— Botón para escuchar desde aquí mismo este artículo leído:
Enlace para ir a descargar o escuchar en ivoox este audio —
Antes de exponer un ejemplo muy concreto (el mío) que nos dará una idea muy buena de lo fácil que es abandonar a los niños «emocionalmente» y «sin querer»… antes de eso… vamos a hablar del contexto más en general.
Es muy importante contextualizar bien este tema, ya que el hecho de que venga al mundo «un nuevo ser»… como se suele decir… es algo extraordinariamente singular… si lo podemos decir así.
¿Por qué?
Ese ser es una especie de «anti-adulto»; es decir, no se puede relacionar con los adultos en el nivel de la convivencia usual… pues por ejemplo un bebé no nos puede preguntar si nos apetece que justo ahora se ponga a llorar… o a tener hambre… etc.
Así es que tenemos que tener claro que solo estamos describiendo, no «victimizando».
Es decir, vamos a hablar de ser unos «mal-nacidos», pero en su sentido objetivo, sin juicios… ya que simplemente hay formas de nacer «malas», en el sentido de que se nace en atmósferas que fomentan el mal, es decir… que fomentan que los niños justifiquen o alimenten la pena, la victimización… el dolor… el sufrimiento… la enfermedad… etc.
Como es evidente, esas atmósferas son infinitamente variadas, y pueden contener uno o todos estos ejemplos de «cosas que fomentan el mal»:
- los niños no deseados o no del todo deseados (por ejemplo es mi caso, que soy hijo de madre soltera, una madre que tenía poco claras las cosas y mucho miedo… y que estaba en parte rodeada de un ambiente de culpabilización, etc.)…
- o los que nacen en una gran pobreza…
- los que nacen en ambientes de claro maltrato hacia ellos… o de maltrato y desamor entre las personas que les cuidan…
Sabemos que, aunque desde la perspectiva del «alma» en realidad no hay víctimas… no por ello se justifica que seamos cínicos, «inhumanos»…
Si describimos y miramos de la forma más tranquila posible lo que realmente pasa… entonces quizá podamos «elegir de nuevo». Pero si ni siquiera estamos dispuestos a mirar tranquilamente lo que pasa… quizá no podamos sentir cierta claridad necesaria.
Es muy fácil abandonar a los niños, y de una forma aparentemente muy sutil… es decir, de forma «emocional», pues el maltrato físico (hambre, golpes, etc.) ya es un «abandono» evidente.
De hecho, al hilo de lo que íbamos diciendo sobre esos «grandes dictadores» que son los niños pequeños… y que deben ser servidos por los adultos (igual por cierto que los animales sirven «incondicionalmente» a sus crías… pues de esa «prueba» parece ir en gran parte nuestro programa universal)… sigamos con una observación muy sencilla: también nos resulta muy fácil «abandonar» a los demás adultos.
¿Qué podría querer decir esto?
Digamos que «abandonar» a otro ser (o a uno mismo) es no estar dispuesto a tener en cuenta lo que ese ser realmente siente y piensa… aunque esto empieza por nosotros mismos, ya que a menudo no estamos dispuestos a hacernos cargo… a responsabilizarnos… de lo que realmente queremos, pensamos, sentimos…
Pero volviendo a hablar de «otro ser»… parece que en general casi todos vivimos en relaciones que a menudo no se pueden llamar ni siquiera «relaciones»… ya que en realidad son acuerdos tácitos, más o menos «fríos», donde es como si hubiera terminado ganando la inercia… es decir, un estilo inercial, vacío, de hacer las cosas:
- convenimos en representar nuestros papeles (padres, hijos, parejas, etc.)…
- convenimos en parecer que estamos unidos cuando solo estamos «juntos»…
- y convenimos en no preguntar demasiado… o no interesarse más allá de cierto límite por lo que pasa realmente en la experiencia de «los demás»…
- etc.
Y por un lado… y teniendo en cuenta lo que dijimos sobre aquel hecho tan extraordinariamente singular que es la entrada de «un nuevo ser» en el mundo… un ser que no se puede poner en el lugar de nadie… un ser que no puede tener en cuenta la «problemática» de ninguna situación normal «adulta» (por ejemplo las «verdaderas necesidades» de los adultos que le rodean)… a la vista de eso… es «perdonable» todo esto que pasa en el mundo… y en cierto modo es «lógico» que los niños desde muy pequeños se vean maltratados, en unas situaciones que son unos «infiernos» más o menos intensos.
Es «lógico» que la civilización sea así de primitiva en lo espiritual… ya que no estamos prevenidos ante la «enormidad» de esta situación… es decir… no somos cuidadosos con la «paternidad/maternidad»… es decir… no cuidamos por ejemplo de esa colosal dimensión de «irracionalidad constituyente» sin la cual no habría ser humano ni mundos humanos (esa irracionalidad, ya descrita… la de que los seres infantiles que «vienen al mundo» no se pueden relacionar con nadie de la forma usual… no pueden aplicar la que se conoce como «regla de oro»… es decir, «tratar a los demás como querrías que te trataran a ti»… y así, por tanto… de cierto modo los niños «lo piden todo» y están en su «derecho» a tenerlo todo… un derecho que está más allá de toda ley adulta «consciente»…*).
«Abandonar» es pues un cierto grado de no estar dispuesto a ponerse en el lugar del otro. Pero cuidado, es no estar dispuesto a contactar con la experiencia del otro… y hagamos un inciso aquí… incluso en el caso de que «el otro ser» sea por ejemplo un árbol… un árbol que por ejemplo vamos a cortar.
Hagamos un inciso pues, ya que la naturaleza en general es en gran medida como los niños muy pequeños:
- también es a su modo «vital», si es que queremos seguir teniendo este tipo de experiencia humana tan jugosa, con tantos alicientes sensoriales…
- y la naturaleza, al igual que los niños, tampoco se puede relacionar con nosotros en nuestro campo de significados mundano usual… en nuestro «nivel de consciencia»… aunque nosotros sí podemos «ampliar nuestra consciencia» y abrirnos a esa posibilidad natural de conexión… de «resonancia» (y gracias en parte a que nuestras células son en esencia muy semejantes a las de cualquier otro ser vivo)… y podemos pues tener experiencias momentáneas que nos hacen vivir realmente lo que sienten esos «otros» seres vivos que nos rodean… sean del tipo que sean.
Entonces, fijémonos que hablamos de «estar dispuestos»… y con eso solo nos referimos a estar al menos dispuestos… tan solo dispuestos… a sentir la experiencia del «otro»… ya que de alguna manera todas las experiencias vivas e «inertes» se pueden comunicar entre sí… y ese «estar dispuestos» no quiere decir que al final no vayamos a talar por ejemplo ese árbol que «necesitamos» cortar por lo que sea… ni tampoco quiere decir que no vayamos a mostrar firmeza ante un niño… sino que se trata de un asunto de actitud global… de disposición a una apertura a sentir cierta unidad real, natural… de disposición a sentir una unidad y a tener una apertura que serían en realidad más «naturales» de lo que podríamos pensar en un principio.
Entonces, y volviendo al tema, resulta que en la sociedad humana tenemos estructuras mediante las cuales nos sumergimos normalmente en esa especie de «mal» (en aquel «mal» descrito ya… el «mal» de no estar dispuestos a ponerse en el lugar del otro ser humano).
A esas estructuras las llamamos equivocadamente «relaciones»… y en ellas nos metemos por inercia a representar esa especie de «crimen» de baja intensidad, concertado y constante… que todos cometemos en algún grado… y que es el «crimen» de no estar dispuestos a ponernos en el lugar del «otro»… o de no querer ser conscientes de la mayor o menor necesidad de «ponernos en el lugar del otro»… o de simplemente preguntarle al otro, con sinceridad, con empatía… «¿qué tal?», etc.
Muchas atmósferas familiares se convierten en atmósferas de maltrato emocional, más o menos «inconsciente»… porque se vive así, y hay un auténtico mal rollo… mal ambiente… que los niños no pueden entender… y que a menudo asimilan como perspectiva para la vida.
Entonces, en el caso de los niños es evidente que ese abandono… y se defina como se defina… se eleva fácilmente a la máxima potencia.
Con los niños un adulto se encuentra ante un reto muy delicado, pues… ¿acaso un niño se pone automáticamente en el lugar del otro?
Precisamente ahí está el «hecho» que describíamos antes… y que de cierto modo es el padre de todos los «problemas»… pues los niños no ven «otros»… los niños parece que tienen que «aprender» a hacer eso mismo… pues de entrada para el niño pequeño prácticamente no hay «otro» (y esto nos debería dar que pensar sobre lo natural que en general es eso que llamamos «espiritualidad»… esa espiritualidad básica que habla de unidad… y que mismamente sin ir más lejos el maestro Jesús de Nazaret expresó tan rotundamente).
Así pues, el niño no se pone automáticamente «en el lugar del otro» -como lo diríamos los adultos-, pero luego, en general… y en muchos momentos… sí que es natural que los niños deseen expresar… y de un modo más civilizado… unidad… amor… «relación» bajo la forma de la colaboración, del compartir… bajo la forma del querer acceder a lo de todos y del querer saber cómo se hace todo y qué pasa en todas partes… etc. (aunque solo sea de entrada por el impulso compartido con los animales a sobrevivir… un impulso que parece tener demasiada mala fama… que no es bien comprendido… ya que todo impulso en realidad tendría una base menos «materialista» de lo que pensábamos en un primer momento… en esta civilización tan materialista.)
Así que por un lado el niño es el abandonado y el maltratado por antonomasia, pues lógicamente es un asunto muy «paradójico» y delicado ponerse en el lugar de un ser así: un niño que aparentemente no quiere ni puede ponerse en el lugar de nadie.
Como decíamos… es un asunto bien paradójico… pues el niño… ese ser que es el más fácil de abandonar y el que más se abandona y se maltrata (pues pese a todo lo que se ha «avanzado» al respecto en algunas civilizaciones… es maltratado casi «por definición»)… ese ser… es precisamente el ser que de cierta forma «lo pide todo»… ya que pide ese cierto «perdón constante» que de cierto modo exige simplemente al ser un niño… es decir… exige que todo el rato esté presente esa necesidad de «perdonarle» que no se puede poner «en el lugar de nadie»… en la piel de «nadie».
Los adultos, cuando están con otros adultos que son casi tan «insolidarios» como un bebé… simplemente lo solucionan alejándose de ellos y dejando de compartir la vida con esos supuestos «amigos»… etc. Pero como vemos… este mundo está programado para que tengamos que perdonar la «insolidaridad estructural» que conllevan los bebés y los niños. El programa de nuestra dimensión física incluye para ello muchos alicientes… y quizá sobre todo para las madres… y sobre todo al principio; y como sabemos, son alicientes «físicos» y «mentales»: las hormonas… la belleza y la dulzura de los niños… el entretenimiento que conlleva la contemplación del progreso en la «autoformación» natural que se realiza en la mente-cuerpo de un bebé… etc.
Pero asimismo, y por lo dicho, es evidente que a menudo las madres y muchos padres son también los grandes abandonados (sobre todo las madres al principio)… junto al niño… pues las madres:
- puede que en realidad deseen hacer otras cosas menos exigentes… debido a su edad… sus frustraciones… etc.
- o puede que estén muy confusas en cuanto a lo que realmente quieren «en la vida»…
- y por lo tanto quizá desearían que al menos hubiera alguien tan solo dispuesto a hablar con ellas… y que se interesara realmente y con una verdadera empatía en preguntarles sobre qué pasa con su vida… con sus motivaciones… con sus deseos… pues puede que la nueva situación de dar a luz ocasione una inhibición más o menos agobiante.
Así es que… ahí lo tenemos, el asunto de «los niños»… esos grandes «dictadores» que por definición son necesariamente «los grandes consentidos»… consentidos en mayor o menor grado… pues con un bebé nadie puede «razonar» y decir por ejemplo…:
«Oye, ¡ponte en mi lugar! No llores ahora, que no puedo dormir… o no peses tanto ahora, que me canso de cargar… o no te cagues, que no me apetece eso… o no tengas hambre…».
Si pudiéramos razonar así, como ya dijimos… parece que no existiría la «humanidad» tal como la conocemos… ni nada «animal» en este sistema de la dimensión física… donde parece que venimos precisamente a ejercitar en forma física… y entre muchas otras cosas… ese espíritu de «darse incondicionalmente» en la crianza.
Así es que a bote pronto parece que la tarea o la función más importante de «la civilización» debería girar en torno a la institución del hogar… en torno a la «pre-educación» y a la educación… es decir… en torno a esa situación donde:
- a la vez que vemos que se gestionan, con más o menos sabiduría, los primeros impulsos y deseos de unos pequeños «protoegos» que, como bebés, no se pueden poner en el lugar de nadie (con lo estresante que puede ser vérselas con unos «dictadores» así)…
- también se está lidiando con los deseos de unas personas adultas (mujeres y hombres)… que pueden sentir por ejemplo grandes frustraciones (generando un ambiente muy poco propicio para la felicidad de todos en el planeta).
En general ya hablamos en esta web (y arriba ya lo hemos comentado un poco) del hecho de que es inevitable que la civilización emplee cada vez más la sensibilidad (es decir, la consciencia y la «percepción de la experiencia interna» humana y no-humana –animales, plantas, etc.–) para ponerse en el lugar de cosas y seres (de «la naturaleza», etc.)… de esas cosas y esos seres que, al igual que los niños, aparentemente tampoco se pueden poner en el lugar de nadie, pero que son también vitales para nosotros… y que son además toda una exuberante riqueza en ese banco de experiencias que llamamos «planeta»… es decir… en esa «experiencia de experiencias» que llamamos «la Tierra».
Entonces, la función de la civilización… la función de los adultos «sabios»… es hablar y gestionar sabiamente todos estos maltratos o abandonos emocionales (potenciales o realizados).
Y hacerlo sabiamente quiere decir por ejemplo sin usar la categoría de «víctima»… para poder poner remedio a por ejemplo ese abandono sistemático que llamamos «infancia»… (o también «maternidad»), ya que en gran medida es en la situación infantil donde se facilita «todo lo que vendrá después»… es decir… donde se facilitan todos esos otros célebres «maltratos» o abandonos (contra la mujer, etc.)… de los que luego nos quejamos quizá con más facilidad.
Así pues, el abandono sutil emocional parece ser tan importante o más que el «abandono» que supone el maltrato físico.
Entonces, y con respecto a la crianza, cada cual tiene sus dramas… pues quien más quien menos se ha visto metido, como bebé y también desde antes de nacer… en unas situaciones familiares u hogareñas donde había al menos poca paz mental… si no violencia expresa.
Ahora expongo un poco «mi caso», aunque antes hay que decir esto: la clave es quizá llegar a sentir cómo los padres y las madres, al no ser felices y al no querer siquiera hablar de sus deseos… sus pensamientos… al no querer tratar esos temas con alguien… fomentan la confusión en general.
Los niños son abandonados cuando los padres no son felices… por mucho que los padres estén ahí… pues la unión, la empatía de verdad… como ya sabemos… no tiene nada que ver con estar juntos los cuerpos.
Entonces a menudo las madres y los padres están preocupados y resentidos «sin querer» contra los propios niños, y por tanto contra la vida en general.
Lógicamente los padres «tienen razón» (tienen su propio dolor, y no se puede simplemente negar ese dolor)… tienen «razón»… tienen «dolor»… para estar como estén… y el problema es que en general la humanidad quizá aún no hemos crecido en «consciencia» como para tener mucha sensibilidad hacia este asunto de «la atmósfera hogareña».
Por ejemplo en mi caso mi madre era una madre soltera que nunca se atrevió a salir de la casa de sus padres, así que nos quedamos con mis abuelos (y ella finalmente nunca ha salido de la casa de mi abuela).
Aparte de que a mi madre eso le sirvió para tener durante años algunas enfermedades (como sin darse cuenta de qué es lo que estaba pasando)… también hubo algunos gestos que fueron el colmo… y que como civilización quizá no deberíamos permitir que fuera fácil que se repitan (aunque en general estamos facilitando precisamente estos gestos).
En cuanto a esos «gestos»… mi madre, por ejemplo, y bajo la presión global de los abuelos («lo mejor para el niño»… esa era la consigna) cedió su habitación, bastante más grande, a su hijo, a mí (esta casa, el «piso», como llamamos aquí a un «apartamento»… es por cierto bastante pequeño).
Es decir, la situación no solo contenía un alto grado de confusión por esa vergüenza no tratada… la vergüenza de ser madre soltera (que era mayor en aquella época en general… pues nací en 1974)… una confusión que ya era suficiente para que mi madre tuviera grandes excusas para no abrirse del todo a la vida y no «expresar sus deseos» a nadie… sino que encima se dejó aplastar más y más con este tipo de detalles como el de la habitación y demás… con estos «sacrificios».
Aunque por cierto, «afortunadamente»… y por algún «hilo» que se movió por ahí… en seguida mi madre «consiguió» trabajo (vinieron a ofrecérselo a la puerta misma de la casa, del piso… de parte del Estado, como administrativa en oficinas).
Así es que en gran medida me crió mi abuela, que aún vive, y que también tuvo lo suyo… y que era muy poco sabia, en el sentido de que a menudo transmite mucho miedo a vivir con sus acciones y palabras y lo hace incluso hoy en día, con 91 años… pues cuando vamos paseando intenta «sin querer» transmitir ese miedo a niños desconocidos que están jugando en el parque. Así que mi abuela, y pese a haber tenido dos hijas cuando era muy joven… o precisamente por eso… era pues muy poco sabia (tuvo una boda de esas más o menos programadas, obligatorias… programada al parecer en gran medida por su madre y la familia de su madre… una boda «de conveniencia» que le pusieron en bandeja como: «esto es lo mejor para ti»… y con un hombre mucho mayor con el que podría irse a vivir a la gran ciudad… a Madrid… esa gran promesa… desde su pueblo).
Así pues, si como civilización queremos armonía, paz, alegría… parece que hay que tener mucho cuidado con estas atmósferas de sacrificio… pues son casos graves de automaltrato (como el de mi madre contra sí misma)… y que afectan intensamente a la atmósfera familiar y por ende al mundo entero… fomentando la confusión mental, el conflicto interno (y, como sabemos… lo de dentro se termina reflejando de alguna forma afuera).
Fijémonos que mi madre estaba así como automaltratada… y esto es por cierto lo que muchos luego hacemos o repetimos en la vida… ya que por una especie de falta de valentía y por escuchar las voces del miedo… mucha gente nos automaltratamos igualmente al no atender nuestros deseos más básicos e inocentes… es decir… al no atender a lo que «nos pide el cuerpo» de la forma más natural y sana.
Por lo tanto, y sin querer, era inevitable que hubiera cierto resentimiento «contra mí»… provocado por lo que mi madre estaba permitiendo que se hiciera con ella.
Entonces, el niño, y mientras se está formando siquiera su capacidad de «entender» algo… se ve metido en una especie de guerra… y sin venir a cuento… ya que en parte se está utilizando su ser para justificar muchos miedos, muchos automaltratos, mucha vergüenza, mucha incomunicación (en mi caso entre mi madre y mi abuela), etc.
Como dije, durante años mi madre tuvo una especie de depresión (donde a menudo expresaba en voz alta «me quiero morir», etc.), acompañada de varias cosas, como por ejemplo úlceras de estómago, etc.
Así pues, en esas atmósferas de tremenda confusión es donde los niños se ven «abandonados emocionalmente»… pues las madres y los padres están a menudo metidos en sus propios mundos de frustración y resentimiento… casi sin darse cuenta… es decir, a veces de forma muy «inconsciente».
Las atmósferas que se crean contienen una confusión enorme… y se echa en falta la sabiduría más básica a la hora de manejarse en la vida… una sabiduría que habríamos de introducir en el «curso o carnet para madres/padres» 🙂 … aunque nunca se puede cambiar realmente una sociedad legislando… pero bueno, nos entendemos.
Entonces, por otra parte, al niño casi se le exige de forma muy superficial que quiera a «su familia»… y por tanto sobre el niño se cierne también una especie de gran «culpabilización» potencial. Y diríamos que esto es «lógico», pues al niño «se le da todo»… y sin embargo en ese «dar» hay:
- sacrificio (en concreto por ejemplo las «necesidades afectivas» de mi madre y de mi abuela se quedaron en algo muy confuso… ya que en esa situación no podían dar rienda suelta a un deseo que quizá podrían tener… el deseo de tener sus parejas… etc.)
- vergüenza,
- incomunicación (en mi caso entre por ejemplo madre y abuela),
- etc.
Así es que entre los miembros de esa familia que convive (abuela y madre) hay una atmósfera muy extraña… hay una especie de incomunicación elemental (por cierto, que mi abuela y mi madre se quedaron «solas» en casa en seguida, tras la muerte de mi abuelo cuando yo tenía unos 8 años).
Así pues, como vemos… lo más fácil del mundo es que los niños sean abandonados emocionalmente en muchos hogares (y no hace falta que el caso sea tan esperpéntico como este), ya que los seres que rodean a los niños ya tienen de por sí mucha confusión como para poder sentir realmente lo que pasa… tienen demasiados «problemas propios» sin resolver… y entonces, con toda esa ofuscación, los adultos ni pueden ni quieren entender… o no quieren ni pueden sentir, más tranquila y profundamente… para poder entender lo que está pasando.
Ahí tenemos pues todo ese resentimiento incubado, todo ese sentido de la obligación ligado al supuesto amor… toda esa falsedad a la hora de convivir en supuestas relaciones donde ya solo hay una especie de automatismo… el típico automatismo del «estar juntos los cuerpos» (mi abuela por ejemplo no parece que pueda preguntar a nadie sinceramente sobre «felicidad»… sobre el «estar bien»… y parece como si la creencia no expresada pero patente en todo esto fuera la de que «hay que sufrir»).
Luego, para mayor confusión, eso se tapa con una especie de superficial adoración al hijo/nieto… pero nadie se interesa realmente por lo que realmente se siente, se piensa, etc…. de un modo quizá similar a como mi abuela a su vez «adora» la imaginación que tiene construida sobre su madre.
Como dijimos, son evidentes los abandonos más obvios, como el maltrato directo físico o el «maltrato» que tiene lugar cuando se dan esos cambios a veces tan bruscos en la vida de muchos niños… como en mi caso y en el de muchos en nuestra generación fue por ejemplo el inicio de la escuela, es decir, el primer día de colegio… etc. En esos cambios bruscos se cuenta muy poco con el sentimiento y la opinión de los niños; se tiene muy poca consideración por la experiencia de los sujetos interesados, pues la institución funciona así… y en general parece que esta civilización sigue viendo en general como algo natural que esos «grandes dictadores» que son los niños sean sometidos a pruebas terribles.
Pero en los abandonos «más sutiles» quizá radica en mayor medida una de las bases con las que luego alimentamos, o incluso con las que podemos llegar a justificar más o menos inconscientemente… toda esa ofuscación y esa perturbación que muchos adultos sentimos, sienten… y que nos dejan en un estado donde luego, ya como adultos, y con más o menos confusión… realizamos todos los demás diversos tipos de maltrato más célebre… de automaltrato… de «abandono»… todos esos tipos de acciones contra las que la «sociedad» dice a veces que lucha (el maltrato físico contra niños… contra «la mujer»… contra el medio ambiente… etc.).
Cuando un adulto está en conflicto consigo mismo, los niños se ven afectados por eso más o menos indirectamente, pues no pueden entender nada (precisamente están construyendo en sus mentes la capacidad de tener perspectivas sobre la vida… unas perspectivas que luego regirán en gran medida esas vidas).
Pero que todo esto siga sucediendo no es necesario… es una decisión. Somos humanos y podemos decidir. Es decir, como personas y como civilización (y si dejamos de creernos la propaganda de esta sociedad, donde nos tratamos a nosotros mismos como «animales consumidores»)… no tenemos ninguna obligación de criar así a los futuros habitantes de este mundo. Se pueden hacer muchas cosas para evitar eso… y, como ya sabemos, de hecho se van a hacer a medida que la población mira hacia dentro… hacia sus propios conflictos internos.
Es evidente que los adultos tenemos mil maneras de estar en conflicto con nosotros mismos, es decir, de no ser coherentes con lo que realmente pensamos o deseamos… o de no atrevernos a hacer alguna cosa que realmente nos vendría bien.
____
* Una parte de lo comentado en este texto resuena bastante con lo que contaba Santiago Alba Rico en su libro «Leer con niños» (ver el índice 12, desde donde se puede acceder a los enlaces a diversos capítulos de los libros de este autor).
Este señor, algo conocido en ciertos círculos en España y en otros lugares, es un escritor que hizo ese libro sobre niños para por ejemplo intentar explicarse a sí mismo un poco el impacto que supone la experiencia de ser padres… y cómo en cierta medida el mundo está dividido entre:
- «solteros»: mujeres y hombres «sueltos»… mayormente «sin hijos»…, que no comprenden por experiencia lo que conlleva ahora, en esta sociedad, ser padre/madre… y que por lo tanto no comprenden esa especie de obligación incondicional en relación a los hijos… esa obligación que en general no se vive como obligación… o no se vive solamente así… (también puede haber gente con hijos que siga siendo «soltera» en este sentido).
- …y «casados»: padres y madres esencialmente «no sueltos»… es decir, por definición, «con hijos» (aunque tener hijos no nos hace obligatoriamente librarnos del estar «sueltos»… demasiado sueltos); padres y madres que por tanto tienen una perspectiva completamente diferente del mundo.
Buenisima esta entrada.
Dices cosas muy ciertas que los adultos padres madres y parejas ni siquiera nos atrevemos a pensar
¿A que son como «evidentes»… estas cosas?
Y quizá alivia a veces poder tratarlas aunque solamente sea así.
Ante la «inflación» de mundo que tenemos («mundo adulto humano»… ese mundo que en parte es como si le hiciera frente al «espíritu»)…
ante eso… supongo que la vida nos está pidiendo que miremos más hacia estas obviedades y «enormidades» que están implicadas en la existencia del «hogar»… con la afluencia de «nuevas almas» al mundo 🙂
…
por algo será que nuestro querido Libro de Urantia habla tanto del hogar… 🙂
gracias