A través de las nieblas | Capítulo 18: La familia del cielo

Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español

─ Versión en inglés

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Introducción

Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/

Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en esa página).

Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo está allí enlazado. Y, como en otros audios, hice un comentario al final del audio, tras la lectura del texto. En el comentario vemos algunas ideas importantes y a veces aclaramos algunas cosas.

Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl y google) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.

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Notas al capítulo

(Abajo van notas que refieren en parte a lo tratado en la conversación sobre el capítulo de María Magdalena y Jesús (2014):
20140501 Through The Mists – With Mary & Jesus – Chapter 18
https://www.youtube.com/watch?v=5IfEJ0S8uFA )

─ «la ley que siempre obra para asegurar la santidad; y después, los medios para alcanzar esa condición bajo las circunstancias más favorables para el individuo«: La ley, la ley del amor, o leyes: «llevar a todos hacia la santidad», es decir, diseñada ─para todos─ para llevarlos a todos a una condición más elevada de amor. También las leyes de Dios, en la Tierra, funcionan para eso mismo.
─ Las «circunstancias más favorables» para nosotros, como individuos, pueden ser bastante «infernales» si nuestra condición es más baja. Si pudiéramos poner a una persona de condición muy baja en la esfera 2, se crearía «caos».

─ Cuando en el capítulo se habla de «twin souls«, se refiere a las almas gemelas: las verdaderas relaciones «de sangre» son las de las almas gemelas. Las dos mitades se unen, y esas a su vez pueden reunirse en grupos de afinidad.
─ En la relación con nuestra alma gemela aprenderemos cosas sobre el amor que sólo podríamos aprender ahí. Dios ha creado este, como cualquier otro sistema (almas gemelas), por razones amorosas, con las que usualmente no queremos conectar.
─ Sucede incluso a menudo que nos odiamos a nosotros mismos, y por eso imaginemos el colmo que sería encontrar nuestra otra mitad 🙂 , reflejándonos ella o él justo aquello que no nos gusta de nosotros mismos, o mejor dicho, aquello que a nuestros padres y madres no les gustaba de nosotros mismos, y que a menudo hemos asumido.
─ A menudo somos demasiado adictos a obtener aprobación de nuestra familia biológica, que en realidad muchas veces nos sigue dañando en las relaciones que buscamos, o que continuamos teniendo con más o menos inercia.

─ Literalmente no somos padres o madres de «nuestros» hijos; Dios es el padre, y nosotros hermanas o hermanos del niño/a. Con el hijo podemos compartir nuestra quizá algo mayor sabiduría ─una sabiduría sobre el amor y sobre el padre común, Dios, y sus leyes «naturales»─.
─ No tenemos el derecho a hacer nada con este niño que Dios no haría. Pero creemos que es de nuestra propiedad, y por lo tanto que tenemos «derechos».
─ El «afecto puro», del que habla el texto, no es el familiar afectivo que se suele considerar tal cosa ─regalos más o menos protocolarios, etc.─. Muchas reuniones familiares no tienen sentido porque no hay una conexión real de amor, por mucha demostración que haya, etc.

─ Jack podría ir a ver a sus padres si quisiera, pero es muy improbable siquiera que desee ir a verlos, cuando no hay enlace de amor que lo lleve ahí. Cuando Fred saca este tema está denotando una herida emocional en él mismo. Los padres es probable que no tengan amor por el niño Jack, visto lo visto acerca de su vida. La herida de Fred se demuestra al preguntar si es que el niño no va a ver ya nunca más a sus padres.

─ María Magdalena, en esta vida, tenía asma cada vez que volvía a la casa familiar. Era debido a que a menudo uno reprime emociones y su auténtica identidad cuando vuelve «a casa». Los padres crean emociones de culpa, etc., en los niños para que sintamos desde pequeños obligación, etc.
─ Las relaciones familiares han de sufrir cambios grandes si queremos tener alguna felicidad en la Tierra.

─ La preocupación de Fred: ¿contar estas cosas entonces desmotivaría el crecimiento en la Tierra, sabiendo que vamos a vivir luego mucho mejor «de todas maneras» en el cielo? La verdad es el portal al amor; siempre nos libera.

─ El concepto del «cielo completo»: refiere al arrepentimiento de los padres; pues a menos que los padres sintamos arrepentimiento, puede ser muy difícil que volvamos a ver a los hijos en mucho tiempo:
«En tales visiones he visto a la última alma arrepentida de la Tierra acercarse al trono, mientras todo el cielo guardaba silencio en presencia de la sobrecogedora alegría de que, por Su perdón de este último pecado, Dios estaba a punto de añadir el toque final a la gloria de los redimidos«.

─ Vimos al principio del libro ejemplo de una mujer que se aproximaba a sus hijos, nada más llegar al mundo espiritual, pero que todavía no podía atreverse a hablarles. Esa mujer, que sería su madre, no estaría arrepentida. ─ E incluso, aunque alguien haya perdonado (como el caso de esa hija), o bien, precisamente porque alguien ha perdonado ─o es capaz de ello─, los padres puede que huyan de esa hija contra la que cometieron los pecados.

─ El principio es que si la persona no se siente arrepentida por las acciones que previamente tomó hacia ti, entonces es muy probable que continúe realizando esas acciones; y entonces, si continúas en ese ambiente, la estarías ayudando a continuar con esas acciones hacia ti ─ayudándola a ser desamorosa contigo─. El amor hacia uno mismo está relacionado, así, con el amor a los demás.

─ A veces se retira a los niños de sus padres maltratadores, pero a menudo se les devuelve a esos hijos aunque sus padres no se hayan arrepentido por su mal comportamiento. Esto se ve en los temas de «asuntos sociales» y demás instituciones que trabajan con los niños, pero que, al devolverlos a unos padres no arrepentidos, los hijos han de salir de nuevo de esas familias maltratadoras, y a menudo con todavía menos confianza en todo.

─ «Satán» es mencionado, pero no se sugiere que exista un Satán. Myhanene sabe que Fred ha crecido en entorno bíblico, y todo el concepto de «Satán» pero visto como condición permanente, va contra todas las leyes de Dios; entonces, o bien no puede existir, o tendrá que volverse un hijo arrepentido de Dios en el futuro. Y eso es lo que Myhanene sugiere en ese párrafo.
─ En las religiones justifican cosas ilógicas diciendo que Satán nunca fue un hombre.

─ Cuando se refieren a «Cristo», se refieren a la condición de unidad en amor con Dios.

─ Fred es humilde al preguntar cosas, y no da insinuaciones ─no habla con indirectas que denotaran una intención más o menos impura─, sino que es directo; en su corazón abre el espacio para la respuesta que fluirá cada vez más naturalmente, así como «llamada» por la humildad de Fred.

Puntos de reflexión: (este es el final del esquema sobre este capítulo de Jesús y María M.)
* El perdón, el arrepentimiento y su importancia para la progresión.
¿Qué heridas tengo en mis relaciones familiares? ¿Tengo un sentimiento de derecho, expectativa o culpa hacia mi familia que limita la expresión de tus verdaderas pasiones y deseos?
* Examina la compañía que tienes: ¿con quién pasas la mayor parte del tiempo y por qué?
¿Pasas tiempo con personas que comparten tus pasiones y valores (como ocurriría en el mundo espiritual)?
* Reflexiona sobre los valores y las pasiones que observas en las personas con las que pasas más tiempo: sé sincero sobre cómo de similares son esos valores con respecto a los tuyos.
* Reflexiona sobre los valores y pasiones que observas en las personas con las que pasas más tiempo: sé sincero sobre lo que ves de diferente a lo que tú valoras y te apasiona.
* Reflexiona sobre lo que te atrae de las personas con las que pasas más tiempo: ¿es predominantemente el miedo o el amor?

Versión en español
CAPÍTULO XVIII
LA FAMILIA DEL CIELO

A medida que Myhanene se acercaba a nosotros, la descripción de mi compañera como una epístola viviente de humildad perduraba en mi mente, pero también creí detectar la realización de otro ideal planteado por Jesús, que sus seguidores debían esforzarse por alcanzar: «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no puede esconderse». Brillando con el resplandor autorradiante de las verdades espirituales que él había aprendido y asimilado en las mayores altitudes de su más brillante hogar, cómo no iba a ser bienvenido, viniendo como el profeta de esa vida que tenemos ante nosotros, cual avanzadilla que nos indica lo que seremos cuando alcancemos esas alturas.

Después de estrecharnos a todos en su abrazo conforme nos saludaba, se volvió hacia mí y me dijo:

«Arvez me ha dicho que estabas aquí, así que vine a pedirte que me acompañes a un festival al que voy».

«Eres muy amable por pensar en mí -le contesté-; con el apremio de todas tus obligaciones habría pensado que me habrías olvidado hace tiempo».

«Aquí nunca nos olvidamos», respondió, con un énfasis tan peculiar en esta última palabra que le daba volúmenes de significado.

«Seguramente lo sé, y no debería haber expresado tal pensamiento, después de toda la experiencia que he tenido, especialmente con Arvez y el pequeño que trajimos hace poco de «La Escuela»».

«Pobres cielitos, cómo se alegran estos niños de salir de sus vidas duras y crueles. Sabes que siempre parece alegrarme un poco la vida cuando llega uno de ellos».

«Por supuesto que no puedo entender todo lo que sabes y sientes -repliqué-, pero incluso yo experimento una sensación de peculiar alegría al pensar en el cambio inminente para Jack. Qué gran transición, qué nueva vida será para él».

«Sí -respondió reflexivamente- y qué compensación tan asombrosa. A veces casi desearía poder sentir lo que pasa por el alma de alguien así cuando por primera vez se da cuenta de lo que ha sucedido y comprende plenamente la realidad del cambio. Qué revelación del amor de Dios debe de  parecer abrumarles. Cuando pienso en ello, casi puedo sentirme agradecido de que haya permitido al hombre pecar, porque ninguna otra cosa podría haber abierto la posibilidad de hacer resonar la gracia incomparable de Su pleno perdón y restauración».

«Cuando viniste, Myhanene, deseaba hacerte una pregunta sobre ese muchacho, que tal vez podrías responder».

«Si puedo, lo haré con mucho gusto».

«¿Por qué le trajeron aquí por encima de cualquier otro lugar? ¿No tenía otro sitio al que ir?».

«No tenía otro sitio al que ir, pero no porque fuera un marginado -replicó-, sino porque, como cualquier otra persona, está sujeto a una ley. La vida terrenal produce tipos o cualidades de alma, y a cada cualidad le corresponde una provisión hecha para ella aquí; en cada condición hay almas que se sienten especialmente atraídas por nosotros y nosotros por ellas; éstas se convierten en nuestros amigos y compañeros. Nuestra hermana, aquí presente, encuentra esa atracción en este pequeño renacuajo de la Tierra, y así lo amará, lo cuidará y lo ayudará a comprender los elementos de su nueva carrera».

«Tal vez no dije claro lo que quise expresar -respondí-; me preguntaba si no tendría aquí un padre, una madre u otro pariente a quien acudir naturalmente».

«Entendí bien lo que quisiste decir. Has caído en un error muy común, que será mejor que te explique y lo desarraigue de inmediato, o te acarreará dificultades en el futuro. Ahora debes aprender a trazar la distinción entre las relaciones del cuerpo y las del espíritu; estas últimas son los únicos lazos que reconocemos aquí».

«¿Quieres decir…?».

«Que uno es nuestro Padre, Dios, y todos somos hermanos», respondió antes de que tuviera tiempo de terminar mi pregunta.

«Eso debe ser cierto en cierto sentido -respondí-, pero no puedo olvidar que uno de los comunes ideales que enmarcan la noción del cielo es tener la familia al completo. ¿Debo entender que este, como tantos otros, es erróneo?».

«Muy erróneo, y casi imposible, puesto que el cielo no podría existir en tales circunstancias, por la sencilla razón de que para completar una familia cualquiera os veríais obligados a romper al menos otras dos para proporcionar los padres a los hijos. Considerad luego la variedad de gustos, disposiciones y desarrollo espiritual que encontráis en la misma familia, y la provisión hecha en esta vida para atender a cada uno en las circunstancias más favorables. El egoísmo es erradicado y nuestra felicidad aumentada diez veces más por la ausencia de aquellos que amamos, cuando sabemos que esto les asegura su bienestar, más de lo que lo haría su presencia y el consiguiente sacrificio del provecho que necesariamente sobrevendría [el provecho de su ausencia lo tendrían que sacrificar por la completitud de la familia].

«Cada alma individual nacida a nuestra vida se ha vuelto, por su vida en la Tierra, auto-condicionada, y Dios ha provisto para ello, teniendo en cuenta dos hechos solamente: primero, la ley que siempre obra para asegurar la santidad; y después, los medios para alcanzar esa condición bajo las circunstancias más favorables para el individuo. Piensa por un momento en las interminables complicaciones que surgirían si tu ideal pudiera llevarse a cabo; entonces, estoy seguro, verás cuán impracticable se vuelve la idea, y que por ningún otro medio podría asegurársenos la felicidad más que por éste [por este medio], la propia ley señalada por Dios».

«Lo que nos depare el futuro no lo sé, pero por mucho que se desarrolle, sólo veo la posibilidad de formar grupos de almas gemelas en la única gran familia del cielo, hasta que se hayan superado muchas otras etapas. Tales almas afines [grupos] no son de ningún modo inusuales, y en su influencia actúan y vuelven a actuar unas sobre otras, y así se ven atraídas hacia una comunión de la que la amistad terrestre sólo puede formarse una idea muy débil. Estas relaciones se llaman con razón de sangre, pero la carne y la sangre no pueden entrar en esta vida, y por lo tanto el parentesco tiene que ser elevado a otro vínculo más espiritual: de Dios Padre nacemos en el espíritu y así nos convertimos en hermanos y hermanas de la única gran familia del cielo».

«¿Predicarías esta doctrina en la Tierra?».

«Por supuesto que sí; es la verdad y debe ser proclamada. ¿No es este el Evangelio de Cristo, que extiende el horizonte de la familia hasta los límites más remotos de la Tierra, destruyendo en su desenvolvimiento las distinciones que existen entre clase y clase, borrando la animosidad de las naciones y borrando todo rastro de color, lengua y tiempo? ¿No sería tal reconocimiento la carta constitutiva de aquel «Paz en la tierra y buena voluntad para el hombre»? El pleito entre el capital y el trabajo, el acuerdo tácito entre las naciones de que el poder es el derecho, y la doctrina de la supervivencia del más fuerte, ¿no encontrarían su final y solución naturales en la influencia de tal revelación?».

«En otras palabras, si tuviéramos vía libre para predicar este evangelio, ¿puedes decirme algún método más directo de responder a esa frase y súplica de la oración de nuestro Salvador que la Tierra repite continuamente: ‘Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo‘?». Concedido esto, ¿qué resultaría naturalmente? El reconocimiento del gran hecho de que el afecto puro, ya sea entre miembros de la misma familia o no, es un atributo del espíritu, no de la carne, y sólo puede ser asegurado o disuelto por el acercamiento o el alejamiento espiritual. Dios, que es Espíritu, da origen a tales relaciones, y ‘lo que Dios ha unido nadie lo puede separar‘».

«Debo inclinarme ante tu razonamiento -repliqué-; pero volviendo a nuestro amiguito. ¿Es posible que no vuelva a ver a sus padres?».

«De ninguna manera puedo afirmarlo -respondió-; primero, porque ignoro quiénes o qué son sus padres; y segundo, porque no sabemos qué infinita posibilidad tiene reservada nuestro Padre para futuras revelaciones. Pero a veces, cuando medito sobre lo que pudiera ser, mi visión parece vislumbrar una posibilidad gloriosa que, estoy seguro, está dentro del alcance del gran e ilimitado amor de Dios. En tales visiones he visto a la última alma arrepentida de la Tierra acercarse al trono, mientras todo el cielo guardaba silencio en presencia de la sobrecogedora alegría de que, por Su perdón de este último pecado, Dios estaba a punto de añadir el toque final a la gloria de los redimidos, y asombrados sin aliento nos mirábamos unos a otros, y a Cristo, preguntando con muda anticipación cuál sería la revelación concomitante, el clímax de toda redención».

«¡El cielo completo! ¿Quién puede comprenderlo, preverlo o imaginarlo? Cada grupo y cada círculo perfeccionados; cada oración contestada; cada ideal alcanzado; cada alma salvada. Cada cambio por el que hemos pasado de gloria en gloria, habiéndonos transformado y reajustado a medida que crecíamos en semejanza más y más a la imagen de nuestra Deidad [Godhead]. Entonces he pensado que cuando cada pieza del complicado mosaico del amor infinito sea colocada en la posición designada por Dios en el diseño eterno; cuando las poderosas puertas de esa revelación final se abran, para que podamos entrar en presencia misma de nuestro Padre y contemplarle tal como es, entonces descubriremos que entre los días de la carne y esa reunión ha habido alguna sutil conexión por la que cada familia se ha unido de nuevo, para pasar al trono completa, en la gran revista de todos los pueblos, climas y lenguas, cantando el único himno universal de acción de gracias. ¡Oh! Qué visión. Los padres de todas las razas en el furgón de sus vastos batallones, y tras ellos sus familias al completo, enlazándose con los que les siguen, hasta que toda edad, linaje y color estén incluidos y no falte ni un alma de la innumerable familia, que clamará «Padre nuestro» a Aquel que les da la bienvenida a casa».

«¿Crees que tal consumación es posible?».

«Sí, y es la única manera por la que puedo imaginar que Dios pueda someter todas las cosas a Sí mismo, como lo ha prometido. Si una sola alma, incluso el mismo Satanás, se aleja al fin de Dios, Él no puede serlo todo en todos [all in all], hasta donde soy capaz de entender el significado del reino, porque donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, pero conceder tal libertad a una sola alma ajena sería arriesgarse de nuevo a la ruina del todo por su influencia, y así necesitar de nuevo otro esquema de salvación. Perder tan sólo un alma solitaria de la familia de la humanidad rompería el atributo de la omnipotencia de Dios, porque Él no podría seguir siendo Todopoderoso si, mientras quiere la salvación de todos, no logra asegurar a ese que entonces permanecería alejado».

«Sí, hermano mío, es posible tal consumación, pues acaso no está declarado que ‘Dios quiere que todos los hombres se salven‘, y además, que ‘así como en Adán todos murieron, también en Cristo todos serán vivificados‘; los dos ‘todos’ son coextensivos, y es un acto de la más vil injusticia hacia nuestro Padre pensar por un momento que Su diseño de la redención no sería tan completo y eficaz como lo exige la necesidad del pecado. Dios ama tanto a la humanidad que ha provisto una vía de escape, y habiendo hecho esto, y siendo también capaz de salvar hasta lo sumo, ¿crees razonable suponer que Él será frustrado en Su designio?».

«Pero, ¿no estás olvidando el hecho de que la salvación depende en gran medida de la voluntad del individuo, una condición que siempre va unida a la invitación?».

«No, no olvido nada -respondió-; piensas en el libre albedrío del hombre y lo opones a la supremacía de Dios, como si el hombre pudiera oponerse a Él. La circunstancia y la condición son el centro y la circunferencia del alardeado [boasted] libre albedrío del hombre; la única morada del Absoluto es el infinito. Los hombres cierran la puerta de la tumba sobre el cuerpo de un hermano difunto y dicen: ‘su destino está sellado’, y en su ignorancia no saben que tras el velo la luz más clara de Dios está cayendo sobre el alma recién nacida, llevándola bajo condiciones más favorables a comprender que el ‘tiempo aceptable [2] [3]‘ para su arrepentimiento es el eterno ‘ahora’ de Dios. ¡No! ¡no! el periodo de prueba [probation] no está limitado por la mortalidad; el hombre con su perversidad y rebelión puede obstaculizar y retrasar, pero no puede impedir el logro de la salvación. Lo último está en Dios, ‘que quiere que todos los hombres se salven’».

«No sabes, amigo mío, la alegría que este conocimiento da a mi alma -exclamé-; cuando conocí a Eusemos, él empezó a abrirme esta discusión, pero me pareció demasiado, excesivamente gloriosa, y temí insistir en ella no fuera que por algún medio fracasara en todo lo que parecía prometerme. Desde entonces, Cushna me ha mostrado muchas cosas que han reavivado y fortalecido mis esperanzas. Mi hermana aquí presente, y de nuevo tú mismo, me habéis revelado más de la mente divina en este sentido, hasta que lo que antes era sólo una esperanza se ha convertido en un conocimiento, pues siento el peso y la verdad de vuestra comunión, que no es una discusión sino una revelación, por lo que estoy más que agradecido. Hay todavía otro punto, sin embargo, sobre el que pediría información, si todavía me permites insistir en otra pregunta».

«Pide y recibirás», fue todo lo que respondió, pero en su mirada y en su tono había un volumen de significado que casi me hizo olvidar mi pregunta por el momento. Eran las palabras de la promesa del Maestro, y en ellas parecía haber tanto del espíritu y la influencia de Cristo, que involuntariamente me volví para ver si se había añadido alguien a nuestra compañía. La siguiente vez que miré a Myhanene, me pareció que su rostro parecía aún más suave que antes; una expresión más profunda brillaba en sus ojos, y una presencia descansaba sobre él ante la cual incliné la cabeza, aun cuando me sentía más deseoso que nunca de hacer mi pregunta.

«¿Enseñarías también esta verdad en la Tierra?».

«¡Sí! -respondió-, declararía todo el consejo de Dios con sencillez y sin reservas».

«¿Dónde, entonces, quedaría el poder capaz de refrenar el pecado?».

«Un evangelio así cambiaría eso por completo. Ahora se enseña a los hombres a acercarse a Dios por miedo de los tormentos del infierno, pero no creo que ese sea el camino ideal de Dios. Si entiendo bien a Dios, Él quiere que sean atraídos por la historia de Su amor, en lugar de ser conducidos a Él por el látigo del terror».

«Pero el elemento animal es tan fuerte en la naturaleza humana, me temo, que sin algún poder restrictivo sería difícil mantener a las masas bajo control, y si oyeran la doctrina de la salvación final para todos, ¿qué incentivo tendrían para vivir vidas morales, por no decir justas?».

«Digo que declararía todo el consejo de Dios, y tengo plena confianza en su suficiencia sin ninguna invención ficticia o artificio del hombre. La verdad, tal como la conocemos, es suficiente para todo propósito. Permíteme recordarte el caso de Marie, que has visto; ¿se necesita algo más que el conocimiento de su castigo como advertencia eficaz contra los celos y los males que de ellos se derivan? Y, sin embargo, el castigo de Marie no es eterno. Ella ha pasado su suplicio, y la conturbación del mismo se está erosionando, hasta que pronto va a tomar su lugar y posición entre los santos en la luz, no quedando nada por lo que su pecado vaya a ser reconocido por aquellos con los que se asocie».

«Ahora te pediré que trates de hacer avanzar tu mente a través de las edades hasta que lleguemos al tiempo del que te dije que a veces vislumbro, cuando la familia de la Tierra será toda redimida. Marie estará allí, blanca y radiante, y santa como nadie en toda esa multitud incontable. Ninguna alma que la mire será consciente de ese gran pecado que ha sido expiado y perdonado; pero, ¿lo habrá olvidado entonces ella misma? No. El dolor del pecado habrá desaparecido, el castigo habrá terminado, no quedará rastro de él que pueda ser leído por ningún curioso, pero la cicatriz -el recuerdo- estará allí, y para ella la eternidad nunca podrá borrar su recuerdo. Imagina cuál será el pesar [regret] de un alma que, habiendo entrado en estrecho contacto con Cristo y con Dios, sintiendo hasta desbordarse la intensidad del amor con que Él nos ha amado, no obstante reconoce que ha pecado contra ese amor y que lo ha contristado. Tal conocimiento tendría un poder refrenador del pecado, o al menos esta es la provisión de Dios para hacer eso; seguramente Él sabe mejor; y con esto me contento lo bastante como para que lo dejemos ahí. Debemos irnos».

Versión en inglés
CHAPTER XVIII
THE FAMILY OF HEAVEN

As Myhanene came towards us my companion’s designation of him as a living epistle of humility lingered in my mind, but I also thought I could detect the realisation of another ideal raised by Jesus, to which His followers should strive to attain – ‘Ye are the light of the world; a city that is set upon a hill cannot be hid.’ Shining with the self-radiating lustre of spiritual truths which he had learned and assimilated in the greater altitudes of his brighter home, how could he be other than welcome; coming as the prophet of that life which lies before us – like an advance guard to indicate what we shall be when we reach those heights.

Having folded us each in his embrace as he breathed his salutation, he turned to me and said:

“Arvez told me you were here, so I came to ask you to accompany me to a festival to which I am going.”

“You are very kind to think of me,” I replied; “in the press of all your duties I should have thought you would have forgotten me long ago.”

“We never forget here,” he replied, with such a peculiar emphasis upon the latter word as to impart a volume of meaning to it.

“Surely I know it, and ought not to have given expression to such a thought, after all the experience I have had, especially with Arvez and the little fellow we so recently brought here from ‘The College.’”

“Poor darlings; how glad such children are to come away from their hard and cruel lives. Do you know it always seems to make this life a trifle brighter for myself when one of their number arrives.”

“Of course I cannot understand all you know and feel,” I replied; “but even I experience a sense of peculiar joy at the thought of the change in store for Jack. What a mighty transition, what a new life it will be for him.”

“Yes,” he answered reflectively, “and what an amazing compensation. Sometimes I almost wish I could feel what passes through the soul of such an one when first he realises what has taken place, and fully understands the reality of the change. What a revelation of the love of God must seem to overwhelm them. When I think of it I can almost feel grateful that he has permitted man to sin, because nothing else could have opened up the possibility of sounding the matchless grace of His full forgiveness and restoration.”

“When you came, Myhanene, I was wishing to ask a question about that boy, which perhaps you would answer.”

“If I can I will be pleased to do so.”

“Why was he brought here above all other places – had he nowhere else to go?”

“He had nowhere else to go,” he replied, “not that he was an outcast, but because he, like every other person, is subject to a law. The earth-life produces types or qualities of soul, and every quality has a provision made for it here; in each condition there are souls who are specially attracted to us and we to them – these become our friends and companions.

Our sister, here, finds that attraction in this little waif from earth, and so will love, cherish, and help him to understand the elements of his new career.”

“Perhaps I did not make my meaning clear,” I replied.

“I wondered if he had no father, mother, or other relative here to whom he would naturally go?”

“I understood your meaning well. You have fallen into a very common error, and one which I had better explain and uproot at once, or it will involve you in difficulties by-and-by. You must now learn to draw a distinction between relationships of the body and those of the spirit; the latter being the only ties we recognise here.”

“Do you mean – ”

“That one is our Father, even God, and all we are brethren,” he replied before I had time to finish my question.

“That must be true in a sense,” I answered, “but I cannot forget that one of the common
ideals framed of heaven is to have the family complete. Am I to understand that this, like so many others, is an erroneous one?”

“Very erroneous, and almost impossible, since heaven could not exist under such circumstances, from the simple reason that to complete any one family you would be compelled to break at least two others in order to furnish the parents to the children. Then consider the variety of tastes, dispositions and spiritual development which you find in the same family, and the provision made in this life to minister to each under the most favourable circumstances. Selfishness is eradicated and our happiness augmented tenfold more by the absence of those we love, when we know such secures their well-being, than it would be by their presence and the sacrifice of advantage which would necessarily ensue.

“Every individual soul born into our life has become, by its life on earth, self conditioned, and God has provided for it, having respect to two facts only, first, the law which ever works to secure holiness; and next, the means to attain that condition under the most favourable circumstances to the individual. Think for a moment of the endless complications which would arise if your ideal could be put into execution; then, I am sure, you will see how impracticable the idea becomes, and that by no other means could happiness be secured to us than by this, God’s own appointed law.

“What the future holds I know not, but develop as it may I can only see the possibility of forming groups of twin souls in the one great family of heaven, until many other stages have been passed. Such kindred souls are by no means unusual, and in their influence act and re-act upon each other and so are drawn together in a communion of which the earth friendship can form but a very faint conception. There relationships are rightly termed blood-relationships, but flesh and blood cannot enter this life, and therefore kinship has to be lifted into another and more spiritual bond – of God the Father we are born into the spirit and thus become brethren and sisters of the one great family of heaven.”

“Would you preach this doctrine on earth?”

“Of course I would; it is truth and ought to be proclaimed. Is such not the gospel of the Christ, extending the horizon of the family to earth’s remotest bounds, destroying in its unrollment the distinctions which exist between class and class, erasing the animosity of nations and obliterating all traces of colour, language and time? Would not such a recognition be the charter of ‘Peace on earth, and goodwill to man?’ Would not the feud between capital and labour, the tacit understanding between nations that might is right, and the doctrine of the survival of the fittest find their natural termination and solution in the influence of such a revelation?”

“In other words, if we had a free course to preach this gospel, can you tell me any more direct method of answering that sentence and supplication in our Saviour’s prayer that the earth is continually repeating – ‘Thy will be done on earth as it is done in heaven?’ That granted, what would naturally result? The recognition of the one great fact that pure affection, whether between members of the same family or not, is an attribute of the spirit, not of the flesh, and can only be secured or dissolved by spiritual approachment or estrangement. God, who is Spirit, gives birth to such relationships, and ‘whatsoever God hath joined together no man can put asunder.’”

“I must bow before your reasoning,” I replied, “but to return to our little friend. Is it possible that he will never see his parents again?”

“I cannot by any means say that,” he answered. “First, because I am ignorant of who or what his parents are; and second, because we do not know what infinite possibility our Father has in reserve for future revelation. But sometimes when I meditate on what may be, my vision seems to catch a glimpse of a glorious possibility which, I feel certain, lies well within the scope of God’s great and boundless love. In such visions I have seen the last repentant soul of earth approach the throne, while all heaven was silent in the presence of the awe-inspiring joy that by His forgiveness of this last sin God was about to add the final touch to the glory of the redeemed – and with breathless wonder we looked upon each other, and on Christ, asking in mute anticipation what the attendant revelation – the climax of all redemption – would be.

“Heaven complete! Who can understand, anticipate, or picture it? Every group and every circle perfected! Every prayer answered, every ideal attained, every soul saved! Each change through which we have passed from glory to glory having transformed and re-adjusted us as we grew in likeness more and more in the image of our Divine Head. Then I have thought that when every piece in the complicated mosaic of infinite love shall be placed in its God-appointed position of the eternal design; when the mighty doors of that final revelation shall swing back, that we may enter the very presence of our Father, and behold Him as He is, then we shall find that between the days of the flesh and that re-union there has been some subtle connection by which every family has again been united, to pass the throne complete, in the great review of all peoples, climes and tongues, chanting the one universal anthem of thanksgiving. Oh! what a sight. The fathers of every race in the van of its vast battalions, and after them their families complete, linking on with those who follow, until every age, and kindred, and colour shall be included and not one soul be absent from the countless family, who shall cry ‘Our Father’ to Him who bids them ‘Welcome home.’”

“Do you think such a consummation is possible?”

“Yes, and it is the only way by which I can imagine that God can bring all things into subjection to Himself as He has promised. If only one soul, even Satan himself, shall at last be alienated from God, He cannot be all in all, so far as I am able to understand the meaning of the kingdom, for where the Spirit of the Lord is, there is liberty, but to grant such liberty to only one alien soul would be to risk again the ruin of the whole by his influence, and thus again necessitate another scheme of salvation; to lose but one solitary soul from the family of mankind would shatter the attribute of God’s omnipotence, because He could not remain Almighty if, while He willed the salvation of all, He failed to secure the one that would then remain estranged.

“Yes, my brother, it is possible for such a consummation, for is it not declared that ‘God will have all men to be saved,’ and furthermore, that ‘as in Adam all died even so in Christ shall all be made alive’; the two ‘alls’ are co-extensive, and it is an act of basest injustice to our Father to entertain for but one moment the thought that His scheme of redemption would not be as complete and efficacious as the necessity of sin demands. God so loves humanity that He has provided a way of escape, and having done this, and also being able to save to the uttermost, do you think it reasonable to suppose He will be thwarted in His design?”

“But are you not neglecting the fact that salvation very much depends upon the willingness of the individual – a condition which is always attached to the invitation?”

“No! I am not forgetting anything,” he replied. “You are thinking of man’s free-will and opposing that to God’s supremacy, as though man is able to stand against Him. Circumstance and condition are the centre and circumference of man’s boasted free-will, the only dwelling-place of the Absolute is infinity. Men close the door of the grave over the body of a departed brother and say, ‘his doom is sealed,’ and in their ignorance know not that behind the veil the clearer light of God is falling upon the new-born soul, leading him under more favourable conditions to understand that the ‘accepted time ‘ for his repentance is God’s eternal ‘now.’ No! no! probation is not bounded by mortality; man by his perversity and rebellion may hinder and delay, he cannot prevent the achievement of salvation. The ultimate lies in God. ‘who will have all men to be saved.’”

“You know not, my friend, what joy this knowledge gives to my soul,” I cried; “when I met Eusemos he began to open this discussion to me, but it seemed too much, too glorious, and I feared to press it lest it should by some means fail in all it seemed to promise to me; since that time Cushna has shown me much which has revived and strengthened my hopes; my sister here, and again yourself, have both unfolded more of the Divine mind in this direction, until what was once a hope only becomes a knowledge, for I feel the weight and truth of your communion, which is not a discussion but a revelation, for which I am more than grateful. There is still another point, however, upon which I would ask for information, if you will yet permit me to press another question.”

“Ask and ye shall receive,” was all he replied, but in his look and tone there was a volume of meaning that made me almost forget my question for the time. They were the words of the Master’s promise, and in the utterance there seemed to be so much of the spirit and influence of the Christ that involuntarily I turned to see if any addition had been made to our company. When next I looked upon Myhanene, I thought his face seemed even softer than before, a deeper expression beamed from his eyes, and a presence rested upon him before which I bowed my head, even while I felt more desirous than ever to ask my question.

“Would you also teach this truth on earth?”

“Yes!” he answered, “I would declare the whole counsel of God simply and unreservedly.”

“Where, then, would be the restraining power from sin?”

“Such a gospel would change that entirely. Now men are taught to come to God from fear of the torments of hell, but I do not think that is God’s ideal way. If I understand Him aright He would have them drawn by the story of His love, rather than driven to Him by the lash of terror.”

“But the animal element is so strong in human nature, I am afraid, that without some restraining power it would be difficult to keep the masses in check, and if they heard the doctrine of final salvation for all, what incentive would they have to live moral, not to say righteous, lives?”

“I say I would declare the whole counsel of God, and I have full confidence in its sufficiency without any fictitious invention or device of man. The truth, as we know it, is quite enough for every purpose. Let me recall to your mind the case of Marie, which you saw; does it require any more than the knowledge of her punishment to be an effectual warning against jealousy and the evils which spring from it; and yet Marie’s punishment is not eternal. She has passed its ordeal, and the poignancy of it is wearing away, until presently she will take her place and position among the saints in light, nothing remaining by which her sin will be recognised by those with whom she associates.”

“Now I will ask you to try and cast your mind forward across the ages until we reach the time of which I told you I sometimes catch a glimpse, when earth’s family shall be all redeemed. Marie will be there, white and radiant, and holy as any in all that countless throng. No soul looking upon her will be conscious of that great sin which has been atoned for and forgiven; but will she herself then have forgotten it? No! The pain of the sin will be gone, the punishment will be over, no trace of it will remain to be read by any curious beholder, but the scar – the memory – will be there, and for herself eternity will never be able to wipe out its recollection. Imagine what the regret of a soul will be, brought into close contact with Christ and God, feeling to overflowing the intensity of the love wherewith He hath loved us, and yet to know that it has sinned against and grieved such love. Such knowledge would have a restraining power from sin, or at least this is God’s provision for so doing; surely He knows best, and there I am quite content to leave it. But we must go.”

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