La necesidad de instituir un "permiso" para ser padre/madre

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Otro de los rasgos más tragicómicos de nuestra sociedad quizá sea el de que no tenemos una educación profunda y divertida para los «futuros padres» en torno a lo que conllevan los niños.
Y el ambiente que absorben los niños de pequeños es muy importante (literalmente lo absorben).
Esto es tragicómico porque es como una inmensa muestra de masoquismo generalizado, relacionado quizá con esa extraña frase hecha que dice que «el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra».
Es tragicómico tener un «carnet» o permiso de conducir automóviles, y no tenerlo para los hijos.
Y es que estamos viviendo una gran mentira, porque nosotros no somos animales, es decir, nuestro entorno no es directamente «natural» o «biológico», sino cultural. Es decir, no salimos de nuestra guarida y nos comemos lo primero que nos encontramos por ahí, como hacen básicamente los animales.
Nosotros interaccionamos primero con un entorno de ideas materializadas e instituciones, y de gran parte de la humanidad casi literalmente se podría decir que «come dinero».
Igualmente, por eso mismo, si queremos que las cosas funcionen con alegría, armonía, abundancia… no debemos dejar que los padres tengan hijos como los tienen los animales, es decir, «espontáneamente».
Si queremos vivir en paz no nos podemos engañar: lo humano no es «espontáneo» en ese sentido.
Para nuestro estado humano lo «natural» sería que hubiera mucha comunicación en torno a la crianza, es decir, que los padres tengan una educación profunda, divertida, amable… sobre lo que significa la crianza, el amor, etc., pues, como hemos dicho, está demostrado incluso «científicamente» que los primeros años de los niños son fundamentales*.
Es decir, no hablamos de aplicar prohibiciones o restricciones, como las que creo que hay explícitamente en China en cuanto al número máximo de hijos… sino que hablamos de «saberes», de sabiduría… es decir, de comunicación amable sobre la realidad de los sentimientos y de las necesidades de los niños y de las personas cercanas a los niños en general.
Y por cierto, y más aún… si queremos que las cosas funcionen como decimos que queremos que funcionen… tampoco podemos seguir con esa obligación o mandamiento tácito que dice que los padres y las madres jóvenes tienen que encargarse de «sus» hijos, sí o sí.
El amor no es esencialmente obligación, pero en las vidas actuales muchas veces sí que parece que convertimos la «obligación» en un rasgo esencial del amor.
Si queremos paz y abundancia feliz no podemos seguir reforzando las losas de esos «mandamientos»… de todos esos mandamientos implícitos que se imprimen tan salvajemente en nuestra mente por aceptar una asociación tan directa entre el «amor» y la «obligación».
En este sentido, por cierto, y al hilo del tema de los animales… los vagabundos, los «sin techo», nos dan una imagen clara o un reflejo de lo que esta macabra sociedad es… ya que muchas personas «sin techo» salen a la calle como si fueran animales, a por lo que sea. Y ese gesto del vagabundo está en la misma órbita de lo que hacemos cuando tenemos los hijos como si fuéramos animales, con esa falsa espontaneidad.
Veamos un ejemplo sobre lo profundamente «enredado» que está en nuestro mundo ese gesto mental nuestro, tan suicida, de asociar el «amor» con la «obligación»:
En mi caso sucede por ejemplo que a mi abuela materna -que por cierto en gran medida «me crió»- le prepararon un matrimonio más o menos «de conveniencia», allá por los años del franquismo en España (nació en 1926; y creo que esas cosas se llaman así, «de conveniencia»… esos matrimonios).
Y bien, ella no se rebeló ante eso. Lo aceptó cuando tenía en torno a 18 años, y parece que medio quiso ese casamiento, tan «ventajoso» por lo que decían sus padres, pues es casi seguro que se lo vendieron así, como algo muy ventajoso, como «lo mejor» para el futuro –y como además es de «buenas niñas» hacer caso a los padres en todo… ya tenemos el cóctel terminado.
Así que tuvo dos hijas como quien no quiere la cosa (nunca mejor dicho 🙂 ), y las tuvo muy pronto, cuando mi abuela tenía 20 y 21 años de edad.
Hay que situarse un poco, además, en aquel contexto: un pueblo pequeño, recién iniciado el franquismo. En ese momento en un pueblo así no había todo lo que tenemos ahora en cuanto a comunicaciones, facilidades para tener ciertos tipos de «educación», etc.
Además, debido a la reciente y salvaje guerra civil, la atmósfera que se vivía debía ser una bastante cerrada.
De hecho había muchos secretos. Por ejemplo, y saliéndonos un poco del tema… el padre de mi abuelo materno, Victoriano, fue asesinado en el pueblo, y parece que básicamente por envidia. Es sabido que la guerra civil se utilizaba como excusa para «solucionar» muchas envidias, para realizar simples venganzas… para desahogarse… etc.
Y por cierto también, este bisabuelo mío es un poco «el colmo de los olvidados», pues pese a no ser del bando «rojo» republicano… sino más bien del «nacional», ha quedado olvidado en una cuneta (se lo llevaron a dar «el paseíllo» también, matándolo y tirándolo por ahí, como hacían en ambos bandos). Y luego, según parece, los ganadores de la guerra, en muchos casos como este, no han buscado los restos de aquellas personas asesinadas por «el otro bando», el rojo (así que por lo que se ve hay restos de personas de ambos bandos enterrados por todo el territorio). Además, no sé si mi abuelo intentaría hacer algo, tras la guerra, sobre el recuerdo de lo que había pasado con su padre, con Victoriano. No sé qué debió pasar con eso.
Ese es un ejemplo de los secretos u «oscuridades» que rodeaban aquella boda de mi abuela.
Entonces fijémonos en lo profundamente que puede estar enraizada esa idea (la de asociar amor con obligación)… esa idea con la que parece que en gran medida fabricamos toda esta locura colectiva.
Pues aunque solo sea mirando hacia atrás, en nuestra ilusión temporal (como vemos, muy pocas generaciones atrás), encontramos verdaderas locuras, que son como grandes «gritos» o grandes proclamaciones de «viva el sufrimiento» –o de una literal adoración del sufrimiento y del miedo.
Vemos pues lo profundamente que parece estar materializada esa idea, tan macabra y tan activa… esa idea que asocia «amor» con «obligación»… y vemos por cuántos vericuetos puede fluir su materialización.
Así pues, las creencias de muchas madres y padres –creencias que aún están en las mentes de muchos de ellos– son de este tipo: «yo sé lo que es bueno para mis hijos».
Estas creencias están muy bien (son funcionales) en los primeros años, cuando los niños son pequeños, pues sobre todo las madres deben sentir bastante bien aún la «base biológica»… y literalmente intuyen o sienten bien lo que hay que hacer con los niños, más o menos… con sus necesidades –calor, comida, etc.
Pero otra cosa es cuando seguimos y seguimos proyectando nuestras propias frustraciones, siendo padres, ya más mayores… y seguimos pues tratando a los hijos como niños pequeños y aplicando esa creencia («yo sé lo que es bueno para ti») tras muchos años de una comunicación «emocional» quizá casi inexistente.
Es decir, que perfectamente nos podríamos imaginar a mi abuela (como a muchas niñas y niños, o adolescentes, de aquel momento y de ahora en nuestros días) sin tener casi ningún adulto «de referencia» que le pregunte…:

«¿y tú… tú qué quieres? ¿Qué te gusta más, qué prefieres, qué sientes?».

Y esa misma «falta de comunicación» es por cierto lo que se reproduce después, pues mi abuela sigue viendo normal y casi obligatorio que su hija viva eternamente con ella… y ha seguido conviviendo con esa especie de carencia, y reforzándola y de cierto modo «pasándola»… al convivir con personas como su hija, con las que ni siquiera entablaba una conversación del tipo «qué tal» (y mi madre consintió, y al final nunca se ha independizado de ella, y ha vivido siempre en la misma casa con su madre).
Volviendo a la «decisión» de la boda, lógicamente en ese momento la «sabiduría» de mi abuela –es decir, su estado de «crecimiento personal» («espiritual»)– no le llevaría a plantarse y decir…:

«oye, voy a detenerme; voy a sentir a fondo qué es lo que quiero de verdad… qué quiere la vida para mí» (y por cierto, en ese momento sería tan «poco sabia» como muchos lo seríamos con 18 años –unos auténticos botarates–, o como en gran medida lo seguiremos siendo muchos ahora).

Así que todo tiene que ver con los sentimientos… es decir, con todas esas cosas que ahora llamamos, por ejemplo, «inteligencia emocional»… o simplemente «psicología» básica… en el sentido de poder y querer hablar de lo que realmente se siente, se desea, se quiere.
Es lo de siempre, ya que hay miedo a mirar adentro, hacia lo que se siente de verdad… y miedo a dejarse atravesar por lo que la vida realmente quiere de nosotros… que es en el fondo una felicidad real, y no esa felicidad imaginada que construimos con los andamios de esas creencias dementes que seguimos transmitiendo los adultos, por miedo e ignorancia… de generación a generación… actuando así mucho menos eficientemente que los animales… con una falsa espontaneidad… transmitiendo creencias que refuerzan la literal adoración que tenemos al miedo, al sufrimiento…
Entonces ya hemos tratado la cuestión principal, y hemos visto también que al final son maneras de proteger el miedo –el miedo al verdadero amor, ya que el amor es libertad… una libertad bien entendida, claro… bien «sentida».
Hemos visto que la cuestión es la de esa atmósfera, ese ambiente, donde la gente a veces ni siquiera se puede preguntar «qué tal estás». Ese ambiente termina transmitiendo y reforzando todas esas creencias demenciales… que refuerzan el miedo –esas creencias sobre el amor y la obligación.
Y terminamos actuando, pues, un poco como «robots»… o bien podríamos describirlo también así: actuamos «peor» que los animales –entendiendo bien esta frase. Y terminamos actuando así, como robots, en esos ambientes donde al final, y como parece que no queda otra posibilidad… como ya no sabemos qué hacer… como estamos confusos, ofuscados… «ignorantes» en cuanto a lo personal-espiritual… terminamos proyectando casi todo sobre los niños, que lo absorben todo –como sucede también con muchas mascotas.
En las relaciones entre los miembros de muchas parejas que tienen hijos…, o en las relaciones que tienen entre sí los adultos que conviven con niños… era y será a menudo normal estar en un estado mental así, un estado que podríamos llamar de «pereza personal», o de «pereza espiritual».
En ese estado simplemente hay «rutinas»… y lo que sentimos al final importa cada vez menos. Por tanto, menos aún importará lo que sienten y quieren los niños, pues los adultos ya tienen bastante con su confusión, su miedo… sus deseos frustrados… su incomunicación…
Así que todas esas madres y padres -o tutores en general-, que ni siquiera entre ellos mismos se comunican como personas… que a veces ni siquiera se preguntan «qué tal»… que no se plantean ya qué es lo que sienten y quieren… y que por tanto protegen así sus miedos… todos esos adultos… proyectan el conflicto que provoca dentro de ellos ese miedo… y lo proyectarán donde puedan… es decir, hacia los niños (y hacia las mascotas).
Parece pues natural que sean los niños (y los animales) quienes se encarguen de esas cosas (emociones, etc.) de las que nosotros, como adultos, no queremos responsabilizarnos, pues los niños y los animales están de forma natural «en otro plano».
Así que esa misma «carencia» de comunicación… y ese conflicto provocado por el miedo que protegemos al no comunicarnos… esa carencia y ese conflicto… tienen que salir por alguna parte.
Y a veces pasa que, aunque los hijos tengan 20, 30, 40 o 60 años de edad… los padres seguirán y seguirán sin parar proyectando sobre los hijos, y más cuanto más se dejen estos.
Así es como los adultos damos continuidad a esa especie de «distorsión de la relación»… con todas esas relaciones «especiales» más o menos terribles, infernales… donde el plano de los niños (y de los animales) se convierte como en una especie de basurero y de «materia prima» para la elaboración de las frustraciones de los padres.
Esas emociones «perdidas», por cierto, parece que son muchas veces «somatizadas» de forma extrema por los niños y los animales, ya que de alguna manera los niños y los animales terminan absorbiendo o «aceptando» profundamente esos ambientes tóxicos… es decir, se identifican con esas emociones, con esas creencias… y se enferman a sí mismos de cáncer o de cualquier cosa… en una especie de «auto-responsabilizarse», «generosamente»… o en una especie de «yo sigo tus pasos».
Y por cierto, curiosamente, esta idea tan «natural» (la de instituir una especie de permiso o carnet de padres) existiría por ejemplo en un planeta no muy lejano, y muy parecido al nuestro en muchas cosas (según lo que revela El libro de Urantia en el doc. 72).
Así que es «natural» que los humanos instituyamos un permiso así, pues es muy «peligroso» que cualquier persona tenga hijos así porque sí.
Y como hemos visto ya, es muy «peligroso» porque los niños literalmente absorben esos ambientes o atmósferas tan comunes hoy: ambientes de frustración de los padres… o donde los padres asocian el amor con la obligación, cosa esta que «se hace» y que hacemos casi todos por pura «ignorancia», ya que normalmente «no sabemos lo que hacemos».
Un ejemplo más básico, y que quizá es el que primero nos viene a la cabeza cuando pensamos en esa macabra asociación de amor con obligación… es quizá el de la actuación de los padres o los abuelos cuando les dicen a los niños pequeños: «venga, dale un beso a fulanito»; o «venga, dale las gracias»… forzando desconfiadamente lo que es en realidad nuestro ser más espontáneo y natural (amor)… y proyectando así, sin cesar, sobre los niños, el conflicto interno que sienten los padres por ejemplo al recibir cosas de los demás –o simplemente el conflicto constante y que nos afecta a todos, que en gran medida tiene que ver con esa asociación entre amor y obligación.
Así que parece que lo que nos ocurre en este ámbito de la crianza, donde «hacemos como si fuéramos animales», teniendo hijos «espontáneamente» como si fuéramos seres simplemente «naturales»… es el más importante de los signos de la profundidad de nuestra locura colectiva, en este estado transitorio «zombi» que llamamos «civilización».
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* Que los primeros años de vida son fundamentales está demostrado incluso «científicamente», debido a lo que ahora se llama epigenética (que, diciéndolo rápido, es estudiar la relación entre el entorno en el que vivimos y la expresión de los genes). Y seguramente en este sentido «científico» en el futuro se va a entender cada vez mejor la importancia de las vivencias infantiles.

2 opiniones en “La necesidad de instituir un "permiso" para ser padre/madre”

  1. Hola ivan te felicito este post esta buenisimo deberia publicarse en radio prensa television en todo el planeta.

    1. hola,
      gracias 🙂
      Sí, ¡parece que se acaba la demagogia!
      Seguro que este tipo de cosas se comentan mucho ya, a escondidas… y cada vez más…
      Esta confusión luciferina en la que vivimos es tremenda 🙂

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