Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español
─ Versión en inglés
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Introducción
Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/
Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en esa página).
Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo ya está allí enlazado. Y, como en otros audios, hice un comentario al final del audio, tras la lectura del texto. En el comentario vemos algunas ideas importantes y a veces aclaramos algunas cosas.
Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl y google) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.
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Notas al capítulo
(Abajo van notas que refieren en parte a lo tratado en la conversación sobre el capítulo de María Magdalena y Jesús (2014):
─ 20140423 Through The Mists – With Mary & Jesus – Chapter 17 P1
─ https://www.youtube.com/watch?v=LUFlFrhLxMI
─ 20140423 Through The Mists – With Mary & Jesus – Chapter 17 P2
─ https://www.youtube.com/watch?v=6AA4q8T9iIc)
─ El capítulo se refiere a Dios como rey, obviamente no a Jesús.
─ Nos habla de por qué no recordamos el estado de sueño: «todavía fomentáis la idea de que todos los sueños son caprichos del cerebro«.
─ La poetisa con la que Fred se encuentra parece que era también muy conocida por él en su estado de sueño, cuando él todavía tenía su cuerpo físico. O sea, no sólo leía sus cosas, sino que tras ella morir, Fred se debió de encontrar con ella en el estado de sueño.
─ En el párrafo que empieza: «No, no es mi antiguo ideal…«, se trata del tema, por ejemplo, de pensar en el posible dogma sobre que sólo hay cielo o infierno tras la muerte (quizá tras un «purgatorio»). También nos hace pensar sobre que muchas personas piensan que decir falsedades a la gente puede hacerlas ser mejores (como decirles que Dios castiga, que no es cierto de la manera en que pensamos que lo podría ser, sino sólo porque hay leyes que nos dan a vivir las consecuencias de las cosas desarmónicas que hacemos). La fe no puede basarse en falsedades, pues entonces no es fe.
─ Razón por la que mucha gente no cuestiona o pregunta cosas: porque el condicionamiento social (político, religioso, etc.) es, por así decirlo, una especie de: eh, tú, no te preguntes eso, porque si cuestionas significa que estás expresando dudas, o que ya no tienes fe, y tenemos un problema con eso ─o lo tengo yo, porque internamente en realidad sí sé que yo tengo ese problema, pero quiero negarlo─.
─ En el poema, parece que describe un sitio donde mucha gente llega y siente ese descanso; un lugar al que muchos llegan, el borde de la primera esfera hacia la segunda.
─ Ahí se dan cuenta de que hay mucho por delante, pero también que mucho del dolor del pasado ya se ha disuelto en gran medida. Obviamente la mayoría de nosotros no experimentamos esto nada más morir, pues tenemos una localización más baja en la esfera 1.
─ Pero en esa localización, arriba de la esfera 1, nos damos cuenta de que nunca vamos a tener que volver a la lucha y el tormento de la vida del pasado, y aunque emocionalmente tengamos que «visitar» a veces el pasado para resolver cosas, sentimos que nunca tendremos que volver a vivir esa vida de nuevo, y es muy reconfortante.
─ El «novio» del poema sería Jesús, que en muchos materiales místicos o religiosos metafóricamente usan para referirse a Dios, y por supuesto, controvertidamente. En realidad con ello se refieren a encontrarse en una condición de amor suficiente como para comunicarse bien con espíritus como Jesús, digamos (aunque tal encuentro personal con Jesús en el mundo espiritual no necesariamente tiene por qué darse solamente cuando la persona esté en condición buena).
─ Pero nuestro «amante» es Dios, que es hacia quien demuestra el anhelo la poetisa. Y por cierto, recordemos que, tras Dios y ese amor puro que conlleva, nuestro anhelo es por el alma gemela, y, a la vez y en general, por la hermandad con todas las almas y el amor por la creación (amores que se dan por añadidura si realmente amamos a Dios).
─ Pero Jesús, como fue el primero que llegó a la unidad de amor con Dios, nos sirve metafóricamente, al parecer. (Podemos recordar que la iglesia habla de que es la novia de Cristo… y esas cosas, que a veces dan tantos «problemas» con la influencia de espíritus, etc.)
─ El poema es especialmente sentido por María Magdalena, ya que ella vivió en la Tierra más años que Jesús (estaba embarazada de su hija de aquella vida). Y pese a que ella en esa vida trató con Jesús muchas veces tras la muerte, y lo sentía, etc., el sentimiento de «espera» está ahí.
─ Los poemas son como fotos instantáneas de los sentimientos de la poetisa en ese momento, no de los actuales.
─ Algo que la poetisa ya sabe pero que Fred todavía no, es que donde están es todavía el vestíbulo hacia el cielo (llamando cielo a la segunda dimensión, aunque recordemos que ese no es ni el «cielo natural» definitivo ─dimensión 6─, ni es tampoco el «primer cielo celestial» ─dimensión 8─).
─ Uno de los motivos por los que la fe católica tiene el concepto de purgatorio ─que al parecer no existe en la Biblia─, es porque se recibió inspiración del mundo espiritual que demostraba que había ciertas áreas en ese mundo que eran preparación para entrar en el cielo (segunda dimensión). Pero evidentemente aplicaron mal eso, y con mucho miedo (incluso con lo de «pagar para entrar», etc.). Pero efectivamente vemos que hay estos estados así como «intermedios».
─ Cuando el texto refiere al «lecho de muerte», hace por ejemplo alusión a las confesiones realizadas por moribundos, de las que se piensa que pueden dar la condición de «cielo» así como así. Pero en realidad, tras morir físicamente seguimos teniendo las mismas oportunidades de ver nuestra verdadera condición álmica, y de progresar al ritmo que nuestra fe lo permita.
─ María Magdalena saca a relucir una cita (1 Corintios 13:12) donde dice «Ahora vemos indirecta y veladamente, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido«.
─ María M. dice que al leer el capítulo le venía esa cita, ya que es una idea de la progresión en el mundo espiritual, donde iremos «limpiando» ese espejo. Hay que tener en cuenta que los espejos de aquel entonces no reflejaban tan perfectamente como los de hoy. Otras traducciones del pasaje se refieren a «ver como a través de un vidrio opaco», así como aludiendo a que en nuestro estado bajo no sentimos claramente cuál es nuestra condición.
─ El mismo texto abajo refiere esto en: «No puedo ver, y por eso me contento con esperar hasta que mis ojos puedan soportar el brillo de la revelación; mientras tanto tengo mucho que aprender, y muchos dulces goces que recoger en mi camino hacia la santidad«.
─ En la vida, y hasta unos años tras la muerte física, seguimos teniendo emociones impresas en nosotros, emociones ligadas a la experiencia de nuestros problemas y goces terrestres. Esas emociones, hasta que no se van, es como que tiñen el recuerdo de las experiencias, pero cuando se vayan, ya no nos sentiremos atados, sujetos a recordar esas experiencias así. Si liberamos esas emociones, ya no juzgaremos las experiencias que tuvimos a treavés de los filtros emocionales que teníamos al vivir las experiencias. Entonces, aunque podremos recordar todo ─sobre todo si nos hablan de ello─, sin embargo es fácil olvidar esas experiencias, en el sentido de que no nos vienen a la memoria sin más ni más, ya que no hay ninguna emoción atada al recuerdo de esas experiencias; es decir, ya no nos pesan en el alma, no son tan relevantes, no son cosas en las que vayamos a involucrarnos, no tienen traumas asociados… y tampoco habrá una felicidad o goce «principal» terrenal, «primordial» para nosotros en lo vivido en la Tierra, en comparación con la felicidad que tengamos en el mundo espiritual tras liberar esas emociones.
─ Esos recuerdos se debilitan en el contexto de lo que vivamos en la evolución espiritual. La vida terrestre va a ser un periodo sentido como mínimo para nosotros ─tenue memoria─.
─ El tema de la plena expresión de nuestra personalidad, identidad, nuestra unicidad, es un tema importante que surge en el texto: Cuando estemos aunados, en unidad respecto al amor… estaremos en unidad respecto a todos los aspectos relativos a lo que significa y es el amor, pero no estaremos aunados respecto a todas las cosas en cuanto a la identidad.
─ Podremos ir sintiendo las unicidades de las personas y sintiendo a la vez que nos recuerdan cosas que sentimos en Dios, pero las personas y Dios no son la misma entidad, el mismo individuo.
─ Analogía entre el ciego que va recobrando la vista, y la vida espiritual: No hay progreso instantáneo. El alma no puede verse abrumada hasta el punto de «romperse». Sólo cuando apagamos el procesamiento emocional es que podemos experimentar ciertas «crisis» donde puede parecernos ilusoriamente que morimos (quizá nos parezca posible la ilusión de que desaparece el alma que somos, incluso).
─ La cita sobre «Dios es su propio intérprete…«, es de William Cowper (1731-1800), como nos indica la misma María Magdalena. Es un himno que alude a Dios como algo misterioso. Para nosotros Dios es «misterioso», pero porque no entendemos el proceso, y sentiremos que no es tan misterioso como al principio nos parece ser, Dios, a la persona promedio.
─ La cita «también sirven los que sólo se paran y esperan«, nos aclaran que es de un soneto de John Milton, escrito allá por 1652. La frase es justo el final del poema.
─ Otro tema importante es el de Dios como infinito, y lo que eso implica: Tenemos tanto miedo y amenazas en torno a Dios que no hacemos la inferencia lógica de que, si Dios es infinito, siempre habrá más verdad y revelación, y Dios seguirá siendo el mismo. Tenemos miedo a dar pasos, experimentar, apartarnos de la letra, etc. Eso nos hace estar cerrados al razonamiento lógico.
─ Final del esquema de Jesús y María M. para la sesión:
«Puntos para la reflexión:
Este capítulo muestra la relación entre el progreso, la fe y la humildad.
La humildad es necesaria para nuestro progreso:
– La poetisa refleja esta actitud de humildad sobre dónde está y hacia dónde va. No se autocastiga ni se engaña a sí misma acerca de en qué cosas tiene todavía que crecer.
La fe es necesaria para nuestro progreso:
– Barreras comunes a la fe, nuestros bloqueos hacia Dios y bloqueos a la experimentación.
– Vivir con miedo y aferrarse al dolor impide la fe.
La naturaleza del mundo espiritual:
– A través de un vidrio oscuro: cita de 1 Corintios 13:12«.
Versión en español
CAPÍTULO XVII
UNA POETISA EN CASA
Era evidente, sin embargo, que ninguna de estas ciudades iba a ser nuestro destino. Avanzábamos y avanzábamos, desplegando a cada instante una nueva belleza, suscitando alguna nota más profunda de admiración o bañándonos en las profundidades más hondas del silencioso asombro, hasta que llegamos a una cadena de colinas que parecían revestidas de toda la fragancia y la gloria de la fruición ideal de la esperanza.
Aquí nos detuvimos. Bajo nuestros pies, en el suave declive cercano al pie de la montaña, se alzaba una sola casa, no muy grande comparada con muchas de las que yo había visto últimamente, pero perfecta en la posesión de todas las características que un alma artística pudiera desear. Era como un sueño hecho realidad en el que algún pintor, músico o poeta fatigado hubiera buscado -y encontrado- descanso. La naturaleza misma había sido la jardinera del paisaje que teníamos ante nosotros. No me refiero a la ninfa desaliñada, enmarañada y desordenada que la Tierra llama Naturaleza y que esparce malas hierbas, zarzas y cardos en salvaje confusión por todas partes, sino al bello ángel que, tímido ante el resultado de la desobediencia del hombre, se retiró con toda su hueste afín al cielo, donde pudiera perfeccionar su artesanía en libertad sin ser molestada, y elaborar en hechos reales y minucias amplificadas los sueños e ideales esbozados que nacerían dentro de las almas en expansión de los hombres. Aquí el Color había cortejado, ganado y vivido en dulce fidelidad con la Música. Ante mí se extendían los cenadores natales de la Belleza, el Encanto, la Armonía, la Gracia y el Ritmo, cada uno de los cuales celebraba su corte en uno u otro de los cien salones olorosos de la arboleda, la colina o el puerto de montaña. El Eco y la Canción entonaban sus cantos [roundelay] en las alturas para las que el lago ondulaba su aprobación en tonos plateados; los pájaros de plumaje de ensueño gorjeaban sus himnos en los árboles de frondosidad perenne, a través de los cuales las brisas exhalaban el fragante perfume de las flores; mientras que, por encima de todo ello, los cielos desplegaban su dosel de tonos y matices atmosféricos que no tienen nombres ni homólogos en la Tierra.
Varios amigos vinieron a nuestro encuentro cuando nos acercábamos a la casa, entre los cuales reconocí a una dama que visitaba con frecuencia «La Escuela» y que era una gran favorita de los niños. Nada más verla, Jack se abalanzó sobre ella con toda demostración de afecto. No había timidez ni vulgaridad en su comportamiento -este niño del arroyo-, pues acaso no se había dedicado la parte de su vida en el estado de sueño a educarlo y prepararlo para los deberes y placeres de este hogar, y aunque las circunstancias alternas de su estado lo hubieran obligado a asumir un bajo disfraz, sus antecedentes reales se habían descubierto, y su derecho era indiscutible ahora. Era el hijo de un rey, traído a casa desde el exilio, no había preguntas sobre dónde había vagado y cuáles habían sido sus asociados y su posición; bastaba con que fue encontrado, y aunque sus visitas no podían ser más que transitorias durante un breve espacio de tiempo, todos sabían que su ausencia nunca podría volver a ser prolongada.
Felicitaciones y regocijos ocuparon el intervalo entre nuestra llegada y la partida de Jack, pues la mañana en la Tierra pronto lo reclamó para la venta de fósforos, y la tos desgarradora rompía rápidamente las cuerdas de la vida. ¡Oh, qué contraste entre las dos condiciones! ¡Cuán ignorado en la Tierra, cuán regocijado y bienvenido en el cielo! Pero algunos me preguntarán por qué ningún conocimiento, ningún recuerdo del hecho, si es que es un hecho. Yo respondo: porque habéis sido educados para pensar, y todavía fomentáis la idea de que todos los sueños son caprichos del cerebro, y que la vida del sueño es un mito y una fantasía. Dios le dio a Salomón la promesa de su sabiduría en un sueño, y usó el mismo medio para pedirle a José que llevara al niño Jesús a Egipto, y si Dios no cambia, usa el mismo vehículo ahora, pero vosotros lo despreciáis, y luego cargáis vuestra insensatez sobre Dios. Esa es mi respuesta a tu ¿por qué?
Cuando llegó el momento de la partida de Jack, Arvez le acompañó hasta la frontera, pero yo me quedé para satisfacer un deseo que tenía desde hacía tiempo: hablar con nuestra anfitriona. Arvez estaba en lo cierto cuando me dijo que ella no me era desconocida. Personalmente, la había visto en muchas ocasiones cuando atendía a los habituales en «La Escuela», pero había otro sentido más profundo por el que me era conocida; ¿no habían sido sus poemas casi mi única compañía en la soledad de mi vida terrenal? Ella había parecido comprender la vida, tal como yo la conocía, con sus profundos desamores y sus penas no aliviadas, como un alma casi afín, pero ella había vencido y encontrado una calma que yo buscaba en vano. Supe, por los memoriales que se dieron al mundo después de su fallecimiento, que había nacido en el regazo de la iglesia, pero su padre, que era clérigo, apreciaba su credo como si fuera un hilo de seda divino para guiar a los peregrinos a su hogar, no como una cerca de púas o de hierro que desgarrara y destrozara a los incautos.
Su educación había sido en el ministerio del amor, como centro y circunferencia de toda religión verdadera, y bajo su influencia cada vez más amplia y profunda había sido llevada como en el seno de un río majestuoso al océano infinito de su Dios. Sí, marchó a la deriva, pero mientras se deslizaba hacia el cielo cantaba, contando todas sus profundas experiencias, reflejando de nuevo la luz del sol que caía sobre su alma, y así, su voz llegó con una influencia maravillosamente tranquilizadora sobre las tormentas y los problemas que me envolvían. Parecía conocer las alturas y las profundidades, las longitudes y las anchuras del maravilloso amor que engarzaba su corazón, y cuando las tormentas se abatían sobre ella, cantaba a la calma, y entrelazaba ambas tan hábilmente que no dejaba lugar a dudas en cuanto a nuestra seguridad. Cuando la noche de la prueba era negra y ningún resplandor amistoso brillaba para guiar sus pies, ella poseía esas alas de fe mediante las cuales podía remontar, y muy por encima de la penumbra, mirar hacia adelante, donde el Sol de la Rectitud se elevaba con gloriosas promesas del día. Desde tales alturas alpinas, su canto llegaría sin sonidos inciertos, una voz guía que conduciría a más almas ignorantes a seguirla como ella había seguido a Cristo.
Yo la había seguido, y ahora estaba a su lado por primera vez en su propio nivel. No era de extrañar que deseara quedarme atrás y derramar mi alma en agradecimiento por todo lo que ella había hecho por mí.
Observamos a Arvez y a su carga hasta que desaparecieron por la cresta de las colinas; entonces, volviéndose, me tomó de la mano y dijo:
«Ahora podemos hablar, y puedo darte la bienvenida».
«Y puedo agradecerte todo lo que has hecho por mí, con tu pluma», le contesté.
«Pero esas gracias no me son debidas a mí, hermano mío, son de Dios; Él colmó mi copa tan llena de misericordias que era necesario que rebosara; y cualquier música que sonara en mis versos no era de la copa, sino de las bendiciones caídas con que se llenaba la copa».
«Lo sé -repliqué- y mi alma magnifica Su nombre; pero no puedo dejar de tener presente que la forma del recipiente tiene mucho que ver con la dulzura de la música».
«Sí, así es -respondió ella, con una mirada lejana en los ojos y un tono suavizado que apenas se oía-, pero aun así el agradecimiento es doblemente para Él, pues ¿no formó también la copa? Ven al jardín -añadió, como si no quisiera seguir hablando del tema-, donde podremos conversar entre las flores. ¿No es una compensación por todo el afán de la Tierra, ser recompensado con un hogar como este?».
«Lo es, en efecto, pero aun así, este no es tu ideal del cielo».
«No, no mi antiguo ideal; pero puedo ver dónde yo, en común con toda la humanidad, cometí un gran error. No tememos reconocer hechos o admitir una duda aquí por miedo a exponer alguna debilidad en nuestras enseñanzas, así que puedo afrontar la dificultad que a veces se levantaba como la sombra de un temor, cuando contemplaba la repentina transferencia de un alma de la Tierra a la presencia del Rey. Entonces era una lucha constante para la fe conseguir algo parecido a una concepción clara del cielo. Si se intentaba escuchar su música, siempre existía una especie de temor a oír una discordia de alguna voz inarmónica que aún no había tenido tiempo de aprender la canción; nunca podías mirar fijamente a sus ciudadanos sin el temblor de un miedo, no fuera a ser que en una misma vieran a alguien en cuyas vestiduras quedara la semblanza de una mancha. El lecho de muerte, especialmente en algunos casos, parecía estar demasiado cerca del trono como para estar del todo a salvo».
«¿Y ahora?» pregunté.
«Ahora, puedo comparar mejor la idea terrestre del cielo con la experiencia de un montañero que, al amanecer, partiendo de la posada, echa una mirada anhelante a la cima que desea alcanzar. La fe da un poderoso salto, y se yergue como un monarca sobre la imponente altura, riéndose de los trabajadores que están subiendo, descansando, y al poco, resbalando, tan atrás. Pero la fe no es un turista, y en su gigantesco salto no ha llevado consigo más que su propia imaginación; aquel que la ejerza [la imaginación] está todavía entre sus compañeros de viaje, y, a pesar de ello, se verá obligado a subir la empinada cuesta con paso cuidadoso, o nunca alcanzará su meta. Sin embargo, la fe es buena; porque da, por su confianza en el éxito, aliento al paso, y vence las mil dudas que otros sufrirían a causa de las dificultades del camino».
«Si entonces, te fuera posible volver a escribir, ¿cantarías estas experiencias posteriores?».
«¡Posible escribir! -exclamó, con cierto asombro-; ¿Por qué no puedo escribir ahora, así como otros cantan? El genio de todo tipo tan sólo experimenta su nacimiento en el estado mortal, pero el crecimiento, la expansión y la fructificación permanecen para nosotros. Una sola nota de música fue soplada una vez abajo por labios de ángel, pero la Tierra nunca ha oído la plenitud de su canción; dedos infantiles tañen las cuerdas, pero el arpa no puede ser afinada en el conflicto de las discordias mundanas; ¿cómo entonces, puede la carne pronunciar juicio alguno sobre el himno de los mundos? Gracias a Dios, aún puedo escribir y lo hago. Aprendí en la Tierra las letras; ahora estoy tratando de deletrear las palabras con las que escribiré de aquí a un tiempo mis canciones en el cielo; y ya que has oído mi primera, permíteme que te cante uno de mis sonetos actuales».
Al decir esto, se volvió y corrió a la casa, pero casi al instante regresó llevando un libro, del que leyó lo siguiente, que adjunto con su permiso:
ESPERAR
Esperando ahora en el umbral,
justo dentro del pórtico de la vida;
a salvo de todas las tormentas y tempestades –
silenciada la discordia y la contienda;
quieto el corazón con sus latidos salvajes,
calmado el cerebro caliente y febril
esperando ahora, y descansando dulcemente,
hasta que el Maestro venga de nuevo.
Esperando, donde los rizos ondulantes
del río de la vida lavan mis pies;
lavando las manchas del viaje,
antes de que pueda saludar al Maestro;
hasta que la voz sea plena y melodiosa,
y yo aprenda la dulce y nueva canción;
hasta que la discordia sea olvidada,
que tanto tiempo perturbó mi paz.
Esperando, hasta que el traje de casamiento
y la corona nupcial estén aquí;
hasta que el banquete de nuestro Padre esté listo,
y aparezca el novio;
hasta que las semillas de la vida hayan florecido,
y cantemos la fiesta de la cosecha,
recogiendo los largos trabajos de una vida
para mi ofrenda nupcial.
¡Oh! No es como los hombres nos enseñan…
sólo un paso de la Tierra a Dios;
Atravesando el valle de la muerte hacia Él,
con el vestido con el que pisábamos la tierra;
Llamados a alabarle en la fatiga,
o a cantar, mientras la voz,
con el sollozo de despedida del amor, se rompe,
¿Podríamos, apropiadamente, regocijarnos así?
No, esperamos a aprender la música,
esperamos, para descansar nuestros pies fatigados;
esperamos para aprender a barrer las cuerdas del arpa
antes de que el Maestro nos encuentre;
Esperamos para afinar nuestras voces
al dulce canto seráfico;
Esperamos para aprender el tiempo y la medida,
Pero el tiempo no será largo.
Esperamos para comprender la gloria
que pronto será revelada,
hasta que nuestros ojos puedan soportar el brillo
cuando el libro sea abierto.
¡Oh! la visión nos subyugaría
si se diera de repente,
así que esperamos, en preparación,
en el vestíbulo del cielo.
Mientras leía o, mejor dicho, exhalaba los versos de su poema, caminábamos por la ladera de la colina, pero poco a poco me fue arrastrando a su condición de olvido del entorno exterior, que en el mejor de los casos no era sino las propiedades inanimadas del cielo ─tranquilos afluentes del alma del mismo cielo─. Pero en su voz, que me estremecía con su ferviente patetismo, en aquellos ojos, que miraban con paciente anhelo hacia las vistas de la esperanza, me pareció vislumbrar el cielo mismo, y me absorbió. Su recital era una tranquila confesión de confianza en Dios, y aunque las inflexiones de su voz sonaban como si estuviera lejos, sí, incluso en la cercana presencia de su Maestro, se detenía en cada recurrente «esperamos» como si extrajera de su profundo manantial toda la dulzura de la seguridad de que «también sirven los que sólo se detienen y esperan», reacia a apartarse de la refrescante bebida. Se había olvidado de mí, de todo excepto de su Dios, con quien de nuevo mantenía tan dulce comunión, y la continua pronunciación de sus labios era como la ebullición espontánea de una música desbordante generada en su alma. Alguien ha dicho que «parece una sonámbula, como un ángel, en la gracia inconsciente con que se mueve», pero yo estaba contemplando directamente a un ángel, embelesado por la visión extática de un cielo más brillante que el que ella había visto jamás. No me atreví a hablar, ni siquiera cuando ella dejó de leer, sino que, pendiente de la inspiración que la envolvía, caminaba a su lado.
Nunca sabré cuánto tiempo duró este ensueño, pero cuando, al fin, respiró hondo y recobró la conciencia de mi presencia, me sorprendió ver lo lejos que habíamos llegado. Ella no habló, pero levantó sus ojos radiantes, como para observar el vuelo de regreso de sus reflexiones, y yo no estaba en absoluto ansioso por romper el sagrado silencio en el que flotaban.
«¿No crees -me preguntó- que son pensamientos más dulces que las ideas equivocadas que teníamos en la Tierra?».
«Ciertamente lo son; pero si de momento sólo habéis llegado al vestíbulo, ¿cuál será la gloria del santuario interior?».
«No sabría decirlo; tampoco estaría en condiciones de comprenderlo si alguno de nuestros amigos intentara explicármelo. Es imposible comprender claramente lo que no hemos visto, y el intento de hacerlo sólo fomenta concepciones incorrectas. No puedo ver, y por eso me contento con esperar hasta que mis ojos puedan soportar el brillo de la revelación; mientras tanto tengo mucho que aprender, y muchos dulces goces que recoger en mi camino hacia la santidad.»
«Entonces, ¿crees que aún quedan otras etapas preparatorias antes de llegar al hogar definitivo?».
«¡Oh, sí! Hay otras, de cuántas no tengo ni idea. La pregunta que a veces me surge es: ¿Llegaremos alguna vez a la última? ¿Existe el final? Puesto que Dios es infinito, ¿es posible que lleguemos a algún límite? Piensa cuán lejos estábamos de la santidad cuando comenzamos nuestro peregrinaje en la Tierra, y qué insignificante distancia hemos recorrido todavía, entonces comprenderás que aún deben existir innumerables etapas semejantes antes de que podamos esperar estar en el esplendor inmaculado de Su presencia. Con los nuevos poderes y el mayor conocimiento que mi nueva vida me ha dado, desplegando una concepción más amplia de Su pureza y de mi propia indignidad, a veces pienso que será casi necesario que el recuerdo de nuestra vida terrestre desaparezca antes de que podamos resistir la contemplación de Su rostro».
«¿Pero no crees que se perderá nuestra identidad?».
«¡No! Nunca podremos perderla; eso sería aniquilarnos. Pero cuando pienso en el poder escrutador de esos ojos que son demasiado puros para contemplar la iniquidad, si la consciencia de lo que he sido no se pierde antes de que se me llame a soportarla, ese rayo sagrado traería a mi memoria reflejos de mi otrora yo pecador lo suficientemente intensos como para manchar mi pureza y apartar esa mirada».
«¿Qué haremos entonces?».
«No lo sé. Ese es uno de los problemas que se resolverán en la luz superior; por el momento tenemos que esperar; me basta saber que ‘Dios es su propio intérprete, y Él lo volverá claro‘.
«Cuando piensas en tal consumación, ¿no deseas que pasen las etapas intermedias, que se apresuren para que puedas obtenerla?».
«Sí; y sin embargo, ¡no! -respondió ella lentamente-; Ese es el ideal absoluto de toda alma verdadera, que, en común con ellas, estoy ansiosa por alcanzar. Pero en este momento no tengo la capacidad de apreciarlo y disfrutarlo, por lo que el regalo sería demasiado abrumador, y sólo me aplastaría, en lugar de elevarme. Debes recordar que quien ha sido operado con éxito de ceguera, sólo puede ser iniciado en la luz por grados. Todos hemos sido ciegos, y la luz de Dios sólo vendrá cuando seamos capaces de soportarla. Él es demasiado sabio para permitir cualquier posibilidad de desastre. De modo que el clímax de la anticipación sólo puede alcanzarse cuando el alma, por un proceso de crecimiento natural, haya alcanzado su plena estatura, y eso, ciertamente, aún no ha llegado. En cuanto a la espera, soy como una niña que reconoce su inferioridad con respecto a la adulta, pero la consciencia de ello no disminuye en absoluto su alegría actual. El anhelo de los frutos del otoño nunca desluce el brillo ni estropea el perfume de las lluvias de verano. Tampoco mi gran deseo de encontrarme cara a cara con mi Padre disminuye mi placer aquí.
«Por otra parte, cada paso que doy hacia Él se convierte en otro mensajero para mí, portador de alguna nueva revelación de Su amor; cada alto en el camino se convierte en otro despliegue, y cada mensaje expande silenciosamente mi alma hacia una mayor semejanza con Él. Soy feliz, siempre más feliz; mi copa está llena hasta rebosar; se agranda sin cesar, de modo que se llena y yo comprendo más. Incluso ahora estoy en el cielo, en la medida en que puedo entenderlo, por el hecho de que si hubiera mayor placer aquí, no podría apreciarlo. Sí, ahora hay más de lo que puedo comprender; mi copa rebosa, pero no sé cuánto. Por lo tanto, estoy contenta, porque cada poder y capacidad que tengo están satisfechos; pero hay otros poderes y posibilidades en los que creceré poco más tarde, y entonces también serán plenamente provistos. Con este conocimiento espero, como el muchacho, lo que está por delante, y como él, tal vez construya mis castillos en el aire de lo que entonces haré; pero, mientras tanto, doy gracias al Padre por su maravilloso amor en el pasado y en el presente, y me contento con esperar su futura revelación».
«¿Bajo qué luz ves tu vida terrenal, con tus conocimientos actuales?».
«Si tuviera que escribir mi propio epitafio desde mi punto de vista actual, me temo que me vería obligada a escribir «de la tierra; terrenal, muy terrenal». Yo creía que cantaba a la emancipación espiritual, pero ahora descubro que yo misma no era más que una esclava, sin un sueño de libertad hasta que respiré su liberación sobre estas deliciosas colinas.»
«Por supuesto, sabes que todavía es posible llegar a la Tierra, y corregir nuestras falsas ideas del pasado.»
«Sí; gracias a la amable ayuda de algunos de nuestros amigos ya he roto el silencio de mi sueño y he dado a la Tierra varios pensamientos como los que te he leído. Pero tenemos muchas dificultades que eliminar antes de que podamos avanzar mucho en esa dirección».
«Lo comprendo, puesto que varias de ellas ya me han sido explicadas. Pero son obstáculos que se presentan por sí mismos a las mentes que han abandonado la Tierra hace mucho tiempo; me gustaría saber cuál es el primer obstáculo, tal como tú lo ves».
«Tu conocimiento de mis escritos -respondió ella- hará que te sorprendas un poco cuando mencione una de las primeras dificultades que descubrí, pero servirá para mostrar cuán diferentes parecen las cosas desde este lado. Una de las primeras lecciones que tenemos que enseñar a nuestro regreso es que la palabra de Dios nunca puede ser un libro impreso. Dios es, y Su palabra es como Él mismo, un poder siempre presente, siempre vivo y en movimiento; lo que está escrito nunca puede ser más que un registro histórico de lo que fue la palabra de Dios a Moisés, Samuel, David, Isaías o Pablo. Las estaciones, las flores, las cosechas y el sol no fueron dados, hace mucho tiempo, de una vez para siempre; Dios renueva todo continuamente en su propio tiempo señalado; así es con Su palabra. Es como un pozo de agua, burbujeando continuamente, no un estanque estancado, que durante dos mil años hubiera mantenido un nivel muerto e invariable. Los hombres tienen que aprender que Él habla hoy, si escuchan, tanto como siempre lo hizo. Un libro impreso tan sólo traza el curso de la corriente en el pasado, no puede mostrar la amplia revelación del presente, y sólo indica débilmente la idea del futuro amor sin límites. Esto es lo que nuestros hermanos de la Tierra todavía tienen que aprender, y con ello reconocerán que la ordenación del ministerio de los ángeles es el canal eterno a través del cual debe fluir la palabra de Dios. Este es el Evangelio de Cristo, el Evangelio del Amor Redentor».
«¡Aún el amor! -exclamé-, con qué naturalidad todo aquí parece resolverse en esa única palabra».
«Es el susurro de todos los árboles del cielo -respondió ella-, el aliento de todas las flores; las ondulantes aguas lo cantan a las orillas que beben sus besos, el rocío lo lleva a cada brizna de hierba, los céfiros lo cantan a su paso; las escarpadas cumbres lo declaran todo el día, y en la cúpula abovedada de lo alto sus ecos encuentran morada eterna; es el arquitecto de todos los hogares, la fuerza motriz de todos los actos, el tema de todas las plegarias. El amor diseñó sin ayuda las llanuras del cielo, acondicionó cada enramada y extendió cada lecho en que el alma peregrina pueda descansar. Las flores, los árboles y los arbustos, las colinas, los valles y los arroyos, y todo lo que viste este estado feliz en el que moramos, son evoluciones suyas. Ella es nuestra Madre, la esposa de nuestro Padre; ¿cómo podemos hacer otra cosa que magnificar su nombre?»
«¿El amor, entonces, será tu tema en tu futuro ministerio para la Tierra?».
«¡Sí! Ese fue el único evangelio de Cristo, y siguiéndole a Él es el único tema que puede caer del cielo. Cantaría al amor que espera coronar al vencedor cuando la lucha haya terminado; lo insuflaría al oído de aquel que temiera el resultado de la batalla, y le diría que inspirara la nobleza de la juventud; su pan debería alimentar al hambriento, sus aguas deberían enfriar la lengua febril del libertino, su bálsamo debería emplearse para curar el corazón roto; la usaría como llave de esperanza para liberar al prisionero del miedo, elevada como torre de refugio para los tentados, convertida en el único consuelo para los afligidos; se convertiría en el ancla del comerciante, el poder de contención del derrochador, el freno para la avaricia y el grillete con el que sujetaría al bruto. Reuniría a las naciones para que oyeran el réquiem que cantarían sus cataratas al enterrar la alarma de la guerra; reuniría a los batallones de la Tierra unos junto a otros y los haría marchar a través de su perfumado rocío, para lavar la maldición de casta y color de cada alma y dejarles como hermanos todos. Al miedo, al castigo y a la retribución los retendría durante mucho tiempo, mientras intentaba cautivar a cada vagabundo de vuelta a casa, al cantar la música legítima que su Padre compuso para ganarlo de vuelta del pecado y de la miseria, a su legítimo hogar y herencia».
En este punto nuestra conversación fue interrumpida por un rayo de luz que se cruzó en nuestro camino, como un claro rayo de sol, brillando por encima del suave resplandor al que me he referido antes. Mi compañera levantó la cabeza y exclamó con alegría:
«¡Ah! ¡Aquí está Myhanene!».
«¿Dónde? pregunté ansiosamente, pues aún no era visible, al menos para mí, y esperaba poder ver su llegada con ese vuelo instantáneo del que me había hablado Cushna».
«Llegará enseguida -respondió ella -ese rayo lo anunció».
«¿Quién es -pregunté- que su llegada siempre parece alegrar tanto a todo el mundo?».
«Entonces, ¿le has visto?».
«Sí; dos veces, pero todavía sé muy poco de él».
«Cuanto más lo conozcas, más lo querrás -respondió ella- Es uno de esos espíritus puros y consagrados que hacen el cielo allá donde van. Su presencia da lustre al resplandor como aquel destello iluminó nuestro camino, y la atmósfera que le rodea está perfumada con la presencia de Jesús. Salió de la Tierra como un niño, y la inocente sencillez del niño permanece aún en él. En él podemos ver lo que el pecado nos ha robado, y el tipo de alma que encontraríamos si no fuera por nuestra desobediencia. Por la pureza de esta naturaleza infantil ha podido acercarse tanto al Maestro como para ser un mensajero entre la próxima condición de vida y esta; se forma así un vínculo que mantiene a las dos en estrecha comunión.»
«¿Quieres que infiera que existen dificultades de comunicación entre este y los estados superiores, de muchas maneras análogas a las que existen entre este y la Tierra?».
«No, no exactamente eso. La palabra dificultad transmite una impresión errónea a vuestra mente, y sin embargo es quizá la mejor que puedo emplear. Las palabras derivan matices de significado de las localidades, alrededores y circunstancias en que se usan, y la diferente condición de las dos personas que usan la misma palabra frecuentemente causa malentendidos y confusión, especialmente cuando una emplea la palabra para denotar o describir algo que la otra desconoce por completo. Mi incapacidad para transmitirte lo que deseo es precisamente la ilustración que necesito para explicar lo que quiero decir cuando digo que Myhanene establece un vínculo entre los dos estados de nuestra vida.
«La expansión y purificación del alma la eleva naturalmente, y con esa elevación viene una ampliación de poderes y capacidades que necesitan ser gratificados; concepciones más claras de Dios, una visión más profunda de Sus obras, con la solución de misterios, y la capacidad de discernir cómo el complejo presente está elaborando el perfecto futuro. Estos nuevos poderes y desarrollos tienen que ser educados de modo que cada etapa de la vida forme, por así decirlo, otra clase en la escuela de la eternidad, y a medida que cada estudio absorbe toda el alma del estudiante, comprenderás lo que quiero decir con enlaces o intermediarios como Myhanene, que nos mantienen a cada uno con cada uno. Se sitúan entre las dos [etapas], ministrando a ambas, sin ser totalmente absorbidos por ninguna».
«¿Pero no es un gobernante de algunos lugares de condición inferior?».
«Sí, puedes designarlo correctamente así, pero él no desearía que le dieras tal título, pues aunque gobierna, su cetro es de afecto, y prefiere ser considerado como amigo, consejero o tutor a lo sumo. Su oficio es el que corresponde naturalmente a su condición de vida».
«Por mi breve experiencia con él, puedo entenderte fácilmente. Su forma de desempeñar una función oficial ya ha sido una revelación para mí».
«Y cada vez que le veas recibirás una revelación adicional -respondió ella-;
Él es una viva exposición del mandato del Maestro: «El que quiera ser el mayor entre vosotros, que sea el servidor de todos«. Pero aquí está».
Versión en inglés
CHAPTER XVII
A POETESS AT HOME
It was evident, however, that no one of all these cities was to be our present destination. On and on we sped; every instant unfolding some new beauty, calling forth some deeper note of admiration or bathing us in the more profound depths of silent wonder, until we reached a range of hills which seemed to be clothed with all the fragrance and the glory of hope’s ideal fruition.
Here we paused. Beneath our feet, upon the gentle declivity near the foot of the mountain, stood a single house, not large compared with many I had lately seen, but perfect in the possession of every feature an artistic soul could desire. It was like a realised dream in which some weary painter, musician or poet had sought – and found – rest. Nature herself had been the gardener of the landscape lying before us. I do not mean the unkempt, entangled and disordered nymph which earth calls Nature scattering weeds, briers and thistles in wild confusion all around: but the beauteous angel, who, timid at the result of man’s disobedience, withdrew with all her kindred host to heaven, where she could perfect her handicraft in unmolested freedom, and work out in veritable fact and amplified minutiae the sketchy dreams and ideals which should be born within the expanding souls of men. Here Colour had wooed, won, and lived in sweet fidelity with Music. Before me lay the natal bowers of Beauty, Enchantment, Harmony, Grace, and Rhythm, each of whom held court in one or other of the hundred odorous halls of grove, or hill, or mountain pass. Echo and Song chanted their roundelay upon the heights for which the lake rippled its approbation in silvern tones; birds of dreamlike plumage warbled their anthems in trees of evergreen luxuriance, through which the breezes breathed the fragrant perfume of the flowers; while over all, the heavens unrolled their canopy of atmospheric tones and tints which have no names or counterparts on earth.
Several friends came to meet us as we approached the house, among whom I recognised a lady who frequently visited ‘The College’ and was a great favourite with the children. Jack no sooner saw her than he bounded forward with every demonstration of affection. There was no shyness or vulgarity in his demeanour – this child of the gutter – for had not the sleep part of his life been given to educating and preparing him for the duties and pleasures of this home, and though the alternate circumstances of his waking state had compelled him to assume a low disguise, his royal antecedents had been discovered, and his right was undisputed now. He was the son of a king brought home from exile, there were no enquiries as to where he had wandered and what his associates and position had been, enough that [even though] he was found, and though his visits could be but transient for a brief space, all knew that his absence could never again be for long.
Congratulations and rejoicings occupied the interval between our arrival and Jack’s departure, for the morning on earth soon recalled him to the sale of matches, and the tearing cough was rapidly snapping the cords of life. Oh, what a contrast in the two conditions! How ignored on earth, how rejoiced over and welcomed in heaven! But some will ask me why no knowledge – no recollection of the fact, if fact it is! I answer, because you have been schooled to think and still foster the idea that all dreams are the vagaries of the brain, and that the sleep life is a myth and fantasy. God gave to Solomon the promise of his wisdom in a dream, and used the same means to bid Joseph to take the child Jesus into Egypt, and if He changes not He uses the same vehicle now, but ye despise them, then charge your folly upon God. That is my answer to your why?
When the time came for Jack’s departure Arvez accompanied him as far as the boundary, but I remained in order to gratify a desire I had long entertained for a talk with our hostess. Arvez was quite right when he told me that she was not unknown to me. Personally I had met her on many occasions as she ministered to the habitués of ‘The College’ – but there was a deeper sense than this in which I knew her; had not her poems been almost my only companions in the solitude of my earth life? She had seemed to understand life, as I knew it, with its deep soullongings and unalleviated heartaches, like an almost kindred soul, but she had conquered and found a calm for which I vainly searched. I had learned from the memorials given to the world after her decease that she had been born in the lap of the church, but her father, who was a clergyman, cherished his creed as though it was a Divinely silken thread for the purpose of leading pilgrims to their home, not as a barbed or iron fence that would tear and mangle the unwary. Her education had been in the ministry of love, as being the centre and circumference of all true religion, and under its ever-broadening and deepening influence she had been carried out as upon the bosom of a majectic river into the infinite ocean of her God. Yes, she drifted out, but as she glided heavenward she sang – told all her deep experiences, reflected back again the sunlight which fell upon her soul, thus her voice came with wonderfully soothing influence upon the storms and troubles which encompassed me. She seemed to know the heights and depths, the lengths and breadths of the wondrous love which strung her heart, and when the storms swept over her she would sing of the calm, and so deftly interweave the two as to leave no room for doubt as to our safety. When the night of trial was black and no friendly gleam shone out to guide her feet, she possessed those wings of faith by which she could mount up, and far above the gloom, look ahead to where the Sun of Righteousness was rising with glorious promises of the day. From such Alpine heights her song would come with no uncertain sound, a guiding voice leading more benighted souls to follow her as she had followed Christ.
I had followed her, and now I stood beside her for the first time upon her own level. Was there any wonder I should wish to stay behind and pour out my soul in gratitude for all she had done for me.
We watched Arvez and his charge until they disappeared over the crest of the hills, then, turning, she grasped my hand and said:
“Now we can talk, and I may welcome you.”
“And I may thank you for all you have done for me, by your pen,” I answered.
“But those thanks are not due to me, my brother, they are God’s; He filled my cup so full of mercies that it must needs overflow; and whatever music sounded in my verses was not of the cup but in the falling blessings with which the goblet filled.”
“I know it,” I replied, “and my soul does magnify His name; but I cannot be unmindful of
the fact that the form of the receptacle has much to do with the sweetness of the music.”
“Yes, that is so,” she answered, with a far-away look in her eyes and a softened tone which
was scarcely audible, “but even then the thanks are doubly His, for did He not form the cup
as well? Come into the garden,” she added, as if not wishing to pursue the subject further,
“where we may talk among the flowers. Is it not compensation for all earth’s toil to be
recompensed with such a home as this?”
“It is indeed, but yet this is scarcely your ideal of heaven.”
“No, not my old ideal; but I can see where I, in common with all mankind, made a great mistake. We are not afraid to recognise facts or admit a doubt here for fear of exposing some weakness in our teachings, so I can face the difficulty which would sometimes rise like the shadow of a fear, as I contemplated the sudden transference of a soul from earth into the presence of the King. Then it was a constant struggle for faith to gain anything like a clear conception of heaven. If you tried to listen to its music there was always a kind of dread that one might hear a discord from some inharmonious voice which had not yet had time to learn the song; you could never look steadily upon its citizens without the tremor of a fear lest one should be found upon whose raiment the semblance of a stain remained. The death-bed, especially in some cases, seemed too near the throne to be quite safe.”
“And now?” I queried.
“Now, I can best compare the earth idea of heaven to the experience of a mountaineer, who, at daybreak, starting from the inn, takes a longing look at the peak he desires to reach. Faith takes one mighty leap, and stands like a monarch upon the towering height, laughing at the toilers who are climbing, resting, and anon, slipping, so far behind. But faith is not the tourist, and in its gigantic leap has carried forward nothing but its own imagination; he who exercised it is still among his fellow travellers, and, spite of it, will be compelled to climb the steep ascent with careful tread, or he will never reach his goal. Yet faith is good; for it gives, by its confidence of success, buoyancy to the step, and conquers the thousand doubts which others will suffer owing to the difficulties of the way.”
“If then, it were possible for you to write again, you would sing these later experiences?”
“Possible to write!” she exclaimed, with some slight amazement. “Why may I not write now, as well as others sing? Genius of every kind in the mortal state can only experience its birth – the growth, expansion, and fruition remain for us. One note of music was once breathed below by angel lips, but earth has never heard the fulness of her song; childlike fingers twang the strings, but the harp cannot be tuned in the conflict of worldly discords; how then, can flesh pronounce judgment on the anthem of the worlds? Thank God, I can and do still write. I learned on earth the letters; I am now trying to spell the words with which I shall write in the by and by my songs in heaven; and since you have heard my first, let me sing you one of my present sonnets.”
She turned and ran into the house as she said this, but almost instantly returned carrying a book, from which she read the following, which I append by her permission:
WAITING
Waiting now upon the threshold,
Just within the porch of life;
Safe from all the storms and tempests, –
Hushed the discord and the strife;
Stilled the heart with its wild beatings,
Calmed the hot and fevered brain
Waiting now, and resting sweetly,
‘Till the Master comes again.
Waiting, where the rippling wavelets
Of life’s river lave my feet;
Washing off the stains of travel,
Ere the Master I may greet;
Till the voice is full and mellow,
And I learn the sweet, new song;
Till the discord is forgotten,
That disturbed my peace so long.
Waiting, till the wedding garment,
And the bridal wreath is here;
Till our Father’s feast is ready,
And the bridegroom shall appear
Till the seeds of life have blossomed,
And the harvest-home we sing.
Gathering up my life’s long labours
for my bridal offering.
Oh! ‘tis not as men would teach us –
just one step from earth to God;
Passing through the death-vale to Him,
In the garb that earth we trod;
Called to praise Him while aweary,
Or to sing, while yet the voice
With love’s farewell sob is broken,
Could we, fitly, thus rejoice?
No! we wait to learn the music,
Wait, to rest our weary feet;
Wait to learn to sweep the harp-strings
Ere the Master we shall meet;
Wait to tune our new-found voices
To the sweet seraphic song;
Wait to learn the time and measure,
But the time will not be long.
Wait to understand the glory
That will shortly be revealed
Till our eyes can bear the brightness
When the book shall be unsealed.
Oh! the vision would o’er power us,
If it suddenly were given
So we wait in preparation,
In the vestibule of heaven.
As she read, or, rather, breathed forth the lines of her poem, we were walking down the
hillside, but she gradually drew me away into her condition of oblivion to external surroundings, which at their best were but the inanimate properties of heaven – calm
tributaries to the soul of heaven itself; but in her voice which thrilled me with its fervent pathos – in those eyes, which looked away in patient yearning down the vistas of hope – I seemed to catch a glimpse of heaven itself, and it absorbed me. Her recital was a calm confession of trust in God, and though the inflections of her voice sounded as if she was far away, yea, even in the near presence of her Master, she lingered over each recurring
‘waiting’ as if she drew from its deep spring the full sweetness of the assurance that ‘they too serve who only stand and wait,’ and was reluctant to turn away from the refreshing draught. She had forgotten me – everything save her God, with whom again she was holding such sweet communion, and the continued utterance of her lips was like the spontaneous ebullition of overflowing music generated in her soul. Someone has said ‘a somnambule like an angel seems, in the unconscious grace with which she moves,’ but I was looking direct upon an angel, entranced by an ecstatic vision of a heaven brighter than she had ever seen before. I dared not speak, not even when she ceased to read, but hanging on the inspiration which enveloped her I walked beside.
How long this reverie continued I shall never know, but when, at length, she drew the deep breath which roused her to the consciousness of my presence, I was surprised to see how far we had wandered. She did not speak, but raised her beaming eyes, as if to watch the homeward flight of her reflections, and I was by no means anxious to break the sacred silence on which they floated.
“Do you not think,” she presently asked, “that those are sweeter thoughts than the mistaken ideas we held on earth?”
“Indeed they are; but if at present you have only reached the vestibule, what will the glory of the inner sanctuary be?”
“I cannot say; neither am I in a position to understand if any of our friends were to try and explain it to me. It is impossible to clearly comprehend that which we have not seen, and the attempt to do so only fosters incorrect conceptions. I cannot see, and so I am content to wait until my eyes can bear the brightness of the revelation; in the meantime I have much to learn, and many sweet enjoyments to gather on my way to holiness.”
“Then you think there are still other preparatory stages before you reach the final home?”
“Oh, yes! There are others, how many I have no idea. The question which sometimes occurs to me is: Shall we ever reach the last? Is there a final? Since God is infinite, is it possible for us to arrive at any limit? Think how far we were from holiness when we commenced our pilgrimage on earth, and what a trifling distance we have yet travelled, then you will understand that there must yet be innumerable such stages before we can hope to stand in the undimmed splendour of His presence. With the new powers and greater knowledge which my new life has given me, unfolding a wider conception of His purity and my own unworthiness, I sometimes think it will be almost necessary for the remembrance of our earth life to pass away before we can bear to look upon His face.”
“But you do not think our identity will be lost?”
“No! We can never lose that; that would be to annihilate ourselves. But when I think of the searching power of those eyes which are too pure to behold iniquity, if the consciousness of what I have been is not lost before I am called upon to bear it, that sacred beam will call to my memory reflections of my once sinful self sufficiently intense to stain my purity and turn that gaze away.
“What shall we do then?”
“I know not. That is one of the problems to be solved in the higher light; for the present we have to wait; it is enough for me to know that ‘God is His own interpreter, and He will make it plain.’
“When you think of such a consummation, do you not wish for the intervening, stages to hasten by that you may obtain it?”
“Yes; and yet, no!” she answered slowly. “That is the absolute ideal of every true soul, which, in common with them, I am anxious to reach. But at present I have not the capacity to appreciate and enjoy it, so the gift would be too overpowering, and would only crush, instead of elevate me. You must remember that one who has been successfully operated on for blindness can only, be initiated into the light by degrees. We have all been blind, and God’s light will only come as we are able to bear it. He is too wise to allow any possibility of disaster. So the climax of anticipation can only be attained when the soul has, by process of natural growth, reached its full stature, and that is certainly not yet. As for waiting – well, I am something like a child who recognises his inferiority to a man, but the consciousness thereof by no means lessens his present joy. The longing for autumn fruit never mars the brightness or spoils the perfume of summer showers. Neither does my great desire to meet my Father face to face diminish my pleasure here.
“On the other hand, every step I take towards Him becomes another messenger to me, bearing some fresh revelation of His love, every halting-place becomes another unfoldment, and every message quietly expands my soul into a closer likeness of Himself. I am happy, always more happy – my cup is full to running over. It is ever enlarging, so that it holds, and I comprehend the more. I am even now in heaven, as far as I can understand it, from the fact that if greater pleasure were here, I could not possibly appreciate it. Yea, there is more now than I can anyway understand – my cup runneth over, but how much I know not. Therefore I am content, because every power and capacity I have is satisfied; but there are other powers and possibilities which I shall grow into by and by, then they will also be as fully provided for. With this knowledge I look forward, like the boy, to that which lies before, and like him, perhaps I build my castles in the air of what I shall then do; but, in the meantime, I thank the Father for His wondrous love in the past and present, and am content to wait His future revelation.”
“In what light do you look upon your earth life, with your present knowledge?”
“If I had to write my own epitaph from my present point of view, I am afraid I should be compelled to write ‘of the earth, earthy; very earthy.’ I did think I sang of spiritual emancipation, but now I find I was but a slave myself, without a dream of liberty until I breathed its freedom upon these delightful hills.”
“Of course, you know it is still possible to reach the earth, and correct our false ideas of the past.”
“Yes; by the kind assistance of some of our friends I have already broken the silence of my sleep and given to earth several such thoughts as those I have read to you. But we have many difficulties to remove before we can make much progress in that direction.”
“I can see that, since several of these have already been explained to me. But they are obstacles which present themselves to minds who have left the earth a long time; I would like to know what is the first obstacle as you see it.”
“Your conversance with my writings,” she replied, “will make you somewhat surprised when I mention one of the first difficulties I discovered, but it will serve to show how very different things appear from this side. One of the first lessons we have to teach on our return is, that the word of God can never be a printed book. God is, and His word is like Himself, an ever-present, ever-living, moving power; what is written can never be more than an historic record of what was the word of God to Moses, Samuel, David, Isaiah, or Paul. The seasons, the flowers, the harvests, and the sunshine were not given long ages ago, once and for all; God continually renews each in its own appointed time; so it is with His word. It is like a well of water, continually bubbling up, not a stagnant pool, that for two thousand years has maintained a dead, unvarying level. Men have to learn that He speaks to-day, if they will but listen, as much as ever He did. A printed book only traces the course of the stream in the past, it cannot show the broadening revelation of the present, and only faintly indicates the idea of future boundless love. This our brethern on earth have yet to learn, and with it they will recognise that the ordination of the ministry of angels is the everlasting channel through which the word of God must flow. This is the gospel of Christ, the gospel of Redeeming Love.”
“Still love!” I exclaimed; “how naturally everything here appears to resolve itself into that one word.”
“It is the whisper of every tree in heaven,” she replied, “the breath of every flower; yon rippling waters sing it to the banks which drink their kisses, the dew bears it to every blade of grass, the zephyrs chant it as they pass; yon craggy peaks declare it all the day, and in the vaulted dome above its echoes find eternal habitation; it is the architect of every home, the motive power of every act, the subject of every prayer. Love unaided designed the plains of heaven, fitted every bower, and spread each couch upon which the pilgrim soul might rest. Flower, tree, and shrub; hill, dale, and stream, and all that clothes this happy state in which we dwell, are evolutions from herself. She is our Mother, our Father’s bride – how can we do other than magnify her name?”
“Love, then, will be your theme in future ministry to earth?”
“Yes! That was the one gospel of Christ, and following Him it is the only theme that can fall from heaven. I would sing of love waiting to crown the victor when the fight is done; I would breathe it into the ear of him who feared the issue of the battle, and tell it to inspire the nobility of youth; its bread should feed the hungry, its waters cool the fevered tongue of the roué, its balm should be employed to heal the broken heart; I would use it as the key of hope to release the prisoner of fear, build it up as a tower of refuge for the tempted make it the one consolation for the bereaved; it should become the anchor of the merchant, the restraining power of the spend-thrift, the curb for avarice, and the fetter by which I would hold the brute. I would gather the nations together that they might hear the requiem its cataracts would sing as they buried war’s alarm; I would marshal earth’s battalions side by side and march them through its perfumed spray, to wash the curse of caste and colour from each soul and leave them brothers all. Fear, punishment and retribution I would hold in long restraint, while I tried to charm each wanderer homeward, as I sang the legitimate music his Father composed to win him back from sin and misery to his rightful home and heritage.”
At this point our conversation was broken off by a ray of light flashing across our path, like a clear sunbeam, shining above the soft glow to which I have before referred. My companion raised her head and exclaimed joyfully:
“Ah! here is Myhanene!”
“Where?” I asked eagerly, for as yet he was not visible, to me at least, and I hoped I might be able to see his coming with that instantaneous flight that Cushna had told me of.
“He will be here directly,” she replied; “that ray announced him.”
“Who is he,” I asked,”that his coming always seems to make everyone so glad?”
“You have seen him then?”
“Yes; I have seen him twice, but as yet I know very little about him.”
“The more you get to know him, the more you will love him,” she answered. “He is one of those pure and consecrated spirits who make heaven wherever they go. His presence adds lustre to brightness just as that flash illuminated our path, and the atmosphere around him is fragrant with the presence of Jesus. He came away from earth as a child, and the innocent simplicity of the child remains upon him still. In him we can see what sin has robbed us of, and the type of soul which would be found but for our disobedience. By the purity of this childlike nature he has been able to approach so near to the Master as to fit him to become a messenger between the next condition of life and this; a link is thus formed that holds the two in close communion.”
“Do you wish me to infer that there are difficulties of communication between this and the higher states, many ways analogous to those which exist between this and earth?”
“No, not exactly that. The word difficulty conveys an erroneous impression to your mind, and yet it is perhaps the best I can employ. Words derive shades of meaning from the localities, surroundings, and circumstances in which they are used, and the different condition of the two persons using the same word frequently causes misunderstanding and confusion, especially when one employs the word to denote or describe a something of which the other is entirely unacquainted. My failure to convey to you just what I desire is the very illustration I need to explain what I mean by Myhanene’s forming a link between the two states of our life.
“The expansion and purification of the soul naturally elevates it, and with that elevation comes an enlargement of powers and capabilities which need to be gratified; clearer conceptions of God, deeper insight into His workings, with the solution of mysteries, and capacity to discern how the complex present is working out the perfect future. These new powers and developments have to be educated so that each stage of life forms, as it were, another class in the school of eternity, and as each study absorbs the whole soul of the student you will understand what I mean by links or intermediaries like Myhanene who hold us each to each. They stand between the two, minstering to both, without being quite absorbed in either.”
“But is he not a ruler of some places in the lower condition?”
“Yes, you may rightly designate him as such, but he would not wish you to give him such a title, for though he does rule, his sceptre is one of affection, and he prefers to be considered as friend, counsellor, or tutor at the most. His office is one which naturally pertains to his condition of life.”
“From my brief experience of him I can readily understand you. His method of performing an official function has already been a revelation to me.”
“And every time you see him you will receive an additional revelation,” she answered. “He is a living exposition of the Master’s injunction – ‘He that would be the greatest amongst you, the same shall be servant of all.’ But here he is.”