deseaba vivir una vida de soledad. Se habían levantado cien salvaguardas ─naturales e insospechadas─ contra la intrusión; y sin rastro de camino, o indicación de presencia alguna en los alrededores, estaba casi fuera del alcance de la posibilidad de que un visitante hiciera su aparición en aquella apacible hondonada, excepto aquellos que por su conocimiento de la casa dieran evidencia de su interés por el bienestar de su solitario residente. El jardín, los terrenos y la disposición general ofrecían todos los alicientes para el ejercicio y el desarrollo de la mente, con abundantes posibilidades de destetar el corazón de la tristeza, en un empleo agradable y siempre variado. La casa no era un gran edificio -tal cosa habría estado fuera de lugar en este entorno-, pero era muy alegre y pintoresca, una casa de montaña, destinada al reposo y la restauración, con todo lo necesario para olvidar el pasado y despreocuparse del futuro, pero de ningún modo una morada permanente, desprovista de esa sociedad que la mente sana busca y se resiste a encontrar inaccesible.

Cuando salimos del estrecho paso por el que habíamos entrado, dos damas caminaban tranquilamente por el terreno alejándose de nosotros, con los brazos afectuosamente entrelazados. Parecían almas gemelas cuyos pensamientos, demasiado profundos para las palabras, extraían del pozo del silencio una bocanada de refrescante simpatía.

Su preocupación me dio la oportunidad de observarlas antes de que se percataran de nuestra presencia. Desde el momento en que las vi, tuve la certeza de que la más baja de las dos estaba presente en calidad de ministra ─o quizá deba usar el apelativo más familiar, ángel─, siguiendo el ejemplo del Gran Maestro al dejar de lado su legítimo estado, de modo que ella, con su sacrificio, pudiera ser la más poderosamente competente para ayudar a su desafortunada hermana. La más alta de las dos mostraba muy visiblemente la evidencia de la debilidad y el cansancio, y estaba muy contenta de aprovechar la fuerza de su compañera, tan humildemente puesta a su disposición.

«Azena ha estado aquí casi constantemente desde que llegó Marie», dijo Cushna, mientras las observábamos.

No respondí. Preferiría que él no hubiera hablado, un deseo que mi amigo no tardó en apreciar, y me quedé tranquilo para presenciar una lección práctica de cuidados y simpatía que me asombró por su ternura angelical y su devoción sin límites. Tal visión de la salvación no necesitaba intérprete; mi corazón se detuvo en su sagrada presencia, mientras me hacía consciente de un contacto más estrecho con Dios del que jamás había sentido. Mi alma temblaba por la santa tensión que se ejercía sobre ella; mis pies se detuvieron en una negativa directa a cruzar el umbral del templo mientras ascendía el fragante incienso de tal adoración, y de no ser por la interferencia de Cushna, probablemente habría cedido a mi fuerte deseo de abandonar aquel lugar sagrado. Pero estando así resolví un problema de matemáticas espirituales, al ver las antítesis de la vida ─el cielo y el infierno curvados por el poder del amor, hasta que se tocaban, se superponían y se mezclaban para formar el círculo de la divinidad─. En esa ilustración capté la estupenda seguridad de que será imposible que una sola alma resista en última instancia esa gravitación que opera en la vida superior con el propósito de elevar a los caídos o rescatar a los perdidos; y las palabras de Jesús – «hasta que Él los encuentre»- vinieron a mí en ese momento con una fuerza y un significado que nunca había visto antes.

No había signos externos que indicaran los extremos que estaban unidos por los brazos que rodeaban a aquellas dos mujeres, pero las percepciones de mi alma se agudizaron para discernir que una legión de fantasmas de cada una de las dos condiciones poblaban aquel lugar, y luchaban con terrible vigor por la victoria. Los vientos se detenían a su paso para observar el resultado del conflicto; las flores temblaban alternativamente de esperanza y de temor; los árboles se cruzaban de brazos con estatuaria impertubabilidad; y hasta la hierba detenía su pulsación para que, al absorber el alimento, el movimiento de su expansión no diera ventaja al enemigo de la vida. Sin embargo, en este silencio audible no temí ni dudé del resultado; no puedo decir por qué, excepto porque Cushna me dotó de su confianza, por la cual comprendí que sólo la verdad y el amor tienen una inmortalidad inherente; la muerte, el dolor y el infierno son mortales, y una vez derribados, nunca pueden levantarse de nuevo. La omnipotencia de lo recto nos rodeó y envolvió, su influencia mística me estremeció con su poder, ordenándome quedarme quieto -como el Profeta del Sinaí ordenó una vez a los israelitas que se quedaran quietos ante tal presencia-, y ver la salvación de nuestro Dios.

Aún inconscientes de que nos acercábamos, su comunión continuó sin interrupción, hasta que llegaron a un punto de los jardines donde algún objeto distante se puso a su vista, cuya visión despertó a Marie de su ensueño, provocando un grado de animación e interés que contrastaba fuertemente con su tranquilidad anterior. El cambio no me desagradó, ya que rompió el prolongado hechizo que me había cautivado, y volví a estar ansioso por entrar en contacto más estrecho y conocer la historia de aquella mujer por la que mi director manifestaba un interés tan profundo. Sin embargo, tenía curiosidad por saber qué había provocado tal cambio en su actitud, y le pedí una explicación.

Ground fog in East Frisia (Moordorf) (Foto de Matthias Süßen, es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Nebelostfriesland.jpg )

«Desde aquel punto se obtenía una magnífica vista del país», respondió, »que se extendía hasta la región del Salón de la cual venimos. Esto trajo a la memoria de Marie un recuerdo algo indefinido de un hogar en el que durmió su primer agotamiento, después de que la indujeran a abandonar el lugar de su tormento. El recuerdo de ese breve período -entre el momento en que despertó y su venida aquí- sirve a Azena para inspirarle la esperanza y el deseo de alejarse y volver a mezclarse en esas escenas, y con ese propósito permanecerán el mayor tiempo posible donde están. Nosotros, sin embargo, podemos ser de igual ayuda de otra manera, y por eso creo que es bueno hacerles saber de nuestra presencia ahora.»

Con esto fue proyectado un pequeño pero brillante destello que captó inmediatamente su atención. El rostro de Marie resplandeció de placer al reconocer quién la llamaba y, dejando de abrazar a Azena, corrió hacia nosotros y saludó a Cushna con todo el afecto de una hija. Mi presencia fue olvidada en aquellos primeros momentos de reencuentro, al no ser en absoluto necesaria para su felicidad, y, como en esta vida no se exigen formalidades de presentación, me uní a Azena y dejé que Cushna diera todas las explicaciones necesarias y luego me llamara cuando deseara mi compañía. Me sorprendió comprobar lo libre y sin restricciones que fue nuestra relación desde el momento en que nos conocimos. Apartándonos de nuestros amigos nos dirigimos de común acuerdo hacia el punto en el que se encontraban cuando Cushna las llamó. Mientras lo hacíamos pregunté:

«¿Te parece este lugar aburrido y sombrío en comparación con tu propia casa?».

«Aburrido», exclamó ella, con el rostro impregnado del brillo de su sonrisa. «No, no, ¡todo menos eso! El cielo consiste en la condición más que en la localidad, y participar en alejar las nubes de la vida de la pobre Marie es suficiente para convertir cualquier lugar en un cielo.»

Me quedé callado, pues no era en absoluto difícil concebir que el cielo se encontraría siempre muy cerca de una compañera así, y podía apreciar los beneficios que se derivarían de una comunicación silenciosa como la que Marie se permitía cuando las vimos por primera vez. La música de su risa pronto resultaría fatal para la melancolía, y ante el brillo de sus ojos las nubes de la tristeza se verían obligadas a desaparecer. Con el escaso conocimiento que yo poseía de la ley del procedimiento aquí, podía comprender fácilmente su asistencia y ministerio sobre Marie; era otro ejemplo de la invariable y perfecta adecuación de cada detalle de esta vida a su requerimiento y necesidad. Qué podría ser más apropiado que esta pobre, herida y aplastada alma -que fuera ocasionada por su propio pecado no altera el hecho- fuera confiada al tierno y paciente cuidado de una enfermera a quien un pintor solicitaría de la galería de los sueños para sentarse como modelo de caridad. Si a lo largo de la eternidad el cielo no hiciera más que unir esos corazones en el estrecho afecto que yo había presenciado, eso… bueno, eso lo convertiría en el cielo.

«Estoy impaciente por ver la vista que, según Cushna, puede contemplarse desde el fondo del terreno.

«¡Sí! Tienes que verlo», respondió. «Es lo propio de ese querido Abuelo Doctor encontrar este lugar para Marie».

«No creo que tenga mucho aspecto de abuelo», dije. «Aunque cada centímetro de él es un doctor». Sin embargo, había algo en él, a pesar de su aspecto juvenil, que me decía que ese doble epíteto era el más completo y correcto que podía aplicársele. Había sido un enigma sin resolver desde el momento en que lo conocí, y la idea de obtener una visión más profunda del carácter que tanto me había dejado perplejo era muy bienvenida.

«No», respondió ella. «Apenas aparenta edad, ¿verdad? Pero eso no se debe en absoluto a su falta de años, sino más bien a la eterna juventud de que disfrutamos. Cuando vino a esta vida era a la vez Abuelo y Doctor, y aunque se ha vuelto tan juvenil en su forma y porte, nos vemos obligados a darle su doble apodo o sólo nos referiríamos a la mitad de lo que es incluso ahora.»

«¿Lleva mucho tiempo aquí?»

«Miniature painting of Guru Ram Das seated outdoors on carpet underneath a tree with a book before him». wikipedia: Del usuario: MaplesyrupSushi (Source URL: flickr.com/photos/lyallpur/5623702604/in/album-72157632617522853/ )

«¡Sí! Vivió en los primeros tiempos de Egipto. Creo que fue antes de la construcción de las pirámides».

«¿Y recuerda él su vida terrenal?»

«No creo que haya olvidado ni un solo incidente de su vida terrenal ni de la actual, si se da un momento para recordarlo. Una de las cosas que le hace parecer todavía un abuelo es el placer que encuentra en reunirnos a varios de nosotros y contarnos episodios de su propia experiencia para nuestra instrucción y diversión. Creo que es el hombre más desinteresado que he conocido, que no piensa en sí mismo, sino que sólo existe para aumentar la felicidad de todos aquellos con los que entra en contacto. Siempre planificando nuevos placeres y sorpresas, y cuando los introduce lo hace en una especie de tono de disculpa, como si hubiera cometido alguna ofensa y estuviera a punto de pedir perdón; y cuando ve la felicidad adicional que invariablemente resulta de sus trabajos, él mismo se siente muy feliz, primero en simpatía con aquellos a quienes ha hecho tan felices, y luego, de nuevo, por haber sido el medio de tal disfrute. Ahora, permíteme decirte cómo es que Marie está aquí. Él la conoció al otro lado de la niebla. ¿Te lo ha contado?».

«Sí, me contó cómo y dónde la conoció».

«Pero no te ha dicho lo largo y difícil que fue su trabajo antes de que pudiera inducirla a escucharle; del conflicto que tuvo con espíritus malignos que se deleitaban en su tortura y trataban de frustrar todos sus esfuerzos; no sabes nada de sus muchos fracasos para hacerla salir de tan horrible entorno, aunque sólo fuera por un momento, para demostrar que nadie más que ella misma se interponía en el camino de su paz, ya que la pena legítima de su pecado había sido pagada. Nadie más que ella conoce el alcance de esto, y nadie lo conocerá jamás, porque está enterrado con los mil secretos similares en el olvido de su propio pecho, para no volver a querer ser recordado ni pensado de nuevo. He oído algo de esto a Marie; pero, pobre niña, su memoria de aquel período está felizmente nublada, aunque me ha contado lo suficiente para mostrar que la lucha fue feroz, y que la recompensa de ella no será, dentro de poco, la menor de las brillantes joyas que centellearán en su diadema. Cuando por fin él logró su objetivo, obtuvo permiso para llevarla a su propia casa, donde pudo observarla mientras dormía durante la postración que siguió a su sufrimiento, y mientras ella dormía, apenas pudo persuadirse de apartarse de su lado, no fuera que incluso en su sueño ella sintiera su ausencia y se sintiera sola. Tal devoción tuvo su recompensa, y fue poderosa para quitarle gran parte del peso de sus problemas. Su determinación de hacerla feliz le ganó primero su confianza, luego su amor, y finalmente fue el medio que le permitió ser el ministro de su salvación.

«Es muy patético oír a Marie hablar de su despertar y del anuncio tierno pero obligatorio de Cushna de que la llevaría a su propia casa, donde durante un tiempo estaría mejor incluso que donde estaba. Temía que si él la dejaba volvería a la agonía del pasado, y suplicó largamente y con lágrimas en los ojos que le permitiera quedarse. Eso no podía ser, así que él hizo lo más parecido a eso; sabiendo que ella debía estar aquí por un tiempo, buscó por el distrito hasta que encontró esta casa, que ofrece desde este punto la vista de la que hablaba. Este hermoso valle es un incesante tema de admiración para ella, y en la ladera de la colina, a lo lejos, pero sin embargo claramente visible en la luz de la gloria que juega sobre ella, se encuentra la casa de Cushna ─su otro hogar, como ella siempre la llama─, y le encanta estar aquí hablando de él, y esperando su llegada directa, como lo hace generalmente.

El hermoso panorama que se desplegaba ante mí, las circunstancias que estábamos discutiendo, y la proximidad de dos de los principales actores del emocionante drama, me llenaban demasiado para hablar; sólo podía contemplar cómo cada incidente sucesivo en mi carrera daba testimonio cada vez más fuerte de esa ley del amor que es el resorte principal de esta vida.

«En el momento en que Cushna nos llamó», continuó, tras un momento de pausa, «estábamos mirando su casa, que Marie considera el elemento central del paisaje, y ella se preguntaba…».

«Cuánto tiempo piensa él hacerla esperar». Nos volvimos [Cushna es quien dice, completando la conversación, la anterior frase entrecomillada] y vimos que Cushna nos había sorprendido. No teníamos ni idea de cuánto se había oído de nuestra conversación, pero su siguiente frase nos dijo que sabía muy bien cuál había sido su deriva. «Azena», dijo, «me temo que eres un poco delatora y me veré obligado a corregirte».

«Eres un abuelo bueno y querido, y mereces que te bese por escuchar… así… y así», clamó ella, mientras lo rodeaba con sus brazos y lo saludaba en ambas mejillas.

«¡Oh, estos niños!», replicó él, mientras sacudía la cabeza con fingida gravedad; y luego, volviéndose hacia mí, dijo: «Creo que será mejor que vayas a hacerle compañía a Marie mientras le doy una reprimenda a esta niña».

«Vaya, querida, no sabrías por dónde empezar aunque lo intentaras» [you would not know how to begin if you tried,], fueron las últimas palabras que oí mientras me daba la vuelta.

Me alegré de poder escuchar la historia de Marie de sus propios labios, pero cuando me acerqué a ella y vi que su rostro se ensombrecía por la sombra de una agonía inminente -tan distinta de su brillo cuando saludó a Cushna-, habría renunciado de buena gana al recital, si por ese medio hubiera podido presenciar el retorno de su antigua felicidad. Pero de nuevo me sentí impulsado por esa misteriosa influencia que opera, para llevarnos sobre puntos de dificultad e incertidumbre, siempre en la dirección correcta, aunque opuesta a la inclinación y entendimiento por el momento. A pesar de las consecuencias, sabía que lo mejor era seguir adelante y dejar a la futura explicación de Cushna lo que pudiera ocurrir de naturaleza incomprensible.
Ya había aprendido tanto sobre el desarrollo de las bendiciones a partir de las más aparentes improbabilidades como para sentirme seguro de que todas las cosas trabajaban juntas para bien, y comencé a observar la manifestación de toda clase de sorpresas en cada nuevo rasgo de la vida que se me presentaba. Cuando Marie se acercó a mí, fui consciente del esfuerzo que hizo para sobreponerse a la premonición que tan visiblemente la envolvía, y del intento infructuoso que hizo de saludarme con una sonrisa que murió en su nacimiento; pero yo sabía que mi propio rostro representaba con demasiada fidelidad mis sentimientos en aquel momento, de modo que nuestra entrevista comenzó con un saludo que presagiaba su trágico final.

Cushna había dado todas las explicaciones necesarias sobre el objeto de mi visita, y así, con muy pocos preliminares, Marie procedió a contarme sus experiencias de la siguiente manera:

«Soy una estadounidense, hija única de un millonario sureño, idolatrada por mis padres, y mimada, orgullosa y voluntariosa desde mi infancia. Cuando deseaba algo, sólo tenía que hablar y lo conseguía. Mi educación, tanto por la práctica como por el precepto, me enseñó que el dinero era todopoderoso, y como su suministro para nosotros era prácticamente ilimitado, crecí con la idea de que debía ser obedecida, y ningún deseo que yo acariciara o expresara podía ser frustrado. Por supuesto, esto tendía a hacerme muy exigente -incluso autoritaria-, pero no era en absoluto cruel o malvada como el mundo juzgaría. Teniendo el dinero tenía derecho a todo el placer que me proporcionara, y si por desgracia mi disfrute era causa de dolor para otra persona, no debía culparme por ello; era su desgracia, y no tenía derecho a esperar que renunciara a mi deseo por consideración a sus sentimientos. Tal era mi filosofía, y actué de acuerdo con ella.

«Éramos gente de iglesia, y mi padre siempre contribuyó generosamente a los diversos organismos promovidos por ella; éramos puntillosos en nuestra asistencia a los servicios, y mi nombre fue debidamente inscrito como miembro al alcanzar la edad señalada. Siempre que me sentía inclinada a romper un compromiso molesto o deseaba una excusa para ello, tomaba una clase en la escuela dominical, o encontraba necesario hacer una visita caritativa. No era frecuente, lo reconozco, pero como yo consideraba un acto de condescendencia por mi parte el hacer ese tipo de trabajo, no era de esperar que fuera nada regular en mi atención a esos deberes.

«Nunca hubo más que una chica a la que pudiera llamar amiga: Sadie Norton. Nuestra posición social era bastante similar, pero como yo era un poco mayor que ella, tenía derecho a ocupar el primer lugar. Por otra parte, Sadie no era precisamente una muchacha que mandara o dirigiera, de modo que no interfirió en modo alguno en mi asunción del liderazgo, y por esa razón nuestro compañerismo llegó a ser muy estrecho. Una rivalidad amistosa existente entre nuestros padres se reflejaba en cierta medida en nosotras, pero sin disminuir el sentimiento fraternal que se había engendrado, y que más que nada se había reforzado con los años. Siempre estábamos juntas, y ningún festival, o reunión de sociedad, o de casa, o fiesta sorpresa se consideraba completa a menos que estuviéramos presentes; en cada plan propuesto en la iglesia éramos consultadas; cada objetivo filantrópico buscaba nuestro patrocinio, y antes de que saliéramos de la adolescencia todos los compañeros elegibles en la ciudad y el país estaban pescando para atraparnos. Este último hecho abrió una vía para aumentar nuestra diversión; no es que pensáramos en casarnos, ni por un momento, pero interferimos muy seriamente con muchos otros que sí pensaban en eso, y durante un año o dos estuvimos perfectamente embelesadas con el número de enlaces que pudimos romper. Al poco tiempo llegó un joven muy apuesto, con credenciales muy satisfactorias para mi padre y los demás, y todas las chicas de la ciudad se fijaban en él. Sadie y yo decidimos ir también a por él y, jugando con él alternativamente, mantenerlo alejado de las demás, además de darle una oportunidad… Pero él se tomó las cosas muy en serio y, antes de que pasara un mes, me hizo una proposición formal. Debo confesar que yo también me sentía muy seria al respecto, y lo habría aceptado si eso no hubiera puesto fin al romance que habíamos decidido disfrutar. Así que me reí de él, y cuando pidió la ayuda de mi madre, me mantuve firme en mi dignidad y le dije con mucha caballerosidad que yo no era de las que se casan. Se marchó muy cabizbajo, pero yo me reía.

«Mi experiencia con los hombres no había sido larga, pero sabía que su nube sólo duraría hasta el amanecer. Todo hombre entra en la estación de abril de su vida cuando se enamora, y la forma en que es tratado y educado por la mujer a la que corteja, en ese momento, tiene mucho que ver con la formación de su carácter permanente. Así lo pensaba, y por ello decidí darle una educación que lo convirtiera en el héroe a cuyo cuidado me encomendaría, en la medida en que lo considerara prudente. Cometí un error. El día siguiente llegó, pero no con Charlie. Me intrigaba. Intentaba hacerse con el dominio, pero encontraría su encaje. Pasó una semana y no lo vi. Tampoco Sadie, pues yo la había preparado por si él intentaba el efecto del flirteo. Pasó un mes sin rastro de él; las circunstancias también me habían impedido ver mucho a mi amiga. Entonces nos encontramos. Fue en la fiesta de cumpleaños de Sadie; y lo primero que me dijo fue que Charlie se le había declarado; mi rostro se iluminó con la anticipación de la diversión que tendríamos en ese momento. Continuó diciendo que lo había aceptado. La sangre volvió a mi corazón y me quedé muda como una estatua. En un momento mi sangre hirvió y corrió por mis venas en cataratas de furia enloquecida. Los celos y el amor defraudado me devoraron; mi cerebro se tambaleó bajo la tensión; caí, y no recuerdo nada más.

«El día que se casaron me balanceaba en el desequilibrio de la vida y la muerte, por la fiebre cerebral. A lo largo de mi delirio, rara vez dejé de pronunciar sus nombres, suplicándoles, rogándoles o maldiciéndoles, según me impulsara el frenesí; pero cuando recobré la razón, tuve la fortaleza de ánimo para no volver a mencionarlos. La mágica potencia de la riqueza se puso a mi servicio en todas las formas imaginables para desviar mis pensamientos de mi dolor, y tan hábilmente interpreté el papel que había preparado en los primeros días de mi convalecencia, que al poco tiempo todo el mundo se felicitaba de que las cosas no fueran tan graves como se había imaginado al principio. Poco se imaginaban que mi compostura no era más que una máscara, y que en mi interior estaba tramando y planeando la mejor manera de obtener la venganza que me aseguraría, o moriría en el intento. Sadie había sido falsa; se había aprovechado de nuestro distanciamiento temporal para llevar a buen puerto su vil designio, y lo había conseguido con un efecto fatal. Había engañado a Charlie tan perversamente como me había herido a mí, pues era imposible que ella pudiera ser la esposa que yo hubiera sido para él. Él no tenía tanta culpa, ya que había sido convertido en el instrumento de su astuta doblez. Pero ella debería sentir el peso de mi venganza. Los encontraría aunque tuviera que recorrer el mundo en mi búsqueda; le devolvería su perfidia por cuadruplicado, y se lo arrebataría aunque muriera en la hora de mi triunfo.

«Durante cinco años continué con mis investigaciones secretas aunque infructuosas, pero nunca vacilé ni olvidé mi promesa. Oculté tan perfectamente mis celos que mis conocidos empezaron a pensar que realmente era feliz otra vez. ¡Qué poco sabemos del hombre, mientras aplaudimos efusivamente al actor! El escenario y el hogar no pocas veces tienen un abismo entre ellos tan impasible como la división entre el rico y Lázaro; y nosotros, pobres mortales risueños, nos reímos de las líneas memorizadas, pero no tenemos ojos ni oídos para la sangre vital que gorgotea del corazón mientras tanto. Yo era sorda y ciega a todo excepto al único objetivo de mi vida; ellos creían que yo era feliz, mientras que no había nada en la tierra o en el cielo que pudiera hacerme feliz excepto el hombre que había perdido, y que me había sido arrebatado por la vil ingratitud de mi aparente amiga.

«La casualidad descubrió su paradero: un pequeño párrafo en un periódico viejo, del que estaba recortando un patrón. Vi su nombre, supe todo lo que era necesario y de inmediato comencé a formular un plan para llegar a él. Desde ese momento, la vida asumió un tono esperanzador, pero mi excitación casi lo arruina todo. Ojalá hubiera sido así. Una vez que lo encontré, fue fácil ir a verlo, ya que una vieja amiga de la universidad vivía en el mismo lugar, y organizar una visita para ir a verla era sólo cuestión de días. Mi siguiente paso fue más difícil, ya que todo dependía de nuestra primera entrevista.

«Un movimiento precipitado o en falso y todo estaría perdido. Pero incluso en esto la fortuna -o, como lo sé ahora, la desgracia- me favoreció. Lo encontré por casualidad y solo. Me reconoció y habló antes de que me diera cuenta de su presencia. Vi su agitación, supe que su antiguo amor no había muerto, pero mediante un esfuerzo casi sobrehumano mantuve una calma aparentemente indiferente incluso cuando le pregunté por su esposa. Leí volúmenes en su respuesta; había descubierto su error, no estaba feliz, y la certeza de ello me volvió frenética de alegría. Él era mío, lo sabía, si actuaba con cautela, mantenía mi mano oculta y esperaba una oportunidad apropiada. Nos encontramos varias veces de la misma manera, pero él nunca me visitó ni me invitó a su casa. En un momento dado me pidió que mantuviera una cita clandestina. Me negué. Él me insistió en que lo hiciera por el bien de los «viejos tiempos»; finalmente accedí. Estaba perdida, pero ese era el precio que había calculado pagar si podía conquistarlo, y lo había hecho. En menos de un mes su esposa e hijos fueron abandonados, y volamos hacia el este.

Painting , author: Haynes King (1831-1904). Usuario: Luferom en wikipedia. Fuente: ivizlab.sfu.ca/arya/Gallery/Romance/Jealousy_and_Flirtation.jpg

«Ahora estaba feliz de haber pagado el engaño de Sadie con su propia moneda. Nunca podría ser la esposa de Charlie, pero eso no era nada; yo era suya, él mío, y mi cuenta con mi rival estaba saldada. Estábamos juntos y solos; eso era todo lo que había ansiado, y mi plegaria vengativa había sido escuchada. En mi rebelión, Dios se hizo a un lado y me permitió reunir todo lo necesario para un cielo diseñado por mí misma, y cuando la obra estuvo terminada, me invitó a entrar. Entonces, ¡he aquí!, descubrí que mi cielo era el exquisito y perfecto infierno de Dios.

«Habiendo cumplido mi deseo, y habiéndose terminado la tensión bajo la que había vivido durante tanto tiempo, sobrevino un colapso rápido. Nunca me había recuperado realmente de mi primer golpe, pero mi ansia de venganza me había dado la fuerza que sólo se obtenía a costa de fuertes golpes sobre mi constitución. Tan pronto había logrado mi deseo, y habiéndose terminado la necesidad de duplicidad, cuando el impuesto sobre mi vitalidad hizo su demanda, y se hizo evidente que tenía un futuro muy breve por delante. En menos de dos años era inválida confirmada, incapaz de moverme, mientras nos veíamos obligados a enfrentar el terrible hecho de que me estaba muriendo. En ese momento mi padre me encontró y, reprochándome la deshonra que había atraído hacia su nombre, juró que si alguna vez Charlie se cruzaba en su camino, lo mataría como a un perro. Le supliqué, pero se mostró inexorable: me dijo que Charlie me había abandonado como había abandonado a su esposa, que había abandonado la ciudad, que se había ido a un lugar desconocido y que era imposible que volviera a verlo. Ante esto, volvió a apoderarse de mí toda la antigua furia celosa, seguida de fiebre cerebral, luego delirio y, finalmente, de un vacío.

«Cuando desperté estaba oscuro, terriblemente oscuro; casi podía tocar la negrura, y estaba tendida en el suelo desnudo, frío como un bloque de hielo. Llamé a Charlie, a mi padre, a mi niñera. Pero no hubo respuesta salvo el eco de mi propia voz, que parecía burlarse y regocijarse por el terror que sentía que se apoderaba de mí. ¿Dónde estaba? ¡Dios mío! ¿Era posible que me hubiera vuelto loca o que me hubieran puesto bajo control para evitar que siguiera a Charlie? Me levanté para inspeccionar lo que me rodeaba, dadas las circunstancias, pero en el arrebato de mi miedo caí, caí sin fuerzas para levantarme. Todos mis sentidos se convirtieron en poder de sentir; se aceleraron e intensificaron cien veces de modo que yo pudiera contemplar con horror el proceso de mi propia petrificación: sin voz, sin vista, sin sueño.

«Cómo recé para que la fiebre y el delirio regresaran y vencieran al terror helado que se arrastraba tan lenta y agonizantemente sobre mí. ¡Oración en vano! Yo era prisionera en el rígido dominio de la desesperación, más allá del alcance de cualquier ayuda, descanso o piedad; el juguete de todas las implacables maquinaciones que son las propias de tal estado. Poco a poco me iba convirtiendo en un bloque de carne congelada, pero viva, y mi anormal sensación de emoción se agudizaba a medida que continuaba la transformación infernal. ¿Por qué? ¿Dónde estaba? ¿Quiénes eran mis implacables perseguidores? ¿Cuánto tiempo faltaba para que amaneciera? ¿El día me traería alivio o me despertaría del agonizante sueño? Estas y otras mil preguntas proponían sus interminables enigmas para mi castigo adicional, hasta el punto de que gustosamente me habría arrojado a los brazos de la locura para descansar; pero ¡ay!, me habían privado incluso de ese consuelo. Al fin, mis pies, mis manos, mi cabeza, mis ojos, mi lengua, mi corazón, mi cerebro, se congelaron; entonces las furias hervían en mi sangre y, convirtiéndola en espuma furiosa por su excesivo calor, la enviaban en cataratas enloquecidas por mis venas para terminar el exquisito sufrimiento, que necesariamente debía permanecer inmóvil y soportar.

«No recuerdo cuándo terminó ese período. Si sufrí hasta que el dolor se agotó en la embriaguez de sus propios excesos, o si la intensidad de mi tortura se convirtió en un anestésico y me adormeció en el sueño de la agonía, sigue siendo un misterio. Sólo sé que durante un tiempo mi existencia permaneció en el olvido, pero no puedo decir nada sobre su duración y naturaleza.

«Cuando mi memoria volvió a retomar el hilo de la vida, todavía estaba en el mismo estado de negrura semipalpable en medio de un silencio que me aterrorizaba escuchar. Pero la aguda agonía de mi sufrimiento había terminado, o, mejor dicho, se me había concedido un respiro mientras la naturaleza de mi tormento cambiaba a otra, si era posible, de una descripción más agonizante. Todavía ignoraba dónde estaba, o el carácter del gran cambio que realmente se había producido en mi vida, aunque era muy consciente de que había ganado fuerzas, estaba libre del dolor efectivo, y había adquirido el poder de moverme si lo deseaba. También reconocí rápidamente cuán incalculablemente había mejorado mi condición desde la que precedió inmediatamente a mi período de inconsciencia, pero anhelaba algún grado de luz, ya fuera natural o artificial, para poder descubrir mi entorno y hacer algunas conjeturas sobre lo que había sucedido, así como para estimar las dificultades con las que tenía que luchar.

«La duración de esta incertidumbre, en la que mis únicos compañeros eran las fantásticas sombras de la penumbra subterránea, fue demasiado larga como para que yo pudiera calcularla; me pareció que fuese de siglos, pero ahora sé que no podía ser así; pero al final, ¡oh!, con tal duración, vi parcialmente satisfecho mi deseo. Vi una luz, pero era tan pequeña y lejana que no servía para mi propósito. Apenas la observé, cuando me di cuenta de un movimiento involuntario, como si me atrajera irresistiblemente en esa dirección. Al principio experimenté una sensación de deslizamiento casi imperceptible, que fue aumentando gradualmente en velocidad hasta que fui levantada del suelo y llevada a toda velocidad por el espacio como sobre las alas de un huracán… y así, legua tras legua, con un impulso cada vez mayor hacia ese faro magnético que, a medida que yo viajaba, parecía estar tan lejos como siempre.

«¡Oh, el miedo y la incertidumbre que me llenaron durante ese viaje aéreo! No fue el dolor de mi castigo anterior, sino el temor a las consecuencias que podrían derivarse de él, y que yo no podía evitar, lo que tuvo efectos casi tan terribles. De pronto, la fuerza que me había atraído o impulsado pareció agotarse y caí, asustada pero ilesa, en el umbral de esa luz para descubrir que irradiaba alrededor de la única persona por cuya presencia suspiraba, lloraba y gemía. ¡Era Charlie! Lo había encontrado, estaba con él de nuevo. Algo me decía que la fuerza que me había llevado hasta allí, a regañadientes y en mi ignorancia, estaba relacionada de algún modo con su intenso deseo de verme y con mi nueva felicidad por nuestro reencuentro. Lloré y me reproché los duros pensamientos que había albergado tan voluntariamente contra el benefactor desconocido que había venido en mi ayuda, me había liberado de mi prisión y nos había reunido de nuevo a pesar de la estrategia y la oposición de mi padre.

«Entonces, algo más desbarató mis esperanzas al sugerirme que lo que veía era sólo una alucinación, los crueles caprichos de un sueño, y que pronto despertaría para encontrar a mi padre tan inexorable como siempre, y a Charlie desaparecido, no sabía dónde. La idea de que tal suceso pudiera realizarse era insoportable; no podía permitir que la sombra de tal sospecha se posara sobre mí ni un momento; tomaría medidas para resolver la duda de inmediato.

«Pasé al círculo de luz que lo envolvía. ¡Cuánto había cambiado desde que nos separamos! Su cabello negro azabache estaba profusamente surcado de plata, el rostro antaño sereno estaba arrugado, el brillo de sus ojos se había atenuado y su figura robusta estaba encorvada. En ese momento estaba pensando en mí, y me di cuenta de que había pasado por una prueba casi tan feroz como la que yo me había visto obligada a soportar. Cuando llegué a su lado, murmuró mi nombre mientras movía la mano como si quisiera tomar la mía, pero, perdido en la profundidad de su ensoñación, tal vez sin sospechar que yo estaba tan cerca, no levantó los ojos para encontrarse con mi mirada hambrienta, que se deleitaba con la visión de su presencia. ¡Oh, qué feliz me sentí! Su tono y sus modales me revelaron que me amaba tanto como siempre y me hicieron temer poner en práctica mi proyecto, por temor a que el resultado resultara desfavorable.

«Él no había regresado a Sadie, sino que, expulsado de mi lado, había encontrado este refugio -que de ninguna manera me preocupaba ni despertaba mi curiosidad-, donde había perfeccionado un plan para mi liberación; y ¿no estaba perdido en la abstracción, mientras esperaba nerviosamente el resultado? Tan perdido que poco sabía qué éxito se había logrado. Levanté la cabeza y vi que la mirada distante no se había desvanecido de sus ojos, en los que noté que brillaba una luz extrañamente sospechosa. Me levanté de un salto horrorizada y lo sacudí, temiendo que la alegría de nuestro reencuentro hubiera resultado demasiado y que su razón lo hubiera abandonado. Se estremeció como si la habitación se hubiera enfriado. Entonces cuestioné mi propia cordura. ¿Sería posible que mi misterioso viaje hubiera sido el delirio de una loca? «¡Oh, Dios! —grité—, revélame este misterio o me matará. ¡Charlie, Charlie! ¿No me conoces? Di una sola palabra y contesta. He estado enferma, pero nunca he cambiado en mi amor por ti. Si crees que he obrado mal, ¡oh, amor mío!, perdóname y déjame cuidarte hasta que recuperes la salud. Seremos felices todavía. Ven, vámonos. Di que me conoces y estaré contenta. ¡Charlie! Sólo una palabra, querido: ¡di que me conoces!».

«En ese momento se levantó bruscamente, cogió un libro y empezó a leer sin decir ni una palabra, ni una mirada, ni una señal de que reconociera mi presencia. Retrocedí asombrada, atónita. No estaba loco, pero ¿cómo podía justificarse que yo fuera objeto de ese trato? ¿Por qué no hablaba? Seguramente, si mi presencia no era bienvenida, me lo diría; si temía que me descubrieran, tomaría medidas para ocultarme; si yo seguía siendo la misma para él que antes, me estrecharía en sus brazos y me saludaría. De todos modos, no podía justificar la recepción que me hizo excepto sobre la base de esa cruel sugerencia de que sólo era víctima de un sueño. Dios sabe que mi sufrimiento era real; si algo más lo fuera a corroborar, lo determinaría en breve, porque yo observaría y esperaría. Poco a poco, le reproché su conducta, para ver si eso podía obtener una respuesta; pero él se limitaba a sonreír y, cansinamente, dejó a un lado su libro, se volvió hacia alguien a quien yo no podía ver y dijo: “¿Le dirás a tu mamá que deseo hablar con ella?”.

«¿Qué quería decir? ¿Qué significaba cualquier otra mujer para él cuando yo estaba presente? ¿Era posible que, después de todo, hubiera vuelto con Sadie y quisiera que ella estuviera cerca para presenciar mi humillación? Todos mis viejos celos se despertaron ante el pensamiento, y un frenesí repentino me llevó más allá de toda restricción, anticipando la escena que se avecinaba. Sentí que entraba un extraño, pero no podía ver ni oír quién era, un hecho que se sumó considerablemente al misterio y al terror que me poseía. ¿Era yo igualmente invisible e inaudible para ella? Así parecía, porque aunque oía cada palabra que pronunciaba Charlie, veía cada movimiento que hacía, y podía entender que la conversación no hacía la más mínima referencia a mí, seguía siendo ignorada tan completamente como si no hubiera existido.

«¿Era posible que estuvieran representando un papel arreglado para volverme loca? ¿Quién era esa mujer? ¡Oh, Dios! ¡Ojalá haber estado tan sorda y ciega a la conducta de Charlie como ella lo estaba para mí! No era Sadie, pero lo oí llamarla por un nombre que nunca podría haberme dado. Entonces supe de su bajeza y traición, encontré una explicación completa de la conducta que había recibido. Simplemente se estaba burlando de mí. Tanto si ella era consciente de mi proximidad como si no, él lo sabía; había conseguido mi presencia para que yo pudiera presenciar su felicidad con una rival que me había suplantado, tal como yo se lo había arrebatado a Sadie, para así poder reírse al ver cómo el conocimiento de ello me torturaría. Esto era demasiado. La certeza de su deserción me enloquecía; pero presenciar sus pasajes amorosos con mi rival me incitaba a un frenesí diabólico, y decidí matarlo ante sus ojos. ¡Ay! Antes de que tuviera tiempo de moverme, la luz que lo rodeaba se apagó y quedé de nuevo en esa oscuridad egipcia, temerosa de moverme a causa del terror que regresó con mi ceguera.

«Todavía podía oírlo; peor aún, podía oírla a ella; escuchaba sin el poder de taparme los oídos o impedir darme cuenta de lo que ella le decía y cómo lo llamaba. La rabia y los celos atormentaban y se burlaban de mi impotencia, hasta que me preparé para seguir el sonido y ejecutar mi venganza dejándolos muertos uno al lado del otro. ¡Horror! Cuando quise matarlos, descubrí que era tan incapaz de moverme como de ver, y me vi obligada a permanecer de pie y escuchar su perfidia, incapaz de emitir un sonido que ahogara los ecos de sus caricias.

«Mil veces hubiera elegido la petrificación gradual de mi estado anterior; las torturas del infierno aumentaban; ¿era posible que pudiera guardar algo más insoportable que mi castigo actual? Recé para volverme loca, para que en mi locura pudiera encontrar alivio de tan agudo dolor; pero mi oración volvió como un chorro de plomo fundido que cayó sobre mi cabeza y quemó canales de fuego en mi cerebro, aumentando mi agonía cien veces más y haciéndome consciente de que mi retribución real apenas estaba comenzando; que continuaría aumentando y que me vería obligada a soportarla, ya que no había escapatoria posible. Estaba encadenada a él, y durante períodos de tiempo, que parecían largos como la eternidad, tuve que soportar este indescriptible desarrollo de un castigo atroz, con cada nervio acelerado en una sensación de sentimiento que desafía la descripción, mientras que la propia memoria no es lo suficientemente fuerte para captar su intensidad. La locura no podía venir en mi ayuda; la muerte no podía escuchar mis súplicas; la insensibilidad estaba paralizada y no podía acercarse a mí; la piedad estaba más allá del alcance de mis lamentos, y la misericordia no tenía poder para entrar en el dominio en el que estaba prisionera.

«¿Qué podía hacer? ¡Sólo sufrir! ¿Por qué nadie me despertaba de tan horrible pesadilla? Grité, pero nadie me respondió. Estaba en todas las agonías del infierno sin siquiera el pobre consuelo de estar sufriendo en compañía. No podía soportarlo; pero tampoco podía escapar. ¿No había límite posible para la resistencia humana, ningún punto culminante de la venganza que, una vez alcanzado, supiera que mi pecado había sido expiado? Necesitaba ayuda de alguna parte, de cualquier parte, siempre que rompiera la monotonía infernal de mi dolor cada vez mayor.

«Tenía una percepción tan viva y rápida de las exquisitas torturas que se acumulaban a mi alrededor, que gustosamente habría servido con obediencia servil a cualquier poder que se manifestara para cambiar mi condición, aunque sólo fuera para variar el castigo. Si el cese era imposible, me contentaría con aceptar el resto del cambio, y para ello hice una última súplica, aunque mi oración volviera, como en el caso de la que inició mi estado de furia, y grité: «¡Oh, Dios o diablo! ¡Cualquier ser de piedad o crueldad despiadada, escúchame y termina con mis tormentos! Tómame, desgarrame o destrúyeme; ahoga mi razón más allá de toda esperanza de restitución, o, con una ráfaga huracanada de tortura, pon fin a los sentimientos y termina con esta agonía. ¡Infierno! ¡Infierno! Por misericordia, ten piedad de mi condición; abre tus puertas y déjame bañar mis sufrimientos en tu lago de fuego. ¡Infierno! ¡Infierno! Digo, por misericordia, ábreme y déjame entrar!»».

Mientras ella continuaba con su historia, percibí que el presente se desvanecía de su mente y que regresaba, por el momento, sintiendo y soportando un recuerdo del horrible pasado. Gradualmente se transformó en la mujer que había sido una vez hasta que grandes gotas de sudor aparecieron en su rostro; sus ojos se dilataron con un brillo maníaco y se retorció en los sufrimientos que habían sido una realidad tan terrible. Cuando su fuerza cedió con la intensidad de su último esfuerzo, cayó exhausta a mis pies. Yo también me había dejado llevar tanto por su dramático relato que no me di cuenta por el momento de dónde estábamos; y mientras caía, miré nerviosamente a mi alrededor, casi esperando ver esas puertas míticas abriéndose ante mí en respuesta a su súplica. Fue con un largo suspiro de alivio que reconocí a Cushna y Azena apresurándose hacia nosotros.

«¡Silencio! ─dijo con calma, como si la visión le proporcionara una intensa satisfacción─, déjala dormir, pronto estará mejor».

«¡Cushna! ─clamé yo─ ¿puede ser verdad?».

«Sí, pobre niña, es verdad; y hay mucho más que ella no puede decirte. Llevaba más de veinte años cosechando esa cosecha de sus celos cuando la vi por primera vez».

«Y tú la salvaste. Puedo entender bien por qué su mayor placer es esperar tu llegada».

Pero él estaba demasiado ocupado con Marie como para ofrecer una respuesta.

Versión en inglés
CHAPTER IX
THE HARVEST OF JEALOUSY

How far we travelled during our conversation I have not the remotest idea, but if the changed aspect of the country formed any criterion of the distance it was by no means inconsiderable. When I was at liberty to notice our surroundings I discovered that we were passing through a district possessing as its principal feature a multitude of secluded spots and quiet retreats, but without any indication of a road to guide a stranger, and therefore an interminable labyrinth to anyone who had not a perfect knowledge of its key; but at the same time a sure asylum to the weary and the hunted who stood in need of such a haven of refuge. The atmosphere was heavy compared with that to which I had recently been accustomed; the wind, although not cold, had a chilliness not experienced before; the trees were more sombre in appearance, with dark shadows lingering beneath them; the flowers had lost the brilliance and fragrance which had so impressed me at the Home of Rest, while the influence of the place seemed to whisper that the severity of sorrow was just taking its departure, although it was still a matter of doubt whether peace could be induced to accept the vacancy thus created.

Presently my companion turned aside and bade me follow him, threading his way as he spoke, through the low hanging branches of the trees, which threatened to hide him entirely from my view unless I quickened my pace and diligently watched the direction he took. A dozen steps behind, our track was obliterated, and I constantly wondered by what sign or power Cushna pushed so confidently forward. My attention was also attracted to a
certain moisture apparently exhaled from the leaves and which I was convinced would speedily saturate us if we had far to travel under such conditions; I was further conscious of something more than curiosity – almost alarm – as I saw the colour gradually fading, first from the robes of my conductor, and then from my own, as we advanced. But as I had full employment in clearing my way, I was compelled to refrain from asking questions for the present. When we emerged from the trees our clothing no longer possessed its delicate blue and pink tints, but had been changed to dark grey; and what surprised me equally with this was the fact of its being perfectly dry in spite of the showers of dew which had so copiously fallen upon us. As Cushna paused for me to overtake him, he smiled at my perplexity, and without waiting for me to ask, proceeded to give the explanation of such an astounding phenomenon:

“This,” he said, “is perhaps one of the most tender and beneficent provisions of our Father. Whoever come to visit or minister to one of the friends located here, experience this transformation upon nearing the end of their journey. The object is to enable us to meet on apparently equal terms, by preventing them from knowing the difference in our condition,
and thus to enable us to give them the greater assistance. As you will soon discover in the case of Marie, the state of all at this point of development, is one that requires the most careful and sympathetic treatment, and the friends employed in the mission are specially appointed by Myhanene from among those most closely associated with himself.

“The condition of all those you will find here is one of repose, succeeding a period of indescribable agony – the hush of uncertainty, following in the wake of the storm of hell -and the soul is indisposed to rouse itself from the dreamy numbness in which it finds its present relief from that suffering which, being scarcely over, is so vividly impressed upon its memory. Hope is not yet strong enough to counteract the fear that any exertion may result in a return of the dreaded past; confidence is not able to supplant distrust, and the only means by which they can be roused from this state of lethargy is by association with the messengers from the Hills of Wisdom, who inspire the feeble confidence of these needy ones by the assurance of the realisation of that hope they have gained.”

“This change in our appearance, then, is but another variation of the great law of love?” I asked.

“Precisely so,” he responded; “nothing but love.”

Our path now lay down a gentle declivity between the hills, but before we reached the level of the valley, we turned, as if to round a clump of trees having a remarkable wealth of foliage, and branches which swept the ground; on reaching the further side, however, I discovered that they served to conceal the entrance to a pleasant dell in which was situated a solitary house – the first I had seen in the whole district. The little domain was a welcome retreat for one who wished to live a life of solitude; a hundred safeguards having been raised – natnral and unsuspicious – against intrusion; and without a trace of path, or indication of any presence in the vicinity, it was almost beyond the range of possibility for a visitor to make his appearance in that peaceful dell, except those who by their knowledge of the homestead gave evidence of their interest in the welfare of its solitary resident. The garden, grounds, and general arrangement offered every inducement for the exercise and development of the mind, with abundant scope to wean the heart from sorrow, in congenial and ever varying employment The house was not a large building – such an one would have been out of character in these surroundings – but it was exceedingly cheerful and picturesque – a mountain home, engaged for the purpose of repose and restoration, with everything provided to make one forget the past and care nothing for the future, but yet by no means a permanent habitation being devoid of that society for which the healthy mind seeks, and chafes to find inaccessible.

As we emerged from the narrow pass by which we entered, two ladies were walking leisurely across the grounds away from us, with arms affectionately entwined around each other. They looked like kindred spirits whose thoughts, too deep for words, were drawing from the well of silence a draught of refreshing sympathy.

Their preoccupation gave me an opportunity of observing them before they were made aware of our presence. From the moment I beheld them I was confident that the shorter of the two was present in the capacity of minister – or should I not use the more familiar appellation, angel – following the example of the Great Teacher in laying aside her rightful state that she might by her sacrifice be the more powerfully competent to help her unfortunate sister. The taller of the twain bore very conspicuously the evidence of weakness and weariness, and was only too glad to avail herself of the strength of her companion, so unassumingly placed at her disposal.

“Azena has been here almost constantly since Marie came,” said Cushna, as we stood watching them.

I made no reply. I would rather he had not spoken- a wish my friend was quick to appreciate, and I was left undisturbed to Witness a practical lesson in nursing and sympathy which awed me with its angelic tenderness and unrestrained devotion. Such a vision of salvation needed no interpreter; my heart stood still in its sacred presence, while it made me conscious of a closer touch with God than I had ever felt before. My soul trembled with the holy tension put upon it; my feet paused in a direct refusal to cross the threshold of the temple while the fragrant incense of such a worship was ascending, and but for Cushna’s interference I should probably have yielded to my strong desire to leave that hallowed spot. But standing thus I solved a problem in spiritual mathematics, as I saw the antithesis of life – heaven and hell – curved by the power of love, until they touched, overlapped, and blended to form the circle of divinity. In that illustration I grasped the stupendous assurance that it will be impossible for any single soul ultimately to resist that gravitation which operates in the higher life for the purpose of lifting up the fallen, or rescuing the lost; and the words of Jesus – ‘until He find them’ came to me at that moment with a force and meaning I had never seen before.

There were no outward signs to indicate the extremes which were linked together by the encircling arms of those two women, but the perceptions of my soul were quickened to discern that a legion phantoms from each of the two conditions peopled that spot, and wrestled with terrible vigour for the victory. The winds paused as they passed by, to watch the issue of the conflict; the flowers trembled alternately with hope and fear; the trees folded their arms with statuesque stolidity; and even the grass bade its pulse stand still lest in the absorption of nourishment, the movement of its expansion should give advantage to the enemy of life. Yet in this audible silence I did not fear or doubt the issue; why, I cannot tell, except it was that Cushna endowed me with his confidence, by which I realised that truth and love alone have an inherent immortality; death, pain, and hell are mortal, and having once been felled, they can never rise again. The omnipotence of right surrounded and enveloped us, its mystic influence thrilled me with its power, bidding me stand still – as the Prophet of Sinai once commanded the Israelites to stand in such a presence – and see the salvation of our God.

Still unconscious of our approach, their communion continued its unbroken flow, until they reached a point in the grounds where some distant object was brought within their view, the sight of which roused Marie from her reverie, prompting a degree of animation and interest which contrasted forcibly with her previous tranquillity. I was not unpleasantly affected at the change, since it broke the protracted spell which had enthralled me, and I was again anxious to be brought into closer contact and learn the story of her in whom my conductor manifested such a deep interest. I was curious,
however, to know what had wrought such a change in her manner, and asked him for the explanation.

“From that point they obtained a magnificent view of the country,” he replied, “extending to the region of the hall from which we have come, This brings back to Marie a somewhat indefinite recollection of a home in which she slept her first exhaustion away, after she was induced to leave the place of her torment. The memory of that brief period – between the time when she awoke and her coming here – Azena uses to inspire her hope and desire to get away and re-mingle in those scenes, and for that purpose they will remain as long as possible where they are. We, however, may be of equal assistance in another way, and so I think it is well to make them aware of our presence now.”

With this lie projected a small but brilliant flash which immediately arrested their attention. Marie’s face positively beamed with pleasure as she recognised who was calling her, and, relinquishing her embrace of Azena, she ran towards us and greeted Cushna with all the affection of a daughter. My presence was forgotten in those first moments of reunion, not being at all necessary to their happiness, and since there is no formality of introduction demanded in this life, I joined Azena and left Cushna to make all necessary explanations then call for me when he desired my company. I was surprised to find how free and unrestrained our intercourse was from the moment we met. Turning from our friends we walked by mutual consent towards the point at which they were standing when Cushna called them. As we did so I asked:

“Does this place seem dull and gloomy to you in comparison with your own home?”

“Dull” she exclaimed, her face suffused with the brightness of her smile. “No, no, anything but that! Heaven consists in condition more than locality, and to have a share in driving the clouds from poor Marie’s life is quite sufficient to turn any place into a heaven.”

I was silenced; for it was by no means difficult to conceive that heaven would always be found closely attendant upon such a companion and I could appreciate the benefits to be derived from silent communication such as Marie was indulging in when we first saw them. The music of her laughter would soon prove fatal to melancholy, and before the brightness of her eyes the clouds of sorrow be compelled to disappear. With the slight knowledge I possessed of the law of procedure here, I could easily understand her attendance and ministry upon Marie; it was another example of the unvarying and perfect fitness of every detail of this life to its requirement and necessity. What could be more apposite than that this poor, wounded, crushed soul – that it was occasioned by her own sin does not alter the fact – should be entrusted to the tender and patient care of a nurse whom a painter would solicit from the gallery of dreams to sit as a model of charity. If throughout eternity, heaven did no more than knit such hearts together in the close affection I had witnessed, it would – well – that would make it heaven.

“I am anxious to see the view which Cushna tells me may be had from the bottom of the grounds,” I remarked presently.

“Yes! You must see that,” she replied. “it is just like that dear old Doctor Grand-pa to find this place for Marie.”

“I don’t think that he has much the appearance of a grand father,” I said.

“Though every inch of him is a doctor.” Yet there was something about him in spite of his youthful visage which told me that that dual epithet was the most comprehensive and correct one which could be applied to him. He had been an unsolved enigma from the moment I first met him, and the idea of obtaining a further insight into the character which had so perplexed me was a very welcome one.

“No,” she responded. “He scarcely looks old enough, does he? But that is by no means due to his lack of years, it must rather be ascribed to the eternal youth we enjoy. When he came into this life he was both a Grand-pa and a Doctor, and though he has grown so very youthful in his form and bearing, we are compelled to give him his double cognomen or we should only refer to half of what he is even now.”

“Has he been here long?”

“Yes! He lived in the early days of Egypt. I think it was prior to the building of the pyramids.”

“And does he remember his earth life?”

“I do not think he has forgotten a single incident either in his earth or present life, if he will give himself a moment to recall it. One of the things which makes him like a grand-pa still is the delight he finds in gathering a number of us together and recounting episodes from his own experience for our instruction and amusement. He is, I think, the most unselfish man I ever met, having no thought for himself, but only existing to augment the happiness of every one with whom he comes in contact. Always planning new pleasures and surprises, when he introduces them he does it in a kind of apologetic tone, as though he had committed some offence and was about to ask for pardon; and when he sees the additional happiness invariably resulting from his labours, he himself is quite happy, first in sympathy with those whom he has made so glad, and then, again, that he has been the means of such enjoyment. Why, now; let me tell you how it is that Marie is here. He met her first on the other side of the mists. Has he told you?”

“Yes, he told me how and where he met her.”

“But he has not told you how long and difficult was his work before he could induce her to listen to him; of the conflict he had with malignant spirits who delighted in her torture and tried to frustrate all his endeavours; you know nothing of his many failures to make her come away from such horrible surroundings, if only for a space, to prove that no one but herself stood in the way of her peace, since the legitimate penalty of her sin had been paid. No one but himself knows the extent of this – and no one ever will, for it is buried with the thousand similar secrets in the oblivion of his own breast, never to be willingly recalled or thought of again. I have heard something of this from Marie; but, poor Child, her memory of that period is happily overcast, though she has told me enough to show the struggle was a fierce one, and the reward of it will, by and by, be not the least of the bright jewels which will sparkle in his diadem. When at length he accomplished his object, he gained permission to carry her to his own home, where he could watch her as she slept through the prostration that succeeded her suffering, and while she slept he could scarcely be persuaded to leave her side, lest even in her sleep she should feel his absence and be lonely. Such devotion had its reward, and was powerful in removing much of her weight of trouble. His determination to make her happy won her confidence first, then her love, and finally was the means of enabling him to be the minister of her salvation.

“It is very pathetic to hear Marie speak of her waking, and Cushna’s tender but compulsory announcement that he would take her to her own home where she would be better for a time than even where she was. She was full of fear that if he left her she would be drawn back to the agony of the past, and pleaded long and tearfully to be allowed to stay. That could not be, and so he did the next best thing to it; knowing she must be located here for a time, he searched the district till he found this house, which affords from this point the view of which he spoke. This lovely valley is an incessant theme of admiration for her, and on the hillside in the far away, but yet distinctly visible in the glory-light which plays upon it, stands Cushna’s house – her other home, as she always calls it; – and she delights to stand here talking of him, and watching for his coming, as he generally does, straight across.”

The beautiful panorama unrolled before me, the circumstances we were discussing, and the close proximity of two of the chief actors in the thrilling drama, filled me too full for speech – I could only contemplate how each succeeding incident in my career bore ever stronger testimony to that law of love which is the mainspring of this life.

“At the time Cushna called us,” she continued, after a moment’s pause, “we were looking at his home, which Marie considers the central feature of the landscape, and she was wondering – ”

“How long do you intend to keep her waiting.” We turned to find Cushna had stolen upon us unobserved. How much of our conversation had been heard we had no idea, but his next sentence told us that he well knew what its drift had been. “Azena,” he said, “I am sadly afraid that you are a little tell tale, and I shall be compelled to administer some correction to you”

“You are a good, dear old grand-pa, and deserve to be kissed for listening – there – there,” she cried, as she threw her arms around him and saluted him on either cheek.

“Oh, these children!” he replied, as he shook his head at her in mock gravity; and then, turning to me, he said, “ I think you had better go and keep Marie company while I give this child a scolding.”

“Why, you dear old darling, you would not know how to begin if you tried,” were the last words I heard as I turned away.

I was glad to be able to hear Marie’s story from her own lips, but as I neared her and saw her face darken by the shadow of some approaching agony – so changed from its brightness as she greeted Cushna – I would have gladly foregone the recital, if by that means I could have witnessed a return of her former happiness. But again I was impelled by that mysterious influence which operates, to carry us over points of difficulty and uncertainty, always in the right direction, even though opposed to inclination and understanding for the time being. In spite of the consequences, I knew it was best to go forward and leave to Cushna’s future explanation whatever might transpire of an incomprehensible nature. I had already learned so much of the development of blessings from the most apparent
improbabilities as to feel confident that all things worked together for good, and began to watch for the manifestation of all kinds of surprises in every new feature of the life as it was presented to me. As Marie came towards me, I was conscious of the effort she exerted to overcome the premonition which so visibly enveloped her, and the unsuccessful attempt she made to greet me with a smile which died in its birth-throb; but I knew that my own face only too faithfully represented my feelings at the moment, so our interview commenced with a greeting signally ominous of its tragic termination.

Cushna had made all necessary explanations as to the object of my visit, and so, with very few preliminaries, Marie proceeded to give me her experiences as follows:

“I am an American, the only child of a Southern millionaire idolised by my parents, and pampered, proud and wilful from my infancy. When I wished for anything I only had to speak and it was mine. My education, both by practice and by precept, taught me that money was almighty, and as its supply to us was practically unlimited, I grew up with the idea that I was to be obeyed, and no wish I cherished or expressed could ever be thwarted. Of course this tended to make me very exacting – even overbearing – but I was by no means cruel or wicked as the world would judge. Having the money I had a right to all the pleasure it would bring, and if my enjoyment was unfortunately the cause of pain to another, I was not to be blamed for that; it was their misfortune, and they had no right to expect me to forego my desire out of consideration to their feelings. Such was my philosophy, and I acted upon it.

“We were church people, my father always liberally contributing to the various agencies promoted therefrom; punctilious in our attendance at the services, my name being duly enrolled as a member upon reaching the appointed age. Whenever I felt inclined or desired an excuse for breaking an irksome engagement I would take a class in the Sunday school, or find it necessary to pay a charitable visit. It was not often, I allow, but as I looked upon it as an act of condescension upon my part to do such work at all, it was not to be expected that I should be anything like regular in my attention to those duties.

“There was never but one girl I could really call my friend – that was Sadie Norton. Our social position was fairly equal, but I being a trifle the older of the two, could rightfully assume the premier place. Then Sadie was not exactly the girl to command or lead, so I was in no way interfered with in my assumption of leadership, and for that reason our companionship became a very close one. A friendly rivalry existing between our parents
was to some extent reflected by us, but without lessening the sisterly feeling which had been engendered, and rather strengthened than otherwise with years. We were always together, and no festival, sociable, at home, or surprise party was considered complete unless we were present; upon every scheme put forward at the church we were consulted; every philanthropic object sought our patronage, and before we were out of our teens every eligible fellow in the town and country was angling to catch us. This latter fact opened an avenue for a great increase of our fun; not that we thought of marrying, for a moment, but we very seriously interfered with many others who did, and for a year or two were perfectly enraptured at the number of matches we were enabled to break off. Presently a fine young fellow came along, bringing very satisfactory credentials to my father and others, and all the girls in the town set their caps at him. Sadie and myself determined to go for him as well, and by playing him, alternately, keep him from anyone else, as well as give him a teasing- But he took matters in a most awfully serious light, and before a month had passed made me a formal proposal. I must confess that I too felt very serious about the matter, and would have accepted him if that would not have ended the romance we had determined to enjoy. So I laughed at him, and when he enlisted my mother’s aid, I stood on my dignity, and very cavalierly told him I was not of the marrying kind. He went away looking very crestfallen, but I laughed.

“My experience of men had not been a long one, but I knew his cloud would only last till sunrise. Every man enters upon the April season of his life when he falls in love, and the way he is treated and trained by the woman he wooes, at such a time, has much to do with the formation of his permanent character. So I thought, and therefore determined to give him such a schooling as would bring him out the hero into whose keeping I would entrust myself, so far as I deemed prudent. I made a mistake. The morrow came, but brought no Charlie. I was piqued. He was trying for the mastery, but he would find his match. A week passed and I did not see him. Neither did Sadie, for I had prepared her in case he should try the effect of flirtation. A month went by without a sign of him; circumstances had also prevented me seeing much of my friend. Then we met. It was at Sadie’s birthday party; and the first thing she told me was that Charlie had proposed – my face lighted with the anticipation of the fun we should have presently. She continued – that she had accepted him. The blood rushed back to my heart – I stood speechless as a statue. In a moment my blood boiled and dashed through my veins in cataracts of maddened fury. Jealousy and disappointed love devoured me; my brain reeled under the strain; I fell, and remember no
more.

“The day they were married I was swinging in the balances of life and death, from brain fever. All through my delirium their names were seldom off my tongue, pleading, entreating, or cursing them, as the frenzy impelled me; but after my reason returned I had strength of mind never to mention them again The magic potency of wealth was pressed into servjce in every conceivable form to wean my thoughts from my sorrow, and so skilfully did I play the part I had arranged in the early days of convalescence, that everyone was presently congratulating themselves on matters not really being so serious as was at first imagined. They little dreamed my composure was but a mask, and that in my soul I was plotting and planning how to best obtain the revenge which I would either secure, or die in the attempt. Sadie had been false; had taken advantage of our temporary estrangement to carry her base design to success, and she had succeeded with fatal effect.
She had deceived Charlie as wickedly as she had injured me, for it was impossible she could be the wife I should have made him, He was not so much to be blamed since he had been made the tool of her cunning duplicity. But she should feel the weight of my vengeance. I would find them if I had to travel the world in my quest; I would return her perfidy fourfold, and take him from her even if I died in the hour of my triumph.

“For five years I continued my secret but unsuccessful inquiries, but I never for one moment faltered or forgot my vow. So perfectly did I hide my jealousy that my acquaintances began to think I was really happy again. How little we know of the man, while we rapturously applaud the actor; the stage and the home have not infrequently a gulf between them quite as impassible as the division between Dives and Lazarus; and we poor simpering mortals laugh at the memorised lines, but have no eyes or ears for the life￾blood which gurgles from the heart meanwhile. I was deaf and blind to everything but the one object of my life; they thought me happy, while there was nothing in earth or heaven could make me so but the man I had lost, and who had been stolen from me by the base ingratitude of my seeming friend.

“Accident discovered his whereabouts – a small paragraph in an old newspaper, from which I was cutting a pattern; I saw his name, learned all that was necessary, and at once began to formulate a plan for reaching him. Life from that moment assumed something of a hopeful hue; but my excitement very nearly ruined everything. I would to God that it bad done so. Having found him, it was easy to go to him, since an old college friend was living in the same place, and to arrange to pay her a visit was only a matter of a few days. My next step was more difficult, as everything depended upon our first interview.

“One rash or false move and all would be lost. But even here fortune – Or, as I know it now, misfortune – favoured me. I met him accidentally, and alone. He recognised me, and spoke before I was aware of his presence. I saw his agitation knew his old love was not dead, but by an almost superhuman effort I preserved a seemingly indifferent calmness even when I asked after his wife. I read volumes in his reply; be had discovered his mistake, was not happy, and the assurance of it made me frantic with delight. He was mine – I knew it – if only I acted with caution, kept my hand concealed, and waited an appropriate opportunity. We met several times after the same fashion, but he never once visited me, or invited me to his house. Presently he asked me to keep a clandestine appointment. I refused. He urged it for the sake of ‘auld lang syne’; finally I consented. I was lost, but that was the price I had calculated to pay if I could win him, and I had done it. In less than a month his wife and children were deserted, and we were flying east.

“I was happy now that I had repaid Sadie’s deceit in her own coin. I could never be Charlie’s wife, but that was nothing; I was his, he was mine, and my account with my rival was square. We were together and alone, that was all I had craved for, and my revengeful prayer had been answered. In my rebellion God stood aside and let me gather all the necessities for a heaven of my own design, and when the work was finished, He bade me enter. Then, lo! I found my heaven to be God’s exquisite and perfect hell.

“Having accomplished my desire, and the tension under which I had lived so long being over a speedy collapse ensued. I had never really recovered from my first blow, but my craving for revenge had given me strength which was only obtained by heavy drafts upon my constitution. No sooner had I attained my wish, and the necessity for duplicity over, than the tax upon my vitality put in its claim, and it was evident that I had but a short
future before me. In less than two years I was a confirmed invalid, unable to move, while we were compelled to face the awful fact that I was dying. At this time my father found me, and reproaching me for the dishonour I had brought upon his name, vowed if ever Charlie crossed his path he would shoot him like a dog. I pleaded with him, but he was inexorable -told me Charlie had left me as he had left his wife, that he had quitted the town, had gone no one knew where, and that it was impossible I could ever see him again. All the old jealous fury came back at this, followed by brain fever, then delirium, and finally a blank.

“When I awoke it was dark – horribly dark; I could almost touch the blackness, and I was lying upon a bare floor, cold as a block of ice. I called Charlie – my father – my nurse! But there was no response save the echo of my own voice, which seemed to mock and rejoice at the terror I felt creeping over me Where was I? Great God! could it be possible that I had gone mad, or that I had been placed under restraint to keep me from following Charlie? I rose to make what inspection was possible of my surroundings, under the circumstances, but in the ague of my fear I fell – fell without the strength to rise. All my senses resolved themselves into the power of feeling; quickened and intensified a hundredfold that I might contemplate with horror the process of my own petrifaction – voiceless, sightless, sleepless.

“How I prayed for the fever and delirium to return and conquer the icy terror which crept so slowly, so agonisingly over me. Vain prayer! I was a prisoner in the rigid domain of despair, beyond the reach of help, or rest, or pity; the sportive toy of all the remorseless machinations which are germane to such a state. I was being slowly converted into a block of frozen – yet living – flesh, and my abnormal sense of feeling heightened as the infernal transformation went on. Why was it? Where was I? Who were my relentless persecutors? How long before the morning would break? Would the day bring me relief, or wake me from the agonising dream? These, and a thousand other queries, propounded their unending enigmas for my additional punishment, till I would gladly have rushed into the arms of madness for rest; but alas! I was deprived of even such a consolation. At length my feet, my hands, my head, my eyes, my tongue, my heart, my brain were icebound: then the furies boiled in my blood, and lashing it into angry foam by its excessive heat, sent it in maddened cataracts through my veins to finish the exquisite suffering, which I must needs lie still and bear.

“Of the termination of that period I have no recollection. Whether I suffered until pain wearied itself out in the intoxication of its own excesses, or whether the intensity of my torture became an anesthetic and lulled me into the sleep of agony, remains a mystery. I only know that for a space my existence lay in oblivion, but of its duration and nature I cannot say anything.

“When my memory again took up the thread of life I was still in the same state of semi-palpable blackness amid a silence which terrified me to listen to; but the sharp agony of my suffering was over, or, rather, I should say, a respite had been granted while the nature of my torment was being changed to one, if possible, of a more agonising description. I was still ignorant of my whereabouts, or of the character of the great change that had really taken place in my career, though I was quite conscious I had gained strength, was free from actual pain and had acquired the power to move if I desired to do so. I also quickly recog￾nised how incalculably my condition had improved from that which immediately preceded my period of unconsciousness, but I yearned for some degree of light, either natural of artificial, that I might discover my surroundings and make some guesses as to what had taken place, as well as estimate the difficulties to be contended with.

“The duration of this suspense, in which my only companions were the fantastic shadows of the subterranean gloom, was too long for me to appraise – it seemed to be centuries, but I know now that such could not be – but at length – oh! such a length I had my wish partly gratified. I saw a light; but it was so small and far away as to be useless for my purpose. No sooner did I observe it than I was conscious of an involuntary movement as if was being irresistibly drawn in that direction. At first I experienced an almost imperceptible gliding sensation, gradually increasing in velocity until I was carried from my feet and borne rushing through space as upon the wings of a hurricane. On and on, league after league, with an ever-increasing momentum towards that magnetic beacon which, expanding as I
travelled, yet appeared to be as far away as ever.

Oh! the fear and suspense with which that aerial voyage filled me! It was not the pain of my previous punishment, but the dread of the consequences which might result, and I was powerless to avert, was almost as terrible in its effects. Suddenly the power by which I had been attracted or impelled, seemed to be exhausted, and I fell, scared but unhurt, upon the threshold of that light to find it radiated around the only person for whose presence I
sighed, and wept, and groaned. It was Charlie! I had found him – was with him again. Something told me that the force by which I had been carried hither – reluctantly in my ignorance – was by some means connected with his intense desire to see me, and in my new-found happiness at our re-union. I wept and reproached myself for the hard thoughts I had so willingly entertained against the unknown benefactor who had come to my relief, released me from my prison-house, and so brought us together again in spite of my father’s strategy and opposition.

“Then another something dashed my hopes by suggesting that what I saw was only an hallucination – the cruel vagaries of a dream, and that I should presently wake to find my father as inexorable as ever, and Charlie gone I knew not whither. The thought that such a development might be realised was an unbearable one; the shadow of such a suspicion could not be allowed to rest upon me for a moment; I would take measures, to resolve the doubt at once.

“I passed into the circle of light which enveloped him. How much he had changed since we parted. His jet-black hair was profusely lined with silver, the once calm face was furrowed, the brightness of his eyes was dimmed, and his stalwart form was bowed. At the moment he was thinking of me, and I was conscious of his having passed through an ordeal almost as fierce as that I had been compelled to bear. As I reached his side he murmured my name, while his hand moved as if to make an attempt to take my own, but lost in the depth of his reverie, perhaps unsuspecting that I was so near, he did not raise his eyes to meet my hungry gaze, which was feasting upon the sight of his presence. Oh! how happy I felt. His tone and manner revealed to me he loved me as much as ever, and made me fearful to put my project into execution, lest the result should prove unpropitious.

“He had not returned to Sadie, but driven from my side had found this retreat – where it was by no means troubled me or excited my curiosity – where he had perfected a plan for my deliverance; and was he not lost in abstraction, as he nervously awaited the result – so lost that he little knew what success had been accomplished. I lifted my head and saw that the far away look had not faded from his eyes, in which I noticed a strangely suspicious light was beaming. I started to my feet in horror, and shook him, in my fear that the joy of our re-union had proved too much, and that his reason had deserted him. He only shivered as if the room had grown chilly. Then I questioned my own sanity. Could it be possible my mysterious journey had been the delirium of a madwoman’s raving? ‘Oh! God! ‘ I cried,
‘reveal this mystery, or it will kill me. Charlie, Charlie! don’t you know me? Speak but one word, and tell me so. I have been ill; but I have never swerved in my love for you. If you think I have done wrong, oh! my love, forgive me, and let me nurse you back again to health. We will be happy yet. Come, let us go away. Say you know me, and I will be content; Charlie! just one word, dear; say you know me!’

“At this he roused himself abruptly, picked up a book, and began to read without so much as a word, a look, or a sign that he recognised my presence. I recoiled in amazement, dumbfounded. He was not mad – but how could I account for this warrantable treatment? Why would he not speak? Surely if my presence was unwelcome, he would tell me so; if he feared the discovery, he would take means to conceal me; if I was still the same to him as before, he would clasp me in his arms, and greet me. Anyhow, I could not account for my reception except upon the basis of that cruel suggestion, that I was only the victim of a dream. God knows my suffering was real; whether anything else would prove so should be presently determined, for I would watch and wait. By and by, I reproached him for his conduct, to try if that could win a response; but he only smiled, and wearily laying his book aside, turned to someone whom I could not see and said: ‘Will you tell your mamma that I wish to speak to her?’

‘“What did he mean? What was any other woman to him when I was present? Was it possible that he had gone back to Sadie after all, and wished her to be at hand to witness my humiliation? All my old jealousy was aroused at the thought, and a sudden frenzy carried me past all restraint, in anticipation of the coming scene. I felt a stranger enter, but was neither able to see nor hear who it was, a fact adding considerably to the mystery and
terror which possessed me. Was I equally invisible and inaudible to her? It would seem so, for while I heard every word which Charlie uttered, and saw every movement he made, and could understand that the conversation had not the slightest reference to myself, I was still ignored as completely as if I had had no existence.

“Was it possible they were playing an arranged part to drive me to distraction? Who was this woman? Oh, God! that I had been equally deaf and blind to Charlie’s conduct as she was to me. It was not Sadie, but I heard him call her by a name he never could have given to me. Then I knew his baseness and treachery, found a full explanation of the conduct I had received. He was simply mocking me. Whether she was cognisant of my nearness or not, he was aware of it – had secured my presence that I might witness his happiness with a rival who had supplanted me, as I had taken him from Sadie – that he might laugh as he saw how the knowledge of it would torture me. This was too much. The certainty of his desertion maddened me; but to witness his love passages with my rival goaded me into a diabolical frenzy, and I determined to kill him before her eyes. Alas! ere I had time to move, the light which surrounded him expired, and I was left again in that Egyptian blackness, afraid to stir on account of the terror which came back with my blindness.

“Still could hear him – worse, I could hear her; heard without the power to stop my ears, or prevent my knowledge of what she said and called him. Rage and jealousy tormented and mocked my helplessness, until I prepared to follow the sound and wreak my revenge by laying them dead side by side. Horror! When I would have slain them, I found that I was as powerless to move as I was to see, and I was compelled to stand and listen to his perfidy,
unable to make a sound to drown the echoes of his caresses.

“A thousand times over would I have chosen the gradual petrifaction of my previous state; the tortures of hell were increasing; was it possible that it could hold anything in store more excruciating than my present punishment? I prayed to go mad, that in my madness I might find relief from such poignant pain; but my prayer came back like a stream of molten lead falling upon my head and burning fiery channels into my brain, increasing my agony yet a hundred fold, and bringing to me a consciousness that my actual retribution was but just commencing; that it would continue to increase, and I should be compelled to bear it, since no escape was possible. I was chained to him, and for periods of time, as long as eternity it seemed to be, I was made to endure this indescribable development of excruciating chastisement, with every nerve quickened to a sense of feeling defying description, while memory itself is not strong enough to grasp its intensity. Madness could not come to my relief; death could not listen to my pleadings; insensibility was palsied and could not approach me; pity was beyond the reach of my wailing, and mercy had not power to enter the domain in which I was a prisoner.

“What could I do? – Nothing but suffer! Why was it that no one would wake me from such a horrible nightmare? I cried, but there was none to answer me. I was in all the agonies of hell without even the poor consolation that I was suffering in company. I could not bear it; yet I could not escape. Was there no possible limit to human endurance – no high-water-mark of vengeance, which, having touched, I should know that my sin had been atoned for? I must have help from somewhere – anywhere – so long as it broke the infernal monotony of my ever increasing pain.

“Such a quick and lively sense had I of the exquisite tortures which were accumulating around me that I would gladly have served with slavish obedience any power which would manifest itself to change my condition if only to vary the punishment. If cessation was impossible, I would be content to take the rest of change, and for this I made a last appeal, even though my prayer returned, as in the case of that which initiated my state of fury – and I cried ‘Oh, God or devil! any being of pity or remorseless cruelty, hear me, and end my torments! Take me, tear me, or destroy me; drown my reason past all hope of restitution, or, by one tornadic blast of torture, put an end to feeling and terminate this agony. Hell! Hell! in mercy, take pity on my condition; open your gates and let me bathe my sufferings in your fiery lake. Hell! Hell! I say, in mercy open and let me in!’”

As she proceeded with her story I perceived that the present faded from her mind, and she was back again, for the time, feeling and enduring a recollection of the horrible past. Grad￾ually she changed into the woman she once had been until great beads of perspiration stood upon her face; her eyes dilated with a maniacal gleam, and she writhed in the sufferings which had been such a terrible reality. When her strength gave way with the intensity of her last effort she fell exhausted at my feet. I, too, had been so carried away by her dramatic recital as to be oblivious for the moment, as to where we were; and as she fell looked nervously around, almost expecting to see those mythical gates opening before me in answer to her entreaty. It was with a long sigh of relief that I recognised Cushna and Azena hastening towards us.

“Hush!” he said, calmly as though the sight afforded him intense gratification, “let her sleep, she will soon be better.” “Cushna!” I cried, “can this be true?” “Yes, poor child, it is true; and much more that is beyond her power to tell you. She had been reaping that harvest of her jealousy for more than twenty years when I first saw her.”

“And you saved her. I can well understand why it is her chief pleasure to watch for your coming”

But he was too busily engaged with Marie to offer any reply.

 

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