A través de las nieblas | Capítulo 8: La esperanza florece en promesa

Índice
─ Introducción
─ Notas al capítulo
─ Versión en español

─ Versión en inglés

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Introducción

Este texto es introducido en esta página (y es enlazado en ella):
Página-guía B.9:
unplandivino.net/transicion/

Está en el apartado de esa página dedicado a Robert J. Lees (buscar «Robert» en la página).

Para los audios:
En esa misma página estarán enlazados y ordenados. El audio de este capítulo ya está allí enlazado (como en el anterior, hago un largo comentario al final del audio, tras la lectura del texto, para ver algunas ideas importantes, y a veces para aclararnos con algunas cosas).

Reuniré todos los textos de este primer libro de R. J. Lees (A través de las nieblas) cuando vaya terminando de hacer esta «primera» versión de la traducción (que hago con ayuda de deepl.com) ─»primera» versión en el sentido de «para mi web»─.

Notas al capítulo

(Notas sobre lo que ha surgido en la lectura para hacer el audio, y sobre lo que resaltan en este enlace ─del grupo que hicieron en inglés sobre este capítulo─:
20120630 Through The Mists – With Mary – Chapter 8
https://www.youtube.com/watch?v=QwMfwBNxxbA )

El amor hacia Fred, de parte de sus amigos o «maestros», lo vemos en cómo se preocupan de que él interiorice las respuestas (Fred está algo ansioso preguntando, y recordemos, está recién llegado a esta parte del mundo espiritual).

Con esto, podemos preguntarnos y sentir sobre el uso amoroso de hacer preguntas ─nuestras motivaciones cuando preguntamos─.

Nuestra falta de humildad impide que se dé un buen uso de esa capacidad de preguntar y aprender. En el capítulo también vemos que nuestra falta de humildad distorsiona la comunicación o impide tener una buena actividad de comunicación con espíritus ─una buena influencia positiva de parte de espíritus─. Cuando estamos en la Tierra y contactamos con desencarnados, la falta de humildad nos impide aceptar verdades o buscarlas sinceramente.

Por otra parte, en el comentario tras la lectura del audio tuve que resaltar el tema de ese cierto «hilo» sobre el que habla Cushna en un momento breve, aunque no sea el tema del capítulo.
Ese hilo sería el que conecta:
─ por un lado el niño (el alma del niño que intentó rescatar Fred ─el suceso que vimos en el cap. 1─)
─ y por otro lado su cuerpo (su cuerpo-espíritu, su cuerpo espiritual).

Ese hilo sería pues el «cordón» que conecta el alma con el cuerpo espiritual, y de alguna manera tal cordón parece que permite que los espíritus puedan saber cosas precisas sobre los demás, sintiendo y «consultando» el alma de las personas, directamente.

Otro tema que surge es el orden de establecimiento y disolución de la Coral, que sorprende a Fred, pues contrasta con lo que sucede en nuestro mundo normalmente, ya que nos comportamos con adicciones emocionales, con mucha fachada, a la hora de tratar con los demás.

Es decir, tras una reunión (como por ejemplo una de carácter espiritual o religioso) se pueden dar todo tipo de comportamientos más o menos ansiosos en sus expectativas, y con los que nos manipulamos entre nosotros, de maneras más o menos egoístas:
─ querer reconocimiento, sentirnos reconocidos,
─ buscar hacer comparaciones con los demás o entre los demás,
─ forzar a que nos escuchen,
─ conseguir tener la razón,
─ sentir una compasión que esperamos o deseamos dar adictivamente,
─ dejar de sentirnos solos,
─ evitar cualquier dolor emocional o físico,
etc.

Versión en español
CAPÍTULO VIII
LA ESPERANZA FLORECE EN PROMESA

Me sorprendió ver que Cushna estaba tan dispuesto a marcharse como lo habían estado sus dos compañeros, pues el hecho de que pudiera celebrarse una ceremonia o servicio tan gigantesco sin dejar ningún detalle por arreglar después, estaba en total desacuerdo con toda mi experiencia anterior. El orden con que se separó aquel público fue tan perfecto como el que había caracterizado cada rasgo de la Coral, y contrastaba más que favorablemente en todos los aspectos con las escenas a las que estamos tan acostumbrados en la tierra. No había esfuerzos indecorosos, por la voz o el gesto, para atraer la atención de un amigo; no había interrupciones descorteses en aras de una palabra casual; no había carreras de un lado a otro en la multitud para encontrar a alguien que faltaba; ni toscos empujones en un vano intento de llegar a tomar un tren.

Los amigos se encontraban, sin preguntas multitudinarias sobre la salud del ausente, ni miradas inquietas y ansiosas, como si temieran que la respuesta fuera inoportuna; sin despedidas ni apretones de manos, que se quedaran en la impresión de que era la última. Pero la experiencia más extraña de todas fue que mantuve una conversación tan larga con los tres directores de aquel servicio, sin una sola interrupción o intento de interferir en nuestra comunión. Con ese estallido de bienvenida al hogar, con que concluyó la Coral, todo lo concerniente a ésta llegó a su fin; ningún individuo tenía positivamente nada más que hacer que irse. Aquellos que habían recibido tan maravillosos beneficios fueron acompañados y llevados por sus amigos, y toda la concurrencia se separó, perfectamente conscientes de que podían reunirse de nuevo individualmente o en grupo cuando lo desearan, sin necesidad de insertar ningún «si» en el acuerdo. Fuimos los últimos en abandonar la sala, y mientras escuchaba las revelaciones que Myhanene me hacía, fui consciente ─por ese doble poder de observación que todos poseemos─ de admirar el aspecto imperturbable del lugar, que no presentaba indicio alguno de la presencia de aquella gran multitud que se había marchado.

La misma falta de conmoción fue igualmente perceptible cuando llegamos al aire libre, donde Myhanene y Siamedes se marcharon. Todo a mi alrededor se hallaba en la misma quietud y reposo que cuando me pregunté por primera vez sobre la naturaleza del edificio, antes de quedarme dormido o de oír el magnético tañido de aquellas campanas plateadas.

«Ahora», dijo Cushna, »me complacerá llevarte a ver a una hermana en cuyo bienestar estoy profundamente interesado, y cuya historia encontrarás llena de provecho e instrucción.»

«Entonces, ¿no es esta tu casa?» pregunté, mientras me conducía en dirección contraria a la que habíamos tomado al llegar al vestíbulo.

«De ninguna manera», respondió. «Mi casa está llena de niños, entre los que encuentro mi principal complacencia y empleo. Esto no es más que un lugar de descanso temporal para aquellos a quienes hemos estado atendiendo; una especie de hogar a medio camino, para la restauración y la recuperación.»

«¿Vamos a tu casa ahora?»

«No. Tienes mucho que ver y aprender antes de ser capaz de comprender su naturaleza y disposición. Pero lo harás pronto, cuando puedas volver a reconocer al pequeñuelo que llevaste a través de la niebla cuando llegaste.»

«¿Está contigo? ¿Cómo está?» pregunté ansiosamente, al recordar su existencia.

«¡Con cuidado, con cuidado!», interpuso mi compañero, lo cual me impidió formular otra media docena de preguntas que se agolpaban en la punta de mi lengua. «Una pregunta cada vez es un método mucho mejor, especialmente aquí, donde una muy simple abre con frecuencia un volumen de información, que siempre deseamos transmitir tan clara y definitivamente como sea posible. Él está conmigo, como te digo, y también, por necesidad, está bien».

«Me pregunto qué pensarán sus amigos de su muerte. Es extraño que nunca haya pensado en eso antes, pero…»

«Con cuidado, o no podré responderte. Trata de recordar que no hay necesidad de hilvanar tus preguntas; hay tiempo suficiente para hacer cada una por separado y recibir respuestas completas a todas ellas. Sus amigos no se inquietaron mucho tras la primera indicación. Pertenecía a una familia numerosa, no demasiado generosamente provista, con todas las energías empleadas para obtener honradamente una mera existencia, y poco tiempo para desarrollar las cualidades superiores del alma. Por lo tanto, fue más un alivio que otra cosa después de la primera conmoción, porque había uno menos que mantener.»

«¿Cómo estás al tanto de todo esto?», pregunté.

«Hay otro estudio que se abre ante ti. Ahora verás que es prudente hacer sólo una pregunta cada vez. No nos resulta nada difícil averiguar toda la información que necesitamos en un caso, ya que, como se te explicará oportunamente, hay un delicado hilo que forma una conexión entre el niño y su cuerpo, y siguiendo este hilo podemos hacer todas las averiguaciones necesarias.»

«¡Cómo, Cushna! ¿Cómo?», grité, y mi corazón latió con una excitación febril engendrada por sus palabras, un pensamiento atrevido e impulsivo de que era posible abrir de par en par esa puerta de mi esperanza, y de que mi oración en las laderas fuera literalmente respondida. Al momento siguiente, horrorizado de mi propia audacia, la fuerza a la hora de moverme me abandonó, y esperé a oír su respuesta con un sentimiento parecido al que siente un criminal cuando ha llegado el terrible momento del veredicto y su vida tiembla en la balanza. Desde luego, Cushna no parecía comprender la situación empáticamente; al contrario, una sonrisa de tranquilo divertimento se dibujó en su rostro cuando respondió en voz baja:

«Ahora, ¿cómo crees que podríamos hacerlo sino enviando al efecto?».

«¡Qué! ¿Enviando a alguien de aquí?» exclamé.

«¡Claro que sí! ¿Crees que alguien en la Tierra lo haría e informaría correctamente?».

«¿Pero es realmente posible algo así?», y la realización de mi sueño se hizo momentáneamente más tangible.

«¿Por qué no?», preguntó tentadoramente como respuesta, en lugar de darme una seguridad directa.

«No lo sé, Cushna», exclamé; »pero mi corazón se deshace en pedazos entre la esperanza y el miedo. Dime definitivamente si es así o no».

«Ciertamente es así, amigo mío», respondió, »por mucho que te cueste darte cuenta del hecho. Myhanene te ha hablado de un Dios inmutable, lo que implica una comunión inmutable. Los hombres de antaño disfrutaban del intercambio entre los dos mundos, y necesariamente debe ocurrir lo mismo ahora que entonces.»

«No dudo de tu palabra; pero lo que me dices está tan lejos de lo que yo soñaba posible ─aunque muchas veces he dado rienda suelta a la esperanza desde que cambié de estado─ que dudo de mis sentidos cuando me transmiten semejante inteligencia. Ayúdame a superar mi dificultad, y dime si lo sabes por experiencia práctica.»

«¡Sí! Fue durante una de mis misiones de Myhanene a la Tierra cuando vi por primera vez a la hermana que vamos a visitar».

«Háblame de ella, y tal vez tu relato me ayude a captar esta gloriosa noticia tan superior a mi capacidad de comprensión».

«Un amigo, y compañero de trabajo, que todavía está en la carne, había hecho una petición a Myhanene, y fui enviado con la respuesta. Durante nuestra entrevista, cuya naturaleza y modo te explicaré más adelante, me fijé en una joven que estaba de pie, tras uno de los presentes, y que, según pude ver, tenía gran necesidad de ayuda y empatía; le hablé, pero no me oyó, no pudo oírme, y otros medios por los que traté de atraer su atención fracasaron. No podía dejarla sin intentar hacer algo para mitigar su terrible agonía, pero era incapaz de ayudarla sin conocer la causa que producía sus sufrimientos. Para conseguirlo, describí a la compañía cómo era ella y su estado, tal como yo lo veía ─por un medio que conoceréis más adelante─, y fue reconocida y bien conocida por alguien de quien aprendí todo lo necesario, y le prometí que haría todo lo posible por ayudarla, con un resultado del cual podréis formaros una opinión cuando oigáis su historia y veáis su estado actual».

«Cushna, ¿quieres hacerme creer que la muerte no es un obstáculo para que continúe la comunión entre los dos mundos?».

«De ninguna manera, pues tal idea sería muy errónea; pero, al mismo tiempo, quiero que comprendas que las dificultades no son insuperables. Como ya has descubierto, la línea fronteriza está marcada por una cortina de niebla, y los obstáculos que experimentamos se deben enteramente a esa condición de las cosas; varían continuamente según las influencias determinantes que se mantienen en el lado terrestre y regulan el estado de la niebla. No puedes comprender esto por el momento, pero cuando se te presente la oportunidad de estudiar el fenómeno podrás apreciar lo que digo. Mientras tanto, te basta con saber que todos los obstáculos pueden ser superados, y que la comunión entre nosotros y la Tierra no está enteramente suspendida.»

«A ti se te ha permitido tomar parte en esa interrelación; y que yo pudiera hacerlo ─si tal cosa fuera posible─ fue mi primer deseo consciente tras darme cuenta de mi entrada en esta vida. Dime, ¿podré alguna vez satisfacer ese deseo?».

«Ciertamente, podrás, si lo deseas; y no puedo concebir una obra más gloriosa que la de ayudar a disipar las dudas y temores bajo los cuales trabajan nuestros hermanos en la Tierra. Doy gracias al Padre por su favor al permitirme participar en la gran obra de reabrir esta comunión que ha sido confiada a los maestros más poderosos de su amor. La obra es lenta en su progreso y difícil de proseguir, pero lo poco que ya se ha logrado está obrando con una levadura maravillosa, y ─siendo la verdad poderosa para derribar las fortalezas del error─ así debe continuar hasta que la oscuridad de la ignorancia sea ahuyentada, y el pacífico y armonioso reino de Dios se establezca sobre la Tierra con una base firme como la que contemplamos aquí.»

«¿Cuán pronto podré comenzar? Tal vocación cambiaría el sueño de mi vida en una gloriosa realidad. Estaba convencido de la presencia del error, pero aunque buscaba no podía encontrar la verdad que mi corazón ansiaba ─que multitudes de otros buscan, cansados y enfermos del corazón─. Ahora que la he encontrado, no puede haber mayor alegría que llevar el conocimiento de nuevo para su consuelo e instrucción.»

«Cuando estés preparado, no te faltará oportunidad para empezar, pero hasta entonces debes ser paciente. Una experiencia muy limitada te convencerá de que se requiere una gran habilidad para desarraigar con éxito el error y plantar la verdad en su lugar. La competencia para tal trabajo sólo puede adquirirse por medio de un entrenamiento cuidadoso, un estudio diligente y un amplio conocimiento de las leyes y requisitos de la vida espiritual, tal como los veréis desplegados aquí. Es mucho mejor dejar que el viejo error permanezca que arrancarlo sólo para plantar uno nuevo en su lugar. Pero siento decir que esto es lo que se está haciendo en la actualidad en muchísimos casos por personas incompetentes que se han precipitado en esta comunión antes de estar cualificadas para hacer nada más allá del simple hecho de demostrar la inmortalidad del alma.»

«¿Es posible» ─pregunté asombrado─ que los amigos puedan volver a la tierra y enseñar el error?».

«No sólo posible», respondió, »sino que lamento decir que es un hecho real, aunque es totalmente justo añadir que ─excepto en el caso de mensajeros deliberadamente falsos, hombres y mujeres terrenales malvados─ el error en todos los casos se debe a la ignorancia más que al designio. Permíteme explicar cómo surge. Todas las almas que entran en esta vida se ven embargadas por el deseo que has mencionado, el de volver a la Tierra y dar a conocer cuán enormemente diferente es todo de lo que se les había enseñado a creer; al mismo tiempo, comparativamente pocas tienen el deseo de aprender la naturaleza y las condiciones de nuestra vida tal como tú las estás estudiando. La gran mayoría, satisfecha con las cosas tal como las encuentra durante un período considerable, no intenta aumentar sus conocimientos. Con la mente en gran parte desocupada, se enteran en seguida de la posibilidad de llegar a la Tierra, y llenos del deseo de dar a conocer su existencia continuada, rompen el silencio de la muerte para encontrarse llamados a responder a mil preguntas sobre temas respecto de los cuales no han logrado reunir información, y el resultado es el error que he referido.

«Piensa por un instante en qué posición te encontrarías, suponiendo que ─en este momento presente─ hubieras abierto esta comunión, y se te hiciera la pregunta: «¿Crecen los niños en el mundo de los Espíritus?» o también: «¿Cuáles son los métodos empleados para enseñar a los niños en la otra vida?», o, una tercera: «¿Cómo procedéis cuando queréis elevar a un Espíritu de condición inferior a la vuestra?». A la primera responderías a la luz de tu experiencia ─habiendo visto niños en la Coral─ y dirías «no», lo que sería un error; a la segunda pregunta no podrías responder nada; y a la tercera tendrías que contentarte con una simple expresión de opinión; tus amigos aceptarían esto inmediatamente como una afirmación definitiva, siendo inducidos, por su educación terrestre, a creer que se adquiere una especie de omnisciencia en el proceso de la muerte. Puedo además ilustrar y subrayar esto si te pido que supongas que tu deseo de volver a la Tierra hubiera sido concedido en el momento de su concepción, o antes de que hubieras sido instruido en las cosas que ahora se te dan a conocer, y que durante tu entrevista se te preguntara respecto a estos asuntos, ¿acaso tus respuestas habrían transmitido alguna idea adecuada de la verdad, tal como la enseñarías en este momento presente?»

«Por supuesto que no», me vi obligado a responder».

«Igualmente, a otros que estén en una condición similar, tampoco les resulta posible hacer justicia a las preguntas que se les plantean, y por lo tanto digo que es mejor permitir que el viejo error permanezca, que arrancarlo y plantar uno nuevo en su lugar. El corolario necesario de esta ignorancia es la contradicción, la cual proporciona una fuerte evidencia plausible acerca de la falta de fiabilidad de esta interrelación [entre los dos mundos] a los que más se oponen a ella, y todo el asunto se cree y se enseña como una estratagema de espíritus perversos y maliciosos para engañar a los incautos.»

«Aprecio plenamente la sabiduría de tu consejo de esperar, y te prometo que ─siempre que se me presente la oportunidad de romper mi silencio─ no ofreceré ninguna opinión más allá del alcance de mis conocimientos reales. Pero, ya que conoces estas cosas, ¿no te resulta posible anticiparte a tales afirmaciones ignorantes y evitar así su maldad?».

«A veces, pero no muy frecuentemente. Sin embargo, en estos casos, estamos dejando caer semillas de la verdad que están brotando y dando ya buenos frutos. Pero en la gran mayoría de los casos, se nos impide hacer lo que quisiéramos por la operación de una ley espiritual muy poderosa.»

«¿Cuál es?», pregunté.

«Ya has visto que nos atraemos mutuamente por la ley de la armonía y aptitud espiritual. Las almas afines tienen sentimientos mutuos, y la plena reciprocidad de éstos hace que nuestra felicidad sea más completa.»

«Sí, lo comprendo».

«Esa misma ley de atracción y repulsión existe y regula el trato entre los dos mundos. Permíteme que te cuente mi propia experiencia siempre que he intentado abrir esta comunicación. Por lo general, he encontrado a las personas a quienes deseaba hablar intolerantemente dogmáticas a favor de algún credo aceptado, lo que les impedía indagar honesta y libremente sobre cualquier nueva verdad espiritual. Tal actitud mental no era en absoluto agradable para mí, y siendo mi presencia igualmente repugnante para ellos, se engendraba una sospecha que yo era incapaz de superar; por lo tanto no tenía más remedio que retirarme y dejar a tales indagadores a merced de aquellos que, en su ignorancia, afirmarían la verdad infalible del credo aceptado.»

«¿No pudiste exponer la ignorancia de tales maestros, y así acabar con su autoridad?»

«No muy fácilmente, por la sencilla razón de que su baja condición espiritual se insertaba más estrechamente en la ignorancia favorecida por el credo. Mis enseñanzas, siendo más espirituales, no recibieron ninguna simpatía, fueron declaradas como falsas y engañosas; se me ordenó retirarme, sin más intentos de perturbar su fe, y dejar así el trabajo a aquellos que habían sido probados y considerados como verdaderos, porque confirmaban aquellas ideas que habían sido previamente enseñadas y profesadas.»

«¿Y les dejaste?».

«¡Sin duda! No tenía derecho a imponer mi presencia a ninguna persona a la que le resultara objetable. Estaban buscando, y encontraron justo lo que buscaban: no la verdad, sino una confirmación de su credo. Están satisfechos; y aunque somos conscientes del hecho de que su interrelación sirve para cimentar su error más profundamente, mientras que está diseñada para promulgar la verdad, tenemos que contentarnos con esperar, en la esperanza de alguna oportunidad favorable para corregir el error, y cuando ocurra, hacer todo lo posible para remediar el mal.»

«¿Qué perspectivas tienes de hacer realidad esa esperanza?», pregunté, con cierta inquietud, pues el arco de la promesa parecía desvanecerse de mi cielo, mientras escuchaba su enumeración de las dificultades que se interponían en el camino.

«Estoy seguro de ello», respondió con una serena confianza que me devolvió la fe. «Los hombres están descubriendo ahora que la verdad es infinita, mientras que los credos son finitos; y que, así como es imposible reducir lo ilimitado a un atlas geográfico, es inútil esforzarse por abarcar toda la verdad en la confesión de fe más elástica. Las migajas de pan espiritual están faltando en la Tierra, y ─estando llenas de satisfacción para las almas hambrientas─ los hombres están empezando a apreciar ese alimento natural que se prepara en el cielo. Ellos, por todas partes, están buscando, encontrando, asimilando, y creciendo en una estatura espiritual visible. Son capaces de comprender como nunca antes, levantando sus ojos a las colinas, orando, suplicando por un suministro más abundante de este pan vivo; y el maná está cayendo sobre ellos día tras día, a pesar de la prohibición de la Iglesia, o el anatema de los sacerdotes. El alba de nuestra esperanza está amaneciendo, las nubes están huyendo; y cuando clamamos a los centinelas en las torres de Sión, sus respuestas están llenas de alentador consuelo, ordenándonos prepararnos para la victoria que está cerca. La Verdad debe vencer, pues es esa hija a la que Dios apellidó Omnipotente; pero las amonestaciones maternales de la Naturaleza le aconsejan que perfeccione su victoria con paciencia. Las unidades de sus seguidores se multiplican sin cesar en decenas, que se reunirán rápidamente en centenas, y las centenas en millares; y así crecerán los ejércitos, y serán provistos por las huestes del cielo [and be
officered from the hosts of heaven]; entonces los dos mundos se unirán en un esfuerzo final que marcará el comienzo del establecimiento ─en una forma práctica─ del reino de nuestro Señor y de su Cristo, en el que la verdad reinará por los siglos de los siglos.»

Versión en inglés
CHAPTER VIII
HOPE BLOSSOMS INTO PROMISE

I was surprised to see that Cushna was as ready to leave as his two companions had been, for it was utterly at variance with all my previous experience that such a gigantic ceremony or service could be held and leave no details to be arranged afterwards. The order with which that audience separated was as perfect as that which had characterised each feature
of the Chorale, and contrasted more than favourably in every respect with the scenes we are so accustomed to on earth. There was no unseemly endeavours, bv voice or gesture, to attract the attention of a friend; no discourteous interruptions for the sake of a chance word; no rushing to and fro in the crowd to find someone who was missing; or rudely crushing forward in a futile attempt to catch a train.

Friends met, without any multitudinous inquiries as to the health of the absent, or restless, anxious look in the eye, as if fearing the reply would be unwelcome; no farewells and hand￾grips, which lingered in the impression that it was the last. But the strangest experience of all was that I held such long converse with the three directors of that service, without a single interruption or attempt to interfere with our communion. With that burst of welcome home with which the Chorale concluded, everything concerning it came to an end; no one individual had positively anything else to do but go. Those who had received such wonderful benefits were joined, and led away, by friends, and the entire concourse separated, perfectly conscious they could meet again individually or en masse whenever they desired to do so without the necessity of inserting any ‘if’ in the arrangement. We were
the last to leave the hall, and while I was listening to the revelations which Myhanene was making to me, I was conscious – by that dual power of observation we all possess – of admiring the undisturbed aspect of the place, which bore no indication of the presence of that great multitude who had departed.

The same lack of commotion was equally noticeable when we reached the open air, where Myhanene and Siamedes took their departure. Everything around me was in the same quiet, restful condition as when I first wondered as to the nature of the building, before I fell asleep or heard the magnetic chiming of those silvery bells.

“Now,” said Cushna, “ I shall be pleased to take you to see a sister in whose welfare I am deeply interested, and whose story you will find to be full of profit and instruction.”

“This, then, is not your home?” I enquired, as he led me away in a contrary direction to that by which we had approached the hall.

“Not by any means,” he replied. “My house is filled with children, among whom I find my chief pleasure and employment. This is but a temporary resting-place for such as those to whom we have been ministering; a kind of half-way house for restoration and recuperation.”

“Are we going to your home now?”

“No. You have much to see and learn before you would be able to understand its nature and arrangement. But you shall presently, when you will be able to renew the acquaintance of the little fellow you carried through the mists when you came.”

“Is he with you? – How is he?” I asked eagerly, as his existence was recalled to my memory.

“Gently, now; gently!” interposed my companion, the which prevented me putting half a dozen other queries crowding to the tip of my tongue. “One question at a time is much the better method, especially here, where a very simple one frequently opens up a volume of information, which we always wish to convey as clearly and definitely as possible. He is with me, as I tell you, and is also, of necessity, well.”

“I wonder what his friends thought about his death? – It is strange that I should never have given a thought to that before, but – ”

“Gently, now; or I shall not be able to answer you. Try to remember that there is no necessity to string your questions together; there is ample time to ask each one separately, and receive full answers to them all. His friends were not troubled very much after the first intimation of it. He was one of a large family, not too generously provided for, with every energy called into requisition to honestly obtain a bare existence, and little time to develop the higher qualities of the soul. It was therefore more of a relief than otherwise after the first shock, because there was one less to provide for.”

“How are you acquainted with all this?” I asked.

“There is another study opening to you. Now you see how wise it is only to ask one question at a time. It is not at all difficult for us to ascertain all the information we require in a case, since, as will be explained to you at a fitting opportunity there is a delicate thread which forms a connection between child and his body, and by following this we can make all neccesary inquiries.”

“How, Cushna! How?” I cried, and my heart beat with a feverish excitement engendered by his words – a daring, impulsive thought that it was possible to throw that door of my hope wide open and for my prayer on the slopes to be literally answer Appalled at the next moment with my own audacity, the power of movement forsook me, and I waited to hear his answer with a feeling akin to that a felon feels when the dread moment of verdict has come and his life is quivering in the balance. Cushna certainly did not appear to understand the situation symphaetically – on the contrary, a smile of calm amusement played over his face as he quietly replied:

“Now, how do you think we could do it but by sending for the purpose?”

“What! Sending someone from here?” I cried.

“Of course! Do you think anyone on earth would do it and report correctly?”

“But is such a thing really possible?” and the realisation of my dream became momentarily more tangible.

“Why not?” he tantalizingly asked in reply, instead of giving me a direct assurance.

“I don’t know, Cushna,” I cried; “but my heart is tearing itself to pieces between hope and fear. Tell me definitely if it is so or not.”

“It is certainly so, my friend,” he replied, “however hard it may be for you to realise the fact. Myhanene has been speaking to you of an unchangeable God – that implies an unchangeable communion. Intercourse between the two worlds was enjoyed by the men of old, and it must needs be the same now as then.”

“I do not doubt your word; but what you tell me is so far beyond what I dreamed was possible – though I have many times indulged the hope since changing my state – that I doubt my senses when they convey such intelligence to me. Help me to overcome my difficulty, and say if you know this from practical experience?”

“Yes! It was during one of my missions from Myhanene to earth that I first saw the sister we are about to visit.”

“Tell me about her, and perhaps your relation will assist me to grasp this glorious news so far transcending my power of comprehension.”

A friend, and fellow-worker, who is still in the flesh, had made a request of Myhanene, and I was sent with the reply.

During our interview – the nature and manner of which will be explained to you presently, I noticed a young woman, standing behind one of the company, whom I could see was in great need of help and sympathy; I spoke to her, but she did not – could not – hear me, and several other means by which I tried to attract her attention failed. I could not leave her without tryingr to do something to mitigate her terrible agony, but I was unable to help her without knowing the cause which produced her sufferings. To accomplish this I described her and her condition as I saw it, to the company – by a means which you will learn presently – she was recognised and well known to one from whom I learned all that was necessary, and I promised to use my best endeavours to assist her, with what result you will be able to form some opinion when you hear her story and see her present condition.

“Why Cushna, would you have me believe that death places no obstacle in the way of continued communion between the two worlds?”

“Not by any means, for such an idea would be very erroneous; but, at the same time, I do want you to understand that the difficulties are not insuperable. As you have already dis￾covered, the boundary line is marked by a curtain of mist, and the obstacles we experience are such as are due entirely to that condition of things; continually varying according to the determinating influences which maintain upon the earth side, and regulate the state of the cloud. You cannot understand this for the present, but when an opportunity arises for you to study the phenomenon you will be able to appreciate what I say. In the meantime it is sufficient for you to know that all obstacles may be overcome, and that communion between us and earth is not entirely suspended.”

“You have been permitted to take part in that intercourse; that I might do so – if such a thing was possible – was my first conscious desire after I realised my entrance upon this life. Tell me, shall I ever be able to gratify that wish?”

“Certainly, you may, if you desire it; and I cannot conceive of a more glorious work than to be engaged in helping to remove the doubts and fears under which our brethern upon earth are labouring. I thank the Father for His favour in allowing me to take a share in the great work of re-opening this communion which has been committed to the more powerful teachers of His love. The work is slow in its progress and dificult to prosecut, but the little which has already been accomplished is working with a wondrous leaven, and – truth being powerful to the pulling down of the strongholds of error – it must so continue until the gloom of ignorance is driven away, and the peaceful and harmonius kingdom of God established upon the earth with a basis firm as we behold it here.”

“How soon may I begin? Such a vocation would change the dream of my life into a glorious reality. I was convinced of the presence of error, but though I sought I could not find the truth for which my heart was craving – for which multitudes of others are seeking, wearily and heart-sick. Now I have found it there can be no greater joy than carrying the knowledge back again for their comfort and instruction.”

“Whenever you are ready the opportunity will not be wanting for you to begin, but till then you must be patient. A very limited experience will convince you that great skill is required to uproot error successfully, and plant the truth in its place. Competency for such a work can only be acquired by careful training, diligent study and an extensive acquaintance with the laws and requirements of the spiritual life as you will see them unfolded here. It is far better to let the old error remain than to pluck it up only to plant a new one in its stead. But I am sorry to say this is what is being done at the present time in very many cases by incompetent persons who have rushed into this communion before they are qualified to do anything beyond the simple fact of demonstrating the immortality of the soul.”

“Is it possible,” I asked in amazement, “ that friends can return to earth and teach error?”

“It is not only possible,” he replied, “but I regret to say it is an actual fact, though it is only just to add that – except in the case of deliberately untruthful messengers, wicked earth-bound men and women – the error in every case is due to ignorance rather than design. Let me explain how it arises. Every soul who enters this life is seized with the desire you have mentioned – to get back to earth and make known how vastly different all is to what they had been taught to believe;- at the same time comparatively few have the desire to learn the nature and conditions of our life as you are studying them. The great majority, being satisfied with things as they find them for a considerable period, make no attempt to increase their knowledge. With their minds to a great extent unoccupied, they presently learn the possibility of reaching the earth, and full of the desire to make their continued existence known, they break the silence of death to find themselves called upon to answer a thousand enquiries upon subjects respecting which they have failed to gather information, and the result is the error to which I have referred.

“Think for one instant of the position in which you would be placed, supposing you – at this present moment – had opened up this communion, and the question was asked: ‘Do children grow in the spirit world?’ or again, ‘What are the methods employed to teach children in the next life?’ or third, ‘How do you proceed when you wish to elevate a spirit in a lower condition than yourself?’ To the first you would reply in the light of your experience
– you having seen children in the Chorale – and say ‘No,’ which would be an error; to the second enquiry you could answer nothing; and to the third you would have to be content with a simple expression of opinion; this your friends would at once accept as a definite statement, being led, from their earth education, to believe that a kind of omniscience is acquired in the process of death. I may further illustrate and emphasise this by asking you
to suppose that your desire to return to earth had been granted at the moment of its conception, or before you had been instructed in the things now made known to you, and that during your interview you were asked respecting these matters, would your replies have conveyed any adequate idea of the truth as you would teach it at this present moment?”

“Of course not,” I was compelled to answer.

“Neither is it possible for others in a like condition to do justice to the enquiries made of them , therefore I say it is best rather to allow the old error to remain, than to pluck it up and plant a new one in its stead. The necessary corollary of this ignorance is contradiction, which gives strong presumptive evidence of the unreliability of this intercourse to those who most strenuously oppose it, and the whole thing is believed and taught to be a device of wicked and malicious spirits to deceive the unwary.”

“I fully appreciate the wisdom of your advice to wait, and I promise you, that – whenever the opportunity occurs for me to break my silence – I will not offer any opinion beyond the scope of my actual knowledge. But is it not possible for you who know these things, to anticipate such ignorant assertions, and so prevent their mischief?”

“Sometimes, but not very frequently. Nevertheless, in these instances, we are dropping seeds of truth which are springing up and already bringing forth good fruit. But in the great majority of cases, we are prevented from doing as we would by operation of a very powerful spiritual law.”

“What is that?” I asked.

“You have already seen that we are attracted to each otther by the law of spiritual harmony and fitness. Kindred souls have mutual feelings, and the full reciprocation of these makes our happiness more complete.”

“Yes! I understand that.”

“That same law of attraction and repulsion exists and regulates the intercourse between the two worlds. Let me tell you my own experience whenever I have tried to open this com￾munication. Generally, I have found the persons to whom I desired to speak intolerantly dogmatic in favour of some accepted creed, which prevented them honestly and freely enquiring into any new spiritual truths. Such an attitude of mind was by no means congenial to me, and my presence being equally repugnant to them, a suspicion was engendered which I was powerless to overcome, therefore I had no choice but to retire and leave such inquirers to the mercy of those who, in their ignorance, would affirm the infallible truth of the accepted creed.”

“Were you not able to expose the ignorance of such teachers, and so do away with their authority?”

“Not very readily, for the simple reason that their low spiritual condition more closely assimilated with the ignorance favoured by the creed. My teachings, being more spiritual, received no sympathy, were pronounced to be false and deceitful; I was commanded to retire, without further attempting to disturb their faith, and leave the work to those who had been tried and thought to be true, because they confirmed those ideas which had been previously taught and professed.”

“And did you leave them?”

“Undoubtedly! I had no right to force my presence upon any person to whom it was objectionable. They were seeking, and they found just what they sought for – not truth, but a confirmation of their creed. They are satisfied; and though we are cognizant of the fact that their intercourse serves to ground their error more deeply, whereas it is designed to promulgate the truth, we have to be content to wait in the hope of some favourable opportunity to correct the mistake, and when it occurs, use our best endeavours to remedy the evil.”

“What prospect have you of realising that hope?” I asked, with some trepidation, for the bow of promise appeared to be fading from my sky, as I listened to his enumeration of the difficulties which stood in the way.

“I am, sure of it” he replied, with a calm confidence which at once restored my drooping faith. “Men are now making the discovery that truth is infillite, while creeds are finite – that, just as it is impossible to reduce the illimitable to a geographical atlas, so is it useless to endeavour to embrace the whole of truth in the most elastic confession of faith. Crumbs of spiritual bread are failing on the earth, and – being full of satisfaction to hungry souls – men are beginning to appreciate that natural food which is prepared in heaven. They, everywhere, are seeking, finding, assimilating, and growing into a visible spiritual stature. They are able to understand as they never did before, lifting their eyes to the hills, praying, entreating for a more plentiful supply of this living bread; and the manna is falling upon such day by, in spite of the Church’s ban, or priests’ anathema. The morning of our hope is breaking, the clouds are fleeing away; and when we cry to the watchmen on the towers of Zion, their responses are full of cheering consolation, bidding us prepare for the victory which is at hand. Truth must conquer, for it is that child which God surnamed Omnipotent; but Nature’s maternal admonitions counsel it to perfect its victory in patience. The units of its followers are steadily multiplying into tens, these will speedily be gathered into hundreds the hundreds into thousands; and so the armies will grow, and be officered from the hosts of heaven; then the two worlds will be united in one final effort which shall usher in the establishment – in a practical form – of the kingdom of our Lord and of His Christ, in which truth shall reign for ever and ever.”

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