Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español
─ Versión en inglés
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Introducción
Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/
Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en esa página).
Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo ya está allí enlazado. Y, como en otros audios, hice un comentario al final del audio, tras la lectura del texto. En el comentario vemos algunas ideas importantes y a veces aclaramos algunas cosas.
Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl y google) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.
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Notas al capítulo
(Abajo van notas que refieren una breve parte de lo hecho en el grupo de lectura sobre el capítulo, por María Magdalena (2012):
─ 20121114 Through The Mists – With Mary – Chapter 13 S1
─ https://www.youtube.com/watch?v=5BlpZ7Nqi6E
─ 20130106 Through The Mists – With Mary & Jesus – Chapter 13 S2
─ https://www.youtube.com/watch?v=tsI338EI2r0)
─ Vemos que el sueño, el hecho de que duermen literalmente a las personas en el cuerpo espiritual, sirve para protegerlas del tirón que la Tierra ejerce sobre ellas, recién fallecidas.
─ ¿Hay algún tipo de «pena pura», o sea, de proceso de un «sentir puramente la pena profunda» de un duelo, etc.? Sí, y conlleva sentir la pérdida, abrazarla y liberarla, rindiéndose. Pero lo que aquí vemos es que Sara siente algo de su pérdida, pero no se rinde.
─ Parece que la protagonista de la primera ilustración, Lizzie, es joven, quizá. Lizzie murió va, como arrastrada, a «visitar» a Sarah, por estar experimentando el empuje hacia la Tierra. La recepción y el cuidado que ha recibido en el mundo espiritual ─que vimos en el anterior capítulo─ quizá es debido ─ese cuidado─ a que, para ella, «la ley de compensación» en el aspecto negativo, no es aún muy intensa, por ser joven. Podemos comparar esto con el caso de Marie, unos capítulos atrás, donde veíamos que Marie se empleó durante años ─era más mayor cuando murió─ en sembrar «compensación negativa», mediante sus ánimos de venganza, etc., mientras que en el caso de Lizzie, en su vida no habrá ejercido tanto pecado, suponemos.
─ Hay un poema en el texto, sobre el que podemos decir esto conforme a lo que comentan en S2: Hace referencia al río Jordán como analogía. Los israelitas, al ser expulsados de Egipto, quedándose un tiempo detenidos, tenían ante sí la perspectiva de atravesar ese río, que estaba muy crecido. Era la barrera natural que les separaba de la «tierra prometida». En analogía, pues, el río representa «la muerte», con la barrera de los miedos que pueden provocar nuestras creencias falsas en torno a la muerte, pero tras ella está la «tierra prometida» del «cielo». Y en realidad, la muerte es en realidad vivida como «onda de nube», etc.
El resto del poema alude a que no hay esas otras cosas con que solemos acompañar el tema de la muerte: «terribles valles», o pruebas para pasar puertas guardadas, etc.
Vemos pues que hace referencia a estas creencias falsas (y por tanto a miedos) que albergamos y que nutrimos en la vida física, tan artificialmente «alejada» por ahora de:
~ nuestra propia vida que ya tenemos ahora como cuerpo-espíritu, incluso mientras vivimos en la Tierra, en el estado de sueño,
~ y luego de nuestra vida tras la supuesta «muerte».
─ En la segunda ilustración, vemos que los espíritus, al llegar a un sitio con más amor, sienten el entorno más visible. Ese sería el diseño de Dios: que la gente no tuviéramos problema en ver a la gente fallecida, ni estas personas problemas en cuanto a «no reconocer la Tierra». Pero eso se daría así en un entorno amoroso (más «luminoso»), donde no atraeríamos espíritus bajos en amor (como nosotros), porque sencillamente no habría personas así. Pero, si efectivamente hay personas así, como muchos somos ahora en realidad (ya que es la condición usual de nosotros y de muchos espíritus), entonces es una provisión amorosa el no poder ver espíritus que están tan degradados o más que nosotros, para no estar aterrorizados todo el tiempo y no bajar a condiciones todavía peores en amor.
─ En esa parte parece que visitan la casa de R. J. Lees, el receptor del material, y el hecho de que Fred y R. J. Lees estén en similar condición (esfera 1 en su parte de arriba o comienzo de la 2) hace que los espíritus como Fred puedan ver y hablar fácilmente.
Versión en español
CAPÍTULO XIII
DOS ILUSTRACIONES
Entramos en el recinto de un cementerio. Pude ver los vaporosos monumentos que, como fantasmas vestidos de gris, custodiaban los lechos donde dormían los muertos. A poca distancia de nosotros había una mujer que, a primera vista, identifiqué como el objeto de nuestra solicitud [nuestro cuidado]. Estaba de pie junto a una tumba recién hecha, sobre cuyo túmulo distinguí en seguida a otra mujer joven, sentada con la cabeza entre las manos, llorando. No fue necesaria ninguna explicación para saber que se trataba de una de las amigas cuyo dolor incontrolable había arrastrado a esta alma de hermana desde la paz y la felicidad a una experiencia de cuya naturaleza, por el momento, no tenía la menor idea. Estaba más que interesado. Era mi primera lección objetiva sobre el poder del amor para vencer a la muerte. Aquellas finas líneas púrpuras, a las que he aludido antes, eran ahora más brillantes y más fuertes, uniendo sus almas en una unión más estrecha, mientras yo veía continuos destellos de simpatía que iban y venían, leídos y comprendidos completamente por la una, pero por la otra, desgraciadamente, ignorados y desconocidos, tan ajena estaba ella al deseo de su corazón.
Cómo anhelaba poder derribar los últimos vestigios de aquella barrera y ver caer a cada una en brazos de la otra, salvado el abismo de sus lágrimas y destruida la brecha. En mi compasión, me sentí tan ansioso por intentar conseguirlo, que Cushna me hizo retroceder, para que mi impaciencia no destruyera lo que, de otro modo, estaría dentro de los límites de lo posible. Él estaba tan tranquilo e impasible como las lápidas que nos rodeaban, sin el menor rastro de sentimiento o emoción, hasta que empecé a preguntarme si podía ser realmente el mismo hombre que reveló tener un sentimiento tan profundo hacia Marie. Más tarde descubrí que su calma no era más que la placidez de la confianza; cada poder que poseía estaba en alerta, esperando y vigilando para poder prestar el servicio más sustancial cuando llegara el momento de hacerlo.
Era un espectáculo patético ver el amor de la llorosa hermana entrelazarse alrededor de la forma de aquel espíritu, a pesar de la evidente renuencia de aquélla a ceder a la influencia de la profunda pena [«grief»: la mujer que está viva físicamente no está realmente haciendo el duelo con plena humildad, no cede, aunque esté «llorando la pérdida»]. Pobre niña [se refiere a la espíritu], ¡qué diferente habría sido su suerte en aquel momento de no ser por el torrente de aquella pena desencaminada! Que ella se daba cuenta de esto era demasiado evidente. Su amor no había cambiado, pero ¡oh, si hubiera descansado un poco más! Si hubiera ganado un poco de fuerza, o hubiera sabido de qué manera podía servir a la doliente; pero ahora estaba indefensa; la habían hecho sufrir presenciando la agonía, sin poder atender esa agonía. El triunfo de la pena se hizo momentáneamente evidente, las líneas, continuamente contrayéndose, habían atraído a una al lado de la otra, y el brazo de la inmortal pasó sin sentirse alrededor de la forma temblorosa de su hermana menos afortunada; labios ─demasiado de cielo para que la carne los sintiera─ apretaron sus besos sobre aquella frente palpitante en vano intento de aliviar y calmar, hasta que me pregunté si era posible que un velo pudiera suspenderse entre ellas.
Parecía que había llegado el momento de que Cushna actuara, y en seguida dio a conocer nuestra presencia, animando al mismo tiempo a nuestra amiga a que hablara con su hermana, cosa que, por extraño que parezca, no había intentado todavía desde nuestra llegada. Al oír su voz, ella se volvió con una mirada medio inquieta, medio incrédula, como preguntando «si no puede verme, ¿cómo va a oírme?». Pero él la persuadió y le prometió su ayuda, mediante la cual sería posible, al menos, causar alguna pequeña impresión, hasta que vi que ella empezaba a tener esperanzas incluso aunque temblara de miedo.
Retirándole suavemente el brazo, se levantó, se arrodilló ante la llorosa muchacha, la miró fijamente a la cara y murmuró:
«¡Sarah! ¡Querida! ¡Sarah!».
El sonido fue suave y musical como un céfiro de verano, y tuvo éxito, creo que incluso más allá de las expectativas de Cushna. La muchacha levantó la cabeza y las lágrimas dejaron de brotar por un momento. Miró a su alrededor como si no estuviera segura de si el eco de su propio dolor la había engañado o si realmente había oído una voz. El amor luchó con el miedo, y la duda con el fuerte deseo, hasta que el miedo y la duda prevalecieron y la pena volvió a dominar.
El éxito, sin embargo, superó todas las expectativas. Algo se había hecho, y la oradora no se amilanó en absoluto ante el resultado final. ¿Acaso no había detenido las lágrimas por un momento?
«Habla otra vez», dijo Cushna alentadoramente.
De nuevo sonó la suave voz, pero esta vez iba acompañada de tal intensidad de amor y patetismo, que seguramente debía destruir toda duda en la mente de la hermana.
«¡Sarah, querida! No llores; soy yo, Lizzie. He sentido tu pena y me ha traído de vuelta del cielo».
Esta vez la voz se oyó más claramente; su cabeza se levantó antes de que el mensaje estuviera a medio completar, y los ojos, todavía nadando en lágrimas, se volvían ansiosamente en todas direcciones. No se veía a nadie; ¿de dónde podría venir el sonido? No cabía duda; los viejos y familiares tonos le resultaban demasiado conocidos, aunque llegaban tan suavemente que apenas se distinguían de sus propios pensamientos. Ah, ahí podía estar la solución. Era justo lo que Lizzie habría dicho, y la memoria la habría engañado hasta imaginar que había vuelto a oír su voz. Para ahorrarse esta segunda decepción, Cushna se acercó ahora y extendió toda su influencia sobre la muchacha cuya mente estaba tan dividida, diciéndole al mismo tiempo a Lizzie que la llamara una vez más. Ahora prevalecían la esperanza y la certeza. No cabía la menor duda; era su hermana quien le había hablado, aunque fuera invisible. Con un grito de alegría se puso en pie y corrió hacia su casa con la feliz noticia.
Nosotros la seguimos. Lizzie estaba eufórica ante la plenitud de su inesperado éxito. Cushna había recuperado la calma y su consideración [thoughtful]; yo me encontraba en un estado de desconcierto indescriptible. Si lo que acababa de presenciar era todo lo que parecía -es decir, si era real y no un sueño-, la muerte era una quimera que pronto desaparecería, y la declaración de Cristo a Marta: «el que vive y cree en mí no morirá jamás», se convertiría en un hecho literal, en lugar de una ilustración espiritual. La distancia que ahora nos separaba de la Tierra era ya tan pequeña que un leve susurro podía atravesarla y oírse claramente al otro lado; pronto no sería más que un velo, tal vez lo bastante delgado y transparente para que nuestras formas se hicieran visibles; entonces se rompería… y todo quedaría restablecido.
Pero me precipitaba.
La alegre noticia de la que era portadora dio celeridad a los pasos de Sarah cuando se apresuró a regresar a casa, como la Magdalena, con la noticia de que la piedra había sido removida de la tumba y su hermana no estaba muerta.
«Me habló mientras estaba sentada sobre su tumba -exclamó, muy emocionada-; al principio no podía creerlo, pero volvió a hablar, me llamó por mi nombre y me dijo que estaba aquí. Entonces, por tercera vez, la oí, y no pude dudar. No está muerta, sino que sigue con nosotros, aunque no podamos verla. ¡Está aquí! ¡Escuchad! Escuchad y la oiréis como yo».
¡Pobre alma! La exuberancia de su alegría fue atribuida a una mente desquiciada, y padres y amigos se lamentaron aún más de que la muerte de una hija hubiera ahogado la razón de otra.
En vano trataba Lizzie de hacer notar su presencia; era imposible que su voz suave y apacible se oyera en medio del clamor de tan autoritarios prejuicios. Esperó un momento de silencio al lado de su hermana, cuando volvió a hablarle, pero si su voz fue oída, ya no encendió la recién descubierta alegría; las frías aguas de la intolerancia la habían apagado con demasiada eficacia como para volver a encenderla, al menos por el momento. Ante este descubrimiento, ella también comenzó a llorar; la Tierra se alejó del cielo; el abismo que por un breve momento había sido salvado, y que parecía tan brillante de esperanza, se había convertido de nuevo en un abismo negro e infranqueable, y la ignorante suposición de los amigos en la Tierra adquirió el poder de oscurecer las alegrías del paraíso.
Las atenciones de Cushna se dirigieron ahora a alejar a Lizzle de la casa, donde las influencias de la atracción habían cesado por completo de operar, habiendo sido suplantado el amor por una superstición intolerante. En estas circunstancias, su [de Cushna] devoción pura y desinteresada tenía la mayor fuerza, ella se volvió hacia la simpatía, y como en el caso de Marie, su pena dio lugar al agotamiento. Cushna acudió ahora en su ayuda, entregándola a cargo de unos amigos para que la llevaran de vuelta a Siamedes, donde dormiría de nuevo.
«¿Cuánto tiempo dormirá esta vez?», pregunté, mientras nos dejaban.
«No puedo decirlo; probablemente tanto como antes; el tiempo varía según las circunstancias».
«¿Volverá aquí otra vez?»
«Es muy posible -respondió-; he conocido a algunos amigos que han vuelto tres o cuatro veces. Otros están tan fascinados por esta pena equivocada que quedan prisioneros de ella, y casi desafían cualquier poder que los aleje».
«Qué diferente habría sido si su hermana hubiera podido verla además de oírla».
«En absoluto; sólo se habría tomado como una prueba más de la locura de la pobre muchacha».
«Cuando salimos de la tumba pensé que todo terminaría tan felizmente».
«De ninguna manera tenía esperanzas de tal resultado; la experiencia me enseña lo contrario. Me volvería más optimista si pudiera ver una disposición por parte de los mortales a admitir la posibilidad de que hayamos alcanzado algún conocimiento que actualmente esté más allá de ellos. Pero no podemos esperar demasiado de su parte mientras se imaginan que nuestras únicas ocupaciones son cantar «Gloria, gloria, gloria» o retorcernos en tormentos indecibles. Ellos luchan la batalla, nosotros llevamos la corona; ellos perfeccionan la razón y el conocimiento, nosotros descansamos de nuestros trabajos. Nos tienen en la relativa estima de volúmenes anticuados en los estantes de la biblioteca de la vida, obsoletos, como guías no fiables para ser seguidas, y ciertamente, como extremadamente peligrosas de consultar.»
«¿No os desanima esto en vuestro trabajo?».
«¡No! Nuestro conocimiento del gobierno de Dios nos muestra que todas las ideas erróneas de los hombres sólo pueden retrasar, no impedir, el éxito de la verdad en última instancia. Conceden una importancia indebida a la vida terrestre, y transfieren las grandes ventajas, que son las características peculiares de este estado [el espiritual], a la condición terrestre cuando lo hacen. Con ellos todo está determinado por tres veintenas de años más diez [una vida de 70 años, física]; lo temporal gobierna lo eterno; lo finito controla lo infinito; las cosas que no son, se colocan en jurisdicción sobre las que son. Nosotros lo entendemos bien y, por lo tanto, podemos esperar, si es necesario; al mismo tiempo, no somos inconscientes de la ventaja de un comienzo correcto».
«¿No es esa una doctrina algo peligrosa de predicar?», pregunté.
«¿Por qué? Es la verdad; y no temo las consecuencias cuando se dice la verdad. Si la declaración del amor de Dios no es lo suficientemente fuerte como para atraer a todos los hombres hacia Él, la represión de esa verdad, o la fundación de cualquier sistema de terror, nunca conducirá a los hombres hacia Él. Cuando Dios ha formulado un plan de salvación, ello sólo muestra cómo el hombre se arroga todo el conocimiento cuando se atreve a intervenir para revisarlo y corregirlo.»
«Casi me estremecería pensar en la forma en que vivirían algunos hombres -repliqué- si tuvieran la seguridad de que los males de la vida podrían ser rectificados después».
«Eso es porque sólo estás viendo un lado de la verdad. Veamos cómo resultaría si se contara todo. Supongamos por un momento que la comunicación entre los dos mundos fuera un hecho reconocido, y que Marie pudiera contar en la Tierra la historia de sus experiencias en ambos, tal como tú la has oído, ¿crees que muchos de sus oyentes se preocuparían por cultivar sus celos?».
«¡No! -respondí-; si pudieran oírla como yo la oí, nadie se atrevería a afrontar las consecuencias».
«Entonces, ¿por qué temer la proclamación de toda la verdad, viendo que no es más que la aplicación de una secuencia justa? ‘Todo lo que el hombre siembra, eso también recogerá‘, pero la cosecha será natural y no vengativa».
«Tienes razón, Cushna -me vi obligado a reconocer-, mi idea era injusta, por ignorante».
«Ahora -dijo mi compañero- te daré un atisbo de un lado más brillante de nuestro trabajo, donde verás un motivo de esperanza, y todos esos resultados obtenidos que esperabas entre Lizzie y su hermana.»
Mi agradecimiento apenas tuvo tiempo de expresarse antes de que entráramos en una habitación casi tan tangible como nosotros. Este hecho me desconcertó considerablemente en aquel momento, pero después descubrí que se debía a la espiritualidad del hombre que la utilizaba como estudio. La casa era una de esas modestas viviendas artesanas que abundan en las afueras del sur de Londres, construida para ser ocupada por dos familias, y la habitación en particular era la destinada a cocina en el piso superior. El estante de platos hacía las veces de estantería de una modestísima biblioteca, mientras que el mobiliario consistía en un sillón, un sofá y una mesa, en la que estaba sentado un hombre que apenas había alcanzado la flor de la vida, evidentemente muy interesado en un libro. Cushna me ordenó que observara el efecto diferente de su discurso, respecto al que acompañó a las primeras palabras de Lizzle a su hermana.
«¡James!», dijo en voz apenas superior a un susurro.
Al instante el lector levantó la cabeza, nos miró con una sonrisa de bienvenida y respondió:
«¡Oh! Cushna; ¿eres tú?».
«¡Sí! ¿Estás ocupado?».
«No si me necesitas», fue la respuesta.
«Deseo mostrarle a este hermano con qué facilidad podemos hablar contigo, así que me gustaría que escribieras un mensaje para nosotros».
El libro fue dejado a un lado, papel y pluma estuvieron dispuestos a mano en un instante, y él estaba esperando para comenzar. En el deleite de esta nueva revelación, todo lo demás quedó, por el momento, fuera de mi mente. Todo era tan natural, que casi olvidé que había pasado al mundo de los espíritus. Ya no había ni una sombra entre los dos estados; ya no eran dos, sino sólo dos aspectos de uno.
«¿Quizás te gustaría a ti dar el mensaje?», me sugirió Cushna.
«Me gustaría, pero esta revelación sobrepasa completamente mis poderes», respondí».
«Entonces lo haré yo. A ver, ¿qué digo?».
«Esta es una buena oportunidad para uno de tus impromptus», dijo el escriba que esperaba.
«Muy bien. Puedes llamarlo…
EL PASAJE DE LA MUERTE
Oh, hermanos de la Tierra –
donde el alma tiene su nacimiento-
que tiemblan al pensar en el Jordán,
cuando me dormí, encontré que la profundidad
era la onda de una nube, no un río.
Los hombres dicen que la tumba
yace oculta en la penumbra,
de donde salen demonios y diablos;
yo atravesé el lugar,
en mi carrera,
y os digo que no hay valle.
Dicen que, cual guardián,
en una puerta atrancada,
hay un ángel de pie, en posición;
yo pasé por encima del terreno,
pero ningún obstáculo encontré,
así que os digo, ¡no hay puerta alguna!
No hay puerta donde los hombres se estremezcan,
ningún valle oscuro y plomizo,
ningún río que se resista a tu curso;
Sólo sentí un escalofrío…
luego quietud… y todo estaba calmo,
Y me quedé en las laderas, más allá de las nieblas.
[Ver las notas al capítulo, al principio, para comentario sobre el poema.]
No hubo ningún desliz, duda o incertidumbre desde el principio hasta el final del mensaje; ningún asombro o extrañeza por parte del amanuense, que escribía tan tranquilamente como un oficinista que recibe cartas al dictado de su patrón. Me di cuenta en aquellos pocos minutos de que si no existía ningún otro vínculo en toda la Tierra, aquél era suficiente para mantener los dos estados de vida en un lazo de indisoluble unión, y capaz de fortalecerse hasta que todos los errores de la carne fueran corregidos, y el último hijo rebelde de la Tierra haya respondido a la invitación de su Padre: «Ven».
Terminado el escrito, se leyó por encima, y luego se dejó a un lado para añadirlo a un volumen de tales mensajes, que, de tiempo en tiempo, eran recibidos de parte de los miembros del numeroso grupo de espíritus a cuya disposición ponía sus servicios aquel profesor verdaderamente inspirado. Hecho esto, preguntó:
«¿Puedo hacer algo más por ti?».
«No por el momento».
«¿Verás pronto a Zangi?».
«Puedo comunicarme con él si necesitas algo».
«Podrías decirle que Aylmer no está muy bien, y me alegraría que fuera a verlo».
«¿Qué le pasa?».
«¡Oh! No mucho, pero le da una excusa para preguntar por Zangi».
«Dile al niño que se lo haré saber enseguida. Que Dios te bendiga».
Me informaron que hasta tal punto se había abierto la comunicación con esta familia que varios de los niños podían conversar con nosotros casi tan fácilmente como el padre [si el escriba es Robert James Lees, que eso parece al llamarle «James», los niños no serían hijos sino niños adoptados o similar]. Sin embargo, no había nada que los distinguiera del resto de la humanidad. El privilegio era uno sagrado, e implicaba una gran responsabilidad, por lo que nunca se exhibía ante la muchedumbre vulgar para satisfacer una curiosidad morbosa. Eran muy pocos los que conocían los asombrosos hechos, y menos aún los que podían estar presentes cuando se celebraba una entrevista de este tipo. En presencia de esta familia, algunos de nuestros amigos habían podido incluso asumir un cuerpo sólido, como hacían los ángeles antiguamente, y atender a las necesidades médicas y de otro tipo. El apego de ese pequeñuelo (de sólo ocho años) por Zangi, surgió de la gratitud por la recolocación instantánea de un tobillo dislocado que el médico había dicho que pasarían semanas antes de que pudiera usarlo.
«¡Cushna! -exclamé asombrado- ¿acabarán alguna vez las sorpresas que me estás deparando? Hablas como si todo fuera tan natural como pasar de una calle a otra».
«Lo es aún más -respondió- cuando tenemos la base necesaria de amor sobre la que trabajar, y una mente expectante para responder cuando hablamos. El hombre que nos escucha será escuchado por nosotros, y se le responderá cuando llame. Este era el secreto de la inspiración del profeta de los viejos tiempos; en este incidente no habéis presenciado nada nuevo, sino que simplemente se os ha hecho saber que los antiguos métodos y ventajas no han cambiado ni terminado. Sé que es extraño y sorprendente, pero eso se debe a que la humanidad ha errado y se ha desviado de la verdad, habiendo vendido su derecho de nacimiento a la comunión abierta por un plato de potaje eclesiástico, y no porque Dios haya cambiado ni porque Su sistema de gobierno se haya alterado en modo alguno. Pero los días del error a este respecto están contados. Este canal de comunicación no es más que uno de los miles que se han abierto ahora, y que estamos utilizando constantemente para ‘que salga lo falso y entre lo verdadero‘».
«Nadie necesita que le digan que el credo y la razón están en desacuerdo; esto fue lo que me mantuvo fuera de la iglesia toda mi vida».
«Una de las ilustraciones más flagrantes de esto se encuentra en la posición que la Iglesia ha asumido casi universalmente en el asunto de la comunión con espíritus. Se enseña como un artículo de fe que los espíritus malignos poseen y ejercen el poder de comunicarse con el hombre: pueden aparecerse, conversar y entrar en pactos, e incluso tomar posesión de los cuerpos de aquellos que están en afinidad con ellos; pero los hombres y mujeres santos que han dejado la Tierra no tendrían ya tales poderes o privilegios, ya que el permiso para esa interrelación les fue retirado hace mucho tiempo, porque su misión habría sido cumplida. En cuanto se aplica la razón a esta doctrina, se la destruye, sin decir nada sobre el carácter inmutable de Dios, que debe tenerse siempre presente. Esto convierte a Dios en uno arbitrario e injusto en el sentido más cruel, al conceder a sus enemigos ventajas que niega a sus amigos; da enormes facilidades para la tentación a los poderes de las tinieblas, pero niega la misma libertad de acción a los espíritus ministrantes que asisten a los hijos de la luz; abre avenidas más amplias en el camino de la destrucción, mientras que cierra uno de los senderos más brillantes que conducen a la vida; sin embargo, todo el tiempo dicen que ‘Dios no hace acepción de personas‘, que ‘Él no quiere la muerte del pecador‘, que ‘Él salvará por completo a todos los que acudan a Él‘, pero no son capaces de ver que su teología pone un gran escollo en el camino de todos los que tratan de venir».
«¿Pero acaso es un hecho -pregunté- que los espíritus malignos tienen las mismas facilidades de comunicación que los buenos?».
«Si recuerdas dos verdades muy sencillas -respondió- te ayudarán a resolver muchos problemas que de otro modo serían misteriosos. En primer lugar, no existe cautivero por la fuerza en ninguna condición de nuestra vida. Ya has visto ejemplos de ello. Cada alma es libre de hacer su propia elección, pero naturalmente eligen lo que les es más agradable. En la Tierra, los prados son la morada natural de las ovejas, el agua de los peces y el aire de los pájaros; no es necesario -ni se intenta- poner restricciones para impedir que uno de ellos se entrometa en el dominio del otro, siendo suficiente el hecho de que no están constitutivamente dotados para ello. Lo mismo sucede con nosotros: un pecador no puede habitar en la región del santo, como una oveja no puede remontar el vuelo en compañía del águila.
«El segundo punto que debes recordar es: el poder de la simpatía. Es casi omnipotente. Como acabas de ver en el caso de Lizzie, así es en toda la creación, lo semejante atrae a lo semejante. En ausencia, pues, de toda fuerza disuasoria, cuando se ha establecido esta atracción de simpatía, ya sea de naturaleza santa o profana, las almas gravitan naturalmente unas hacia otras; pero ningún alma de nuestro lado ignora el hecho de que es individualmente responsable de lo que resulte de ello. Con las actuales ideas erróneas que existen, no es de extrañar que los espíritus inferiores e ignorantes encuentren la mayor de las atracciones por la Tierra.»
«¿Entonces consideras el estado actual de vuestra comunicación con la Tierra como algo deplorable?».
«De ninguna manera. La época actual en la Tierra se caracteriza por una gran sed de conocimiento; hay un espíritu ferviente de búsqueda de la verdad. En el alma humana siempre ha existido un deseo natural de rasgar el velo que oculta la inmortalidad, un deseo nacido de la inspiración que presagia el éxito. Las almas audaces, a pesar de los anatemas de la Iglesia, han impulsado la investigación hasta que el velo ha cedido y la luz ha salido a raudales. Pero los indagadores, al mismo tiempo que se liberan de los errores en cierta dirección, se encuentran generalmente aferrados con mayor tenacidad a otros en otra dirección, de modo que la atracción que forman no es con espíritus a quienes la verdad haya hecho enteramente libres, sino con mentes inferiores que están en estrecha afinidad con sus propios deseos.
«Debo hacer aquí una advertencia, y es cuán necesario es establecer una distinción entre los que he llamado los amigos inferiores de nuestro lado y los más bajos. En todo caso, no estamos todavía divididos en dos clases: los buenos y los malos; pero el método de división que he señalado sugiere naturalmente casi innumerables grados de condiciones a través de los cuales sería del todo imposible trazar una línea divisoria. Ahora bien, la clase de almas atraídas por estos indagadores está espiritualmente en afinidad con ellos mismos, pero por razón de su vida con nosotros [la vida de esas almas «con nosotros», quizá en sentido general, con espíritus en general], pueden enseñar muchas verdades que prepararán el camino para que les sigan ministros más elevados y poderosos. La perspectiva actual, por lo tanto, no es en absoluto sombría, sino, por el contrario, llena de esperanza y promesa».
Versión en inglés
CHAPTER XIII
TWO ILLUSTRATIONS
Presently we entered the precincts of a cemetery. I could see the vapoury monuments standing like grey-clad ghosts to guard the couches whereon the dead were sleeping. At a little distance from us was a woman, who, at the first glance, I identified as the object of our solicitation. She was standing at the side of a newly-made grave, upon the mound of which I presently discerned another young woman, sitting with her head buried in her hands, weeping. No explanation was necessary to tell me this was one of the friends whose uncontrollable grief had drawn this sister-soul back from peace and happiness to an experience the nature of which, at present, I had not the slightest conception. I was more than interested. It was my first object-lesson as showing the power of love in conquering death. Those fine purple lines, to which I have before alluded, were brighter and stronger now, binding their souls in closer union, while I saw continuous flashes of sympathy darting to and fro, thoroughly read and comprehended by the one, but by the other, alas, unheeded and unknown, so oblivious was she of her heart’s desire.
–
How I yearned for the power to break the last traces of that barrier down, and see them fall into each others’ arms, the chasm of their tears bridged over, and the gulf destroyed. In my sympathy I grew so eager to try and accomplish this, that Cushna drew me back, lest my impatience might destroy what otherwise was within the bounds of possible achievement. He was as calm and unmoved as the gravestones around us; without the slightest trace of feeling or emotion, until I began to wonder whether he could really be the same man who had betrayed such depth of feeling towards Marie. I discovered later on that his calmness was but the placidity of confidence, every power he possessed was on the alert, waiting and watching that he might render the more substantial service whenever the moment for doing so arrived.
It was a pathetic sight to see the love of the weeping sister entwine itself around that spirit’s form, in spite of the evident reluctance of the one to yield to the influence Of grief. Poor child, what a different lot hers might have been at that moment but for the flood of that misguided sorrow! That she realised this was only too plainly visible. Her love had not changed, but oh, if she had but rested a little longer! If she had but gained a little strength, or knew in what way she could minister and be of service to the mourner; but now she was helpless; she was made to suffer in witnessing the agony, without any power to minister thereto. The triumph of grief became momentarily apparent, the ever-contracting lines had drawn them side by side, and the arm of the immortal passed unfelt around the trembling form of her less fortunate sister; lips, too much of heaven for flesh to feel, pressed their kisses upon that throbbing brow in vain attempt to soothe and calm, until I wondered how it was possible for a veil to hang between them.
Now appeared to be Cushna’s time for action, and he at once made our presence known, at the same time encouraging our friend to speak to her sister, a proceeding which, strange as it may appear, she had not yet attempted since our arrival. At the sound of his voice she turned with a half-inquiring, half-incredulous look, as if to ask ‘if she cannot see me, how can she hear?’ but he persuaded her and promised his assistance, by which it might be possible. at least to make some little impression, until I saw she began to hope even while she trembled with fear.
Gently withdrawing her arm, she arose, then threw herself upon her knees before the weeping girl, looked steadfastly into her face, and murmured:
“Sarah! – dear! – Sarah!”.
The sound was soft and musical as a summer’s zephyr, and was successful, I think, even beyond Cushria’s expectation. The girl lifted her head, the tears for a moment ceasing to flow. She looked around as if uncertain whether the echo of her own grief had deluded her, or she had really heard a voice. Love wrestled with fear, and doubt with strong desire, until fear and doubt prevailed and grief resumed its sway.
The success, however, was beyond all anticipation. Something had been done, and the speaker was by no means daunted at the final result. Had she not stopped the tears for a moment?
“Speak again,” said Cushna encouragingly.
Again the soft voice sounded, but this time it was accompanied by such an intensity of love and pathos, which surely must destroy all doubt in the mind of the sister.
“Sarah, dear! – don’t weep; it is I, Lizzie. I felt your grief, and it has brought me back from heaven.”
This time the voice was heard more distinctly; her head was raised before the message was half completed, and the eyes, still swimming in tears, were anxiously turning in every direction. No one was visible; where could the sound come from? There could be no doubt about it ; the old, familiar tones were too well known to her for that, though they came so softly as to be scarcely distinguishable from her own thoughts. Ah, there might be the solution. It was just what Lizzie would have said, and memory had deceived her until she imagined she again had heard her voice. To save this second disappointment, Cushna now drew near and threw all his influence upon the girl whose mind was so divided, at the same time telling Lizzie to call her once again. Hope and certainty now prevailed. There was not the slightest room for doubt ; it was her sister who had spoken to her, even though she was invisible. With a scream of joy she bounded to her feet and hurried homewards with the happy news.
We followed. Lizzie was elated at the completeness of her unexpected success. Cushna had again become calm and thoughtful; I was in a condition of indescribable bewilderment. If what I had just witnessed was all it appeared to be – that is, if it was real and not a dream – death was a chimera which would presently disappear, and the declaration of Christ to Martha – ‘he that liveth and believeth in me shall never die’ – would become a literal fact, instead of a spiritual illustration. The distance which now divided us from earth had already become so small that a faint whisper could traverse it and be distinctly heard upon the other side; soon it would but be a veil, perhaps thin and transparent enough for our forms to become visible; then the rent – and all would be restored.
But I was premature.
The joyful tidings of which she was the bearer lent fleetness to the steps of Sarah as she hurried home, like the Magdalene, with the news that the stone had been rolled away from the grave and her sister was not dead.
“She spoke to me while I was sitting on her grave,” she cried, in wild excitement. “I couldn’t believe it at first, but she spoke again, called me by my name, and told me she was here; but still I could not think it true. Then, for the third time, I heard her, and could not doubt. She is not dead, but still with us, even if we cannot see her. She is here! Listen! Listen! and you will hear her as I have done!”
Poor soul! The exuberance of her joy was attributed to an unhinged mind, and parents and friends wept still more that grief at the death of one child had drowned the reason of another.
In vain did Lizzie try to make her presence known; her soft and gentle voice could not possibly be heard in the clamour of such authoritative prejudice. She waited for a moment’s quiet at her sister’s side, when she spoke to her again, but if her voice was heard, it no longer fired the new-found joy – the cold waters of bigotry had too effectually quenched that to be rekindled, at all events for the present. At this discovery, she, too, began to weep; earth receded from heaven; the chasm which for one brief moment had been bridged over, and seemed so bright with hope, had again become a black and impassable gulf, and the ignorant assumption of friends on earth acquired the power to dim the joys of paradise.
Cushna’s attentions were now directed to draw Lizzle away from the house where the influences of attraction had entirely ceased to operate, love having been supplanted by intolerant superstition. Under these circumstances, his pure and unselfish devotion had the greater force, she turned towards the sympathy, and as in the case of Marie, her grief gave place to exhaustion. Cushna now flashed for assistance, giving her into the charge of friends to carry back to Siamedes where she would sleep again.
“How long will she sleep this time?” I asked, as they left us.
“I cannot say; probably as long as before; the time varies according to circumstances.”
“Will she come back here again?”
“That is very possible,” he answered; “I have known some friends come back three or four times. Others are so fascinated by this mistaken grief as to be held prisoners by it, and almost defy any power to draw them away.”
“How different it would have been if it had been possible for her sister to have seen as well as heard her.”
“Not at all; it would only have been taken as another evidence of the poor girl’s insanity.”
“When we left the grave I thought everything would end so happily.”
“I was by no means hopeful of such a result; experience teaches me otherwise. I should grow more sanguine if I could see a disposition on the part of mortals to admit the possibility of our having attained to some knowledge at present beyond themselves. But we cannot expect too much from them so long as they imagine our only employments are singing ‘Glory, glory, glory,’ or writhing in unutterable torments. They fight the battle, we wear the crown; they perfect reason and knowledge, we rest from our labours. They hold us in the relative estimation of antiquated volumes upon the shelves of life’s library, out of date, not reliable guides to follow, and certainly extremely dangerous to consult.”
“Does not this discourage you in your work?”
“No! Our knowledge of the government of God shows us that all the erroneous ideas of men can only delay, they cannot prevent, the success of truth ultimately. They attach an undue importance to the earth-life, and transfer the great advantages, which are the peculiar features of this estate, to the earth condition when they do so. With them everything is determined by the three score years and ten; the temporal governs the eternal; the finite controls the infinite; the things which are not, are placed in jurisdiction over the things which are. We know better and, therefore, can wait, if needs be; at the same time, we are not unconscious of the advantage of a right commencement.”
“Is not that a somewhat dangerous doctrine to preach?” I asked.
“Why so? It is the truth; and I have no fear of consequences when the truth is spoken. If the declaration of the love of God is not strong enough to draw all men unto Him, the suppression of that truth, or the foundation of any system of terror will never drive men to Him. When God has formulated a plan of salvation, it only shows you how man arrogates all knowledge to himself when he dares to step in to revise and correct it.”
“I should almost shudder to think of the way some men would live,” I replied, “if they were assured that the wrongs of life might be rectified afterwards.”
“That is because you are only looking at one side of the truth. Let us see how it would work out if everything was told. Suppose for a moment that the communication between the two worlds was a recognised fact, and Marie was able to tell on earth the story of her experiences in both, as you have heard it, do you think many of her hearers would care to cultivate her jealousy?”.
“No!” I answered. “If they could hear it as I heard it, no one would dare to face the consequences.”
“Then why fear the proclamation of the whole truth, seeing that it is but the application of righteous sequence – ‘whatsoever a man soweth that shall he also reap,’ but the harvest will be a natural not a vindictive one.”
“You are right, Cushna,” I was compelled to acknowledge, my idea was unjust, because ignorant.”
“Now,” said my companion, “I will give you a glimpse of a brighter side of our work, where you will see a cause for hope, and all those results obtained which you looked for between Lizzie and her sister.”
My thanks had scarcely time for expression before we entered a room almost as tangible as ourselves. This fact considerably perplexed me at the time, but I afterwards discovered it to be due to the spirituality of the man, who used it as a study. The house was one of those modest artizan dwellings which abound in the southern outskirts of London, constructed for occupation by two families, and the particular room was the one designed for a kitchen on the upper storey. The plate rack served for the shelves of a very modest library, while the furniture consisted of an arm-chair, couch, and table, at which sat a man who had scarcely yet reached the prime of life, evidently deeply interested in a book. Cushna bade me watch the different effect of his speaking to that which accompanied Lizzle’s first words to her sister.
“James!” he said, in a voice scarcely above a whisper.
Instantly the reader raised his head, looked at us with a smile of welcome, and answered:
“Oh! Cushna; is that you?”
“Yes! Are you busy?”
“Not if you want me,” was the reply.
“I wish to show this brother how easily we can speak with you, so I would like you to write a message for us.”
The book was laid aside, paper and pen were at hand in a moment, and he was waiting to begin. In the delight of this new revelation everything else was, for the moment, crowded out of my mind. All was so very natural, that I almost forgot I had passed into the world of spirit. There was not even a shadow between the two states now – they were not two any longer, but only two aspects of one.
“Perhaps you would like to give the message?” Cushna suggested.
“I would, but this disclosure completely drowns my powers, I replied.
“Then I will. Let me see, what shall I say?”
“This is a good opportunity for one of your impromptus,” said the waiting scribe.
“Very well, then. You may call it:
THE PASSAGE OF DEATH.
Oh, brethren of earth,
Where the soul has its birth,
At the thought of the Jordan who quiver
When I fell asleep, I found that the deep
Was the wave of a cloud – not a river.
Men say that the tomb
Lies hidden in gloom,
Whence demons and devils forth sally;
I came through the place
In running my race,
And I tell you there is not a valley.
They say, as a guard,
At a gate that is barred,
An angel is standing in state;
I passed o’er the ground,
But no obstacle found,
So I tell you – there is not a gate!
No gate where men quail,
No dark low’ring vale,
No river your course to resist;
I felt but one chill –
Then a hush – all was still,
And I stood on the slopes – Through the Mist.
There was no slip, doubt, or uncertainty from the beginning to the end of the message; no wonder or amazement expressed on the part of the amanuensis, who wrote as calmly as a clerk receiving letters by dictation from his employer. I realised in those few minutes that if no other link existed in all the earth, that one was quite sufficient to hold the two estates of life in an indissoluble bond of union, and capable of being strengthened until all the errors of the flesh should be corrected, and the last rebellious child of earth had answered to his Father’s invitation – ‘Come.’
The writing finished, it was read over, then placed aside to be added to a volume of such messages, which, from time to time, were being received from members of the large band of spirits at whose disposal that truly inspired teacher placed his services. This accomplished, he asked:
“Can I do anything more for you?”
“Not for the present.”
“Shall you see Zangi soon?”
“I can send to him if you need anything.”
“You might tell him that Aylmer is not very well, and I should be glad if he will look at him.”
“What is wrong?”
“Oh! nothing much, but it gives him an excuse to ask for Zangi.”
“Tell the child that I will let him know at once. God bless you.”
I was informed that to such an extent had communication been opened with this family that several of the children coilld converse with us almost as readily as the father. Yet there was nothing to distinguish them from the ordinary run of mankind. The privilege was a sacred one, which entailed a great responsibility, so it was never paraded before the vulgar crowd, to gratify a morbid curiosity. Comparatively few were made acquainted with the astounding facts, and fewer still were they who were permitted to be present when any such interview was held. In the presence of this family some of our friends had even been able to assume a solid body, as the angels did of old, and minister to medical and other requirements. The attachment of this little fellow (only eight years old) for Zangi, arose from gratitude for the instantaneous replacement of a dislocated ankle which the doctor had said would be weeks before he would be able to use it.
“Cushan!” I cried in amazement, “will there ever be an end to the surprises you are unfolding to me? Why, you speak as if the whole thing was as natural as passing from one street to another.”
“It is even more so,” he replied, “when we have the necessary basis of love to work upon, and a waiting mind to answer when we speak. The man who hears us will be heard by us, and be responded to when he calls. This was the secret of the old time prophet’s inspiration, in this incident you have witnessed nothing new, but have simply been made aware that the old methods and advantages have not been changed or ended. I know it is strange and surprising, but that is because mankind has erred and strayed from the truth, having sold their birthright of open communion for a mess of ecclesiastical pottage, not because God has changed or His system of government in any way altered. But the days of error in this respect are numbered. This channel of communication is but one out of thousands which have now been opened, and are being used constantly by us to ‘ring out the false and ring in the true.’ “
“No one needs to be told that creed and reason are at variance; it was this that kept me outside the church all my life.”
“One of the most flagrant illustrations of this is to be found in the position the Church has almost universally assumed in the matter of spirit communion. It is taught as an article of the faith that evil spirits possess, and exercise, the power of communicating with man ; they can appear to, converse, and enter into compacts with, and even take possession of the bodies of those who are in affinity with themselves. But holy men and women who have passed from earth have no such powers or privileges afforded them, the permission for intercourse in their case having been withdrawn long ago because the mission of such had been fulfilled. Directly you bring your reason to bear upon such a doctrine you explode it; without saying anything about the changeless character of God, which must ever be borne in mind. It makes Him to be arbitrary and unjust in the most cruel sense, in granting to His enemies advantages which He witholds from His friends; it gives enormous facilities for temptation to the powers of darkness, but denies the same liberty of action to the ministering spirits attendant upon the children of light; it opens wider avenues in the road to destruction, while it closes up one of the brightest paths which lead to life; yet all the while they say ‘God is no respecter of persons,’ that ‘He willeth not the death of a sinner,’ that ‘He will save to the uttermost all who will come to Him,’ but they are not able to see that their theology places a great stumbling block in the way of all who try to come.”
“But is it a fact,” I asked, “that evil spirits have equal facilities for communication as the good ones?”.
“If you will remember two very simple truths,” he replied, “they will aid you to solve many otherwise mysterious problems. First, there is no bondage of force in any condition of our life. You have already seen illustrations of this. Every soul is free to make its own choice, but they naturally choose that which is most congenial. On earth the meadows are the natural habitation of the sheep, the water of fishes, and the air of birds; it is not necessary – nor is it attempted – to place any restrictions to prevent any one of them from tresspassing on the domain of the other, it being quite sufficient that they are not constitutionally fitted for it. So it is with us; a sinner can no more dwell in the region of the saint than a sheep can soar upwards in company with the eagle.
“The second point for you to remember is: the power of sympathy. This is almost omnipotent. As you have just seen in the case of Lizzie, so it is all through creation, like attracts like. In the absence then of any, deterrent force, when this attraction of sympathy has been established, whether it be of a holy or unholy nature, the souls naturally gravitate towards each other; but no soul from our side is ignorant of the fact that it is individually responsible for whatever results therefrom. With the present erroneous ideas which exist, it is not surprising that the lower and ignorant spirits find the greater attraction to earth.”
“Then you regard the present state of your communication with earth as being a somewhat deplorable one?”
“Not by any means. The present time on earth is characterised by a great thirst for knowledge – there is an earnest spirit of enquiry after truth. In the human soul there has always been a natural craving to rend the veil which hides immortality from view – a craving born of the inspiration which forebodes success. Daring souls, regardless of the anathemas of the Church have pushed the enquiry forward until the veil has given way and the light is streaming out. But the enquirers, while breaking free from errors in one direction, are generally found to hold with even greater tenacity to others which lie in another direction, so that the attraction they form is not with spirits whom the truth has made entirely free, but lower minds who stand in close affinity with their own desires.
“A word of caution I must give you here, and that is how very necessary it is to draw a distinction between those whom I have termed the lower friends on our side and the lowest. We are not yet, at all events, divided into two classess – good and evil; but the method of division that I have pointed out naturally suggests almost innumerable grades of conditions through which it would be quite impossible to draw a dividing line Now the class of souls attracted by these enquirers are spiritually in affinity with themselves, but by reason of their life with us, they can teach many truths which will prepare the way for higher and more powerful ministers to follow them. The present outlook, therefore, is not at all a cheerless one, but, on the contrary, full of hope and promise.”