A través de las nieblas | Capítulo 19: El santuario del silencio

Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español

─ Versión en inglés

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Introducción

Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/

Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en esa página).

Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo está allí enlazado. Y, como en otros audios, hice un comentario al final del audio, tras la lectura del texto. En el comentario vemos algunas ideas importantes y a veces aclaramos algunas cosas.

Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl y google) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.

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Notas al capítulo

(Abajo van notas que refieren en parte a lo tratado en la conversación sobre el capítulo de María Magdalena y Jesús (2014):
20140506 Through The Mists – With Mary & Jesus – Chapter 19
https://www.youtube.com/watch?v=jjUPmhaz0tc )

─ Necesitamos permitirnos el abrumarnos para poder progresar. En este capítulo, Myhanene transporta a Fred (le presta energía para ello) hacia un lugar donde va a verse felizmente abrumado por el evento al que asistirán. Se trataría de la transición entre la segunda y la tercera esfera.

─ Este es de nuevo un muy buen capítulo para la reflexión. Hemos tenido muchas experiencias positivas en la vida ─incluso de Dios y de espíritus, etc.─, pero lamentablemente a menudo queremos olvidarlas. Sin embargo, esas experiencias podrían servirnos para cultivar la fe si nos aplicamos a su recuerdo.

─ Los amigos de Jesús nunca le llamaban «el Señor», pues sabían que Dios era el «Señor». Jesús siempre fue una persona normal.
─ Todo lo que le es enseñado a Fred en su vida en el mundo espiritual en realidad no contradice la Biblia, sino que da una diferente interpretación a las escrituras.
─ Muchas cosas alegóricas en la Biblia se interpretan literalmente, y viceversa. También hay algunas cosas falsas en la Biblia, así como cosas que nunca sucedieron.
─ Podemos decir que Jesús se convirtió, digamos, en la «palabra de Dios» en la Tierra, pero esa metáfora por supuesto que no sirve para pensar que el cometido de Jesús era entonces decirle a la gente lo que tenía que hacer. Convertirse en tal cosa significó que la gente podía ver, mediante Jesús y con su ejemplo, el cumplimiento de lo que fue escrito ─qué significaba estar en unidad con Dios─. Y cualquier persona que alcance esa condición puede igualmente estar así, aunque ya no será el primero, pero eso no importa.

─ Ver abajo reseñadas unas partes de la Biblia; su lectura sirvió a Jesús en su vida del primer siglo acerca del tema de «la nueva alianza».
─ Jesús vivío unos años de pequeño en Alejandría (donde había cerca de un millón de personas). En la sinagoga aprendió muchas cosas, sobre todo en los libros proféticos, recibiendo inspiración sobre concepciones acerca del amor que antes no tenía. Y así, comenzó a crecer en él esa nueva concepción, aprendiendo esos materiales. Y debido a la conexión que tenía con Dios en ese tiempo, sintió muy intensamente los diferentes asuntos sobre el amor en los libros de Isaías, Jeremías, Salmos, etc. Los libros proféticos eran conversaciones registradas entre gente y espíritus, y eso lo encontró fascinante. Vio que era por eso que se sentía más conectado con esos libros, pues los conceptos no venían de la Tierra sino del mundo espiritual, y hablaban de la existencia futura donde domina el amor. Particularmente encontró esas referencias en los libros de Ezequiel y Jeremías. Y comenzó a intentar averiguar de qué iba esto de la nueva alianza y la venida de un mesías, aunque él no se sintiera tal. Empezó pues a pensar y rezar mucho sobre eso, y a resultas de ello encontró muchas referencias a la nueva alianza. Empezó a entender que esa alianza no era lo que ahora los cristianos creen que es (sacrificio de sangre, etc.), sino convertir el corazón de piedra en uno de carne; hacer más suave el corazón humano, más amoroso. Llegó a entender, con el tiempo, que el amor de Dios sería un poder mucho más transformador que el amor humano. Empezó a darse cuenta de que, si podía recibir amor de Dios, desde una perspectiva científica eso significaría que el amor que vendría sería más grande que si simplemente tuviéramos el amor que viene de nosotros mismos. Comenzó así a experimentar y desarrollar su relación con Dios y a recibir el amor de Dios. Y una vez que se volvió en unidad con Dios, se convirtió en «mediador» de esa nueva alianza. Se volvió la primera persona en la Tierra en demostrar ese amor hasta el punto de la unidad con Dios, en el sentido de que se trataba de una condición diferente, y se volvió ese ejemplo para la Tierra. No fue que se convirtiera en mediador para cierto «proceso», sino que se volvió el mediador en cuanto enlace entre Dios ─el creador de toda la humanidad─, y la gente que no había recibido ese amor de Dios. Jesús no era Dios, sino que había recibido ese amor hasta el punto de la unidad de amor con Dios. Así, podía y puede compartir cómo entrar en esa relación con Dios. Y reconoció que ese era el rol de Mesías.

─ Referencias bíblicas que correctamente se referirían a la Nueva Alianza:
Ezequiel 36:26 :
«Les daré un nuevo corazón y derramaré un espíritu nuevo entre ustedes; quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen y les pondré un corazón de carne».
2 Corintios 3:3 :
«Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones».
Jeremías 31:31-34 :
»Vienen días»,  afirma el Señor, «en que haré un nuevo pacto con Israel y con Judá. No será un pacto como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo», afirma el Señor. «Este es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel», afirma el Señor. «Pondré mi Ley en su mente y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya nadie tendrá que enseñar a su prójimo; tampoco dirá nadie a su hermano: “¡Conoce al Señor!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán», afirma el Señor. «Porque yo perdonaré su iniquidad y nunca más me acordaré de sus pecados».

Otras referencias en el capítulo:
─ El camino a Emaús:
Lucas 24:13-35
─ Referencia al tercer cielo:
2 Corintios 12:2
─ Referencia a nacer de nuevo (enseñanza a Nicodemo):
Juan 3:1-21

─ Jesús y María Magdalena también comparten (además de las referencias de arriba ─y la breve descripción general wikipédica de abajo*─, que consideré importante trasladar aquí) los muchos lugares bíblicos que hoy los cristianos consideran que se refieren a «la nueva alianza». Se puede consultar el documento original de referencias en la web de Jesús y María M. y también aquí (pdf) (arriba están los 3 lugares bíblicos que ese documento cita como correspondiendo realmente a una enseñanza cierta sobre la nueva alianza).

─ Dice que Jesús, que, en cuanto a lo ocurrido históricamente en la Tierra, lo único que sería comparable a la celebración que presenta este capítulo, sería el momento llamado «la transfiguración», en la vida de Jesús. En ese evento, Moisés y Elías se reunieron en la Tierra con Jesús en un momento que debió ser cercano en el tiempo al de la apertura de la esfera ocho.

Puntos para la reflexión (propuestos por Jesús y María Magdalena):
¿Qué emociones sentiste al leer sobre el festival para celebrar la progresión del alma de ciertas personas?
Considera la cita:
«Aquellos que dejen a sus amigos aquí en el presente no serán separados de ellos; el amor existente entre ellos continuará, porque aquellos que asciendan serán como guías de montaña, que llevan consigo una cuerda con la que pueden ayudar a sus amigos de atrás a hacer una ascensión más fácil«. (211)
Esta cita nos dice dos cosas importantes:
1. La pureza del amor entre las personas las une independientemente del espacio físico que habiten (es como un cordón entre ellas).
2. La pureza del amor acaba con la envidia y la competencia.
Piensa en las relaciones que tienes con las personas en la Tierra que crees amar: ¿Te sientes apegado a ellas y estás físicamente cerca de ellas? ¿Ves su proximidad a ti o su participación directa en tu vida como un reflejo del «amor»?
¿Sientes competencia con aquellos que lo hacen bien?

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* Wikipedia, sobre la Nueva Alianza (dando una idea sobre las creencias usuales en el cristianismo, equivocadas en torno a tal alianza, ya que refieren a la sangre como agente, etc.):
«La nueva alianza o nuevo pacto es una interpretación bíblica que originalmente derivaba de una frase en el libro de Jeremías, de las escrituras hebraicas. A menudo se considera como una Era Mesiánica escatológica o mundo por venir, y está relacionado con el concepto bíblico del Reino de Dios.
» Generalmente, los cristianos creen que la nueva alianza fue instituida en la última cena como parte de la eucaristía, que en el evangelio de Juan incluye el nuevo mandamiento. Hay varias escatologías cristianas que definen más la nueva alianza. Por ejemplo, una escatología inaugurada define y describe el Nuevo Pacto como una relación continua entre los creyentes cristianos y Dios que llegará a su plenitud después de la Segunda Venida de Cristo; es decir, no sólo llegará a su plenitud en los corazones creyentes, sino también en el mundo exterior futuro. La conexión entre la Sangre de Cristo y el Nuevo Pacto se ve en la mayoría de las traducciones modernas al inglés del Nuevo Testamento con el dicho: «esta copa que se derrama por vosotros es el nuevo pacto en mi sangre».
» Los cristianos creen que Jesús es el mediador del Nuevo Pacto, y que la Sangre de Cristo derramada en su crucifixión es la sangre requerida del pacto. Como ocurre con todos los pactos entre Dios y el hombre descritos en la Biblia, el Nuevo Pacto se considera «un vínculo de sangre administrado soberanamente por Dios». Se ha teorizado que el Nuevo Pacto es la Ley de Cristo tal como se pronunció durante su Sermón de la Montaña».

Versión en español
CAPÍTULO XIX
EL SANTUARIO DEL SILENCIO

Tenía alimento para la reflexión. La infinitud que cada nueva experiencia me abría, y la rapidez con que cada una de las sucesivas me abrumaba, resultaban ser tal peso de gloria que casi deseaba descansar de la libertad y el amor que se desplegaban continuamente con maravilla cada vez mayor. Estando en presencia de este Evangelio del Señor Jesucristo, tal como lo interpretaban estos ángeles amigos, con cuánta verdad y literalidad podía refrendar la conclusión de Pablo de que, incluso en las condiciones más favorables de la Tierra, los hombres sólo ‘ven a través de un cristal oscuro‘; sin embargo, en todo lo que se me había dado a conocer, se había prestado la más cuidadosa atención para mostrar que toda la diferencia residía en la interpretación de la palabra que se me había entregado: en ningún caso se me había hecho una revelación que violara o sustituyera esa palabra. Otro hecho que observé invariablemente fue que siempre que se citaban las Escrituras, las palabras y enseñanzas del Maestro tenían preeminencia, y eran consideradas con una autoridad ante la cual los escritos de los apóstoles sólo ocupaban una importancia muy secundaria ─un sistema de precedencia totalmente en desacuerdo con la costumbre con la que yo estaba familiarizado desde hacía tanto tiempo─.

Esta regla me impresionó tanto que en más de una ocasión la mencioné, pero siempre para oír la misma razón aducida para su adopción. Jesucristo era el mediador de la nueva alianza, y por lo tanto podía hablar con más poder y autoridad en cuanto a su alcance, sus métodos, y las condiciones por las cuales sus privilegios podían ser asegurados [privilegios o ventajas de la alianza]. Siendo así, siempre fue no sólo la forma más segura, sino la más sencilla, ‘escucharle a Él’, en vez de escuchar lo que otros tenían que decir sobre Él. Si existía alguna duda o dificultad, cada hijo que buscara conocer la mente del Padre, tal como es revelada en Cristo, podía pedirle a Él y recibir el don del Espíritu Santo, el Confortador, mediante el cual el Maestro prometió revelar a Sus discípulos los misterios íntimos de Dios, y traernos todas las cosas a la memoria.

Como digo, tuve abundantes motivos para reflexionar mientras caminaba con Myhanene entre las flores y los árboles de las cimas de aquellas colinas, que nunca han sido barridas por la tormenta; y él, con esa simpatía e intuición que le hacen entrañable a todos los que le conocen, comprendió mi estado de ánimo, y acudió en mi ayuda en una comunión de silencio, que produjo una cosecha de información más rica de lo que el lenguaje hubiera podido sostener. Hay condiciones de la mente en que sus anhelos son demasiado pesados como para que las palabras los expresen, o demasiado serios para que la lengua los maneje; yacen, como los tesoros desconocidos del mar, en las cavernas silenciosas de nuestra propia experiencia profunda, donde las líneas de cota de profundidad del lenguaje todavía no han tenido la longitud suficiente para llegar; pero quien quiera ver y comprender el valor y la fuerza naturales de estos anhelos del alma, debe sumergirse en las profundidades de la simpatía en que yacen, y leer, con la lámpara de la alianza [kinship], el místico jeroglífico que implora luz y verdad.

Tales silencios, sin duda, él los había hecho resonar muchas veces antes; mi talante no le era en absoluto desconocido, y con una generosidad que nunca podré corresponder, él acudió en mi ayuda. Simultáneamente, parecía rodearme con el brazo y con el alma; los objetos externos desaparecieron de mi vista, mientras yo era arrastrado a una arrobada comunión en la que podía leer lo más íntimo de su alma. Nunca he sido capaz de explicarme satisfactoriamente aquella experiencia única, ni intentaré hacerlo aquí. Con regia deferencia, pero con liberalidad infantil, me condujo al palacio de su experiencia, donde abrió de par en par las puertas de las habitaciones amuebladas con lujo real y con las mesas servidas de todas las viandas de las que mi alma estaba hambrienta, invitándome a entrar en el nombre de Cristo, y comer, y beber, y vivir.

Con los zapatos ya fuera de mis pies, acepté su invitación tácita, crucé aquel umbral sagrado, deambulé por aquellos salones de hermandad, y me banqueteé con la verdad, mientras la orquesta de su corazón me cortejaba con música angelical, al compás de aquella petición de la oración de Getsemaní: ‘Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí, y yo en Ti, y que ellos sean uno en Nosotros‘. Y así escuché, me maravillé y comí; incliné la cabeza y adoré, al darme cuenta de la posibilidad de cómo una oración podía encontrar su rico cumplimiento.

De aquel viaje no tengo recuerdos de ningún acontecimiento externo, en forma de dirección, distancia o puntos de referencia por los que pasáramos: desde entonces puede que me haya familiarizado con sus variadas escenas, que me haya detenido a estudiar la multitud de lecciones que sus lechos floridos pudieran enseñar, que me haya entretenido en otras contemplaciones bajo los árboles por los que pasé con Myhanene, pero no lo sé. Los alrededores se borraron en presencia del ensueño, y de ello no he podido guardar más registro que una copa llena de arrobamiento, mientras que el desbordamiento ha ido a bendecir a alguna otra alma.

Recuerdo, sin embargo, una pregunta que pasó por mi mente durante el éxtasis de aquella comunión, a la que no recibí respuesta ni entonces ni después; aun así, la guardo y la atesoro, porque estoy seguro de que será contestada y de que alcanzaré toda la gloria que la respuesta revelará. La voz llegó como un acompañamiento a la música de esa oración, elevándose dentro de mí como si fuera la lengua de algún profeta interior, dirigiendo mi mirada a una gloria demasiado brillante para que yo la contemple, y me pregunté: «Si esta comunión con un siervo es tan dulce, ¿qué sentiré cuando el Maestro sea mi anfitrión? Si cuando en el camino de Emaús, el corazón de los discípulos ardía dentro de ellos, a pesar de sus almas temerosas, aplastadas y heridas ─incluso cuando no lo reconocían─, ¿cuál será el fervor ardiente cuando yo vea y conozca al Señor?». Recuerdo cómo meditaba sobre el pensamiento, cómo deseaba el conocimiento, incluso mientras temía, y luego esperaba ─sí, mientras tenía hambre─ que aún podrían intervenir muchas etapas antes de que se me permitiera estrechar Sus sagrados pies, y dar a mi alma el tiempo suficiente para purificarse y crecer lo suficientemente fuerte como para soportar y comprender el peso de tan maravillosa dicha.

«Este es el lugar».

«¡No! ¡No! todavía no», clamé, cuando el anuncio de mi compañero me despertó del dulce ensueño en el que había estado tan completamente absorto, y en la sorprendente confusión del momento, fui consciente de la presencia de una esperanza teñida de temor de que Aquel a quien tanto anhelaba ver estuviera cerca, mientras que me sentía igualmente sacudido por un pesar de que incluso tal desenlace pusiera fin al placer que tanto me había cautivado.

Myhanene sonrió ante mi turbación, y creí detectar en su mirada algo que me decía cuán perfectamente comprendía todo lo que había estado pasando por mi mente, pero dijo en voz muy baja:

«Mi experiencia en esta vida me ha enseñado que siempre es mejor llegar a la cima de la montaña antes de intentar comprender la vista o complacerme en cuanto al efecto que la escena producirá en mí cuando llegue allí».

No se me escapó el doble sentido de su comentario, pero una vez roto el hechizo, la puerta de mi ensoñación se cerró y me encontré de pie en la cresta de una colina, en presencia de una escena que exigía toda mi admiración y atención.

Delante y debajo de nosotros se extendía una llanura de una belleza tan exquisita que no encuentro palabras para describirla, y de tal extensión que no puedo confiar en mí mismo para estimarla, pero recuerdo claramente preguntarme mientras la contemplaba si no se le habría permitido al inmortal Homero, durante la peregrinación de su sueño, estar de pie donde yo estaba y beber en la revelación que creó su imagen de ese Elíseo donde:

Alegrías siempre jóvenes, sin mezcla de dolor o miedo,
llenan el amplio círculo del año eterno [Odisea IV];

cuando todos los héroes, pasando sin el dolor de la muerte ─no sea que incluso el recuerdo de ella traiga una sombra sobre su alegría─:

Descansen para siempre en los bancos de flores que nunca se marchitan.

Puede haber sido así, quién puede saberlo, porque si es parte de la ley inmutable de Dios que Él se revele a los profetas en sueños y visiones de la noche (nota Núm. xii. 6 [esta nota está presente así, entre paréntesis, en el texto en inglés]) ¿quién negará la posibilidad de que la puerta profética en el cielo no haya estado siempre, y siga estando, abierta tanto al cantor como al predicador-vidente?

La cosecha de la visión del poeta,

con toda su sutil red de metáforas musicales
e imágenes perfumadas, no es el clímax
de ninguna semilla sembrada en la tierra;
ni evoluciona a partir de «modos de pensamiento»
desarrollados desde unas moléculas incapaces.
El poeta tiene un alma; así que cuando el guardián, la Noche,
abre la puerta, llamada Mortal, de su hogar prisión,
e invita al vidente a descansar en la celda del sueño,
esta alma levanta el vuelo, y a través de los campos
de su elíseo, su Cielo, o como quieras llamarlo,
vaga, embelesada, guiada por ángeles tutores,
recogiendo semillas de visión fresca de verdades embrionarias
con las que enriquecer el evangelio aureolado de esperanza.
Profetiza cantando, para ayudar a los oprimidos
en sus afanes y en su espera del amanecer de días mejores,
de los que sus ojos han captado los primeros rayos.

Tiene que ser así. ¿Acaso David y Pablo no trajeron de vuelta a la Tierra el conocimiento de tales visitas, y no estaba la teoría del sueño, que me había sido explicada, en perfecta armonía con tal hipótesis? Más aún, ¿cuántas veces había luchado yo en mi vieja vida con mi memoria, esforzándome por arrancar de su mística cámara alguna codiciada experiencia de la noche que sólo perduraba en alguna vibración mal definida en mi mente? ¿Eran experiencias exclusivas mías? ¿Yo, que no tenía ningún elemento de poesía en mi contextura? ¡No! ¡No! Mientras contemplaba la escena que tenía ante mí, admirando ahora sus indescriptibles bellezas, e interrogándome de nuevo con la multitud de pensamientos que se presentaban espontáneamente, me impresionó más que nunca el hecho de cuán completamente se entrelazan las dos condiciones inter-esferas para aquellos que tienen ojos para ver y oídos para oír, y mi entendimiento se abrió a la apreciación de la declaración: ‘Tenéis que nacer de nuevo‘, antes de ser capaces de participar en la revelación del mundo del espíritu, como el hombre natural se absorbe en el mundo de la materia.

Salvo las dos breves observaciones que he anotado, mi compañero no intentó perturbar mi contemplación, sino que me dejó absorber todo el conocimiento del que podía apropiarme sin ayuda ─un agradable método de enseñanza adoptado universalmente aquí, dejando que la mente en primer lugar se adapte y asimile aquello a lo que se abre naturalmente, a lo cual se le añade énfasis y fortaleza mediante respuestas y explicaciones a las preguntas que las revelaciones suscitan─.

Había adivinado el significado de la exclamación que tanto me había sobresaltado al principio, y supe que, por el momento, habíamos llegado al final de nuestro viaje. Me habían invitado a una fiesta, pero no tenía la menor idea de su naturaleza ni de su propósito, y la conversación y la comunión que habíamos tenido por el camino no me habían dejado inclinado, aunque se hubiera presentado la oportunidad, a hacer más averiguaciones en relación con el asunto. Por el aspecto del lugar, me pareció que íbamos a presenciar una especie de fiesta floral, pues el sitio elegido era un verdadero hogar encantado de la floricultura.

Todos los árboles, arbustos y plantas portaban flores de tamaño, color, perfume y belleza desconocidos para mí, que superaban con mucho todo lo que había visto hasta entonces. Los árboles de las especies parecidas a las palmeras alzaban troncos de colores transparentes de ámbar y rosa, mientras que de las extremidades de sus ramas caían grandes campanas cerosas abigarradas, como doseles, por encima de las cabezas de los que se sentaban debajo. Ningún árbol en toda la llanura dejaba de tener sus flores, y ninguna flor dejaba de conservar su olor característico, que podía conocerse y disfrutarse a voluntad. Contemplé también con asombro el nuevo uso que se daba a este vasto despliegue de flores. Macizos, parterres y terrazas se convertían en asientos de suave reposo o galerías y orquestas, desde las que ya flotaban en el aire compases de música celestial, mientras la inmensa muchedumbre de gente, reunida no sabía de dónde ─ya que en todo el campo de visión no se veía ningún edificio─, esperaba pacientemente la llegada de algún auditor.

«Puesto que aquí no hay nada que no tenga un propósito -pregunté a mi acompañante- ¿puedo saber cuál es el objetivo especial de esta reunión?».

«Por supuesto. Es un momento de examen, o de graduación si lo prefieres. Algunos, tal vez muchos, de los amigos aquí reunidos se han hecho acreedores a un ascenso, y esta reunión tiene por objeto ponerlos a prueba; o si prefieres esta idea, es un día de juicio».

«¿Por qué hablas de manera indefinida sobre el número de los afortunados; no los conoces?».

«No los conoceremos hasta que se aplique la prueba, cuando todos los que alcancen el patrón serán fácilmente discernibles por un resultado contra el que no se podrá apelar; pero la gran mayoría de la asamblea ha venido a presenciar la traslación y a unirse a la acción de gracias. Ya has contemplado el despertar que se produjo en el caso de algunos recién llegados, así que pensé que sería igualmente interesante para ti ver este siguiente cambio».

«Estoy intensamente interesado -respondí-, pero ahora que comprendo mejor la reunión, me da más la impresión de asistir a una fiesta nupcial que a una ceremonia de despedida».

«Eso se debe a la correcta apreciación, en la mente de todos, del cambio que está a punto de producirse. Aquí ves una repetición de la escena que presenciaste en el hogar de los muchachos, donde cada niño deseaba y esperaba ser promovido a la vida superior. Tal sería el resultado también en la Tierra si se comprendiera correctamente el nacimiento de la muerte. Cada cambio produce un mayor desarrollo de poder en el hombre, del cual no puede haber cesación, y al mismo tiempo lo separa de todas las influencias que serían un obstáculo en el futuro, mientras es presentado a la compañía de otros que son capaces de estimularlo hacia mayores logros espirituales. Aquellos que dejen a sus amigos aquí en el presente no serán separados de ellos; el amor existente entre ellos continuará, porque aquellos que asciendan serán como guías de montaña, que llevan consigo una cuerda con la que pueden ayudar a sus amigos de atrás a hacer una ascensión más fácil».

En ese momento nos llegó un sonido suave, como la vibración de una campana de plata; para mí no tenía ningún significado y habría pasado desapercibido, pero para los que estaban en la llanura de abajo estaba lleno de significado: una señal para el comienzo de la fiesta, como una corneta tocando el «formen filas». Todas las orquestas se acoplaron, y en varios puntos grandes compañías de cantantes se reunieron en orden de marcha en tal disposición que indicaba que el punto central de la exhibición estaría cerca de donde nos encontrábamos. La reunión me dio la oportunidad de formarme una idea de la inmensidad de la multitud que se había reunido.

Nunca antes mis ojos se habían posado sobre semejante muchedumbre movida por un impulso común, animada por la misma alegría, libre de una sola sombra de envidia. Una segunda campanada sonó en la campana invisible, en respuesta a la cual mil instrumentos, tan suaves y dulces de timbre como la mayoría de ellos extraños de tipo, exhalaron la obertura de ese servicio. Ahora las voces de los coristas se mezclaban con la música, y cada una de las compañías avanzaba con un movimiento rítmico que no era ni marcha ni danza, sino más bien un complemento deslizante que enfatizaba la medida del tema. Entonces, toda la gran congregación que nos rodeaba se unió al coro, y por primera vez en mi nueva vida escuché el canto de los redimidos, que surgía a mi alrededor como el sonido de muchas aguas, que se derramaban a ‘Aquel que nos ha redimido y lavado de nuestros pecados, haciéndonos reyes y sacerdotes ante Dios y para su Padre por los siglos de los siglos‘. Si esta música era más dulce que la de los magnetismos que había oído por primera vez en el Hogar del Descanso, ni siquiera ahora soy capaz de determinarlo; ambas eran perfectas en su género, hasta donde pude formarme una opinión, y sólo diferían entre sí como la belleza de la flor varía de la grandeza de la gloria del atardecer.

La parte musical del servicio no duró mucho, o, en la multitud de influencias que ejerció sobre mí, me perdí cualquier otro sentido que no fuera la magia de este nuevo encanto, de modo que su final llegó demasiado pronto; pero cuando sus ecos finales se estaban apagando y la congregación permanecía de pie con las cabezas inclinadas, como esperando una bendición, Myhanene me tocó, y, volviéndose, llamó mi atención sobre un orbe de luz que caía como un meteoro hacia nosotros desde las montañas que se alzaban pico tras pico en la lejanía. Me volví para pedir explicaciones a mi compañero, y descubrí que su aspecto se había transformado, y que estaba a mi lado, ataviado con toda la gloria con la que le había contemplado por primera vez. Ninguno de los dos habló, pero cuando el orbe se posó en la cima de la colina cerca de nosotros, cubriéndolo todo con un resplandor con el que casi temí ser envuelto, me hizo señas de que me quedara de pie y observara mientras él iba a saludar al que dirigía la brillante hueste que estaba a nuestro alrededor.

Yo estaba solo entre los seres celestiales, los más humildes de los cuales eran de igual rango que el que acababa de dejarme; esto lo pude comprobar por su color y brillo, pues me estaba familiarizando tanto con ello como para determinarlo fácilmente. Pero, ¿quién y cuál era el rango de su jefe? No necesitaba que me dijeran que era más grande y poderoso que cualquiera de los que había conocido hasta entonces; el homenaje que le rindió mi amigo lo habría revelado; pero también lo proclamaba la diadema de gloria que llevaba como distintivo, además de su brillo individual, que eclipsaba a todos los demás. Llevaba en la mano un gran globo de cristal que me recordó la brillante, pero diminuta joya, que había visto llevar a la paloma en la Coral Magnética. Al contemplarlo, incluso desde la distancia a la que me encontraba, parecía que se ruborizaba y palpitaba con un poder que no podía definir; si la vida fuera visible, lo llamaría vida; tal vez santidad, tal vez amor, tal vez las tres cosas combinadas, pero impregnaba de tal modo la atmósfera que me resultaba difícil mantener mi posición.

No tengo palabras para describir a aquel ángel jefe, y es mejor no intentarlo; pero yo, incluso en medio del sobrecogimiento que su presencia me inspiraba, caí víctima del hábito que he contraído de preguntar el cómo y el porqué de todo, y me encontré tratando de resolver el problema de que, dado el hecho de que la progresión eterna del alma era la ley, y cada ángel en el cielo había sido una vez un hombre, ¿cuánto tiempo necesitaría uno en mi posición para alcanzar el punto en el que él se encontraba? Sin embargo, renuncié a ello y volví a observar los acontecimientos más inmediatos.

Se colocó en una especie de plataforma natural justo debajo de mí, en la ladera de la colina, mientras sus ayudantes se reunían a su alrededor y detrás de él, como una corte en presencia de un monarca. En vano me imaginé que iba a dirigirse a la congregación, y al instante me pregunté cómo sería una conferencia, un discurso o un sermón en el cielo; pero no pronunció ni una palabra; la experiencia fue más bien la contraria, pues mientras permanecía de pie, con sus ojos recorriendo lentamente la gran asamblea, sentí la indecible alegría de escuchar esa gran revelación, ‘silencio en el cielo‘, que forma un capítulo de ese ‘misterio de piedad‘ que no puede traducirse al lenguaje. En el templo de santidad no edificado con manos, que es eterno en los cielos, hay un santuario de silencio, en el que, no importa cuántos puedan entrar, no pueden traer ninguna vibración de un sonido ─el silencio eterno permanece siempre ininterrumpido─.

Aquí el alma se inclina en adoración, y en respuesta a su oración de fe perfeccionada, escucha la voz del Padre Eterno, que se revela sin nube de por medio. Aquí se abren los ojos y, por primera vez, ‘los limpios de corazón ven a Dios‘. En tal culto se postró esta congregación, y yo entre ellos. ¿Estaban todos en ese santuario de silencio? En absoluto. Yo no lo comprendía entonces; desde el umbral, la gran mayoría de nosotros permanecíamos de pie y escuchábamos la paz ininterrumpida y profunda que allí habitaba, pero no oíamos la voz del Padre que hablaba; esta era el criterio, la norma por la que medir a las almas que habían de ser promovidas, la declaración de aceptación que pronto sería manifestada visiblemente.

El silencio terminó con un profundo y espontáneo aliento universal de gratitud, como un ferviente Amén que no podía ser confinado dentro del alma, y yo sentí ─todos sentimos─ que en aquella quietud había tenido lugar una gran carga misteriosa [mysterious charge]; que algunos habían pasado de nuevo, no de la muerte, sino de la vida a una vida más abundante; pero cómo o quiénes habían sido así cambiados, de gloria en gloria, nadie más que ellos, que habían oído la voz, podía decirlo.

No permanecimos mucho tiempo en suspenso. Apenas se había apagado el sonido del Amén, cuando el ángel jefe se adelantó hasta el borde de la plataforma y dejó flotar en el aire su globo de cristal. Sobre el centro de la multitud se expandió y, extendiéndose como una nube de luz, descendió suavemente hacia los adoradores. Tan delgada se hizo la misteriosa película, que pronto se perdió completamente de vista, pero el sentido del olfato aún podía rastrear su perfume odorífero, mucho más dulce que el de todas las flores, y supe que, aunque invisible, tenía una misión que yo esperaba ver cumplida. Alcanzó su objetivo, cayó como un rocío de bendición sobre todos, pero algunos ─muchos─ fueron cambiados por su influencia hasta que nosotros, al igual que ellos, pudimos leer en un lenguaje inconfundible su anuncio claro para avanzar [advance].

En ese momento, otra compañía de inmortales descendió de las colinas de mi derecha hasta la llanura, entonando un cántico de bienvenida a los amigos a los que iban a acompañar a su nuevo hogar; este cántico fue respondido por un júbilo de la asamblea, durante el cual los elegidos se levantaron, se les unió el coro de arriba, y el festival terminó.

Versión en inglés
CHAPTER XIX
THE SANCTUARY OF SILENCE

I had food for reflection. The infinitude which every new experience opened to me, and the rapidity with which each succeeding one overwhelmed me, proved to be such a weight of glory that I almost wished to rest from the liberty and love continually unfolding with ever-increasing wonder. Standing in the presence of this gospel of the Lord Jesus Christ, as interpreted by these angel friends, how truly and literally could I endorse Paul’s conclusion, that even under the most favourable conditions on earth men but ‘see through a glass darkly’; yet in all that had been made known to me, the most careful attention was given to show that all the difference lay in the interpretation of the word which had been delivered: in no single case had a revelation been made to me in violation or substitution of that word. Another fact I invariably noticed was that whenever Scripture was quoted, the words and teachings of the Master always had pre-eminence, and were regarded with authority to which the writings of the Apostles only occupied a very secondary importance, a system of precedence entirely at variance to the custom with which I was so long familiar.

This rule was so impressed upon me that upon more than one occasion I mentioned it, but always to hear the same reason advanced for its adoption. Jesus Christ was the Mediator of the new covenant, and so was able to speak with more power and authority as to its scope methods, and the conditions by which its privileges could be secured. This being so, it was always not only the safest, but the simplest way to ‘hear Him’ rather than to listen to what others had to say about Him. If any doubt or difficulty existed, every child who seeks to know the mind of the Father, as revealed in Christ, could ask of Him and receive the gift of the Holy Ghost, the Comforter, by whom the Master promised to reveal to His disciples the inner mysteries of God, and to bring all things to our remembrance.

As I say, I had abundant food for reflection as I walked with Myhanene amid the flowers and trees of those hill-tops, which have never been swept by storm; and he, with that sympathy and intuition which endears him to all who know him, fathomed my mood, and came to my assistance in a communion of silence, which yielded a richer harvest of information than language could have borne. There are conditions of the mind when its yearnings are too heavy for words to raise into utterance, or too ponderous for the tongue to wield; they lie, like the unknown treasures of the sea, in the silent caves of our own deep experience, where the fathom-line of language has not yet had length enough to reach; but they who wish to see and understand the native worth and strength of these soul-longings must dive into the depths of sympathy in which they lie, and by the lamp of kinship read the mystic hieroglyph which pleads for light and truth.

Such silences he had no doubt sounded many times before, my frame of mind was one with which he was by no means unfamiliar, and with a generosity I can never repay, he came to my assistance. Simultaneously, he seemed to throw both arm and soul around me, external objects faded from my sight, while I was drawn into a rapt communion in which I could read his inmost soul. I have never yet been able to satisfy myself with any explanation of that unique experience, neither shall I here attempt such a fruitless task. With regal condescension but childlike liberality he led me into the palace of his experience, where he threw open the doors of rooms furnished with royal luxuriance and tables spread with every viand for which my soul was hungering – bidding me enter in the name of Christ, and eat, and drink, and live.

With shoes from off my feet I accepted his unspoken invitation, passed across that sacred threshold, wandered through those halls of fellowship, and banqueted on truth, while the orchestra of his heart wooed me with angel music, set to that petition from Gethsemane’s prayer – ‘That they all may be one, as Thou Father art in me, and I in Thee, that they may be one in Us’; and so I listened, wondered, and ate; I bowed my head and worshipped, in the realisation of the possibility of how a prayer could find its rich fulfilment. I have no recollection of any external events of that journey in the shape of either direction, distance, or landmarks by which we passed: since that time I may have grown familiar with its varied scenes, have paused to study the multitude of lessons which its flowery beds could teach, have lingered in other contemplations under the trees I passed with Myhanene, but I do not know it. The surroundings were blotted out in the presence of the reverie, and of that I have been able to keep no other record than one full cup of rapture, while the overflow has gone to bless some other soul.

I remember, however, a question which passed across my mind during the ecstasy of that communion, to which I received no reply either then, or since; yet still I keep and treasure it, for I am well assured it will be answered and I shall realise all the glory which the answer will reveal. The voice came as an accompaniment to the music of that prayer, rising within myself as if it were the tongue of some inward prophet, directing my gaze to a glory too bright for me to look upon, and I asked myself: “If this communion with a servant be so sweet, what shall I feel when the Master is my host? If when on the way to Emmaus, the heart of the disciples burned within them, in spite of their fearful, crushed and wounded souls – even when they knew him not – what will be the fervent heat when I shall see and know the Lord?” I remember how I pondered over the thought – how I wished for the knowledge, even while I feared, and then I hoped – yes, while I hungered – that many stages might yet intervene before I was permitted to clasp His sacred feet, and give my soul sufficient time to purge itself and grow strong enough to bear and comprehend the weight of such wondrous bliss.

“This is the place?”

“No! No! not yet,” I cried, as the announcement of my companion roused me from the sweet reverie by which I had been so completely engrossed, and in the startling confusion of the moment, I was conscious of the presence of a fear-tinged hope that He whom I so longed to see was near, while I was equally swayed by a regret that even such a denouement should end the pleasure which had so entranced me.

Myhanene smiled at my discomfiture, and I thought I could detect something in his look which told me how perfectly he understood all that had been passing through my mind, but he very quietly said:

“My experience in this life has taught me that it is always best to reach the mountain’s peak before attempting to understand the view, or satisfy myself as to the effect the scene will produce upon me when I get there.”

The double entente of his remark was not lost upon me, but the spell having been once broken, the door of my reverie closed, and I found we were standing upon the crest of a hill in the presence of a scene which demanded all my admiration and attention.

Before and beneath us lay a plain of such exquisite beauty as I can find no words to describe, and of such extent I cannot trust myself to estimate, but I distinctly remember wondering as I gazed upon it whether it might not have been permitted to the immortal Homer, during the pilgrimage of his sleep, to stand where I was standing and drink in the revelation which created his picture of that Elysium where:

Joys ever young, unmixed with pain or fear.
Fill the wide circle of the eternal year;

where all the heroes, passing without the pain of death – lest even the memory of it should bring a shadow upon their joy:

For ever rest upon the never-withering banks of flowers.

It may have been so, who can tell, for if it is part of God’s immutable law that He reveals Himself to prophets in dreams and visions of the night (note Numb. xii. 6) who shall deny the possibility that the prophetic door in heaven has not always stood, and still stands, open to the songster as to the preacher-seer?

The harvest of the poet’s vision,

With all its subtle web of music metaphor
and perfumed-imagery, is not the climax
of any earth-sown seed; neither evolve
from ‘modes of thought’ evolved by helpless molecules.
The poet has a soul. So when the warder, Night,
Opens the door, called Mortal, of his prison-house,
and bids the seer rest, within the cell of sleep,
This soul takes wing, and through the fields
of his Elysium-Heaven-or what you will,
He roams, entranced, by angel-tutors led,
Gathering fresh vision seeds of embryonic truths
With which to enrich the hope-aureoled gospel
He prophesies in song, that he may help the oppressed
To toil and wait the dawn of better days
of which his eyes have caught the breaking rays.

It must be so. Did not David and Paul carry back to earth the knowledge of such visits, and was not the theory, which had been explained to me, of sleep in perfect harmony with such an hypothesis? More than this, how often had I in my old life wrestled with my memory, striving to tear from out its mystic chamber some coveted experience of the night that only lingered in some ill-defined vibration in my mind? Were these experiences unique to myself? I who had no poetic element in my composition? No! No! As I gazed upon the scene before me, now admiring its indescribable beauties, and again questioning myself with the multitude of thoughts which spontaneously presented themselves, I became more than ever impressed with the fact of how completely the two conditions inter-sphere each other for those who have eyes to see and ears to hear, and my understanding opened to the appreciation of the declaration, ‘Ye must be born again,’ before one is able to participate in the revelation of the world of spirit, as the natural man becomes absorbed in the world of matter.

Save for the two brief remarks I have recorded, my companion made no attempt to disturb my contemplation, but left me to drink in all the knowledge I could appropriate without assistance, a pleasant method of tuition universally adopted here, leaving the mind in the first place to adapt and assimilate that to which it naturally opens, to which is added emphasis and strength by replies and explanations to the queries the revelations call forth.

I had divined the meaning of the exclamation which had so startled me at first, and knew that, for the present, we had reached the end of our journey. I had been invited to a festival, but of its nature and purport I had not the faintest idea, and the conversation and communion we had had by the way left me no inclination, even had the opportunity occurred, to make any further enquiry in relation to the matter. From the appearance of the place I was of the opinion that it was something of a floral fête we were about to witness, for the location chosen was a veritable enchanted home of floriculture.

Every tree, shrub, and plant bore flowers of size, colour, perfume, and beauty of which many were unknown to me, and far exceeded anything I had yet beheld. Trees of the palm-like species raised trunks of transparent amber and pink, while from the extremities of their branches fell large variegated waxen bells, like canopies, above the heads of those who sat beneath. No tree in all the plain but had its bloom, and no flower but retained its distinctive odour, which could be ascertained and enjoyed at will. I gazed with wonder, too, upon a novel use this vast display of flowers was put to. Clusters, and beds, and terraces were formed into seats of soft repose or galleries and orchestras, from which strains of celestial music were already floating upon the air, while the vast concourse of people –
gathered from I knew not where, since within the whole range of vision no building could be seen – patiently waited for the advent of some comptroller of proceedings.

“Since there is nothing without a purpose here,” I asked my companion at length, “may I know what is the special object of this gathering?”

“Certainly. It is a time of examination – graduation – if you like it better. Some, perhaps many, of the friends here assembled have become entitled to promotion, and this gathering is for the purpose of testing them; if you prefer the idea; it is a judgment day.”

“Why do you speak indefinitely of the number of the fortunate ones; do you not know them?”

“No! We do not know them until the test is applied; when all who reach the standard will be easily distinguished by a result against which there can be no appeal; but the great majority of the assemblage have come to witness the translation and join the thanksgiving. You have already beheld the awakening which ensued in the case of some new arrivals, so I thought it would be equally interesting for you to see this next change.”

“I am intensely interested,” I replied, “but now I understand the gathering better I am more impressed with the idea of watching a wedding festivity than a parting ceremony.”

“That is due to the correct appreciation in the minds of everyone of the change about to take place. Here you see a repetition of the scene you witnessed at the home of the boys, where every child wished and hoped to be promoted to the higher life. Such would be the result on earth also if the birth of death was correctly understood. Each change produces a
further development of power in the man, of which there can be no cessation, and at the same time separates him from all influences which would be a hindrance in the future, while he is introduced to the companionship of others who are able to stimulate him to greater spiritual attainments. Those who will leave their friends here presently will not be severed from them; the love existing between them will still continue, for those who ascend will be like mountain guides, who carry with them a cord by which they can assist their friends behind to make an easier ascent.”

At this moment a soft sound, like the vibration of a silver bell, reached us; as far as I was concerned it had no meaning, and would have passed unnoticed, but to those in the plain below it was full of import – a signal for the commencement of the festival It was like a bugle sounding the ‘fall in.’ Every orchestra became tenanted, and at various points large companies of singers gathered together in marching order in such arrangement as to indicate that the central point of the display would be near where we were standing. The assembling gave me an opportunity of forming an estimate of the vastness of the multitude which had been brought together.

Never before had my eyes rested on such a concourse swayed by one common impulse, animated by the self-same joy, free from a single shade of jealousy. A second chime sounded from the invisible bell, in answer to which a thousand instruments, as soft and sweet of tone as most of them were strange of kind, breathed forth the overture of that service. Now the voices of the choristers blended with the music, and each of the companies moved forward with a rhythmic motion that was neither march nor dance, but rather a gliding complement emphasising the measure of the theme. Then all the great congregation surrounding us took up the chorus, and for the first time in my new life I listened to the song of the redeemed, which surged around me like the sound of many waters, which was poured forth to ‘Him who hath redeemed us and washed us from our sins, making us kings and priests unto God and to His Father for ever and ever.’ Whether this music was sweeter than that of the magnetisms I had heard first in the Home of Rest I am not even now able to determine; they were both perfect of their kind, so far as I could form an opinion, and only differed from each other as the beauty of the flower varies from the grandeur of the sunset’s glory.

The musical part of the service was not of long duration, or, in the multitude of influences it wrought upon me, I was lost to every other sense than the magic of this new-found charm, so that its termination came all too soon; but as its final echoes were dying away, and the congregation stood with bowed heads, as if waiting for a benediction, Myhanene touched me, and, turning, called my attention to an orb of light that was falling like a meteor towards us from over the mountains which towered peak over peak in the far away. I turned to ask my companion for an explanation, and found that he had been transformed in his appearance, and stood beside me arrayed in all the glory with which I had first beheld him. Neither of us spoke, but as the orb alighted on the hill-top near us, mantling the whole with a radiance with which I was almost afraid to be enveloped, he motioned me to stand and watch while he went to greet the one who led the shining host who stood around us.

I was alone among the heavenly beings, the most lowly of which were of equal rank with him who had just left me; this I could well ascertain by their colour and brightness, for I was becoming so conversant with it as to determine easily. But who and what was the station of their chief? That he was greater and mightier than anyone I had yet met I needed not to be told; the homage paid to him by my friend would have revealed that; but it was also proclaimed by the diadem of glory he wore as a distinctive badge, in addition to his individual brightness, which outshone all else. In his hand he carried a large crystal globe that reminded me of the bright, but tiny, jewel I had seen carried by the dove in the Magnetic Chorale. As I looked upon it, even from the distance at which I stood, it seemed to blush and palpitate with a power I could not define – if life were visible I should call it life, – perhaps holiness, perhaps love, it might be all three combined, but it so impregnated the atmosphere as to render it difficult for me to retain my position.

I have no words to describe that angel chief, and it is better not attempted; but I, even amidst the awe with which his presence inspired me, fell a victim to the habit I have contracted of asking the how and why of everything, and found myself trying to solve the problem that, given the fact that eternal progression of the soul was the law, and every angel in heaven had once been a man, how long would it require for one in my position to reach the point at which he stood? I gave it up, however, and recalled myself to watch the more immediate proceedings.

He took up his position on a kind of natural platform just below me on the hill-side, while his attendants gathered around and behind him, like a court in the presence of a monarch. I vainly anticipated he was about to address the congregation, and at once wondered what a lecture, speech, or sermon in heaven would be like; but not a word was spoken; the experience was rather the reverse, for as he stood, his eyes slowly passing over the great assemblage, I felt the unutterable joy of listening to that great revelation, ‘silence in heaven,’ which forms one chapter in that ‘mystery of godliness’ that cannot be translated into language. In the temple of holiness not built with hands, which is eternal in the heavens, there is a sanctuary of silence, into which, no matter how many may enter, they can bring no vibration of a sound – the eternal hush ever remains unbroken.

Here the soul bows itself in worship, and in answer to its prayer of perfected faith, listens to the voice of the Eternal Father, who reveals Himself without a cloud between. It is here the eyes are opened, and, for the first time, ‘the pure in heart see God.’ It was in such a worship this congregation bowed, and I among their number. Were they all within that sanctuary of silence? Not by any means. I did not understand it then; from the threshold the great majority of us stood and listened to the unbroken and profound peace that dwelt therein, but we heard not the voice of the Father speaking; this was the test, the standard by which to measure the souls to be promoted, the declaration of whose adoption would be visibly pronounced by and by.

The silence ended with a spontaneous and universal deep drawn breath of gratitude, like a fervent Amen which could not be confined within the soul, and I felt – all felt – that in that quiet some great mysterious charge had taken place; that some had passed again, not from death, but from life into life more abundantly; but how or who had thus been changed from glory unto glory no one but they who had heard the voice could tell.

We were not kept long in suspense. Scarcely had the sound of that Amen died away, when the angel chief stepped forward to the edge of the platform, and floated his crystal globe upon the air. Over the centre of the multitude it expanded, and, stretching itself like a cloud of light, gently descended towards the worshippers. So thin did the mysterious film become, that presently it was entirely lost to sight, but still the sense of smell could trace its odoriferous perfume, sweeter by far than all the flowers, and I knew that, though unseen, it had a mission which I watched to see made known. It reached its goal-fell like a dew of benediction on all, but some – many – were changed by its influence until we, as well as they, could read in no unmistakable language their title clear to advance.

At this moment another company of immortals descended from the hills on my right to the plain, chanting a song of welcome to the friends they were to accompany to their new home; this song was answered by a jubilate from the assembly, during which the chosen ones arose, were joined by the choir above, and the festival was over.