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Un mensaje anterior y muy relevante es este (en este caso dado por Jesús).
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Sócrates escribe sobre la experiencia de su progreso
(Mensaje via James Padgett, 8 julio 1915)
Estoy aquí, Sócrates, el griego.
Supe que pensaste en mí, y tu pensamiento me atrajo hacia ti.
Cierto espíritu puede encontrarse en vinculación contigo, o bien tener una cualidad de alma similar; pues bien, esa condición álmica es lo que hace de medio, de gran medio, por el cual se da dicha atracción.
Ya he estado contigo antes, y hay una creciente vinculación entre nosotros surgida a raíz de las cualidades de tu alma. Ahora soy un creyente en la doctrina cristiana de la inmortalidad del alma, y en las enseñanzas de Jesús sobre la forma de obtener el Amor Divino del Padre, tal como lo estás haciendo tú, y, por lo tanto, nuestras cualidades álmicas son similares.
Ahora soy un seguidor del Maestro, y creo en su misión Divina en la Tierra, aunque él no vino a la Tierra cuando yo vivía. Después de convertirme en espíritu, comprobé mi creencia en la continuidad de la vida después de la muerte, y viví en el mundo de los espíritus hasta muchos años después de la llegada de Jesús, antes de que yo aprendiera y creyera en su verdad más amplia acerca de la inmortalidad.
Por supuesto que, cuando yo enseñaba, solo tenía una esperanza, que casi era certeza, de que seguiría viviendo por toda la eternidad, pero no tenía más fundamento para esa creencia que las deducciones de mi capacidad de razonar, y las observaciones del funcionamiento de la naturaleza.
Había oído hablar de las visitas de los espíritus de los difuntos, pero nunca había tenido ninguna experiencia personal en ese sentido, aunque creía sin reparos que eran verdad.
Mi convicción acerca de la verdad de la continuidad de la vida en el futuro era tan fuerte que equivalía a una certeza, y por lo tanto, cuando morí, consolé a Platón y a mis otros amigos y discípulos diciéndoles que no debían decir que Sócrates iba a morir, sino que su cuerpo era lo que moriría; su alma viviría para siempre en los Campos Elíseos. Me creyeron, y después Platón hizo más extensa mi creencia.
Y efectivamente, Sócrates no murió, pero tan pronto como su aliento abandonó el cuerpo -lo cual no fue muy doloroso, a pesar de que la fatal cicuta hizo su trabajo de manera segura y rápida-, entró en el mundo espiritual como una entidad viviente, lleno de la felicidad que le brindó la constatación de sus creencias.
Mi entrada en el mundo de los espíritus no fue de carácter oscuro, sino llena de luz y felicidad, porque me encontré con algunos de mis discípulos que habían muerto antes que yo, y que habían progresado mucho en su desarrollo intelectual. Entonces pensé que ese lugar, el de mi recepción, sería el cielo de los buenos espíritus, porque en él había espíritus buenos para recibirme y llevarme a mi hogar. Entonces estaba poseído por la idea de que estaba en el hogar de los bienaventurados; y allí continué durante muchos años, disfrutando del intercambio entre las mentes y de los festines de la razón.
Y mientras seguía viviendo iba progresando, hasta que por fin entré en la esfera intelectual más elevada y me convertí en un hermoso y brillante espíritu, según me dijeron… un espíritu instruido en las cosas relativas a una mente desarrollada.
Conocí muchas mentes con un gran poder de pensamiento y una gran belleza; y mi felicidad estaba más allá de lo que podía concebir cuando estaba en la Tierra. Muchos de mis viejos amigos y discípulos vinieron, y nuestras reuniones siempre eran dichosas. Llegaron Platón, Catón… y otros.
Y pasaron las edades, y yo continuaba en esa vida, una vida de goce y provecho intelectuales, con muchos espíritus que estaban desarrollados en lo relativo a sus mentes y a sus facultades de pensamiento, hasta que nuestra existencia fue un festín continuo de intercambios de pensamientos brillantes y trascendentales.
Atravesaba sin limitaciones las esferas en busca de conocimiento e información, y encontraba los principios de muchas leyes del mundo espiritual.
En muchas esferas me encontraba con espíritus que decían que eran los antiguos profetas y maestros hebreos; y todavía estaban enseñando acerca de su Dios hebreo, quien afirmaban que era el único Dios del universo, un Dios que había hecho de su nación su pueblo favorito; pero no encontré que fueran muy diferentes del resto de nosotros, es decir, de lo que ellos llamaban «espíritus de las naciones paganas». Su intelecto no era superior al nuestro, y no vivían en esferas más elevadas de las que vivíamos nosotros, y no pude ver que su moralidad fuera en nada más elevada que la nuestra.
Pero insistían en que eran el pueblo favorito de Dios y, en su propia estimación, eran superiores al resto de nosotros y vivían en una comunidad completamente para sí mismos. No sabía exactamente cuáles eran las condiciones de sus almas, pero, como ya había entendido que la condición del alma determina las apariencias del espíritu, no percibía que sus apariencias fueran más hermosas ni más divinas que las nuestras, así es que concluí que su Dios no era ni mejor ni más grande que el nuestro.
Nadie que me hubiera encontrado había visto nunca a ningún Dios, ni yo tampoco, así es que la cuestión de quién o qué era Dios se convirtió simplemente en asunto de especulaciones, y preferí tener antes al Dios de mi propia concepción que al Dios que ellos reclamaban tener.
Durante largos años mi vida continuó de esta manera, hasta que en mis vagabundeos descubrí que había una esfera en la que no podía entrar, y comencé a hacer averiguaciones y me dijeron que era una de las Esferas del Alma, en la cual, el gran gobernante o Maestro era un espíritu llamado Jesús, quien, desde mi llegada al mundo de los espíritus, había establecido un Reino Nuevo, y era el hijo elegido de Dios, en quien vivía y tenía su ser; y que sólo aquellos que habían recibido el Amor Divino de este Dios podían entrar en esta esfera o convertirse en sus habitantes.
Luego busqué más información y, al continuar con mi búsqueda supe que este Amor se había dado a los hombres y a los espíritus en el momento del nacimiento de Jesús en la Tierra, y que era dado gratuitamente a todos los que lo buscaran de la forma enseñada por él. También supe que él era el auténtico y más grande hijo de este Dios, y que este Amor no se podía obtener, ni tampoco se podía entrar en las Esferas del Alma, de ninguna otra manera que no fuera la mostrada por este hijo.
A partir de entonces pensé en esta nueva revelación, y dejé pasar muchos años antes de convencerme de que podría aprender algo de ella y beneficiarme de seguir por este camino y de buscar ese Amor; y después de un tiempo comencé la búsqueda; aunque debes saber que yo, y los espíritus como yo -los que vivíamos en las esferas donde la mente era lo que nos proveía de nuestras ocupaciones y goces- no podíamos entrar en esa Esfera, la llamada «Esfera del Alma». Sin embargo, los habitantes de esa Esfera sí podían entrar en la nuestra sin necesidad de permiso ni impedimento alguno.
Y a veces conocí y conversé con algunos de estos habitantes. En una ocasión conocí a uno llamado Juan, que era un espíritu sumamente bello y luminoso, y en nuestra conversación me habló de este Amor Divino de su Dios, y del Gran Amor y misión de Jesús, y me mostró algunas de las verdades enseñadas por Jesús así como la forma de obtener este Amor Divino, y me instó a buscarlo.
Me resultó extraño que para buscar este Amor no se requiriera del ejercicio de ninguna de las cualidades intelectuales, sino solo de los anhelos y aspiraciones de mi alma, y del ejercicio de mi voluntad. Parecía tan simple, tan sencillo, que comencé a dudar de si había algo de realidad en lo que me habían dicho, y dudé en seguir el consejo de este espíritu, Juan. Pero era tan amoroso, y su semblante tan maravilloso… que decidí intentarlo. Comencé a orar a este Dios y traté de ejercitar la fe tal como me dijeron.
Después de un tiempo, cosa que para mí fue de lo más sorprendente… resulta que comencé a tener sensaciones nuevas e inexplicables, acompañadas de un sentimiento de felicidad que nunca antes había experimentado. Esto me hizo pensar que debía haber algo de verdad en lo que se me dijo. Y seguí rezando con más ahínco, y creyendo con más seguridad. Continué haciendo estos esfuerzos hasta que, al final, llegó el gran despertar, en cuanto a que ahora tenía dentro de mí un Amor que nunca antes había estado en mi alma, y una felicidad que todas mis búsquedas intelectuales nunca me habían podido aportar.
Y bien, no es necesario que te cuente con más detalles mi experiencia a la hora de conseguir y de desarrollar este Amor. Pero me llené de él, y al final entré en la Esfera del Alma, y lo que vi es indescriptible.
Conocí a Jesús, y no tenía ni idea de que pudiera existir un espíritu tan glorioso, magnífico y amoroso. Él era muy amable y parecía estar muy interesado en mi bienestar y mi progreso en las verdades que él enseñaba.
¿Puede sorprenderte, así, que yo sea cristiano y su seguidor? A partir de entonces aprendí lo que es la Verdadera Inmortalidad, y que yo formo parte de esa Inmortalidad. Ahora veo cuán estrechas eran mi concepción y mi enseñanza sobre la inmortalidad. A los espíritus, lo único que les puede proporcionar la Inmortalidad es este Amor Divino; cualquier otra cosa no es más que la sombra de una esperanza -tal como la que yo tenía-.
Ahora estoy en una Esfera que no está numerada, pero está elevada, en lo alto de los Ámbitos Celestiales, y no muy lejos de algunas de las Esferas donde viven los discípulos del Maestro. Todavía estoy progresando, y ahí radica la belleza y la gloria del desarrollo del alma, en el que no hay límites… mientras que mi desarrollo intelectual sí estaba limitado.
Debo detenerme ya, pues he escrito más de lo que debería haber hecho. Pero acudiré a ti en algún momento, en un futuro no muy lejano, y te contaré algunas de las verdades que he aprendido.
Tu amigo y hermano, Sócrates,
el otrora filósofo griego, aunque ahora cristiano.__
Index: PJE19150708A
Author: Socrates
Receiver: James E. Padgett
Location: Washington D.C.
Date: 08 Jul 1915
Sources: True Gospel, Vol I, page 288
Angelic Revelations, Vol I, page 300